El Hombre de los Girasoles (Eduard Pérez)


—Hinman, tienes que venir enseguida, debes ver esto.

Si algo odiaba Bruce Hinman era que le despertaran para ir a ver una escena del crimen, pero no podía culpar a sus compañeros, él era el mejor detective investigador de la ciudad. Siempre recurrían a él cuando sucedían los asesinatos más extraños y perturbantes, aunque otras veces, eran homicidios comunes y esto hacía que se molestase ya que le hacían perder el tiempo.


—Bien —contestó secamente al teléfono— Envía la ubicación de la escena.

El oficial le dictó una dirección que daba al centro de la ciudad, y comenzó a hacer suposiciones de lo que se encontraría mientras se levantaba lentamente de la cama para no despertar a su esposa. Cosa que le fue inútil, pues esta se despertó al oír el teléfono móvil de Bruce.

—Ya es el segundo de la semana —la voz suave y dulce de la esposa le hizo voltear hacia ella.

—El otro no cuenta, el tipo me lo dejó muy fácil —respondió arrogante pero juguetón.

Se acercó a su esposa y le besó la frente.

—Suerte amor, espero lo soluciones rápido. Te amo —dijo la esposa arropándose hasta los hombros y preparándose para dormir nuevamente.

Bruce terminó de vestirse y arreglarse, bajó las escaleras y caminó hasta la cocina, estaba a punto de prepararse un café pero le llegó un mensaje al teléfono móvil.

"Hinman, te necesitamos, ahora."

Suspiró y salió de su casa. Encendió el auto, y arrancó hacia el centro. En el camino se detuvo en una cafetería, compró dos cafés y una caja de donas. Se tomó un café, y se comió una dona de chocolate, para después continuar con el trayecto. Seguía imaginando cómo sería la escena, qué pistas podría encontrar y qué tipo de homicidio pudo haber sido.


***


Al llegar todo era un caos, oficiales caminando de un lado a otro, sirenas, luces rojas y azules por doquier, vecinos curiosos alrededor. Pero ese ajetreo era común en su trabajo como detective. Caminó hasta encontrar a Harper —quien le había llamado—, estaba hablando con otro oficial, parecía aún muy impactado por el acontecimiento.

—Parece que viste un fantasma, Harper —bromeó Hinman, mientras se acercaba, ya con más humor gracias al café.

—Tienes que ver eso, es terrible —contestó el oficial Larry Harper, sin gracia.

—Pues, vayamos allá.

Harper caminó hacia la puerta de la casa, e invitó al Detective para que pasara primero. A primera vista, Bruce, vio todo en orden, no habían indicios de forcejeo o de algo por el estilo. Siguieron recorriendo la casa, hasta llegar a una habitación; donde, Bruce, intuyó que allí dormía una pareja. Efectivamente, esa era la habitación del matrimonio Geek. Pero al adentrarse totalmente en la habitación, lo vio. Vio lo que tanto le habían dicho que debía observar. Quedó horrorizado.

Dejó escapar un suspiro.

—Qué demonios sucedió aquí —dijo casi sin aire.

En tantos años como detective, nunca había visto una escena del crimen tan horrenda. La sangre abundaba y los cuerpos sin vida y desfigurados de los Geek, estaban arrojados en el suelo, a un costado de la cama. Era realmente perturbador.

—Aún no sabes la peor parte, amigo —respondió Larry— Ven, sígueme.

Salieron a la calle de nuevo, y se dirigieron hasta una ambulancia. Donde se hallaba una pequeña niña, de unos diez años, arropada por una manta azul y siendo revisada por un paramédico.

No lo entendía, ¿por qué un asesino cometería tan atroz homicidio y dejaría testigos? Resultaba realmente extraño eso, pero su trabajo era averiguar lo que había sucedido, y cómo.

Se detuvieron a una distancia prudencial, la niña aún no los había visto, pero ellos se quedaron observándola.

