Prioridades


Los hombros de Diluc se relajaron luego de un prolongado suspiro. No era una visión del todo inusual, pero con el alba casi despuntando no tenía ánimo para lidiar con ello, no después de una noche tan larga y poco productiva.

—Señor Diluc, no lo esperaba hoy—se apresuró en recibirlo Charles, reprimiendo un bostezo. El hombre no se miraba incómodo, pero sí cansado. Diluc imaginó lo tedioso que debió haberle resultado Kaeya esa noche, pero no se permitió ir más allá; Kaeya no necesitaba razones profundas para molestar a los demás.

—Siento esto.

—Pensé dejarlo ahí, no pude despertarlo de ninguna manera y... No noté que bebiera tanto, así que me extraña... y cuando menos supe ya estaba así y...

—Ya me encargo —lo interrumpió—. Gracias por todo. Y tómate esta noche.

—Muchas gracias —respondió Charles, no sin antes pensarlo un poco; marcharse, dejando al señor Kaeya ahí, no parecía buena idea.

—Estará bien. Descansa.

Después de despedir a Charles, Diluc se permitió un segundo para... nada. La taberna se convirtió en un espacio cerrado y vacío, ni él ni Kaeya estaban ahí ni el cielo comenzaba a aclarar afuera, la respiración pesada de Kaeya tampoco le resultaba familiar ni mucho menos él se sentía nervioso y desarmado; era sólo una ilusión, una suerte de sueño amenazando con convertirse en pesadilla si no despertaba de una buena vez.

Y un viejo conocido, ese reptar frío que le rasguñaba la conciencia cada vez que se encontraba a solas con Kaeya.

Estaba cansado.

Y arrepentido.

Por lo menos se permitió reconocer que no tenía los ánimos ni la energía para discutir con Kaeya y a lo mejor, así como había pretendido Charles, sólo debía dejarlo ahí. Varias veces lo había encontrado en circunstancias similares, rodeado de botellas, apenas consciente pero siempre mordaz; bastaba una ligera discusión y la desaparición oportuna del vino para que se marchara antes de resultar una verdadera molestia. Pero ahora parecía en calma, su cuerpo relajado era una visión extraña, como un niño reconfortado por la seguridad de saberse amado, y no supo cómo actuar.

Diluc se acercó a la barra, sus pasos fueron suaves y no con menos delicadeza se hizo con un taburete para sentarse. Su propia respiración le parecía demasiado bulliciosa ahora y de haber podido también habría controlado los latidos de su corazón. ¿Pero qué atención merecía después de tantos años? Fue así como un recuerdo, fugaz como inesperado, destelló frente a sus ojos y guió su mano hacia Kaeya; alcanzó a rozarle el cabello antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo.

No era él ese día y no sabía explicar por qué. El inusual silencio de Kaeya tal vez, la intimidad de la luz emitida por el palpitar pausado de las lámparas, su propia cobardía, la noche que se había escapado entre sus dedos incómoda y vacía, temer reconocer que con sus acciones no podría arreglar nada en absoluto, no a largo plazo y menos aún cuando cosas peores parecían amenazar la seguridad de Mondstadt

Sí, estaba cansado.

Diluc se acomodó sobre la barra con un brazo extendido hacía Kaeya, viéndolo: el cabello le ocultaba el rostro, su respiración se había aligerado aunque su cuerpo comenzaba a mostrar los primeros signos de incomodidad. Cerró los ojos. A pesar de llevar las manos protegidas sintió que el mundo que se escapaba entre ellas lo laceraba, el mundo contenido en el espacio que lo separaba de Kaeya, tan inmenso ahora que ya no alcanzaba a comprenderlo, hizo que sus manos ardieran bajo los guantes como si se tratara de la delicada piel de su ser más joven.

Se había dado cuenta de lo que sentía a su propia manera, sin fanfarrias, sin corazones desbocados, sólo seguridad. No hubo confusión ni miedo, pero quería ser adecuado, así, cuando alcanzara la independencia y se convirtiera en un hombre de verdad, cuando Kaeya tuviera lo mismo y ambos hubieran madurado lo suficiente, podrían tomar esa decisión juntos. Qué convicción había mostrado ese entonces, no sólo tenía claro sus sentimientos sino que, sin confesarse, creía garantizados los de Kaeya.

¿Dónde había quedado esa confianza el día en que casi lo mata?

El recuerdo todavía lo acosaba: el arranque, la furia, el corazón confundido seducido por algo nuevo, oscuro y aterrador. Su ingenuidad había dolido más que la traición, pero nada justificaba la proporción del ataque, del odio que afortunadamente se desvaneció cuando todo a su alrededor se iluminó y se volvió frío y fue consciente al fin de lo que había intentado hacer.

