Schadenfreude
Felipe, chico universitario de una carrera donde reprobar es inaudito. Una historia que tiene como coprotagonista a una chica muy especial. Felipe era el tipo de persona que no podía evitar soltar carcajadas a montones, pues sus pulmones se lo permitían, del sufrimiento de otra persona y tampoco tenía problemas si alguien se reía de sus penurias, él también lo hacía.
Como aquel examen a finales de otoño donde reprobó el primer parcial de su vida universitaria con uno, sí, amigo lector, ha leído bien.
—¡No jodas! ¿Cómo te fue tan mal? —dijo uno de sus compañeros sorprendido, pues todos los menos habían conseguido más de catorce.
—¿Quién sabe? —dijo Felipe riéndose a carcajadas. —Cosas que pasan.
—No es para reírse —dijo una compañera muy seria—, el profesor dijo que solo había dos notas en el curso, es imposible que lo apruebes.
—Un ciclo más, un ciclo menos —mientras seguía riéndose.
—No vale la pena hablar contigo cuando estás así...
Algunos de sus compañeros se reían con él. Otros prefirieron tomar distancias. Felipe era el tipo de chico malo que atraía a las mujeres en discotecas o clubes nocturnos, y esas mismas mujeres lo ignoraban en la universidad. La principal razón era porque todo era una broma para él.
Algunas chicas iban a divertirse con él en la oscuridad de la noche, pero solo buscaban distraerse de sus problemas y nunca volvían a verlo. Para Felipe era lo ideal, no deseaba nada a largo plazo. Carpe Diem decía cada vez que le preguntaban por qué no salía con alguien más de una vez.
Felipe estaba llevando cursos de segundo, cuarto, quinto y sexto ciclo, mientras muchos de sus compañeros ya estaban avanzando el capítulo uno de sus tesis de bachillerato. Hasta sus amigos más cercanos avanzaron y Felipe se fue quedando en el camino.
En una fiesta cercana a su universidad, la última con muchos de sus compañeros, pues era su último ciclo, perdió el control y terminó en un rincón de la «Huaca San Marcos». A pesar que Felipe era de otra universidad, hasta el día de hoy no se sabía cómo burló a la seguridad en un estado de ebriedad que no le permitía saber qué había ocurrido las última doce horas.
Al despertar no sabía dónde estaba, antes de que pudiera dar un parpadeo de perplejidad una mano le cubrió la boca y movió su cuerpo hacia atrás.
—¡Shh!
Felipe notó que las manos y la orden de no hablar eran de una chica. Tenía casi toda la mano suave, a excepción de sus dedos pulgar e índice. Sus cabellos se pusieron sobre su rostro, olía a manzana.
—Retrocede un poco más —le indicó la voz.
Felipe estaba por girar cuando una mano lo detuvo y dejó sus ojos mirando hacia adelante.
—Sin voltearte —dijo con una voz diferente, una voz de avergonzada.
—¿Estás desnuda? —preguntó Felipe.
—¡No, idiota!, sólo que mi rostro es un desastre. Solo haz como un cangrejo. Despacio...
Felipe no dijo nada más y empezó a ir hacia atrás.
—¡Detente, detente! Ahí, ahí estás bien.
—¿Quién eres?
—Soy Nada.
Felipe pensó por un momento que estaba en medio de una alucinación, así que se arrancó un poco de vello de su pantorrilla. Al dejar de lagrimear y escuchar nuevamente la voz de su acompañante estuvo seguro de que no estaba alucinando.
—¿Estás bien?
—Si, solo que... la resaca. ¿En serio te llamas Nada?
—Dije Nadia, Felipe.
—Bueno, sí sabes mi nombre así que me ahorró presentarme.
—¿No te acuerdas nada de ayer? —dijo Nadia muy alegre.
—Tu sonrisa me dice que es conveniente que no recuerde nada y aunque me gustaría mentirte. No, no recuerdo nada.
—Schadenfreude — dijo Nadia con una sonrisa discreta.
Los recuerdos de Felipe empezaron a brotar lentamente.
Ya recordaba la fiesta; el licor que lo llevó a su estado actual; el cuerpo de las chicas con las que bailó; su caída mientras se dirigía al baño y ahí estaba ella o al menos su voz era lo que recordaba; su imagen de los recuerdos era difusa en los rostros.
