CUENTO +Cuando vi el reloj +

Veía con firmeza aquella puerta. Todos mis sentimientos parecían estar reprimidos, o tal vez solo habían salido todos a la par que la mezcolanza enfermiza me hizo quedar en un vacío emocional. Quien fuera el desgraciado que hubiera estado en mi situación como ahora yo me encuentro.

Ya han pasado tres años, y aun no puedo creer que lo vea allí, en la cama, sin ningún tipo de respuesta, en un sueño eterno del cual no puede despertar.

Cuando digo eso no quiero decir que esté muerto. Solo esta durmiendo, como alguien normal. Pero no se ha despertado desde hace mucho tiempo. Tomó la sabia decisión de inducirse a si mismo a un sueño profundo, hasta que alguien tuviera el valor de despertarlo.

.

Mi amigo Mario lo hizo. Yo no pienso decir que fue una mala elección, solo puedo admitir que fue un duro trato, con la vida. Quizá sea mejor que lo deje dormir más hasta su muerte, o hacerlo despertar y que viva ahora como un muerto.

Sin embargo ¿Por qué tengo miedo de despertarlo? A todo el mundo le pasan cosas malas, no es que él sea especial, no es que sea la mala suerte en vida. Todos tenemos días malos y días buenos.

Es solo que ¿Acaso tengo algo más con que recibirlo después de su alargado letargo?

Mario y yo éramos amigos desde hacía años, demasiados años, durante nuestra etapa como carboneros en las tantas vías férreas de toda la costa. Solo veíamos pasar a muchas personas, de todo tipo. Desde simples viajeros, turistas, gente de la alta sociedad, fascistas del partido de Mussolini, algunos lideres y en si, personas de todas las posibilidades.

Aun y con ello, para nosotros era raro ver a una persona pasar por la zona del carbón de la maquinaria. Solo seguíamos nuestra rutina. hablábamos de nuestros asuntos, de algunas anécdotas y contábamos chistes. Pero no solo era eso. Tanto Mario como yo teníamos una creatividad enorme.

.

Quizá en los momentos de mayor trabajo, los seres simples fantasean con lugares jamás antes presenciados.

.

Él me contaba la posibilidad de encontrar la inmortalidad, que nuestro cuerpo podía ser convertido en una masa sin vida, que podía regresar después de mucho tiempo. Para entonces quizá los trenes tendrían alas, como la tienen las aves. Tal vez tendrían mayor altitud. Y puede que con ello ni siquiera ocuparían carbón.

Yo era un poco más romántico en ese sentido. Quizá solo velaba con volver a mi natal Venecia. No había vuelto desde que empecé a trabajar en la costa, en Nápoles.

Si les interesa saberlo, Mario era un Napolitano, tanto como sus deseos como su porte eran de un chico sumamente esperanzador y animado, como lo son los napolitanos.

.

Yo era un tanto más reservado, pues temía que me cortaran la cabeza o me fusilaran cual rebelde. Aun así, me reía de todo y todo era una broma. Idioteces salían de mi boca y probablemente de la de él también. Todo era diversión para los dos y no había nada que lo cambiara.

Quizá por ello, soportaba un poco el carbón y los intolerables ojos rojizos y garganta cortada que tenía, tan solo para estar con él.

Sin embargo, en una ocasión, cuando fui a trabajar, noté que me habían cambiado de compañero. Si, era alguien que conocía, pero no era Mario. La mente de este nuevo chico, llamado Alonzo, cuyo nombre hace honor a su libre capacidad para el aburrimiento, era tan banal y tan simple, solo hablando de romance y vino tinto, que técnicamente prefería escucharlo mover la pala antes que dirigirme una sola palabra.

Puede que haya tenido un día malo esa vez. Pero para mí mala fortuna, ese repentino cambio lo empeoró más. Aunque eso no significaba nada. Fui en busca de él en todos los lugares en donde pudiera estar. Fui a la casa de su madre, una mujer muy amable, con su padre, un sujeto de temperamento tranquilo, pero de carácter fuerte. Corrí hacia las casas más altas en busca de Giorgia, su novia, la cual había conocido en uno de nuestros tantos viajes y que había ayudado en busca de un baño. Ella, al igual que sus padres, no sabían que había pasado con él. Tampoco se les veía muy preocupados. Todos coincidieron que seguramente había ido con las brujas de Sicilia.

Al saber esto, tomé tan rápido como pude el tren más próximo a Sicilia, para saber de él.

