Los Chungos
Comenzó igual que cualquiera de las decenas de películas del género que había visto; igual que la mayoría de los libros sobre el tema que había leído por puro entretenimiento, sin más objetivo que pasar el rato leyendo algo con poca substancia y escaso fundamento.
Por lo que pude saber a los pocos días de volver, tras recibir noticias de cómo pudo pasar, la cosa no había sido muy original, que se diga. Nadie sabía exactamente dónde comenzó, ni cuál había sido el modo por el cual se esparció de modo tan rápido a través primero de Asia, después de Europa y África, y arrasó después con la población humana del resto del planeta.
Las autoridades dijeron que estaba controlado. Controlado, los cojones. Nos estaban masacrando.
Más bien debería decir que los estaban masacrando, ya que me perdí el principio de la fiesta. Pena que no hubiera podido perdérmela entera, probablemente gracias a la feliz ocurrencia del amigo Murphy. Mira que hay años, siglos, milenios. Pues no. Tiene que ser justo cuando estoy aquí. Para joder. ¿Por qué se le caería a aquel tipo la tostada boca abajo? No lo sé, lo único que tengo claro es que le debió molestar bastante. O eso, o es que estaba amargado sin más. El vinagre de Murphy.
Poco antes de la hecatombe, apocalipsis, el hostión en toda cara (o en el ojete, si lo prefieres. Como más duela, que seguro que se queda corto), o como sea que se pueda llamar a esto, había atravesado un periodo de la vida algo desagradable. Para no entrar en demasiados detalles, me despidieron del curro (mi jefe era un cabrón, sí, pero en este caso el liante fui yo. Y es que una gasolinera no arde todos los días por culpa de un "pequeño" despiste). Me enfadé con mi pareja y decidimos posponer la relación durante un tiempo más o menos infinito, tuve que alquilar mi piso para poder pagar la hipoteca (mira qué bien, ahora ya no tengo deudas. Ni hipoteca, ya que los bancos se fueron a la mierda junto al resto del mundo al que debía pasta. Algo bueno tenía que tener esto), mis padres me volvieron a recordar que era un desastre ("ya sabía yo, que algo así te tenía que pasar" bla bla bla y esas cosas que seguramente ya conoces), y decidí ausentarme durante un tiempo.
Muy buen modo de ausentarse, como pude comprobar tres meses después, había sido el hecho de viajar en el velero que mi padre solía tener amarrado en el puerto deportivo de Getxo. Tan buen modo, que no me enteré de nada hasta que un día me dio por volver. Se está muy bien a solas en el mar, sin tele, sin escuchar la radio, sin periódicos que te recuerden a diario que el mundo es un sitio lleno de peligros en el que te pueden pasar únicamente cosas malas. Bueno, también puedes enterarte del peinado de moda en la liga de fútbol. Lo malo es que cuando te enteras de golpe de todo, la sensación es aproximadamente igual a la que se debe sentir cuando un caballo te cocea los huevos.
Eché el ancla muy cerca de la playa de Laga. Era temprano, quizá por eso no me extrañó el hecho de que aquello pareciera un desierto. No se veía ni un alma. La verdad es que llevaba tiempo sin siquiera ver un barco, aunque lo achaqué a la ingente cantidad de marihuana que había cargado para, al menos en los días en los que la mar estuviera en calma, hacer el tiempo más llevadero.
Estaba nervioso, hacía mucho que no hablaba con nadie, y en cierta medida me daba miedo enfrentarme de nuevo al día a día, al contacto con los míos y a las explicaciones que a buen seguro tendría que dar. En las últimas semanas, incluso había llegado a sentir miedo de que algo muy malo hubiera ocurrido a alguien querido, por eso de no haber llamado, y temía al momento de llegar a casa. Gracias Murphy, por haber hecho que lo muy malo hubiera ocurrido a TODOS mis seres queridos. Ojalá hubieras estado vivo y también tú hubieras visto esto, antes de convertirte en un Chungo (ya te explicaré porqué decidí llamarlos así).
"Un bañito y a casa", pensé, y salté al agua armado con mi arpón, el traje de neopreno y unas sencillas gafas de buceo. Con un pulpo me bastaría para desayunar.
