¿Dónde está la biblioteca de Informática?

Las bibliotecas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos siempre tienen al menos un par de jóvenes estudiando, otros cargando sus celulares y otros jugando en línea.

Hugo era de los jóvenes que iba a estudiar de manera constante; se disgustaba en la semana de parciales y finales, pues la biblioteca de su facultad estaba repleta y bastaba con llegar cinco minutos tarde para que no tuviera sitio donde sentarse.

Siempre ocupaba uno de los primeros tres lugares del ranking de la facultad, al estudiar un Ingeniería su promedio no era suficiente para competir con un alumno promedio de Administración y no pudo alcanzar una beca que deseaba.

Hugo sólo tenía un compañero que era lo más cercano a lo que se podría considerar un amigo, Renato, aunque Hugo no lo consideraba uno. Renato una vez le preguntó si quería ir con los demás chicos de su salón a las cabinas de Internet para jugar luego de un examen. Hugo ni siquiera respondió, se dio media vuelta y se dirigió a la biblioteca.

Sus compañeros empezaban a creer que Hugo estudiaba demasiado por una imposición severa de sus padres. La verdad era que los padres de Hugo buscaban que su hijo dedique más tiempo a actividades recreacionales.

Su padre intentó convencerlo de ir al gimnasio o empezar a salir a correr por las mañanas. Su madre le dijo que si deseaba conocer a la hija de su amiga mostrándole una de sus fotos sin mucho éxito. Los tíos de Hugo intentaron invitarlo a tomar con sus primos. Nada captaba la atención de Hugo.

Cada día pasaba menos tiempo con su familia, con sus compañeros, con las personas. Hugo sólo hablaba cuando algún profesor pedía su intervención en clase o en exposiciones. Su voz era casi mítica. Decían que si lo escuchabas hablar en situaciones banales aprobarías todos tus cursos.

En el tercer año de la universidad el nombre de Hugo ya imponía respeto, únicamente académico. Sabían que tratar con él era imposible. Renato tenía acceso privado a la voz de Hugo ya que a veces conversaban en la biblioteca, pero solo hablaban temas de la universidad. No, en realidad, únicamente de los cursos que tenían juntos.

En los exámenes parciales de ese año, Hugo se dirigía a la biblioteca como de costumbre. En su camino a la universidad, una señorita lo interrumpió. Hugo intento ignorarla, pero la señorita insistió.

—Sólo quiero saber cómo llegar a la biblioteca de Informática, hay un libro que no está en la Facultad de Matemática.

—Ven conmigo, me dirijo a ese mismo lugar.

Sin más Hugo siguió avanzando, apenas alcanzó a notar el color del cabello y de los ojos de la señorita. Tenía el cabello gris, el ojo derecho era verde y el izquierdo era amarillo.

—Siberia, por cierto, gracias.

—Hugo, de nada.

—Eres muy callado.

—Gracias.

Siberia se adelantó unos pasos y se puso delante de Hugo con la mano adelante indicando que se detenga.

—¿Qué?

—No te agrado, ¿verdad?

—No me agrada nadie, no te preocupes.

Siberia sonrió.

—¿Dije algo malo?

—Nada, solo que dijiste más de cinco palabras, nada más —dijo riéndose Siberia.

Hugo se mantuvo inexpresivo y apresuró a su acompañante. Siberia se lanzó sobre su brazo izquierdo y lo enganchó a su brazo derecho.

—Eres rara —dijo apenas encogiendo los hombros.

—Gracias —respondió fulgente Siberia.

Hugo no pudo evitar sonreír un poco, aunque fue por poco tiempo y Siberia no lo notó.

Al llegar a la Facultad de Informática muchos de los alumnos giraron para ver a Hugo y a su linda acompañante.

«¿Hugo con novia? Algo debe andar mal.»

Los alumnos de nuevo ingreso, los cachimbos, no tenían idea de qué ocurría. Eran espectadores de un hecho histórico y no lo sabían.

—Todos nos miran —dijo Siberia aferrándose a Hugo.

—No importa. No te desquites con mi brazo.

—¿Tienes novia? Eso explicaría las miradas.

—No, no es eso.

—¿Entonces?

—Es porque son unos idiotas. Llegamos, supongo que tienes el carné de Biblioteca, con eso es suficiente. Nos vemos.

—Gracias nuevamente.

Hugo fue a buscar un sitio disponible para que estudiara cómodamente, pero no había. Tenía pensado estudiar afuera de la biblioteca hasta que alguien saliera. Al llegar a la puerta de la biblioteca se encontró con Siberia nuevamente.

—Hola nuevamente, ¿no había sitio?

