El profesional


Esa mañana salió temprano. Tenía trabajo que hacer.

Llevaba el anotador en el bolsillo con la ubicación en que debía prestar su servicio. Ser un asesino profesional, con muchos años de experiencia, no lo eximía de tener mala memoria, por lo que anotaba las direcciones donde lo esperaban sus víctimas. Terminado el trabajo, arrancaba la página del anotador y la quemaba, para evitar conservar una evidencia incriminadora.

Vestía camisa sin corbata y un saco sport. El maletín en su mano izquierda le daba el aspecto de empresario. Buenos zapatos completaban el estilo a prueba de sospechas. Era un tipo más que salía a trabajar esa mañana.

Nadie sospecharía que el vecino madrugador llevaba un arma con silenciador en su maletín.

Subió a su auto y manejó en silencio. No encendió la radio para no distraerse. Debía llegar a destino antes del mediodía.

El día anterior había revisado el trayecto que debía realizar desde la aplicación de mapas de su teléfono celular. Memorizó el recorrido y luego se rió de su estupidez. Sacó el anotador y escribió las indicaciones.

El viaje fue tranquilo, sin contratiempos. No hubo demoras en la ruta. Pasó un control policial sin problemas e ingresó por la avenida principal. La ciudad a la que arribó era más bien un pueblo grande. No había gente en las calles por estar próxima la hora del almuerzo.

Eran las 11.45 cuando llegó a la intersección con la calle buscada. Sacó el anotador del bolsillo y repasó las indicaciones. Verificó que había seguido el camino al pie de la letra. Por último, releyó el número de la casa: 1588.

Avanzó lentamente y dobló la esquina. Una casa pintoresca a la derecha parecía ser el hogar del objetivo. Observó entre las plantas que colgaban del techo de la galería la numeración de la casa y estacionó frente a la propiedad.

Descendió con el maletín en la mano y el paso decidido. Cruzó la pequeña puerta de la cerca del frente, que estaba abierta y caminó por el sendero de lozas. El pasto bien cortado y los rosales perfectamente podados rodeaban la casa. Llegó a la puerta y llamó dos veces con la aldaba.

Esperó. La puerta se abrió y una mujer de mediana edad atendió, con su delantal de cocina manchado de salsa y el cabello recogido en un rodete. Lo miró y, al ver que metía la mano en el maletín sin dejar de mirarla fijamente, abrió muy grande los ojos y trató de cerrar la puerta con desesperación.

Pero él ya había introducido un pie, que evitó que se cerrara. De un empujón la abrió, golpeando a la mujer, quien cayó hacia atrás. Con la extraordinaria agilidad que provee la adrenalina ante un riesgo de muerte, la señora se levantó y corrió hacia el interior, pero dos disparos silenciosos impactaron en su espalda, impidiendo que llegara más allá del living.

Entró en la casa y cerró la puerta suavemente. Caminó hacia el interior, pasando por encima del cadáver de su víctima.

Aguzó los sentidos y oyó un suave silbido. Se dirigió a la cocina y el silbido aumentó de volumen. Pasó ante la hornalla encendida y el almuerzo cociéndose. Se detuvo. Retrocedió un paso y apagó la hornalla. No era bueno para el negocio que el trabajo fuera descubierto demasiado pronto a causa de un incendio inesperado. Continuó hacia el patio.

La puerta estaba abierta. El hombre se hallaba sentado a la sombra de un añoso árbol, en una silla reposera y de espaldas a la casa. El botón de la camisa a la altura del abultado abdomen estaba tirante. Le faltaba cabello en la coronilla y silbaba una tonada alegre. No había oído nada, por lo que no tenía la más mínima idea de que acababa de enviudar hacía unos instantes. Igualmente, no llegaría a sufrir su pérdida. Un certero disparo en la cabeza acabó con su vida. Quedó sentado en la silla, con la cabeza inclinada hacia un lado, como si tomara una siesta.

Guardó el arma en el maletín que aún estaba en su mano izquierda. Sacó un paño del bolsillo y regresó a la cocina. Frotó la perilla de la hornalla para borrar sus huellas.

No acostumbraba usar guantes que pudieran afectar su precisión, por lo que debía limpiar cada lugar que hubiera tocado. Así que procuraba manipular la menor cantidad de cosas posibles.

Regresó a la entrada, pasando nuevamente sobre el cadáver de la mujer, y cuidando de no pisar el charco de sangre que se había formado a su lado. Limpió el picaporte de adentro y al salir, tomó el del lado de afuera directamente con el paño. Ya se iba, cuando recordó que tomó la aldaba para llamar a la puerta, por lo que la limpió también.

Tarea cumplida. Caminó confianzudamente por el sendero, sacó el anotador y arrancó la página que iba a incinerar con el encendedor del auto, cuando se detuvo en seco. Algo en la vereda de enfrente le molestó. Releyó la dirección en el papel y volvió a mirar la casa de enfrente.

La numeración 1588 se observaba junto a la puerta. Inmediatamente se dio vuelta para ver la casa que acababa de abandonar. El número estaba medio tapado por las plantas que colgaban de la galería. Regresó lentamente hacia la puerta para verlo claramente: 1583.

Se quedó mirándolo un momento, pensativo; se encogió de hombros, dio media vuelta y se alejó.

Cruzó la calle. Tenía trabajo que hacer.

***

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top