No tenía derecho.

Diluc no supo cuánto tiempo había permitido que sus recuerdos lo atormentaran. Despertó al primer contacto, un roce, como un sueño deslizándose lentamente en su cabeza alejando todas sus pesadillas. Luego un pequeño tirón, no a sus dedos, al guante, algo frío que atravesaba el cuero para abrazar la piel de sus manos. Fue lento, casi una agonía, esos dedos que lo tocaban pero no directamente, las ganas de quitarse los guantes de una buena vez para corresponder.

"No abras los ojos", se dijo, aunque su respiración comenzaba a delatarlo.

Kaeya continuó. Tiró del guante y con paciencia lo observó deslizarse hasta dejar expuesta la mano de Diluc. Era cálido al tacto, un poco más de lo normal, Kaeya encontró alivió en esa sensación, y la buscó. Dibujó caricias con la yema de sus dedos, se aferró al ardor que lo envolvía cada vez que rozaba la piel de Diluc. Tanto y tan poco.

—Diluc —susurró kaeya.

¿Debería responder?, se preguntó Diluc. Pero eso implicaría ser conscientes de sí mismos y volver a levantar la barrera que los separaba y... A pesar de sus reservas, Diluc se atrevió a abrir los ojos; ver sus dedos entrelazados hizo que su corazón diera un vuelco enorme: no puedes.

—Para tu información —comenzó Kaeya, risueño—, no bebí de más. Sólo estaba cansado y me quedé auténticamente dormido.

—Dudo que haya sido por trabajar en exceso.

—Tengo mis maneras, ya sabes.

El cabello de Diluc resaltaba en la estancia cada vez más iluminada. Parecía tener las mejillas algo acaloradas y su cuerpo se mostraba tenso incapaz ya de fingir indiferencia. Kaeya se atrevió a intentar alcanzar la otra mano de Diluc; la tomó por la muñeca, buscando el cierre del guante. No le sorprendió que no lo rechazara, ni siquiera el notar como su respiración se alteraba. Sólo estaban ahí, sentados el uno enfrente del otro sin poder decirse nada.

Esta vez Kaeya le quitó el guante a Diluc con más facilidad. Ver el cuero deslizarse hasta dejar la piel descubierta hizo que se perdiera en sí mismo una vez más. Las manos de Diluc no eran suaves, pero resultaban tan agradables al tacto. Podría dejar volar su imaginación. Podría, pero mejor detenerse ahí.

A Kaeya no le había sorprendido la permisividad de Diluc, a veces se le escapaban esos lapsos, lo quisiera él o no; pero sí que le sorprendió lo que sucedió a continuación: Diluc se atrevió a sostener su mano. Kaeya sonrió. Diluc era elocuente cuando tenía que mantener las apariencias, pero en la privacidad de su yo más profundo era callado, sus acciones hablaban más que sus palabras, sus gestos se descubrían más honestos de lo que a él le gustaría permitir.

—Ya amaneció—dijo Diluc al fin tratando de liberarse a sí mismo de ese embrujo.

—Entonces debería marcharme ya —respondió Kaeya. Y esto hizo que Diluc levantara la mirada.

Todavía no, quiso decir.

Sólo consiguió ponerse de pie.

—Muy bien —dijo en su lugar.

—¿No vas a impedir que me marche?

—¿Por qué haría eso?

Kaeya volvió a sonreír, esa sonrisa ladeada que tan de mal humor lo ponía. Si pudiera borrarla de su rostro para...

—Estás borracho.

—Ya te dije que no me he pasado de copas —se defendió Kaeya—. Puedes comprobarlo, si quieres. O podemos hablar de los últimos acontecimientos en Mondstadt, tal vez tenga una que otra pieza de información que te resulte útil en tu próxima cacería nocturna. Algo tendremos que hacer porque es bastante obvio que no quieres que me vaya.

—Mmm.

—¿Por qué no puedes ser más honesto contigo mismo?

—¿Por qué tú no puedes ser más honesto con los demás?

— Ya sabes que tengo mis métodos —respondió Kaeya—. Pero en este momento, si no te diera miedo mirarme de verdad, notarías que soy un maldito libro abierto.

Soy un cobarde, se dijo Diluc.

Necesitas esto, le dijo una voz en su interior demasiado parecida a la de Kaeya.

No puedes.

—Estoy cansado.

—Yo también.

—Ni siquiera puedo pensar con coherencia.

—Mejor.

Diluc titubeó al inicio, y mucho. No le sorprendió la frescura de la piel de Kaeya, pero sí el ser capaz de disfrutar esa sensación sin culpas. Cerró los ojos. Le resultó familiar: el contraste en sus temperaturas corporales que al rozarse encontraban ese punto intermedio que convertía el acto en algo irresistible y adictivo.

