El libro de la vida 
es estar solos velando recuerdos
de amados.

Solos, sí, tan solos que nadie, nunca,
osó pintar ríos al dolor para 
que drene 
y por eso crece y crece más, y duele 
y duele
más; mucho
más.

El libro de la vida es una lágrima 
tras otra.
Un precario equilibrio de unas gotas 
que no 
se atreven a caer por las mejillas
y nublan 
la mirada, y la sonrisa, y el ánima.

El libro de la vida
 es estar solos velando recuerdos
de amados.

Y es el olvido 
en vasos de tequila.
Y es el recuerdo 
en tragos de resaca.
Y es el sabor 
que dejan las arcadas. 
Y es el reflujo con su olor 
tan ácido.
Y es ese ardor 
perenne en el esófago.

El libro de la vida 
es un final
que no llega a una historia ya
agotada.
Unas páginas remojadas
de aguardiente
y enhebradas 
con la seda 
de unos ojos empañados que no 
logran llorar 
aún.

El libro de la vida 
es estar solos velando recuerdos...
y amados.