De entre toda la multitud que veía con preocupación que aquel joven ebrio tenía problemas para levantarse, hubo una chica encantadora de cabello largo rojo escarlata que se reía mientras avanzaba entre las personas. Pensaron los demás que era su enamorada o una amiga y aquel joven en el piso dejó de ser el centro de atención.
Cuando Nadia llegó hacia él, seguía riéndose, puso una rodilla en el suelo e intentó ayudarlo a levantarse.
—Buena caída —dijo riéndose. —Schadenfreude.
—¿Qué es eso? —respondió Felipe a medias, en realidad dijo Quejeo, pero Nadia supo interpretarlo.
—Mi felicidad por tu desgracia.
—Regodeo —esto si lo dijo bien.
—¡Ajá!
Y el recuerdo se esfumó ahí.
Felipe intentó volver al recuerdo y averiguar qué había ocurrido, pero fue inútil.
—Felipe, ¿estás bien?
—Sí, ahora sí, te conocí en la fiesta, ¿cierto? Bueno, me ayudaste a pararme. Gracias por eso, pero ya es hora de que me vaya, no hay nada que hacer aquí.
—Si deseas te puedo decir qué pasó.
Nadia le contó a Felipe que luego de levantarle, él le ofreció a beber algo, pero ella lo rechazó porque estaba muy ebrio. Felipe le propuso entonces que salieran a tomar aire.
—Antes de seguir —dijo Nadia—, lo que sigue nadie te lo va a creer.
—¿Por qué?
Nadia volvió a reírse, disfrutaba ver a Felipe confundido sin idea de lo ocurrido.
Nadia le dijo a Felipe que ella era un ser de otro planeta y que había tomado el cuerpo de la chica que tenía detrás suyo como parte de una misión exploratoria. El rostro de Felipe demostraba incredulidad, por un momento volvió a pensar que estaba bajo alucinaciones o ella era la que los tenía.
A pesar de no ver su rostro, Nadia percibió lo que decía su rostro por lo cual le dijo a Felipe que se diera vuelta. Al girar, Felipe no notó nada en particular en la joven que tenía delante suyo. Pechos del agrado de Felipe, ojos marrones, nariz chata y empinada y un lunar en el cuello. Era más pequeña en persona que en su recuerdo.
—Creo que tengo que mostrarme para que lo entiendas.
El asombro de Felipe fue tal que dejó su mente en blanco. No sabía en qué pensar. Su corazón se detuvo un par de segundos, todo su cuerpo se escandalizó, el cerebro seguía recibiendo señales de las neuronas, pero estas no recibían respuesta.
—Puedo entender que ya lo captaste.
Aquel ser minúsculo que se disfrazaba de un lunar causó que un sistema entero entrase en un estado desconocido. Pasó. El corazón siguió trabajando. El cerebro empezó a responder. Su primera orden fue pedir que Nadia complete su historia.
—Sí, prosigue, por favor, no importa si no me creen. Ni mi cerebro estuvo seguro, pero lo convencí.
Nadia empezó a contar a Felipe que viajaron por diferentes lugares... del mundo. Sacó de su bolsillo lo que era su nave espacial. Hizo que crezca del tamaño de una moneda al de un balón de fútbol. Nadia le explicó que viajaron en una versión para que cupieran ambos, como aún era temprano y podía haber alguien cerca, no era seguro agrandarlo. Felipe aún pensaba que era imposible que viajasen por el mundo en una noche.
—Revisa tus bolsillos, todos, de tu camisa, tus pantalones y de tu casaca.
Todos los bolsillos chicos tenían estampillas en diferentes idiomas y en los más grandes había fotos de ellos. Fotos en el Coliseo Romano, en Machu Picchu, en el Gran Cañón, en el Monte Fuji, en la Muralla China, en las pirámides de Egipto y en un estadio en Brasil. Y en su llavero encontró recuerdos de México, Grecia y Finlandia.
—Fue... la mejor noche de mi vida y nadie me va a creer.
—La mía también —dijo Nadia tomándole la mano.
