29) Mar del Plata, Año Cero [Universo Punk- CIENCIAFICCIONES]
Este cuento está basado en el disparador del desafío cyberpunk de febrero del 2021, que dejé olvidado juntando polvo y se me ocurrió terminarlo para este Halloween 2022 y, de pasó, romper el límite de palabras.
Disparador: ubicar la historia en la ciudad propia y cumplir con los requisitos del subgénero.
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Cuentan las leyendas de la ciudad balnearia de Mar del Plata que el verano solía durar seis meses, y que el crudo invierno no ahuyentaba a los turistas ni a los nuevos residentes. Hoy, en el año de 2067, aquella megalópolis se ha reducido en una mera ciudad de rascacielos de metal, donde solo su centro se encuentra habitado. El hundimiento que la superficie sufrió hace quince años a causa de la sobreexplotación de las napas de agua dulce, sumado al crecimiento del nivel del mar, provocó que la ciudad se sumergiera hasta casi veinte metros, y que, por consiguiente, sus habitantes se mudaran a los pisos superiores de los edificios. Además se construyeron nuevos complejos habitacionales flotantes para albergar a los que solían vivir en la periferia y a los vecinos de los asentamientos aledaños, quienes se mudaron cerca de sus trabajos al verse comprometido el transporte terrestre. A esto hay que sumarle que, a riesgo de aumentar el hundiendo, los rurales también cambiaron el campo por la urbe a causa de la contaminación del suelo y la escasez de cultivos.
La "muy galana costa" que describiera Juan de Garay en 1581, con grandes porciones de arena y frentes de rocas y acantilados, devino en un paisaje de colosales edificios de cemento y muelles flotantes donde vecinos y visitantes aparcan sus vehículos acuáticos o anfibios. El otrora emblemático faro del sur, que vio tanto glorias como calamidades, fue reemplazado por una proyección de un faro lumínico en el cielo, que anuncia a navegantes y a transportistas terrestres en dónde estamos en un radio de cincuenta kilómetros.
¿Y las playas? ¿Y el turismo? De la gloria pasada de la costa atlántica solo nos queda el recuerdo y la nostalgia. A algunos de nosotros, al menos. Y el turismo encontró su recoveco en un público interesado en ver la nueva Venecia de arquitectura moderna e industrial.
Pero "el lujo es vulgaridad", dice la famosa canción de Los Redondos, porque, a pesar de haber solucionado cómo ubicar a casi tres millones de habitantes en un espacio restringido y peculiar, aún no resolvimos cómo alimentarlos. Pescar nunca fue más fácil, basta con sacar una caña por la ventana y esperar a que pique, tomando mate y sentados en una reposera en el balcón. ¡Pero no solo de peces vive el hombre! El problema es que los costes de transportar otro tipo de alimento por tierra y luego por los canales-calles (sin olvidar el agregado aduanero) son muy altos, y no hay empresas capacitadas para tamaña tarea.
Mar del Plata está mal alimentada y aislada, si queremos sobrevivir, debemos recuperar el sector hortícola-ganadero del partido de Gral. Pueyrredón y construir un método de transporte soberano y popular.
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Mi misión tenía que ver con el primer objetivo. Junto con un equipo de ocho preocupados científicos ambientalistas debíamos realizar un estudio detallado sobre la contaminación del cordón agrícola y el Parque Industrial, para poder abastecernos y recobrar el lugar que solíamos tener en el mercado alimenticio antes del hundimiento.
Las autoridades municipales solo nos autorizaron llevar a cabo nuestro análisis por la zona en que los viejos informes reportaban mayor toxicidad e infertilidad. Y eso estaba bien como inicio. Nos dirigimos hacia el Este de la ciudad, al límite de la vieja ciudad por la Ruta Provincial 88, dónde antes tenían lugar las grandes tiendas mayoristas y el Mercado Abasto; y nos instalamos en una casa abandonada que encontramos abierta. Aquí nos asombró caminar sobre la tierra enlodada, era lo más cercano a suelo seco que vimos en mucho tiempo; y no pudimos evitar comparar casas y fabricas con nuestros altos departamentos, aquellas se veían tan pequeñas y no estaban tan apiñadas como nuestro paisaje habitual. Exploramos el lugar durante horas, maravillados (algo para lo que no teníamos autorización, pero lo hicimos de todas formas), corrimos por la ruta en desuso y saltamos entre las ruinas de los edificios en ruinas.