Nadaba hacia las rocas cuando vi a un montón de peces rodear una especie de saco de tela hecho jirones. Parecían estar comiendo restos de lo que hubiera contenido. Aunque aquello no prometía ser muy agradable, tuve que acercarme para ver qué era lo que los atraía tanto. A medida que me acercaba, aquel bulto cubierto con una tela de cuadros negros y blancos tomaba una forma cada vez más definida, la de un cuerpo humano hundido y atrapado entre las rocas. Me acerqué, la verdad es que no sé para qué, y lo vi de espaldas, agazapado, bailando suavemente al ritmo de la leve corriente de agua que recorría el cercano fondo. Los peces huyeron al verme llegar, como si intuyeran que aquello iba a ser el comienzo de la mayor de mis pesadillas y no quisieran formar parte de la misma.
Me acercaba al cadáver con el corazón al menos a tres mil pulsaciones por minuto, cuando el muy cabrón se giró, me miró y trató de asir el brazo que más cerca tenía de él. Le faltaba la mayor parte de la piel de la cara, no tenía casi pelo, cejas o párpados, pero nunca olvidaré la mirada que me dirigieron aquellos ojos de color azul lavado, que tantas veces habría de ver en adelante. Disparé el arpón, dirigiendo mi tiro hacia la cabeza, conducido más por el terror que por la razón, y atravesé su cráneo. Quedó inerte, a merced de la corriente, con los brazos extendidos, balanceándose de modo macabro.
Varios metros más adelante, hacia la playa, había decenas de ellos. Trataban de moverse, de dirigirse hacia mi posición, aunque lo hacían de modo tan lento y descoordinado, que no me hubieran cogido aunque el estupor que atenazaba mis músculos hubiera durado tres días.
Volví al barco, mirando hacia la costa y hacia el cielo, esperando ver las cámaras que me filmaban, el helicóptero desde el que la rubia despampanante sería descendida a través de un cable, para darme un par de besos y un ramo de flores, y me diría el nombre de los cabrones que se iban a descojonar de mí cuando vieran en la tele la cara que había puesto al ver al tipo del agua.
"¡Copón!", pensé entonces. "¡Me lo he cargado! ¡Qué cagada!"
Pues no. Nadie vino en la siguiente media hora. Ni tampoco en la siguiente. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué no me había traído un cochino teléfono móvil? ¿Cómo se puede ser tan cabezón, y aislarse tanto del mundo?
Al principio nos juntamos unos catorce. Y poco después nos unimos a otro grupo de diez personas que localizamos cerca de Gernika. Dijeron que todo había ocurrido muy muy rápido, y casi todos se habían librado de puro churro. La mordedura parecía el único modo de contagio de la enfermedad, si es que se le puede llamar así, aunque por el modo en que se propagó podría ser posible que al principio se hubiera diseminado a través del aire.
¿Y nosotros? ¿Es que éramos, de algún modo, inmunes? La respuesta no parecía ser afirmativa, a tenor de lo que ocurrió cuando un gran grupo de Chungos nos emboscó en un caserío situado en lo más recóndito del bosque.
No son rápidos, su coeficiente intelectual debe ser aproximadamente el de una mosca del vinagre, pero son muchos, muchísimos. Son todos. Si un gran grupo te localiza, debes escapar a toda leche.
Es curioso, algunos parecen recordar algo de lo que habían hecho en vida, o bueno, al menos cuando eran totalmente humanos. Así, puedes verlos agarrados al volante de un coche, tratar de colocar un ladrillo sobre otro, esperar en la puerta de un bar o de una panadería, hacer cola para comprar la lotería, y casi cualquier cosa más que se te ocurra.
Simplemente están allí, al menos en cuerpo, pues dudo que quede en ellos algo del alma que los habitó alguna vez. No hablan, únicamente gimen de vez en cuando, no se miran entre ellos, a veces chocan unos contra otros, se caen y tardan varios minutos en ponerse de nuevo en pie, ruedan por las escaleras...