—Ella lo hizo, Bruce, ella asesinó a sus padres a sangre fría y con un martillo que tomó del garaje de su padre. La niña lo hizo.

—No puede ser, eso es imposible —contestó anonadado.

—Pues, me temo que no, ella misma lo confesó.



***


Las horas habían pasado, y el sol había salido. El Detective pidió entrevistar a la niña, quería saber qué había ocurrido, y le otorgaron treinta minutos para hablar con ella. Era crucial para la investigación del caso, aunque no hubiera mucho que investigar.

Entró a la sala de interrogatorios, y se encontró con una niña pálida por falta de sol, con ojeras muy notables, abrazando un oso de peluche que estaba manchado de sangre.

«Cuánto cinismo», pensó Bruce al ver la sangre en el osito y en sus manos.

La observó unos segundos, antes de comenzar a hablar.

—Hola pequeña, soy el Detective Bruce Hinman, encargado de este caso —extendió su mano a la niña pero esta le ignoró— Así que... –revisó el informe para leer el nombre de la niña, y continuó– Luci, ¿no?

La niña asintió tímidamente con la cabeza.

—Cuéntame con exactitud... ¿qué sucedió?

—Maté a mis padres —dijo secamente.

—Eso está claro, pero... ¿por qué lo hiciste?

—Por miedo, señor.

—Por favor, llámame Bruce. ¿Miedo a qué, pequeña?

Hubo un silencio. La niña daba la impresión de no sentir remordimiento, o algún cargo de conciencia por lo ocurrido. Estaba serena, tranquila.

—Dígame, Detective, ¿a qué le teme usted? –respondió fríamente.

—No lo sé, niña, al fracaso... tal vez.

—¿Sabe? Usted no le teme a fracasar. Teme ser olvidado por nunca resaltar.

La niña sonrió.

—Pues, yo también le tengo miedo al olvido, Bruce. Por eso lo hice.

De momento el Detective imaginó estar hablando con una persona mayor, con alguien que superaba a una pequeña niña en la firmeza y convicción en sus palabras.

—Pero, ¿por qué matar a tus padres? ¿por qué de esa forma?—preguntó.

—Él me lo sugirió, así nunca me olvidarían. Y me pareció buena idea. Lo del martillo lo pensé yo, brillante, ¿no?

—¿Quién te lo sugirió?

—El Hombre que iba a visitarme. El que me mostró el verdadero significado de la vida.

—¿Qué hombre, Luci? Y, ¿de qué significado hablas?

—No sé su nombre. Lo vi pocas veces, pero me habló de la vida y de lo que significa. Me dijo que destacar era lo ideal y que mis padres me lo impedirían. Ellos siempre me limitaban y eso al hombre le molestaba. Recuerdo que ayer cuando el sol se ocultaba, llegó con un ramo de girasoles en las manos, y me dijo, que eran para la tumba de mis padres, realmente no entendí, hasta que me explicó; debía deshacerme de ellos, debía matarlos. Y eso hice; maté a los inútiles de mis padres.

Esta vez, Bruce no supo qué decir. Pensó por unos segundos y preguntó:

—¿Hay forma de detener a ese Hombre?

—No, no la hay, él siempre encontrará a alguien y le convencerá de que puede ayudarle a vencer los miedos que pueda poseer esa persona, así como lo hizo conmigo y mi miedo a no ser recordada —sonrió.

Pero antes de que Bruce pudiera decir algo, la puerta se abrió.

—Se terminó el tiempo —dijo secamente un viejo oficial.

La niña le dedicó una dulce sonrisa al viejo, y luego miró al oficial, para también sonreírle.

Hinman salió de la sala de interrogatorios, y se encaminó a su oficina.

—¿Qué te dijo la niña, Bruce? —preguntó el oficial Harper.

—Que su animal favorito es el unicornio —respondió sarcásticamente, y siguió caminando ignorando al oficial.