Al día siguiente, nos adentramos por los primeros campos de cultivo y el paisaje que teníamos en frente nos dejó pasmados. La vegetación crecía salvaje y el ganado, los caballos y perros cimarrones comían lo que el suelo les proveía. Una población mucho mayor de lo que esperábamos, pero sobre todo, ¡suelo seco y vegetación! La belleza de todo nos deslumbró. Los miembros del equipo que tuvimos la oportunidad de crecer antes de hundimiento, reímos como locos al descubrir que algo de nuestros recuerdos se había preservado. Y los más jóvenes no podían creer que una locación así existiera tan cerca de nuestra ciudad de agua, cemento y luces de neón. Apenas llegamos, nos tomamos un rato para distendernos y disfrutar de las vistas y de la paz que nos provocaba el sonido del viento entre los árboles, de las aves que nos sobrevolaban y los mugidos y berreos de los animales que despertaban de su descanso nocturno.
No obstante, todo esto lo hicimos sin quitarnos nuestros trajes protectores, porque sí, luego nos encontramos con altos niveles de radiación. La exploración posterior a instalaciones abandonadas apuntaron que los causantes podrían ser los agroquímicos que se habían utilizado como fertilizantes y pesticidas en el ultimo periodo antes de la caída de la actividad económica, aunque estos no parecían suficientes para explicar el total de la contaminación.
Lo siguiente en nuestro recorrido era el Parque Industrial, donde tomamos muestras del suelo de cada fabrica, ya que deseábamos conocer si la contaminación tenía que ver con los materiales y procesos utilizados en este sector. Allí hallamos que los niveles de contaminación iban en aumento cuanto más al Oeste nos dirigíamos.
El siguiente sitio a analizar era la Unidad Penitenciaria de Batán, al Este de la ciudad que le da nombre y cercana al Parque. Algo que nos llamó la atención fue descubrir un incremento exponencial de la radiación en los alrededores de la cárcel. Parecía ser el epicentro. El complejo, compuesto por tres unidades aisladas entre sí por muros, quedó abandonado luego de que los internos fueran trasladados a otras correccionales, al mismo tiempo que sucedió el éxodo del campo. Por esto asumimos el riesgo de entrar a echar un vistazo antes de meternos en el burocrático camino de los permisos para realizar la investigación propiamente dicha. Intentamos hacerlo por las entradas de automóviles, pero todas estaban cerradas con rejas soldadas y, tras buscar un punto débil en el alambrado, entramos desde el Norte, sobre la zona de la Alcaidía.
Las instalaciones de la unidad se encontraban en buenas condiciones, fue extraño que luciesen como si hubieran sido abandonadas hacía poco tiempo, demasiado ordenadas y con una fina capa de polvo sobre todas las superficies. Algunas huellas de pisadas torpes que adornaban el lugar y un extraño ruido nos pusieron en alerta, pero no hallamos su origen. Quizás algún curioso irrumpió en las instalaciones antes que nosotros. Lo que más llamó nuestra atención fue que los primeros edificios de la unidad habían sido convertidos en lo que parecía un centro médico o enfermería. Abundaban las camillas, soportes para suero y todo tipo de material quirúrgico. Sea como fuera, no había registros oficiales de aquella modificación. En ese momento, nos contentamos con presuponer que lo hicieron para atender a los internos que hubieran sufrido alguna enfermedad antes de declarar insalubre al lugar.
Seguimos avanzando y, como ya esperábamos, a medida que lo hacíamos registrábamos mayores índices de radiación.
