La prueba definitiva
Ingresó al laboratorio a revisar a los especímenes. Por costumbre, tanteó la llave en el bolsillo de su bata. No la necesitaba: las jaulas estaban abiertas.
Por su agresividad, se mantenía a los ejemplares inconscientes. La experimentación había avanzado tanto que ya ni parecían lo que fueron alguna vez.
Dos horas antes les habían realizado las pruebas de rutina: punciones, sondas, electricidad, nitrógeno líquido, fuego...
«Afortunadamente no sienten nada», pensó cada vez que repetía los ensayos, los últimos quince meses.
Solo quedaba la revisión nocturna para terminar la jornada. Mientras tomaba nota, se oyó un chirrido; la puerta de la última celda se abrió.
Sin detenerse a pensarlo, trepó por la escalerilla al techo de la jaula. Creyó estar a salvo. Con horror vio al monstruo erguirse y trepar por la escalera del otro extremo.
Las descomunales fauces se le abalanzaron, y el laboratorio se tiñó de rojo.
Su muerte fue la prueba definitiva: los súper-soldados estaban listos.
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