Desgraciadamente, la mayoría no es así. En vez de perder el tiempo, dedican horas a otear el horizonte, olisquear el aire o tratar de percibir sonidos que indiquen que un ser vivo se halla en las inmediaciones. En cuanto lo localizan, comienzan a caminar lentamente, casi arrastrando los pies, hacia aquella dirección. El resto simplemente se limita a seguirlos, y pueden llegar a caminar en línea recta durante varios días, esquivando ríos y barrancos, buscando puentes o caminos más transitables que aquel por el que discurren, hasta que se detienen. Después, vuelven a observar. Si te localizan, cosa que ocurre muy frecuentemente, márchate cuanto antes y, en cuanto te dejen de ver, cambia de dirección. No hagas ruido, no dejes olores. Desaparece y vuelve a empezar en otro lugar. Es así de cansino, pero no queda otra.
Como he dicho, nos localizaron en aquel caserón de piedra. Quizá llegaron únicamente porque esa era la dirección que seguían, pero el caso es que dieron con nosotros. Fue muy jodido. Quedamos siete, y dos habían sido mordidos. En pocas horas, fuimos conscientes de que no éramos inmunes. Los que fueron mordidos cayeron en un letargo imparable. Su pulso se ralentizó. Los atamos a un tronco caído, y esperamos. Cuando despertaron, transformados en aquellos seres horrendos, les tomé las pulsaciones. Entre doce y dieciséis. También respiraban, aunque de modo muy superficial.
Así que, ahí lo tienes. Muertos, lo que se dice muertos, no están. Después te contaré mi teoría acerca de lo que puede ocurrirles. Y es que en estos momentos soy uno de los científicos más brillantes sobre la faz de la tierra. También uno de los más guapos, rápidos, cachotas, etcétera. Es fácil, cuando todo el mundo a tu alrededor tiene tanto el cerebro como el aspecto físico de un limaco.
Ahora somos cuatro. Glock va siempre en el asiento del copiloto. Es serio, callado, únicamente habla cuando nos encontramos con un grupo lo suficientemente pequeño como para poder acabar con él. Eso lo pone muy cachondo.
El modo es sencillo, una vez te acostumbras. Balazo o flechazo (más silencioso, aunque menos efectivo) en la cabeza, bate de baseball, pala, martillo...Lo que quieras, pero contundente y en la cabeza. También puedes herirlos e inhabilitarlos. En ese caso esperan, y se recuperan. Se recuperan de heridas enormes. Su sangre, o lo que sea que recorre sus cuerpos, coagula rápidamente, y sus tejidos se regeneran de modo que en dos o tres días vuelven a ser operativos (tranquilo, ya te contaré cómo).
Bueno, en estos casos, Glock es lo mejor que puedes tener cerca. Es eficaz, rápido, limpio. Un buen seguro de vida.
En los asientos de atrás del Dodge 4x4 (conseguir gasolina no supone un gran problema, así que me da igual que consuma más que una cuadrilla de txikiteros) se sientan Pelos y Bárbara.
Pelos es un poco pesado, se repite hasta aburrir al más paciente, aunque no es difícil hacerle cambiar de conversación. Además, en los tiempos que corren, como para ser exigentes con la compañía.
Bárbara es, cómo lo diría, complaciente. Es fría, carece de iniciativa, pero su piel es tersa y nunca dice que no. Además, ni Glock ni Pelos parecen necesitar su cariño. Nunca protestan por las decisiones que tomo, y me acompañan sin rechistar. ¿Qué más puedo pedir?
Igor cayó hace seis meses, dos semanas y cuatro días. Habíamos compartido el último año, y su muerte fue el inicio de mi caída en picado. Lo había encontrado corriendo por la carretera, perseguido por un montón de esos sucios rastreros y sarnosos. Tuvo mucha suerte. Detuve el Dodge y lo recogí. Llevaba más de dos años vagando en solitario. Un tío majo, inteligente, solidario, de conversación agradable, dotado de un sentido del humor exquisito, que sacaba a relucir aún cuando la carga emocional que portaba era inmensa. Además, había sido artificiero, por lo que puedes imaginar que he aprendido bastante sobre modos de hacer explotar cosas.