—Diluc —susurró Kaeya.

—Shhh —suspiró Diluc. Él no cedía ante la charlatanería superficial de Kaeya, no así de rápido ni con tan pocas palabras. Tenía ese poder, el de convencerlos a todos de todo, excepto a él. No había excusas para lo que estaba haciendo, tenía que detenerse.

¿Y acaso no ha sido así siempre?, se preguntó. Ya has cedido de alguna manera, aunque no te guste aceptarlo, sólo nunca has llegado a esto.

Hazlo.

Acercó sus labios quizá con demasiada delicadeza, un ligero roce al inicio, apenas tanteando. Un roce más prolongado, sus labios reconociendo los labios de Kaeya. Una pausa, un respiro, el primer mordisco, ligero también, luego otro, un contacto más profundo, los labios de Kaeya abriéndose para él. Diluc se aferró a la boca de Kaeya mientras lo sostenía de la nuca para profundizar el beso. Los besos. Ya no podía detenerse. A eso temía, a lo que estaba pasando, a lo que sucedería a partir de ahí.

—Mmm —se quejó Kaeya, apartándose un poco—, no muerdas tan fuerte.

Se quedaron viendo un rato. Kaeya seguía sentado en el taburete. Diluc, entre sus piernas, ligeramente inclinado sobre él.

Kaeya jaló el cuello de la chaqueta de Diluc.

—Si no me detienes no sé qué podría hacerte —advirtió, una advertencia tardía, sus manos ya estaban en movimiento.

—¿Qué podrías hacerme tú a mí? —respondió Diluc sin muestra alguna de intentar detenerlo.

—Soy versátil, no creo que quieras ponerme a prueba —continuó Kaeya. La chaqueta de Diluc ya estaba en el suelo, jugueteaba con los botones de su camisa.

—No serías capaz de hacerme nada que yo no quisiera.

—Entonces esto sólo puede significar una cosa —sonrió. Diluc ya estaba casi desnudo en frente de él.

La primera caricia hizo que Diluc descubriera su cuerpo como propio otra vez; la sensación era suya, el deseo era todo suyo, la naturalidad con la que se mostraba permisivo ante Kaeya también era todo él, aunque no dejaba de enfadarlo un poco reconocerlo.

No que Kaeya lo necesitara, por la forma en que se deshacía bajo sus atenciones reconocía en el cuerpo firme de Diluc un deseo honesto que demandaba una respuesta similar. Le rodeó la cintura para acercarlo, le besó el pecho mientras las caricias ascendían y descendían lentamente, tanteando sus reacciones para encontrar el momento adecuado; la distancia que surgiera de hasta el más leve error sería difícil de superar y no podía permitirlo. Así continuó. Desde afuera quizá pareciera un jugueteo superficial, pero no era el caso. El temor de Kaeya convertido en caricias más acertadas. El deseo de Diluc encontrando otras formas para hacerse escuchar y atender.

—Deja de contenerte tanto —suplicó Kaeya.

No lo hacía a propósito, o quizá sí. Era difícil reconocer esa parte de él cuando podría significar dejar la otra, aunque esa otra no parecía ser tan distinta. A Diluc le asustó mucho descubrir que, a pesar de todos sus esfuerzos, no había dejado de quererlo ni un sólo día. Pero tendría que poder pasarlo por alto, aunque fuera una vez, no tener que cuestionar nada, sólo permitirse sentir mientras la mano de Kaeya lo tocaba y sus labios lo besaban y su piel, que debería estar ardiendo, encontraba consuelo con cada caricia.

—Kaeya —murmuró Diluc al tiempo que con ambas manos alcanzaba su rostro—, eres hermoso.

Y esa era la verdad.

El beso se prolongó, Kaeya casi sintió arder sus labios mientras trataba de seguir el ritmo de los de Diluc, ahora más demandantes. Estaba hambriento, los dos lo estaban. Había pasado tanto tiempo desde que se permitían ser así de honestos con el otro. En Diluc era más instintivo. Kaeya fue capaz de notar cómo las barreras desaparecían una detrás de otra guiadas por sus suspiros. Era un Diluc tan honesto como el de antes, sin mil restricciones aprisionándolo, atormentando su cabeza como un fantasma. Kaeya, por el contrario, estaba más despierto, ¿de qué otra manera sería capaz de leer a Diluc para no demandar de él más de lo que le quería ser dado?

Con un ligero movimiento, Kaeya liberó el cabello de Diluc. Los mechones rojizos se deslizaron por su espalda y hombros como una llamarada de seda.

—Tú también eres hermoso —dijo Kaeya y Diluc otra vez no pudo evitar sonrojarse—. Oh, vaya, debería aprovechar este momento para colocar alguno de mis comentarios y hacerte rabiar un poco, pero me apetece darle a mis labios otro propósito.