Llegamos a la segunda Unidad 15, y acá fue donde la exploración se volvió un desastre. Para entrar tuvimos que atravesar una especie de barricada delante de un portón, y romper varios candados junto a sus pesadas cadenas. Nuestros medidores de radiación pitaban constantemente. Si bien la estructura exterior de los edificios no mostraba tanto deterioro, por todos lados había montículos de escombros. Pero al entrar, el panorama cambió, la Unidad lucía un abandono y destrucción como si hubiera ocurrido el apocalipsis. Techos derrumbados, salas inundadas con aguas negras, cables pelados y colgando aquí y allá, el mobiliario roto y desparramado por todos lados. Las ratas andaban a sus anchas. Una de ellas mordió el tobillo de Mara, una de las estudiantes colaboradoras de la investigación, rasgando su traje, por lo que otro colaborador trató la herida de inmediato para evitar una infección.
Yo observé la herida llena de pavor, aunque mantuve la calma delante de mi equipo. El contacto de los roedores con las aguas servidas era una fuente segura de enfermedades, sumado a que no sabíamos a qué tipo de contaminación nos enfrentábamos y lo que causaría en una herida expuesta. Sin embargo, lo que más me inquietaba era que las aguas negras estaban frescas en un lugar supuestamente desierto. No le comenté al equipo sobre mis preocupaciones porque creía que era mi misión salvar a la ciudad y quería llegar al fondo del asunto; así que seguimos explorando el recinto.
Continuamos nuestro camino ingresando en el primer pabellón, las ventanas estaban tapizadas, las rejas de entrada en el suelo y las celdas destruidas. Caminábamos con cautela, esquivando lo que podíamos. El olor a podredumbre atravesaba nuestros trajes, y bajo nuestros pies pisábamos algo pegajoso. Comenzamos a instalarnos para desplegar todo nuestro equipo y tomar notas de lo que observábamos, cuando oímos el sonido más aterrador de nuestras vidas. Se suponía que estábamos solos, así que permanecimos en silencio a la expectativa de que se repitiera. Y cuando volvimos a oír el extraño gemido, se nos heló la sangre. Los colaboradores que estaban instalando las mesas, dejaron caer las piezas al escucharlo.
Al silencio sepulcral al que dieron lugar nuestros alientos contenidos, lo siguió un coro de gruñidos espantosos; y de los escombros empezaron a emerger siluetas deformes que poco a poco se empezaron a asemejar a figuras humanas, a través del acomodo de huesos y articulaciones. Los haces de nuestras linternas no hacían justicia a lo que realmente estaba ocurriendo frente a nosotros, pero nuestros cerebros completaron la imagen. Entendimos rápidamente el peligro y soltamos los instrumentos que cargábamos para huir lo más rápido posible de ahí.
Corrimos hacia la salida, con la luz del sol entrando de frente, pudimos ver con más claridad quienes nos perseguían y, como la curiosidad es natural en los científicos, nos volteamos a observarlos con atención: eran personas deformes, que caminaban arrastrando sus miembros, pero bastante rápidos; la piel grisácea y cubierta de desechos cloacales, el cuerpo lleno de ampollas y heridas que parecían mortales. Lo más perturbador era que algunos de ellos vestían el uniforme de los guardias del servicio penitenciario de la Provincia de Buenos Aires, y otros batas médicas, o restos de ellas. A medida que salíamos del lugar los pitidos de nuestros detectores de radiación decrecían, pero recuperaban su ritmo cuando esas criaturas se nos acercaban. Fue entonces que comprendimos que la contaminación no venía de un lugar específico, si no de estas criaturas; y también nos dimos cuenta de nuestro terrible error al abrir el bloqueo de aquella Unidad.
Seguimos corriendo hacia la barricada por donde ingresamos y yo les grité a mis compañeros que debíamos cerrar el portón ni bien lo cruzáramos. Empujamos con todas nuestras fuerzas en el momento justo en que los monstruos nos alcanzaron y comenzaron a forcejear al otro lado de la estructura de metal. A tan escasa distancia pudimos oler el hedor nauseabundo que despedían, cuales cadáveres dejados al sol por mucho tiempo, y experimentamos escalofríos al sentir sus manos intentando agarrarnos.