—Pues no, esperaré a que alguien salga. Por lo que veo —dijo Hugo mirando el libro que Siberia sostenía con ambas manos—, si conseguiste el libro que buscabas.

—Sip.

—Entonces, ¿por qué estás aquí?

—Cuando llegamos sabía que no había sitio. Unos chicos lo comentaron, seguro lo ignoraste, así que te esperé aquí.

—Bueno, con tu permiso, tengo que estudiar —dijo Hugo mientras se acomodaba en el suelo y sacaba un libro y un cuaderno de notas.

—¿Tienes examen hoy?

—No, pero eso no significa que no deba estudiar.

—¡Entonces salgamos! Vamos a ver una película.

—Sabes que ese libro sólo te lo prestan por dos días, ¿no?

—¿Y? Mañana le sacó copia. ¡Vamos!

Antes que Hugo pudiera decir algo, Renato apareció. Hugo saludó a Renato y le presentó a Siberia. Sí, Siberia insistió. La señorita de cabello gris le dijo a Renato que le ayude a convencerle para que aceptara ir al cine con ella.

—Mientras le sacó copias a los capítulos que necesito, convéncelo.

Ambos jóvenes la vieron mientras se alejaba la señorita. Los apagados ojos de Hugo se deslumbraron por un instante. Renato descubrió que Hugo también tenía lujuria en su ser.

—Escucha, Hugo, esa chica es preciosa, parece algo loca, pero creo que deberías salir con ella, no porque sea ella, sino por el hecho de distraerte. ¡Carpe Diem!

—No es correcto —respondió dudoso—. Recién la conozco.

—Si, a una chica estudiosa que va hasta otra facultad para conseguir un libro. Yo creo que es el tipo de chica que te puede entretener.

—No estoy seguro...

—Te lo digo como amigo.

—No te considero un amigo, Renato.

—Yo sí, un amigo raro. Y por eso, ten —dijo Renato dándole veinte soles a Hugo.

—¿Qué significa esto?

—Significa, levántate y vete al cine con ella. Nos vemos, tengo clases.

Siberia al regresar vio a Hugo de pie.

—¿Nos vamos? —dijo Hugo.

Siberia sonrió y entrelazó nuevamente sus brazos.

—¿Por qué siempre te pones en el lado izquierdo? —preguntó Hugo.

—Porque mis abuelitos solían pasear así —dijo Siberia sonriendo.

Hugo se quedó callado, estaba sonrojado. La pareja vio una película romántica. Hugo se quedó dormido al comenzar la película, pero Siberia no se incomodó por ello, seguía abrazada a él. Siberia puso una de las manos de Hugo en uno de sus senos.

Al final de la película, Hugo despertó, vio su mano y una Siberia molesta.

—P-per-perdón —dijo Hugo apenas mientras retiraba su mano— no sé cómo... perdón, perdón.

No duró mucho para que Siberia se burlara del inocente Hugo.

Al salir de la sala de cine, Siberia propuso ir a un parque a conversar. Al llegar al parque, vieron que el parque estaba lleno de parejas y había una banca disponible. Siberia se soltó de Hugo y corrió hacia la banca.

—No era necesario que corrieras —decía Hugo a paso ligero.

—No, pero quería hacerlo —respondió sonriente.

—Eh, somos tan diferentes —dijo pensativo—¿no lo crees?

—Y... ¿es bueno que seamos diferentes? —dijo Siberia coquetamente.

—Diría que sí —dijo Hugo sonriendo.

—Hugo, no te acuerdas cuándo nos conocimos, ¿no? No soy de la facultad de Matemática.

Hugo no sabía qué decir, era pésimo con los rostros.

—No...

—No importa, me lo imaginaba.

—¿Dónde nos conocimos?

—Ya te lo dije, no importa. A pesar de eso, Hugo —dijo Siberia mientras tomaba las manos de Hugo—. Tú me ... «Des» ... gus ... «pe» ... tas ... «jen».

—Disculpa no te oí, ¿qué dijiste?

Hugo dejó escapar un grito por un dolor en la cabeza.

—¿Qué pasa?

—No sé... ¡Ah! —nuevamente un grito.

«Despejen»

—¡Hugo!

«Despejen»

—¡¡Hugo!!

«Ya está, en unos momentos hablarán con su amigo»

Hugo estaba en una camilla. A su lado estaban Siberia y Renato. Ambos preocupados.

—Siberia... Renato...

—¿Quién es Siberia?

—La chica... que está a tu lado.

Renato se quedó mirando a Hugo preocupado. Siberia se retiraba a una esquina de la pequeña habitación.