Diluc no pudo replicar.

Los labios de Kaeya siempre habían demostrado ser persuasivos pero jamás los imaginó de esa manera. ¿Cuándo se había sentido así? Nunca. Incluso cuando la curiosidad se llevó lo mejor de él, no encontró en tales encuentros el motivo adecuado para seguir repitiéndolos. Llegó a pensar que, después de todas las decisiones que lo habían convertido en lo que era, esa parte de él había quedado relegada.

La tensión en todo su cuerpo le gritaba entre cada oleada de placer lo mucho que se había equivocado.

Pero no era suficiente, notó con desesperación. No en el sentido estrictamente carnal, había algo más fundido con ese placer, era esa cercanía, tan esquiva, el miedo a tener que reconocerse una vez las barreras volvieran a levantarse...

—Kaeya —susurró—, basta... ya...

Kaeya se detuvo.

Diluc respiraba con pesadez, podía verse la desesperación en su rostro y cómo esta se extendía de forma dolorosa convertida en una especie de impotencia que le tensaba todo el cuerpo.

—Kaeya —susurró—, no puedo... No podría.

—¿Por qué no podríamos, si ambos queremos? —preguntó Kaeya con más frialdad de la que sentía.

No podía lidiar con el sinnúmero de emociones que lo acorralaban, no ahora, quizá nunca. Diluc lo sabía por eso le había resultado tan fácil dejarse llevar. Mantener el control era difícil, perderlo, en sus circunstancias, era casi una bendición y...

—¿Pero luego qué? —dijo en voz alta perdiendo el hilo de sus pensamientos—. ¿Después de esto qué?

Kaeya volvió a acomodarse sobre el taburete, se mordía los labios, sopesando la ausencia. Diluc todavía no terminaba de arreglarse el pantalón, y qué visión estaba hecho. De haber sido por él, habría terminado de acercarlo rodeándole la cintura, estrechándolo con fuerza, besándolo como si el mundo fuera a acabarse para luego terminar de desnudarlo y hundirse en él. Casi parecido a su primer sueño con Diluc, cuando ya era consciente de lo mucho que lo quería pero no de la naturaleza de tal adoración.

—La primera vez que soñé contigo me convencí de que era imposible —comenzó a hablar Kaeya con una calidez que raras veces reservaba para Diluc, al menos en público—. Me he enamorado de la persona más hermosa de toda Teyvat y mientras tanto le miento. Estaba hecho un desastre. Me parecía bastante a ti en este momento —suspiró—. No es una sensación que haya olvidado.

Kaeya vio sus manos desnudas, tomó un respiro y continuó:

—Ambos hemos crecido, para bien o para mal ya no somos los críos de ese entonces. Nos hemos hecho daño, pero seguimos aquí. Hemos intentado mantener la distancia, pero seguimos aquí. Y estoy seguro de que en algún momento ambos intentamos odiarnos, pero seguimos aquí, demasiado cerca el uno del otro como para tratarse de dos personas que supuestamente no se soportan. Yo diría que las cosas están bastante claras y que ambos somos unos tercos. Tú más que yo, por supuesto.

Diluc se estremeció ante la sonrisa sincera de Kaeya. Lo hacía parecer tan fácil.

—Pero yo... —lo interrumpió Diluc—. Yo... de no haber sido por tu visión...

—Ah, el señor Diluc, siempre tan serio —suspiró Kaeya—. No puedo pedirte que te perdones por completo, ni yo mismo lo he hecho, mis borracheras y tus empleados lo saben muy bien —sonrió—. Pero ignorar mis sentimientos ya no es el castigo que quiero imponerme. Y tampoco quiero que sea el tuyo. Y si tengo que volverme más entrometido y molesto para conseguirlo, no tendré reparo en ello.

—Intenté matarte, en verdad creí que lo merecías.

—Y pasado unos minutos te diste cuenta de lo que estabas haciendo y decidiste jamás perdonartelo. Ahora que lo pienso me parece bastante romántico, aunque deja de serlo cuando se convierte en la excusa que utilizas para mantenerte lejos de mí.

—Creo que no lo estás tomando con la debida seriedad. ¿Y si lo hubiera conseguido?

—Entonces no estaríamos teniendo esta conversación, habrías perdido al amor de tu vida y estarías allá afuera jugando al justiciero suicida, nada muy diferente de lo que eres ahora.

Diluc abrió la boca, pero no fue capaz de decir nada. Kaeya continuó.

—Estoy seguro que desde ese entonces nunca se te ha vuelto a cruzar por la cabeza hacerme daño, quizás otras cosas sí, cuando te hago rabiar, pero por eso lo hago, creo que todo Mondstadt lo ha notado, menos tú: esas "otras cosas" son mejor que nada.