Sonará enfermizo, puesto a que yo, un simple bribón que lo encontró a la par que tirábamos carbón en una estúpida caldera, soy el que muestra más interés en él.

Y aunque pueda sonar demente, loco en su totalidad, como para ir al manicomio, yo recuerdo una plática muy rápida con él.

A pesar de su alegre y perseverante forma de ver la vida, no podía evitar, como todo ser humano, se cliente frecuente de las frustraciones. De las inseguridades y de los miedos.

Él se sentía desanimado todo el tiempo por lo que ocurría entre su familia y él. Siempre se burlaban de él, lanzándole en cara que no tenía el valor, las pelotas, de ir a la guerra como lo hizo su hermana. Llamándolo un mariquita y una vergüenza para la familia, siempre que pudiera hacerlo.

Para saber bien de esto, la hermana de Mario, Piera, había abandonado a la familia solo con el fin de luchar por algo que no le correspondía a ella. Eran las razones bastante claras, y aun así lo hizo. Mario no pudo detenerla y solo dejó que el tren se la llevase a Roma, la capital del fascismo ahora, antes solo un lugar más. Recuerdo que, por la última carta que le había mandado a sus padres, había pasado de incognito como una camisa negra.

Además de ello, sus problemas familiares, tampoco era muy alegre en su vida con su amada, ya que no sentía que las cosas funcionaran tanto como antes. Cuando todo comenzó eran de un color de rosas indescriptible, aromas frutales y suaves labios cual ricota. Todo se había desvanecido con el pasar del tiempo y ahora todo parecía ser flores marchitas, aromas decadentes y un queso francés rancio.

No se sentía seguro de continuar, y aun con ello, sentía que debía estar allí. Su amor, aunque algo gastado, existía en su noble corazón.

Y con ello, también su paciencia y su poca explosividad con su familia, quien tenía todo el derecho de llamarlo así, según sus palabras.

Aun y con ello, su hermana era la única persona en este mundo que lo trataba con algo de amor y humanidad.

Quizá ahora entiendas el porque me preocupo de su ausencia. No tenía nada por lo que luchar y sus esperanzas, dilapidadas, no dejaban de ser una sombra de lo que había sido en el pasado.

Tomé varios trenes en camino hacia Sicilia, evitando toparme con guardias que me pidieran papeles y cosas así. Siempre disfrazado o en cubierto como un carbonero nuevo, logré llegar a Sicilia.

Tras buscar durante algunos días, entre los montículos de tierra con pastizal marchito y flores rojas como el fuego, di con una vieja choza con telas, la cual tenía una nube de humo emergiendo de ella. Tomando valor, avancé hacia ella.

Cuando estuve más que cerca, en la entrada, viendo a dos ancianas y aun viejo cubriendo su rostro, con las manos llenas de llagas y erupciones con liquido purulento, que se derramaba lentamente mientras movía sus articulaciones desgastadas.

Pregunté por un chico llamado Mario, pero ninguna de las dos ancianas me respondió. Sin embargo, el anciano, con una voz grave pero cansada me dijo que estaba dentro de la choza. Me adentré a ella, con permiso de los señores, y ví a Mario, recostado en una tabla de madera.

Con emoción, tranquilidad y un poco de nerviosismo, fui hacia él y lo forcejé. No tuve éxito. Por más que intentase despertarlo, no podía lograrlo.

El anciano me había dicho que él se había quedado dormido por su propia mano, pues había querido descansar por un largo tiempo, hasta que alguien o algo lo despertase de verdad. Apenas había dormido y por lo tanto, no podía despertarlo.

Eso ocurriría después de las próximas cuatro lunas.

Me pidieron que me lo llevase de regreso por donde vino, para mantenerlo en un lugar tranquilo.

Yo no quería, más debía de hacerlo.

Así que ahí empecé con mi travesía, de Sicilia hacia Nápoles, llevando a un muerto, no muerto irónicamente, hacia su hogar.

Fueron paradas y explicaciones muy incomodas para mí y para todos los que nos veían.

Con suma vergüenza regresamos a Nápoles, y pude dejarlo descansar en su casa. En la cama de siempre, sus padres preguntaron que ocurría. Yo les expliqué que no podían despertarlo, cosa que se les complicó creer. Inclusive me tacharon de loco y al que llamaban "mariquita consentido" como un simple llorón, intentaron despertarlo inclusive con trozo de metal oxidado. Cosa que yo evité, quedándome con él, vigilando a cada instante para evitar que alguno de sus padres entrara.