Por cierto, en esta historia no hay curas. Lo digo porque en las películas yanquis siempre hay uno, generalmente de raza negra, que representa casi siempre al espíritu de redención. Pues aquí no. Es más, si hubiera conocido a alguno, le hubieran caído hostias como panes, y no precisamente en forma de versión ácima de cuerpo de Cristo (por la forma bien podrían ser rodajas de polla), sino más bien como zasca!, con la mano abierta. Y es que, ¿dónde se ha metido ese benévolo dios suyo?
Nota: esto vale igual para el rabino, el imán, etcétera.
No me malinterpretes, yo no digo que dios no exista, ya que es algo que nunca llegaré a saber, al menos aquí. Solo creo que si es verdad que creó este mundo, entonces ocurre que es bien distinto a como nos lo pintan los iluminados a los que me he referido.
Lo que está claro, básicamente, es que si existe, su naturaleza se describe de una de estas tres formas:
a) No es omnipotente (sinó, ya me dirás)
b) No es tan bueno como dicen
c) Esta es, si decidiera que existe, mi opción (opción justa y ecuánime, desde un punto de vista práctico): Aquí tenéis, hijos míos, un mundo que organizar y gobernar a vuestro antojo. Haced con él lo que queráis, pero luego no me vengáis a pedir sopitas.
En cambio, también podríamos decidir que dios no existe, con lo que la cosa se facilitaría mucho. Así, dios y el demonio no serían más que la prolongación de nuestros sentimientos, nuestros anhelos y nuestra capacidad para realizar tanto el bien como el mal. ¿Qué jodido, verdad?
Esto siempre me ha llevado a pensar que la idea de la existencia dios y el diablo, independientemente de su naturaleza verdadera o falsa, ha sido muy conveniente para muchos hijos de perra que han convencido al resto acerca de lo que estaba bien o mal hecho, sobre lo que había que pensar y sobre lo que no, y sobre todo de que tenían derecho a vivir en la opulencia mientras la mayoría lo hacía de modo miserable.
Esta reflexión, escrita ligeramente tarde, ya que no quedan humanos a los que explicar lo cabrones que pueden llegar a ser con sus semejantes, me lleva a la conclusión de que siendo como somos, capaces tanto de lo mejor como de lo peor, el bien gana las peleas caseras, las que se dan en la familia, entre los amigos, las que se gestan en pequeñas comunidades. Pero en cuanto llega una batalla de las de verdad, Gaugamela, Las Ardenas, Stalingrado, Waterloo, Maratón, cualquiera de las gordas, esas las vence siempre Satán. Sinó que me expliquen aquello de la
globalización de los mercados y la riqueza y justicia que iba a llevar a los pueblos del mundo.
En fin. Un poco tarde para pensar en estas cosas. Un poco tarde para pensar en casi cualquier cosa.
Fue Igor el que me acompañó, casi dos años después de la llegada de los Chungos, a buscar indicios de qué pudo ocurrir a aquellos a los que había amado. La gente había acostumbrado a dejar cartas en las puertas de las casas, donde indicaba hacia dónde huirían. Así, si algún conocido hubiera sobrevivido, podría localizarlos. Ilusos.
No pude ir a casa de mis padres. Entrar en el mismo centro de Bilbao hubiera sido un auténtico suicidio. Había decenas de miles de ellos diseminados por las calles. En cambio, Raquel había vivido en un adosado situado en la periferia de Amorebieta. Por alguna razón, en este lugar no había demasiados, les debió de dar por migrar, probablemente persiguiendo a alguien, quizá un gran grupo de supervivientes. O quizá se acojonaron al ver la obra que el ayuntamiento, en un alarde de buen gusto, había comprado años atrás al escultor Andrés Nagel y había colocado en una rotonda del centro del pueblo. Si existiera conexión a internet, te diría que buscaras la imagen, pero afortunadamente no la podrás ver a no ser que te des una vuelta por ahí. Si vas, no olvides llevarte la bolsita de recoger el vómito que te daba el conductor del autobús cuando eras pequeño.