Algo en el cuerpo de Felipe estaba mal, el corazón se estaba acelerando.
—Creo que me va a dar algo...
—Es lo que ustedes los humanos llaman Amor.
—¿En tu planeta no hay eso?
—No, somos seres prefabricados, antes de nacer se lanza nuestra suerte, si seremos exploradores, maestros, su símil de científicos...
—¿Símil?
—Alquimistas, los llamaban ustedes, aunque los suyos eran charlatanes. En fin, nosotros no tenemos la libertad que ustedes gozan, nosotros vivimos para algo impuesto, no tenemos opción de elegir. Hace miles de años existía la libertad, pero... sabes, eso no era lo que tenía que contarte.
—No me importa lo que pasó anoche si no puedo volver a salir contigo.
—Soy de otro planeta. Tengo una misión, mi prórroga para irme se acabará pronto.
—¿Y eso cuánto es en minutos humanos?
—Diez minutos — dijo entristecida.
—¿No es curioso que no hayamos llevado bien por ese scha-algo?
—Schadenfreude —dijo sonriendo. —Si, muchas de las personas lo ocultan, en mi reporte tengo que un 85% de las personas lo oculta, pero en realidad se regodean, 14% lo demuestra y 1% lo ve como algo malo.
—¿Tu misión era sobre eso?
—No puedo darte detalles...
—¿Qué más da? Nadie me va a creer.
—Nos quedan ocho minutos, seré breve... aunque podrías salir lastimado.
—Prosigue.
Nadia empezó a contarle a Felipe sobre su misión, los planetas que también visitó, la importancia que tenía para cada planeta, dando vueltas apenas a otros temas, regresando rápido al hilo central pues su tiempo era corto, Felipe no abrió la boca para evitar interrumpir.
Nadia reveló que cuán mayor sea el porcentaje de personas que se regodean es un indicador importante para los avances de todo tipo: tecnológicos, sociales, culturales de un país, aunque eso solo pasaba en La Tierra, en todos los otros planetas que visitó era al revés.
Felipe quiso intervenir a favor de los suyos, pero recordó la escasez de tiempo con la que contaban. Nadia además le dijo a Felipe que él era otro de sus sujetos de prueba, uno más de una lista intergaláctica, uno más en esa nave. Muchas chicas habían usado a Felipe de tantas maneras, pero nunca como Nadia, no fue el aspecto laboral, pues claramente era por el aspecto emocional.
A Felipe le dolieron sus palabras.
«1 minuto»
—Entonces... ¿soy solo uno más?
—Si lo dices así yo... —dijo enojándose y luego calmada. —Si, fuiste uno más.
«50 segundos»
—Si vuelves alguna vez aquí, tal vez podríamos... no sé ¿salir?
—¿Me lo dices a mí o a la dueña del cuerpo?
«40 segundos»
Felipe se quedó callado, derrotado, por primera vez en su vida se sintió humillado y no se reía de su desgracia. Nadia tampoco lo hacía.
«30 segundos»
Felipe notó que Nadia no disfrutaba del mal momento. ¿Por qué?
—¿Por qué no te regodeas?
«20 segundos»
Nadia estuvo atónita, le empezaron a temblarle los labios. Felipe esperaba unas carcajadas que aliviaran algo su desdicha, pero nunca llegaron. Los ojos del cuerpo huésped empezaron a tornarse rojos. Una, tres, ocho, muchas lágrimas.
«10 segundos»
— Nadia... —dijo Felipe mientras la abrazaba.
— Felipe... yo.... no puedo... no puedo decirlo...
«3 segundos»
—¡Dilo!
«2 segundos»
—¡Nooo!
Antes que Felipe pudiera decir algo más aquel lunar en el cuello se subió a su nave y desapareció. El cuerpo se desplomó. Felipe ya sin lágrimas estuvo mirando el cielo un par de minutos.
Su celular interrumpió su calma. Ni mensaje ni llamada. Era una alarma.
"Mira tu zapatilla izquierda".
Felipe encontró en ella una nota.
"Noche Abrasada De Inmensurable Amor".
Felipe sonrío, escribió en la nota y la dejó debajo de una piedra.
"FelicidadEncontré, Lejana Individua. Permíteme Esperarte".
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