Un poema es un impulso,
un instante que no vuelve
que te quema en la garganta
como un vaso de aguardiente.
Y no quieres escribir;
pero evitarlo... no puedes.

Una mirada perdida,
unas frases, de repente,
escociéndote en las manos,
golpeándote en el vientre.
Y no quieres escribir;
pero evitarlo... no puedes.

Unos versos no nacidos
que preguntan por su suerte
y te gritan al oído
que tu olvido es su muerte.
Y no quieres escribirlos;
pero evitarlo... no puedes.

Los recuerdos desechados
que tiraste para siempre
como un papel arrugado
que, indeseados, revienen. 
Y no quieres escribir;
pero evitarlo... no puedes

Y es la herida que supura
por sí sola, la que hiede;
y es un dolor que te atrapa
hasta que muere o te mueres.
Y no quieres escribir;
pero evitarlo... no puedes.

Y es un ansia que te elige,
un verdugo que te hiere;
y es veneno que emponzoña
y amarillea  tu mente,
y tu alma, y tus ojos,
y tu hígado, y tus dientes.
Y no quieres escribir;
pero evitarlo... no puedes.

Y no quieres escribir;
pero... lo haces.