Tenía mucho en qué pensar, ¿qué haría con la niña? Él concordaba con algunas cosas que decía la pequeña, pero, ¿matar a sus padres? Tiene que estar loca, sí, debía tener algún trastorno mental.

Tomó el teléfono y marcó un número que ya sabía de memoria.

—Tienes que venir enseguida, te lo ruego.

Colgó el aparato, y esperó impaciente a que llegara su ayuda. Unos veinte minutos más tarde, la puerta se abrió. Dejando pasar a una mujer de unos cuarenta años, cabello castaño y vestida formalmente.

—¿Qué necesitas, viejo amigo? —dijo la psiquiatra Christina Bale.

—Necesito que la examines, necesito saber si está loca, o saber qué rayos tiene en la mente.

—Está bien, amigo, pero, ¿quién?

El Detective lanzó una carpeta llena de papeles, al otro lado de su escritorio. Seguidamente, la mujer la abrió, leyó las primeras páginas y hojeó el resto.

—Bien, así que Luci, mató a sus padres. ¿La interrogaste? ¿por qué lo hizo?

—Porque un hombre se lo pidió.

La psiquiatra asintió, y salió por donde entró.

—Veré qué puedo hacer —dijo antes de salir.

La lluvia de pensamientos comenzó a caer en su mente. Apenas habían pasado seis horas desde que se introdujo al caso, y ya se sentía estresado y cansado. Los párpados le pesaban, sentía sueño, y sentía que no podría continuar con el caso.

Tomó un sorbo de su café que había preparado al entrar en su oficina, y suspiró.

La sensación de ser observado lo invadió, de repente sintió el peso de una mirada cínica, cruel y malvada. Incómodo, desvió su atención hacia la ventana que daba al interior de la estación, era un desastre, como siempre. Sonrió. Siempre pensó que su trabajo era importante, que con el ayudaría a las personas, y haría algo por mejorar la sociedad, pero realmente Bruce no recibía la atención que él creía merecer. Sintió que sería un fracasado a pesar de sus intentos por ser alguien mejor, que no valorarían nada de lo que había hecho, que quedaría en el olvido de todos.

Salió de sus pensamientos y se sobresaltó un poco al fijarse en un hombre que estaba al final del salón principal de la estación. Era alto, con un traje negro y un sombrero que le cubría la mitad del rostro, el hombre sonreía.


***

—¿Confiaste en él, sin siquiera saber su nombre? —preguntó Christina a la niña.

Le había hecho algunas preguntas, y la niña las había contestado como una adulta, era muy meticulosa con lo que decía y siempre lo resumía en cortas oraciones.

—Sí, me inspiró confianza —respondió inocentemente, claro su inocencia era fingida.

—¿Y él está en éste momento contigo? ¿te dice algo ahora mismo?

—Sí, está cerca. Pero no conmigo, ya él no me ayudará, y tal vez tampoco yo pueda ayudarle a él.

—¿A qué lo ayudarías, niña?

—A sobrevivir. Se alimenta de sangre y agonía, por eso necesitaba de gente como yo, gente que entendiera su filosofía de vida y que estuviera dispuesta a matar para ya no tener más miedo, eso me dijo.

De pronto, tres disparos se oyeron al otro lado de la pared. Seguidos de gritos, y llantos.

La psiquiatra abrió la puerta, y observó la escena. Dos personas heridas de se hallaban tendidas en el suelo, desangrándose, su amigo, el Detective Bruce Hinman sostenía su arma apuntando a los cuerpos de las víctimas. Pero había algo extraño, algo que le llamó rotundamente la atención; en el fondo se encontraba un misterioso hombre de traje negro y sombrero, sonreía, y llevaba algo sostenido contra su pecho... un ramo de girasoles en sus manos.

—Parece que el Hombre de los Girasoles encontró a un nuevo amigo —dijo la niña dulcemente.

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