—No creo que eso vaya a cambiar.

—Pero podemos llegar a un acuerdo.

—No será fácil.

—Pero valdrá la pena.

Fue difícil dar el primer paso, pero de alguna manera Diluc lo consiguió. Se sintió extraño. Era consciente de que hacía mucho había amanecido, pero poco más. Tendrían que empezar a escucharse las voces de los trabajadores, las ruedas de las carretas sobre el empedrado, los saludos de los soldados haciendo guardia, pero sólo podía escuchar el latido de su corazón.

—He hecho todo mal —susurró Diluc luego de reducir la distancia y depositar un beso en la frente de Kaeya—. Tendríamos que haber hablado antes de quitarnos la ropa.

—No eres la persona más platicadora precisamente, y primero tenía que acorralarte de alguna manera, aunque no imaginé que lograría conseguirlo tan rápido —respondió Kaeya con picardía—. Pero si te hace sentir mejor, mírate y mírame: a ti te falta el pantalón y a mí todo lo demás.

Kaeya había conocido la ternura de Diluc antes, cuando ambos eran más honestos, y aunque no le sorprendió del todo volver a ser testigo de ella, sí que lo desarmó un poco. Los besos delicados en su rostro, sus dedos deslizándose pacientemente mientras lo desvestía. La mirada. Aún notaba la duda en él, en esas pequeñísimas pausas que le negaban por un segundo la calidez de sus labios. Y qué desnudo se sentía. Lo estaba, más que físicamente, era como una desnudez del corazón que ya no admitía pretensiones ni burdas manipulaciones. Era honesto y cálido y delicioso y sentía esa calidez deslizarse con la misma suavidad de seda que la de un buen vino.

—La habitación —susurró Kaeya.

Ninguno de los dos le prestó atención a la ropa que habían dejado tirada en el suelo.

...

La vieja e incómoda cama los recibió con un crujido.

—¡Auch! —se quejó Kaeya—. No me sorprende ahora que pases tan cascarrabias, ¿quién podría dormir bien es esto? Tampoco me imagino al soltero más codiciado de Mondstadt trayendo a sus conquistas a esta vieja e improvisada habitación, no sería muy propio de él.

—Lo sabes mejor que eso.

Kaeya sintió un cálido revoloteó en su estómago. Cogió a Diluc por la nuca y lo acercó para besarlo con fuerza.

Se tocaron mutuamente hasta que la tensión fue extendiéndose convertida en una cálida humedad que facilitaba la velocidad de sus caricias. Qué fuerza de persuasión la que mostraban sus cuerpos, capaz de despejar dudas mientras le daba vida a otras de naturaleza diferente.

¿Y ahora qué?, se preguntó Diluc conteniendo el placer para prolongarlo. Sus manos se movían al mismo ritmo. Sus labios a veces encontraban los labios del otro, un hueco entre los hombros, la piel descubierta del cuello que reclamaba mordiscos y besos. De alguna manera era como volver a conocerse, no se sentía estrictamente físico, aunque con sus cuerpos tan juntos y necesitados era lo único que aparentaban.

Diluc se detuvo un minuto. Acunó el rostro de Kaeya con la mano libre y lo contempló, como si todavía no pudiera creer que estuviera ahí. Deseaba darle a Kaeya lo que él quisiera. Y siendo él cómo era, sólo había una forma de saberlo.

—¿Qué quieres? —le preguntó con timidez.

—No pongas a prueba mi elocuencia —sonrió Kaeya con picardía—: pero para empezar, esto —dijo, acariciando la boca de Diluc.

Diluc no pudo evitar el sonrojo así como Kaeya no pudo evitar el comentario ni lo que sintió al ver cómo Diluc se humedecía los labios. Ni siquiera se había permitido soñar con lo que estaba apunto de pasar.

Dejó un rastro de besos desde el cuello hasta su estómago, el cabello de Diluc le arrancaba ligeros sobresaltos cuando lo rozaba, las sensaciones parecían pequeñas explosiones que nacían ahí, donde Diluc lo besaba para luego extenderse por todo su cuerpo casi obligándolo a rogar. Los mordiscos fueron sorprendentemente juguetones pero certeros, aparentaban ser conocedores de cada rincón de la piel de Kaeya, como si la hubieran marcado varias veces con anterioridad. ¿Tú también me habrás soñado?, se preguntó sintiéndose un tanto risueño, un tanto impaciente. Entonces Diluc se acomodó entre sus piernas y la impaciencia de Kaeya se desbordó.

—Diluc... —susurró. Parecía que ahora se hundía en la cama qué tan incómoda había encontrado minutos atrás —. Diluc —repitió.