Había un sobre, pegado con cinta, en la puerta de entrada. El número de chungos era asequible, por lo que salimos del coche armados con bates, palanquetas de hierro, y una larga barra de metal con la que podíamos partirles las piernas sin acercarnos demasiado. Por cierto, si decides usar una palanca, has de usar siempre el lado romo para golpear, porque si clavas la punta en el cráneo de un Chungo te será muy difícil extraerla con rapidez. Bueno, supongo que si has llegado hasta aquí, es porque ya sabes este tipo de cosas, pero te lo explico por si acaso.
A lo que íbamos. El sobre contenía una carta escrita por ella, y una imagen ecográfica impresa al dorso. El feto tenía tres meses. No hablé en lo que restaba de día. Había muerto otro pedazo de mi alma.
Durante la noche, Igor se mostró más triste y apático que cualquiera de los días que habíamos compartido. "Tengo un secreto", dijo al fin. Parecía que teníamos algo más en común.
Al amanecer, partimos hacia Berriz. Tardamos dos días en llegar, a través sobre todo de pistas de montaña. Una vez allí, y tras asegurarnos de que no habíamos sido localizados, seguimos a pie hasta dar con la antigua carretera que iba hacia la costa. Igor había vivido en un caserío junto a su joven mujer, y los alrededores estaban totalmente despejados. Entramos únicamente él, Glock y yo, y dejamos a Pelos y Bárbara haciendo guardia.
La mano le temblaba cuando intentó abrir la puerta, que había sido cerrada con llave. Le ayudé a abrirla y entramos con mucha precaución. "La encerré en la habitación", nos dijo. Cuando llegamos ante la puerta de una estancia situada en el segundo piso, le dije que esperara fuera. Yo me encargaría.
"Si algo sale como no debería, dale rienda suelta a Glock", le pedí antes de entrar.
Su mujer, o lo que había derivado de ella, se encontraba atada a una pesada cama. Una cincha iba desde su cuello a la gruesa pata de madera de arce. Nos había oído, pero lejos de tratar de atacarme, había pegado la espalda a la pared que quedaba más lejos de la puerta. Como todos ellos, tenía la piel acartonada y de color verduzco, el pelo enmarañado y sucio, las extremidades muy delgadas, y la ropa presentaba manchas secas producidas por los fluidos que eliminan de sus cuerpos.
Lo peor de todo se encontraba a la altura del vientre. Allí, dos pequeñas manos dibujaban un claro relieve al tratar de apartar la camiseta que cubría su campo de visión, si es que el proyecto de bebé no nato podía ver. La mujer, mientras emitía unos siseos mezclados con sonidos guturales que hacían que casi me cagara encima, lo protegía con un brazo mientras me amenazaba moviendo el otro de lado a lado.
Entonces, oí los sollozos de Igor a mi espalda. Se encontraba arrodillado ante la puerta, cubriéndose el rostro con ambas manos. Dejé caer el bate al suelo y me agaché para abrazarlo. Permanecimos así durante unos minutos, en los que el ser que nos observaba desde el fondo de la estancia no paró de gruñir, rugir, y amenazarnos mediante los agudos sonidos guturales.
Cuando Igor me miró a los ojos, supe que aquello iba a terminar de un modo muy diferente al que en principio habíamos ideado. "Lo protege, ¿verdad?", me preguntó, y lo único que pude aportar como respuesta fue agachar la cabeza y mirar hacia el polvoriento suelo de madera.
Minutos después, Igor se acercaba lentamente a Isa, mientras yo lo agarraba de la cintura. La idea era que solo pudiera morderle en una mano, y que no pudiera cogerlo y arrastrarlo hacia ella. Los Chungos son lentos, tontos del culo, pero pueden mostrar arranques de ira que, aunque duren tanto como la espuma del champán, les permiten realizar movimientos bruscos dotados de gran fuerza. Avanzamos con cuidado, Igor con el brazo estirado y yo, acojonado, asido a su cadera como si fuera la cría de un Koala.
Le arrancó un dedo mediante la rápida dentellada, lo que le hizo sangrar como un cerdo. Después nos alejamos hacia la puerta.