Ya no podíamos volver a cerrar los candados y no sabíamos cuánto podríamos aguantar. Mara, la chica de la mordida, fue renqueando hacia un montón de escombros y nos trajo unos caños oxidados para atravesar los eslabones de las cadenas, los que pudimos doblar solo un poco para usar como trabas.
En seguida supimos que no durarían mucho, así que empezamos a reconstruir la barricada con desesperación, reacomodando las piedras o piezas de chatarras que teníamos a mano. Trabajamos lo más aprisa que pudimos, pero no fue suficiente. Los caños empezaron a ceder ante la presión de nuestros perseguidores, y el portón de a poco se separaba de la pared. Al ver esto, les grité a mis colaboradores que dejaran todo y huyéramos.
Salimos del recinto a través del alambrado roto, mientras esas cosas nos perseguían. Algunos tropezaron con los escombros desperdigados, mientras los demás los ayudamos a levantarse, porque no íbamos a dejar a nadie atrás. Una vez en la ruta pudimos correr a una velocidad constante y esto nos dio la ventaja sobre el paso torpe de las criaturas. Yo dejé que Mara me usara de apoyo para moverse porque me sentía responsable por su herida.
Al volver a la zona lodosa, bajamos el ritmo para no resbalar y porque vimos que las criaturas no nos alcanzarían pronto. Llegamos al límite de la ciudad sin problemas y nos subimos a las lanchas, nadie quedó atrás. Con suspenso vimos cómo estos extraños seres caminaban con dificultad sobre el lodo, y nos llenaba de pavor que entraran al agua y supieran nada. Pero, al sumergirse hasta la altura de las rodillas o un poco más (no pude precisarlo a la distancia), se detuvieron; algunos cayeron y otros braceaban cómo si estuvieran peleando con fuerzas invisibles, unos pocos se mordían entre sí, arrancándose los miembros.
Festejamos, nos abrazamos, lloramos porque estábamos a salvo. Mientras nos alejábamos, estos seres chillaban como algo sacado del infierno. Un sonido que que se nos grabó a fuego., que nunca podremos olvidar.
Permanecimos en silencio el resto del viaje hasta el nuevo Hospital General Flotante, a donde nos dirigíamos para ver la herida de Mara, quién se veía cada vez más pálida y sudaba más que cualquiera de nosotros. Mientras todos recuperábamos el aliento, yo me preguntaba lo que no me atrevía a expresar en voz alta: ¿por qué el gobierno nos pidió explícitamente que empezáramos nuestro análisis en el Oeste? ¿Acaso sabían con lo que nos encontraríamos y querían un informe del desastre que dejaron? No quiero ni imaginar la posibilidad de que nos hubieran enviado para liberar a lo que sea en que convirtieron a los internos y trabajadores de Centro Penitenciario. ¿Estaremos a salvo en la ciudad? ¿Qué pasará si estas criaturas se desparraman por el país, podría convertirse en una pandemia mundial antes de que puedan controlarlo?
FIN.
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*Las imágenes fueron generadas con la app de inteligencia artificial Dream.
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NAPAS DE AGUA DULCE: Fuente de agua potable de la ciudad. Son acumulaciones de agua subterránea, ubicadas a diferentes alturas del subsuelo, y pueden ser colectadas a través de pozos, perforaciones, túneles, galerías de drenaje, fuentes de agua o fluir naturalmente hacia la superficie a través de manantiales y filtraciones de los cursos fluviales.
JUAN DE GARAY: Conquistador español y segundo fundador de Buenos Aires, que exploró lo que es hoy Mar del Plata y lo describió como "de muy galanas costas" y perfecta para la siembra. Aunque no fundó nada ni se instaló acá.
LOS REDONDOS: Nombre corto de la banda argentina "Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota". La línea "el lujo es vulgaridad" sale en la canción "Un Poco de Amor Francés".
REPOSERA: Asiento bajo con brazos y respaldo inclinable, que sirve para sentarse o acostarse, se usa en exteriores, sobre todo en la playa.
Si hay alguna palabra que no entendieron, déjenlo en los comentarios.
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