| 𝟤 | [Rᴏɢᴜᴇs #1]
Lo que ocurre con los Rogues, se queda con los Rogues
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Mick Rory siempre ha tenido una relación complicada con Snart, el Capitán Frío. No obstante, una tarde como cualquier otra, decide, en frente de toda la banda de los Rogues, que ha llegado a su límite.
El sonido que produjo la pompa de chicle de Axel cuando llegó a su límite y explotó, dejando su plasticoso rastro por los labios del joven coincidió con el ruido que Mick hizo cuando se levantó de la silla, arrastrándola detrás suya, produciendo un sonido que resonó por toda la habitación.
—No puedo seguir con esto —afirmó sólidamente.
El mago del tiempo lanzó las cartas que ni había podido terminar de repartir entre los jugadores al centro de la mesa; dispersándolas y dando por perdido el intento de iniciar una partida hasta que unas de las habituales peleas de la banda amenazó con surgir. Ver a Mick y Leonard estar en desacuerdo se había convertido en una rutina.
Snart, como era costumbre, no respondió. Se limitó a mirar al pirómano con una mirada de aparentes emociones vacías, que difícilmente se podía contemplar a través de sus gafas, especiales para protegerse de los rayos que disparaba su propia pistola de frío.
—¿Es que no vas a decir nada? —Mick acostumbraba a sonar enfadado. Sin embargo, esta vez parecía ser diferente, como si hubiera llegado a un límite que nadie pensaba que llegaría, o algo así— Claro, por supuesto que no. No dejes que se arruine tu fachada de hombre serio y "frío".
La escena había captado la atención de todos los miembros de la sala. Axel la contemplaba amargado, viendo cómo su oportunidad de ganar en las cartas se desvanecía por cada segundo que Snart respondía con el sonido amargo del silencio, Mark observaba la escena con un poco de curiosidad, McCulloch parecía estar en otro mundo, y Hartley reflexionaba sobre la situación en un plano diferente al de los demás.
Smart seguía callado y congelado como un témpano. Y a Mick no le estaba sentando nada bien.
Estas discusiones entre los dos siempre habían sido habituales; desde que se conocieron por primera vez, su relación estuvo marcada por una enemistad un poco extraña, que luego se convirtió en amistad de la noche a la mañana. Quizá por eso muchas veces era difícil encontrar la línea que separaba aquellas dos definiciones de estatus.
De todas formas, Mick, últimamente, acostumbraba a saltar más y por menos cuando Snart hablaba, y su tono sonaba, ya no más enfadado, si no cansado.
Una bomba se estaba construyendo, cuya evolución proseguía cada vez que algunos de los dos había optado por una actitud hostil hacia el otro. Algún día tenía que explotar, era como si estuviera destinado a ocurrir de aquella manera, aún si nadie se esperaba que aquél día fuera ese. Realmente, si le preguntaras a cualquiera de los que había en esa sala, no sabrían decirte qué día exacto esperaban que ocurrieran aquello, sólo sabían que iba a suceder.
Rory continuó hablando con frases ásperas y concisas.
—No pienso continuar aquí, así.
Mick creía haber sido muy claro con sus palabras porque al instante se quedó callado y no dijo nada más. Seguido de un profundo silencio que no tardó en reinar en todo el escondite del grupo de criminales, Mick se marchó a una habitación del sitio y no tardó demasiado en salir. Estaba recogiendo sus cosas; y tampoco es como si tuviera muchas.
Al atravesar la puerta, no miró a nadie. Se fue, sin más, dejando una gran tensión en todo el ambiente, de cuya parte arrastraba consigo.
Hartley observaba la escena, algo dolorido. Siempre había sido el más emocional de todos, o al menos el que menos tenía miedo de mostrarlo. Toda esta situación, con Mick, y las continuas peleas, le entristecía mucho. Ellos eran lo más cercano a unos compañeros que había tenido.
Observaba de reojo a Snart, creyendo que con la exposición prolongada de su vista sobre él, algo conseguiría adivinar de sus sentimientos. No sabía si aquél punto de partida era una mentira que se había contado a él mismo para justificar esa atención hacia el jefe de los Rogues, pero de algo sirvió, porque observó cómo se había empezado a formar un pequeño río de sangre que fluía a través de sus labios. Habría estado mordiéndoselos. Quizá eso le parecía más fácil que dirigirle la palabra a su compañero, que ya tenía más de un pie en la salida.
No sabía si podía culpar a Frío por si actitud, al fin y al cabo, esas cosas se aprenden durante la infancia y estaba claro que ninguno había tenido una fácil y feliz. Sin embargo, aquello era diferente a seguir soportándolo.
Hartley se sintió, al instante, aplastado por todo lo que estaba viviendo. Siempre había sabido que aquél sitio no era para él, pero de alguna manera había acabado permaneciendo más de un par de años con ellos.
No pronunció ni una sola palabra; al minuto, Hartley había abandonado el lugar y el grupo para siempre, y ahora una mano suya se apoyaba en el hombro de su compañero Mick, ya afuera.
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