Igor se sentó en suelo apretándose la herida, con la espalda apoyada en la pared, me miró y con media sonrisa dibujada en la boca me dijo: "Cierra con llave, vale? No vayan a entrarnos a robar". Le devolví la sonrisa y salí al exterior junto a Glock.
Fuera, todo seguía tranquilo. Me dirigí hacia el coche caminando casi del mismo modo en el que lo hacen los Chungos, mientras mi corazón adquiría tanto peso como si estuviera hecho de plomo. Pelos estaba sentado tras el asiento del piloto y Bárbara, como siempre, me esperaba con los brazos abiertos. Esa noche lo hice tres veces con ella. Quizá es verdad eso de que, en los momentos de desesperación, nuestro instinto reproductor enciende todas las alarmas y enarbola...bueno, dejémoslo ahí.
Después lloré, lloré mucho.
¿Aún te preguntas porqué les llamo Chungos? Vas a por víveres a cualquier lado, y casi siempre terminan apareciendo, haciendo que tengas que repetir el viaje para terminar de aprovisionarte. Quieres llenar el depósito del Dodge, y primero tienes que hacerles caminar tras de ti, despistarlos, dar un gran rodeo, y terminar el trabajo. A veces, cuando vuelves a la gasolinera, creyendo haber limpiado la zona, te encuentras con que otro grupo la ha invadido. Otras veces, puede que te lo hayas montado bien en una casa aislada, que la hayas llenado de víveres, que hayas realizado una instalación decente a base de baterías eléctricas, etcétera. No te acomodes demasiado, tarde o temprano aparecerán; Quieres tomarte la tarde con calma, ver una película en la táblet mientras te comes el contenido de un par de latas de conserva o algo de fruta que has recolectado (ni se te ocurra consumir alcohol, merma tus capacidades), y aparecen para joderte el día. Nunca esperes a mear hasta que tengas muchas ganas, hazlo frecuentemente, pues si no lo haces así
tendrás que correr mientras tratas de seguir orinando sin mojarte los
pantalones. Y no hablemos de usos mayores...qué desagradable, cuando aparecen en ese mismo instante. Podría seguir todo el día describiendo este tipo de situaciones, pero creo que con estas y con las que hayas vivido personalmente, estarás de acuerdo en que son unos chungos, más chungos que mandar a la abuela a por droga.
Vayamos ahora a la cuestión científico-filosófica. ¿Qué les ha ocurrido? Parece evidente que el problema tiene una base infectocontagiosa, por lo de las mordeduras, la fiebre y todo eso. Aquel que es contagiado parece acercarse mucho a la muerte, pero es capaz de mantenerse vivo y bastante operativo.
Tengo una hipótesis algo compleja, para cuyo respaldo he conseguido algunas pruebas bastante sólidas. El primer experimento consistió en tomar una muestra de su sangre (le llamo así, aunque sea de color amarillento-parduzca y muy untuosa), lógicamente después de haber provocado un severo traumatismo cráneo-encefálico a uno de los Chungos mediante un objeto contundente, en este caso una maceta de geranios. Pues bien, se toma una gota de sangre, se extiende en un portaobjetos de vidrio (una plaquita rectangular de cristal, aunque "portaobjetos" suena más profesional), y se realiza una tinción de tipo Panóptico rápido. Queda muy bien decirlo así, pero habría que añadir que no hace falta ser Marie Curie para realizarla de modo más que sencillo. El material se encuentra casi en cualquier instituto de secundaria que se precie, y los reactivos son fáciles de obtener. Luego, la muestra se lleva al microscopio y se observan las células sanguíneas.
Pues bien, nuestros amigos los Chungos tienen glóbulos rojos. Muchos menos que nosotros y más grandes, pero los tienen. Sus glóbulos blancos también son diferentes, todos ellos poseen núcleos multilobulados y también aumentan de tamaño respecto a los nuestros. No parecen tener plaquetas, pero su sangre coagula perfectamente cuando son heridos. O sea, como he indicado anteriormente su corazón late, respiran y tienen sangre.