Segundos después se vio recompensado.

La primera caricia, húmeda y tímida, casi se deshace en su garganta. Podría ser honesto, dejar que su voz fuera partícipe del placer, pero por alguna razón Kaeya la contuvo. Le siguió otra caricia similar, aunque más curiosa y pausada, Diluc pretendía conocer cada rincón de su cuerpo y entre sus tanteos levantaba la mirada buscando descifrar la expresión ́de Kaeya, aunque su piel parecía responderle con más honestidad. Diluc se hizo el cabello a un lado antes de continuar, las hebras rojizas parecieron relucir por un segundo y Kaeya se sintió hipnotizado por ellas. Despertó al notar que Diluc se mordía los labios para luego volver a humedecerlos; por un segundo Kaeya sintió que dejaba de respirar.

Diluc sostenía la base con la mano, y continuó. Esta vez fue un beso, a continuación varios, suaves al inicio, pero sólo al inicio. La timidez de Diluc pronto fue desapareciendo, los besos se fueron tornando más húmedos, su lengua parecía obedecer ahora más al instinto y al placer y su boca comenzaba a reclamar cosas con las que jamás se había atrevido a fantasear pero que hizo realidad sin titubeo alguno.

Si Kaeya tuviera que describirlo de alguna manera sería como si Diluc fuera un hombre hambriento con la paciencia de un santo. Su boca lo envolvía y casi sentía la torpeza de su lengua y el placer, el suyo, por supuesto, pero también el placer que significaba para Diluc tenerlo en su boca. Y se estaba volviendo loco. No quería que terminara. ¿Pero cuánto más podría soportarlo ahora que estaba por completo en él? Maldijo en todos los idiomas que conocía sin que se le escapara una sola palabra. Fueron todos suspiros inconexos, casi que cobardes por su fugacidad o más bien deshonestos, porque parecía que su cuerpo era capaz de sentir el mundo y le estaba desquiciando pensar en todo el tiempo que había vivido sin conocer esa sensación y temía que al reconocerla ya no podría recuperarla.

De igual manera Diluc no comprendía cómo era posible que su boca pudiera experimentar tanto placer. No creía estar haciéndolo de la mejor manera pero se sentía lleno y decidido, la tensión en el cuerpo de Kaeya lo motivaba, al igual que sus torpes intentos por contener sus suspiros. Lo sentía retorcerse, rogarle sin palabras, lo sentía grande y cálido, se sentía capaz de reconocer cada centímetro con la delicada piel de sus labios, y que podía atreverse a más, demandar más; también creyó, por un minuto, que no le hubiera importado si Kaeya buscaba ir más allá, porque su curiosidad le gritaba que quería saber cómo se sentiría tenerlo todavía más adentro.

—Diluc —jadeó Kaeya.

Pero por ahora tendría que bastar.

Kaeya consiguió incorporarse con pesadez, tenía que recuperar el control sobre su cuerpo, convencerse de que todo había sido real, además de sopesar nuevas preocupaciones: ¿cómo se recuperaba después de eso? ¿Cómo convencía a su cuerpo de que tenía que acostumbrarse a todas esas horas en las que no podrían tocarse? Diluc lo miró, la boca todavía llena. Se separó de a poco. A Kaeya casi le da un vuelco el corazón al notar que bebía de él, que se saboreaba los labios y que lo disfrutaba. Diluc sonrió. La primera auténtica sonrisa de ese día y venía después de...

—Maldita sea —suspiró Kaeya. Se acercó a Diluc, apartó el cabello húmedo de sus hombros con esa misma paciencia y lo besó con suavidad.

Y entonces la culpa comenzó a extenderse.

"...tal vez tenga una que otra pieza de información que te resulte útil en tu próxima cacería nocturna."

Ahora no es el momento, se reprendió. No lo estás traicionando, no a él, por eso estás aquí, porque cuando pase lo que tenga que pasar él es el único con quien quieres estar.

—Ya no podría vivir sin esto —susurró Kaeya con una voz que no parecía la suya. Envolvió a Diluc fuertemente con sus brazos y se permitió desaparecer un segundo antes de continuar—: no sé cómo lo hice tanto tiempo.

—Puede que tengas razón —dijo Diluc apartándose un poco para acunar el rostro de Kaeya—. Hicimos lo que nos pareció adecuado en su momento. El enojo, los errores, no creo que pueda perdonármelos nunca, pero yo también... He peleado tanto conmigo mismo, me he engañado tanto. Después de este día, no podré seguir haciéndolo. No quiero.

Volvían a besarse, la pasión ahora convertida en ternura. La excitación de Diluc era evidente pero no parecía molestarlo, al menos no por el momento. Sabían que no iban a recuperar el tiempo perdido en un sólo día aunque sus cuerpos se empecinaran en querer demostrarles lo contrario, pero prevaleció su voluntad con caricias relajadas.