—Lo siento, Hugo —dijo Siberia llorando, sus delicadas manos cubrían su rostro.

—¡Acaba de hablar! —exclamó Hugo señalando una esquina vacía.

—Hugo, debes descansar —le pidió Renato.

—¡Ahí está!

Un médico entró a la habitación.

—Hola Hugo, tuviste suerte, una chica de cabello plateado llamó a la clínica de la universidad.

—¡Siberia! Siberia tiene el cabello plateado.

—Hugo —aclaró su garganta Renato—, la chica que nos llamó no se llamaba así. Se llamaba Serena.

—¿Qué?

—Serena. Llevamos un curso con ella en el verano —continuó Renato.

—Doctor, ¿dónde está ella? —preguntó Hugo.

—Aquí —dijo una voz desde la puerta de la habitación.

Serena entró hasta estar al lado de Hugo. El médico y Renato salieron de la habitación sin sobresaltos.

—Sí que la pasaste mal, te encontré hablando con un árbol por un parque afuera de la universidad.

—Gracias —dijo sobrio.

—Y... ¿quién es Siberia? —preguntó mientras inclinaba ligeramente su cabeza.

—Era como tú, pero con ojos de diferentes colores.

—¿Verde y amarillo?

—Si, pero... ¿cómo...?

—En el verano estuve con diferentes lentes de contacto porque uno se perdió.

—Eso explica la representación de Siberia, pero... ¿por qué estaba alucinando?

—Por estrés.

—¿El estrés puede provocar alucinaciones?

—Si, el médico pensó que era por drogas, pero al decirle como eres me dijo que era por estrés.

Hugo se quedó callado apretando los labios.

—¿Qué alucinaste con Siberia?

Hugo miró a Serena, había olvidado que estaba en la habitación.

—Tuvimos sexo.

Serena se sonrojó y abofeteó a Hugo. Renato y el médico entraron al escuchar el golpe esperando algo peor. Al entrar vieron una marca en la cara de Hugo y una Serena sonrojada.

—¿Qué pasó? —preguntó el médico.

—Dije que tuve sexo con su homólogo de mi alucinación.

—¿En serio? —preguntó Renato.

—¡No!, solo fue una cita —dijo Hugo y luego dirigiéndose a Serena— ¿Por qué reaccionaste así?

Serena empezó a sollozar.

—¡Eres un imbécil! —le gritó Serena y luego se marchó.

El médico fue tras ella. Hugo y Renato quedaron perplejos ante la escena. Renato sí sabía la razón, mientras que Hugo estaba asombrado por la reacción.

Se escuchaba como el médico y una enfermera le decían a la señorita: «¡No corra por los pasillos!».

—Hugo, no te acuerdas, ¿no?

—¿Qué cosa? —dijo mientras buscaba sus zapatos.

—Serena te dijo en el verano que le gustas, pero tú la ignoraste, recuerdo que sólo seguiste caminando.

—Me salió barata la bofetada, entonces —dijo mientras se levantaba de la camilla—. Acompáñame a buscarla.

Afuera de la clínica estaba el médico consolando a Serena. Hugo y Renato los vieron desde el vestíbulo. Renato llamó al doctor mientras Hugo se sentaba al lado de Serena.

—Perdón —dijo Serena mientras Hugo terminaba de sentarse—, no debí golpearte.

—No, estuvo bien, fui grosero —dijo Hugo—. Sabes, para mí es más fácil alejar a las personas de mí para evitar formar lazos, porque luego de la universidad, la gente perderá contacto, así como las amistades de secundaria. Por eso en la universidad decidí dedicarme únicamente a los estudios, no quería perder a nadie luego.

Serena lo miró con pena y asintió ligeramente con la cabeza. Ambos estuvieron sentados sin decir nada luego.

—Sabes —irrumpió Hugo al silencio—, Siberia siempre se ponía a mi lado izquierdo porque así paseaban sus abuelos.

—Lo recordaste... —dijo Serena con ojos maravillados.

—¿Qué?

—Yo te dije eso en verano, antes de decirte que me gustabas. Íbamos caminando y me preguntaste porque me movía al lado izquierdo si al lado derecho tenía sombra y te dije que así paseaban mis abuelos.

Serena se movió hacia la izquierda de Hugo.

—Ahora sí —dijo Serena animosa.

—¿Te gustaría salir con un imbécil como yo? —dijo Hugo nervioso.

—Solo si prometes no volver a salir con Siberia —respondió entre risas—, por cierto ¿qué te dijo para que tuviera tu atención? ¡Necesito saber su secreto!

—Prometido—dijo Hugo riéndose—, pues, me preguntó dónde estaba la biblioteca deinformática.

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