Lo gordo fue que encontré algunas células que presentaban en su interior una gran cantidad de gránulos de color verde. Tranquilo/a (siempre te hablo como si fueras varón, pero perfectamente podrías ser una mujer. Perdóname, es la costumbre machista de hablar siempre en masculino), te explicaré la importancia de esto.
Esos gránulos verdes me llevaron a concienciarme de que no se iban a morir así como así en cuanto les faltara la comida. Así, mis esperanzas de que tras unos meses me libraría de ellos, y de que justo después encontraría un autobús lleno de tías buenas con las que repoblar el planeta se desvaneció. Como escribió John Lennon, la vida es eso que te ocurre mientras estás ocupado haciendo otros planes.
Para explicar esto de los gránulos verdes, es importante conocer la naturaleza de una célula vegetal. Como sabrás perfectamente, estas son capaces de realizar la fotosíntesis gracias a unos orgánulos que se llaman cloroplastos. Casualmente, son de color verde pues contienen grandes cantidades de clorofila (de ahí el color de las hojas). Pues bien, los cloroplastos, como demostró Lynn Margulis hace no demasiado tiempo, son bacterias que en algún momento de la evolución se unieron a una célula más grande, pasando a vivir en su interior y pagando como alquiler
un montón de substancias que fabrican gracias al dióxido de carbono de la
atmósfera, el agua y la luz solar. Así, se puede decir que los vegetales son resultado de la unión entre dos células, una de las cuáles es una bacteria (más bien tres, pues la mitocondria, también presente en las células animales, no es más que otra bacteria).
No fue difícil, tras observar algo que parecían cloroplastos en algunas de las células de la sangre de los Chungos, deducir el origen del color verduzco de su piel. Comprobarlo fue sencillo, pues la presencia de gránulos de color verde en las células de su piel, tras prepararla para su observación al microscopio (muy fácil: mortero, piedra, agua, paciencia y un trozo de piel), era fácil de evidenciar. La cosa puede mejorar añadiendo verde de metilo a la muestra, pero no es necesario.
Todo esto para decidir que los Chungos realizan la fotosíntesis, por lo que les vale con tener agua (de la que obtienen sales minerales), aire y luz solar. Comernos a nosotros debe ser simplemente algo parecido a zamparse una bolsa de patatas, un placer totalmente prescindible.
Ahora viene el hecho de decidir cómo algo así pudo ocurrir, cómo una bacteria fotosintética realizó una unión parasitaria tan eficaz con los seres humanos. Y subrayo lo de parasitaria, pues no soy capaz de visualizar la ventaja que nosotros obtenemos de dicha relación.
La idea del complot es tentadora, el científico corrupto que crea un arma biológica y todo eso, pero me parece excesivamente estrafalaria. No porque crea que no hubo nadie tan malvado, pues sobraron ejemplos en la historia de la humanidad, incluso en la historia más reciente: pederastas, maltratadores, asesinos en serie, individuos que iniciaron guerras en nombre de la justicia y la libertad (para más inri, elegidos por el pueblo en unas elecciones democráticas) y llevaron el
sufrimiento, la miseria y la muerte a millones de seres humanos; gente que
hundió la democracia mediante su ambición depredadora, genocidas, torturadores, etcétera. Vaya, otra ventaja de la situación actual es que probablemente todos hayan desaparecido de la faz de la tierra. Ojalá el mordisco hubiera sido en los testículos.
El caso es que el hecho de desarrollar algo así en un laboratorio me parece más que improbable.
Tampoco creo que haya venido del exterior. ¿Qué pintan un montón de bacterias en un meteoro?
Creo que esto debe llevar muchísimo tiempo entre nosotros, oculto en algún lugar al que el ser humano ha llegado y se ha contagiado. El parásito está demasiado bien adaptado como para llevar poco tiempo en contacto con nosotros. Y por cierto, los antibióticos no sirven para nada.
El caso es que ya estoy harto, cansado de vagar, de huir, de no dormir. Hace meses que no hablo con nadie. El último ser humano vivo del que supe fue Igor, y lo encontré hace más de año y medio. No hay señales de vida en la radio, ni indicaciones escritas que no tengan al menos tres años de antigüedad. Y he buscado mucho, demasiado.