Diluc comenzó a analizar muchas cosas, como era habitual en él. El viento transportaba mensajes y la noche anterior, pese a su aparente calma, le había resultado inquietante. La repentina inquietud, los callejones sin salida, el cansancio y los secretos, todo había confluido esa noche, contribuyendo a una vulnerabilidad que no se esforzó en ocultarle a Kaeya. Tal vez de otra manera nunca habría permitido esto, pero no se arrepentía. Lo pensaba así, mientras dejaba que sus dedos se enredaran en el cabello de Kaeya mientras la mano de Kaeya se acercaban a zonas que en unos minutos necesitarían otra clase de atenciones. No se arrepentía, pero tampoco iban a sanar tan rápido.

—No me gusta el curso que parecen estar tomando tus pensamientos —dijo Kaeya—. ¿Acaso el señor Diluc ya se ha cansado de mí?

Diluc sonrió. Se levantó sin dificultad para acomodarse a horcajadas sobre Kaeya. Al inicio no dijo nada, se limitó a echarle una pequeña mirada a la mesita de noche aunque sabía de sobra que no encontraría nada ahí. Kaeya alargó el brazo para abrir la gaveta: estaba vacía.

—Uno pensaría que el señor Diluc estaría mejor preparado para sus conquistas.

—Ya deja eso —volvió a sonreír Diluc al tiempo que se recogía el cabello en una cola alta. Cuando lo consiguió, colocó ambas manos sobre el pecho de Kaeya y empezó a moverse sobre él para rozarse y así empezar a alimentar un nuevo encuentro.

—La próxima vez no quiero esa gaveta vacía —susurró Kaeya con voz ronca.

—La próxima vez no lo haremos aquí.

—¿Qué propones? Me encantaría hacerlo en mi oficina, pese a tu conocido "recelo" hacia los caballeros de Favonius, ese tipo de cortesías no están de más.

—¿Hacerlo sobre tu escritorio califica como "cortesía"?

—Soy un hombre sencillo, no pido mucho. Pero también me animan otros lugares, ¿tú qué propones?

—Con que no intentes contener la voz me basta.

Kaeya sonrió.

—Lo he hecho bastante bien.

—Apenas.

—¿Crees que podrías hacerlo mejor?

—Puedes ponerme a prueba.

Y sí lo hacía mejor, aunque Kaeya sospechó que se debía a la callada naturaleza de Diluc. Sin embargo, sabía que lo estaba sintiendo por la forma en que se aferraba a él y buscaba besarlo. Quién habría imaginado que Diluc disfrutaría tanto besarlo, o hacer muchas cosas con su boca, para el caso. Quién habría imaginado que la repentina decisión de una noche podría cambiarlo todo. Pero ahí estaban. Como en muchas ocasiones se la había jugado, la diferencia era que al fin obtenía la recompensa que más había buscado. Y todavía no terminaba de creerlo.

La tensión en el cuerpo de Diluc se fue extendiendo así que Kaeya aceleró las caricias y aumentó los besos. Diluc movía las caderas, Kaeya se preguntó sí era consciente de la forma tan necesitada en que lo hacía. Imagino cómo sería, una vez estuviera dentro de él. Se le nublaba la cabeza con sólo imaginarlo. Él no tendría la paciencia de Diluc, de ninguna manera podría permitírselo, estaría dentro de él, se dejaría ir con fuerza con la sola intención de escuchar los suspiros necesitados de Diluc, se hundiría en él una y otra vez, lo acostumbraría a lamentar la ausencia de tal manera que lo necesitara en todo momento.

—Maldición, Diluc...

Kaeya se abalanzó sobre Diluc, fue justo a su cuello, lo mordió, lo lamió para consolar la piel irritada y volvió a morderlo y a besarlo, marcándolo sin pretenderlo pero disfrutando las huellas de sus caricias. Cuando estuvo satisfecho, sostuvo las piernas de Diluc, se acomodó entre ellas y se acercó lo suficiente para seguir rozando su piel sin entorpecer el ritmo. Mientras lo hacían, Diluc le sostenía el rostro, lo miraba, con la boca entreabierta envuelta en suspiros, mucho más acallados de lo que le gustaría. Diluc, siempre tan silenciosamente elocuente.

Sin dejar de verse sus manos encontraron la excitación del otro. El ritmo era dispar al de sus caderas, al roce que no cesaba y que se asemejaba demasiado a un solo cuerpo respirando. No podían detenerse porque era precisamente así, como respirar.