Todos los días, desde que él se durmió, fueron un caos. Durante dos meses fueron simples y sencillas tardes, en las cuales podía ver y descansar. Sin embargo, al cuarto mes, las cosas empezaron a ser algo duras.

Su madre, en una ocasión, había entrado a la habitación con una olla con agua caliente, como si fuera un caso de bruja, solo que de barro.

Trató de lanzarlo en su hijo, al instante que me interponía para evitar que mi amigo fuera lastimado por el agua.

Con fuerza, la señora dejó caer el agua encima de mí, evitando el rostro y forcejeando conmigo, hasta que, en un instante, su mirada se pasmó. Sus ojos se dilataron y tan rápido como me detuve de pelear, la pobre madre de Mario había dejado de respirar. Había muerto.

Fue horrible contarle a su padre, quien no aceptaría más a Mario en la casa, aunque irónicamente a mí si, diciendo que era de esperar por su esposa algo enérgica.

Al instante que la caja de su madre quedó sumergida en la tierra y nuevo pasto emergió de la misma, mi mente se había divagado.

El padre de Mario estaba sumamente devastado, y no le interesaba hablar de la situación, ni le importaba si su hijo, en un sueño eterno, seguía allí sin hacer nada.

Conforme pasaban los meses, el padre de Mario empezó a resentir la bebida, en la que se había sumergido, para soportar las penas de la muerte de su esposa. Y tan rápido como este llegó una noche, desvivido por el alcohol, no aguantó más y empezó a toser sangre, pidiendo agua con misericordia.

Yo, rápidamente le serví un vaso de agua, de su caso de agua limpia y se la di, pero ya era tarde, Su toz, llenando el vaso, dejó expuesto varios trozos de carne de su garganta. A la par que no podía coordinar sus palabras y lentamente su lengua se caía de su boca.

Con lágrimas en los ojos, simplemente se dejó caer en el suelo, tirando el agua y pereciendo lentamente.

Al igual que su madre, asistí al funeral, recibí halagos diciendo que yo era mejor hijo que Mario, por parte de todos. Desde que Mario había sido sumergido en un sueño eterno, por llamarle así, muchas personas me consideraban un verdadero hijo. No me sentía nada cómodo usando el lugar de Mario, pero así fue.

.

Siguieron los meses, continuaba cuidando a Mario, quien seguía dormido, cargando sin saber, a sus dos padres, que lo veían decepcionado desde el más allá, como si fuera una condena eterna. Solo necesitaba conocer de ello para saber.

.

Y para que todo empeorara, su novia había olvidado por completo al pobre Mario, quien ahora tenía a un hombre más varonil, más fuerte, pero sobre todo, con quien si podía entenderse.

A ella poco o nada le importó que había ocurrido con Mario, y no era de menos algo inesperado. Quizá para todos, pero para mí no.

Siempre noté esa nula conexión que tenían ambos, inclusive era incomodo de verlos. No son como otras parejas las cuales puedes ver y sentir ese amor, que te llena con tan solo pensarlo. Así como dos amigos que se quieren y luego están juntos, o esos que se conocen por meras circunstancias de la vida que después se aman hasta morir. No, Mario era un hombre extraño, más bien un niño olvidado, que nadie entendería jamás. Su sueño de tener el sueño más largo de la historia estaría cumpliéndose.

.

Pasado el tiempo, debido a mi trabajo y a mis tantas labores, me empecé a sentir mal físicamente. Tocía a cada instante y mi garganta evitaba que hablara normal. Ahora todo el tiempo me sentía afónico, y era una viva imagen de la gente muda, era como una vieja película de Charles Chaplin, era sumamente carismático pero se sentía horrible intentar hablar.

Ahora, después de tantos años, miré el reloj de la habitación de Mario, sin funcionar.

Veía el reloj de la habitación de Mario, sin funcionar.

.

Veía el reloj de la habitación de Mario, sin funcionar.

.

Era solo una reliquia de otro tiempo, la cual no significaba nada.

Mis fuerzas se agotan, mis nervios se disparan y mi terror se hace cada vez más presente que lo pienso. Despertar a Mario me causa un poco de temor, porque no puedo ser yo quien lo diga, o tal vez si, y el dolor sería algo indescriptible de ver en él.

.

¿Que se supone que yo, antes de perecer del dolor, puedo hacer?

Mi vista se nubla, mi cuerpo no responde, pero mis pocas fuerzas pueden despertar a Mario, quien con mucho esfuerzo he movido, tras pasar la puerta y he logrado despertar.

Ahora... solo me queda... fallecer...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top