Antes del amanecer, he subido a lo alto de esta loma donde te encuentras, y desde allí he observado la salida del sol junto a Kárpov y Kásparov, dos Chungos de los que no se meten con nadie. Los descubrí hace siete meses, sentados en una mesa el uno frente al otro, con un tablero de ajedrez en medio. Casi todas las piezas se encontraban diseminadas por el suelo. La primera vez que los vi, Kárpov miraba hacia el tablero mientras Kásparov trataba de recoger una pieza del suelo. Tres meses después, seguían igual. Hoy Kárpov trata de golpear con un alfil al rey que Kásparov mantiene con codicia en su mano.
Después he vuelto al Dodge y te lo he dejado todo en orden. Detrás encontrarás agua y comida como para sobrevivir al menos durante tres meses, tres fusiles de asalto, una caja llena de cargadores y varias granadas de mano. También tienes varias baterías totalmente cargadas, medicamentos, pastillas para potabilizar el agua, filtros, un par de quemadores de gas, y una colección de comics muy buena. Las llaves están puestas, y el depósito lleno.
He comprobado que Glock tiene el cargador lleno, y me lo he enfundado en la cintura. La mezcla entre un Hámster y E.T. que se encuentra en el asiento de atrás es Pelos. Le he quitado las pilas para que puedas usarlo. Puedes grabar tu voz pulsando el botón rojo que tiene en la espalda, y repetirá lo que dices en el momento en que lo hayas programado en el display que tiene en el culo. Es pesado, pero a veces tiene su gracia, cuando has grabado en un momento de inspiración.
He cogido a Bárbara, que como te he dicho siempre espera con los brazos abiertos, y he soltado la tapa para poder desinflarla. La he metido en la caja para que no se estropee con el sol.
Luego he colocado en el techo del coche el pedazo de cartel que probablemente te ha traído hasta aquí.
Desde este lado de la loma, escondido tras el denso follaje, puedo verlos. Gimen porque probablemente me hayan olido. Son centenares, y ocupan todo lo largo y ancho de la avenida que se adentra en la ciudad.
Me he puesto el traje de neopreno, bien ajustado para que no puedan agarrarme. Debajo, rodeándome el pecho y la cintura, están los cinturones con los tacos de goma-2, junto a los detonadores. Marcaré trece minutos en el temporizador, que es el tiempo que creo poder aguantar a pleno rendimiento, repartiendo estopa de la buena entre esos hijoputas.
Me gustaría poder creer que se acojonarán cuando me vean aparecer armado con una pistola, varias granadas, y un par de bates que manejo perfectamente con los dos brazos (cuestión de práctica. Te aseguro que al inicio de todo esto era un cero con la mano izquierda), que pensarán "Uuuuuhhhh, qué miedo, nos va a pegar, mejor si nos vamos porque esto tiene aspecto de ir a terminar bastante mal para muchos de nosotros"; me gustaría poder decir "Os vais a cagar, cabrones", pero hasta ese placer me ha sido prohibido. Lo único que podrá pasar por su cabeza, y no en forma de palabra sino únicamente de suculento concepto, es algo parecido a "¡Carne, qué rico!". Puto Murphy, ojalá estuvieras ahí en primera fila. Y me da igual que seas culpable de esto o no, te lo merecerías por el simple hecho de habernos hecho creer la gran falacia de que la tostada cae siempre por el lado untado.
Antes de conectar el Mp3 y ponerme los pequeños auriculares inalámbricos, doblaré estos papeles y los introduciré en el sobre que has encontrado en el asiento del piloto. (Extraña mezcla de tiempos verbales).
El track list es el adecuado para estos casos. Sonarán Ace of Spades e Ironfist, de Motorhead, y también Episode 666 de In Flames, entre otras grandes macarradas. Pero la primera canción que suene, para ir calentando los ánimos, será la gran Fear of the Dark. Si no sabes de quién es, te jodes. En los tiempos que corren no te será fácil descubrirlo. Te deseo buena suerte.
Ya empieza a sonar la música.
" I am a man who walks alone..." (Soy un hombre que camina en solitario...)
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