Kaeya casi pudo sentir el placer de Diluc como propio mientras terminaba de extenderse y culminaba entre espasmos y suspiros. Él consiguió volver a terminar segundos después. Su mano estaba caliente y húmeda, algo de esa humedad descansaba sobre el abdomen de Diluc. La miró un segundo sin pensar mucho en lo que hacía, no era sólo de Diluc después de todo, pero le dio bastante igual. Su postura ahora asemejaba una reverencia a su lado, al menos a ojos de otros eso podría parecer. Lo besó primero a modo de aviso y entonces se atrevió a saborearlo. Seguía tibio y un poco espeso a pesar de todo y tal vez saborearlo no fuera la palabra que Kaeya utilizaría para describir lo que estaba haciendo, pero la sensación en su boca, el acto por sí mismo, la veneración, porque él mismo sentía que era eso y nada más, le resultó placentera.

Culminado su rito de adoración, Kaeya volvió a la altura de Diluc, quien lo recibió con un pesado abrazo. Estaban agotados.

—Todavía hay mucho que hablar.

—El señor Diluc, siempre tan serio.

—Kaeya.

—Pero por mi señor Diluc, todo.

—Tsk —sonrió Diluc, sonrisa que se vio interrumpida por un bostezo.

Ni siquiera alcanzaron a limpiarse, ambos se durmieron seguros en los brazos del otro.

___

Diluc fue el primero en despertar, el conocido repiqueteo de las copas hizo que fuera un poco consciente de la hora. Pero su cabeza seguía demasiado amodorrada para sopesar las implicaciones de tal descubrimiento. Había conseguido descansar más de lo habitual, y la perspectiva de salir esa noche a cuidar de Mondstadt le resultó molesta, pero el peso de sus responsabilidades ejerció sobre su cuerpo tal presión que le obligó a terminar de abrir los ojos y despertarse.

El brazo de Kaeya descansaba sobre su pecho, Diluc le dio un pequeño beso antes de apartarlo con suavidad.

Al salir de la cama se dio cuenta de que no haberse limpiado antes de dormir parecía ahora una mala decisión. Ni siquiera había dejado agua en la habitación...

Pero ahí estaba, sobre le mesita al otro extremo: un jarro, una palangana y un par de toallas. No sólo eso. Su ropa y la de Kaeya estaban debidamente dobladas a un lado.

Diluc suspiró y rápidamente dirigió la mirada a la puerta. Se suponía que le había dado la noche libre a Charles, pero la luz se colaba entre las hendiduras, era capaz de escuchar el bullicio de los clientes, el repiqueteo de las botellas y las copas. Se sentó a la orilla de la cama y suspiró. No era que lo incomodara y lo avergonzara, sólo no era el momento.

—De todas formas —lo sorprendió Kaeya rodeándolo por la espalda—, desde hace mucho tiempo es de conocimiento popular que el corazón del soltero más codiciado de Mondstadt siempre ha tenido dueño.

***

Kaeya cerró la puerta con delicadeza. Algo en la habitación resultaba fuera de lugar, ese aroma otra vez, uno que creyó haber enterrado para siempre porque pertenecía a una tierra ya desaparecida. Él no era nada y ya nunca lo sería, al menos no para ellos, así que comenzaba a hartarse de sus intromisiones; no las había echado en falta todo ese tiempo en que se sintió perdido y menos las necesitaba ahora.

Un sobre blanco descansaba sobre la mesa. Kaeya lo recogió, lo miró a contraluz, pensó tirarlo al fuego de la chimenea como todos los demás, pero no lo hizo. Abrió la gaveta oculta de su escritorio y recogió un puñado de papeles que parecían contener garabatos inconexos.

Ya había tomado una decisión, de ahí había sacado la fortaleza para esperar a Diluc esa noche. Y no se arrepentía

—Una vez traidor, siempre traidor... es una cuestión de perspectivas, supongo —dijo mientras se acercaba a la puerta.

Diluc lo esperaba del otro lado.

—¿Listo?

—¿Pero quién pensaría que el señor Diluc volvería a poner un pie en la sede de los caballeros de favonius de forma tan voluntaria?

—Peores cosas han pasado.

—Como esa vez que lo hicimos al aire libre y terminamos con la piel toda irritada y...

Diluc lo detuvo con la mirada.

—Lisa y Jean nos esperan.

No era sólo por Mondstadt, era por él, porque después de sopesar las implicaciones de los eventos que amenazaban su futuro, consiguió llegar a una única conclusión.

No hay como la inminente destrucción del mundo para aprender a definir tus prioridades, se dijo mientras miraba a Diluc; pese a las promesas de grandeza, lo había elegido a él. Ya no volvería a traicionarse a sí mismo. 


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Llevo meses con esta fanfic, no me dejaba en paz. 

Pues aquí está.

Espero haya gustado.

¿Qué les pareció? Sean honestas.

Saludos. 

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