Serpientes en la habitación
Era una casa demasiado pequeña para el gusto de Mathias. Tal vez si hubiera sido para una sola persona, quizás dos, no pensaría lo mismo, pero lograr que tres y un perro convivieran en el lugar sin estorbarse los unos a los otros eventualmente era, afirmaba siempre, poco más que una fantasía. Aún peor, un problema. Nana Rebeca estaba de acuerdo con él, a pesar de que no lo dijera. Así lo comprobó Mathias cuando ella llegó caminando desde su cuarto, que estaba pegado al baño, y casi tropezó con el mueble de madera que asomaba desde una esquina y sobre el que habían colocado la radio.
De allí se dirigió a la cocina como si nada hubiera pasado pero tuvo que esperar a que Marta, quien cocinaba, cruzara, pues el camino que quedaba se estrechaba entre la mesa y la pared haciendo que dos personas con aquel tamaño no pudieran pasar simultáneamente.
Mathias miró a la puerta de entrada y suspiró.
La casa era poco más que un conjunto de habitaciones ubicada en el quinto piso de aquel edificio, todas ellas pequeñas y pegadas las unas a las otras y conectadas por estrechos pasillos, como uno de esos laberintos que venían en ocasiones en las cajitas felices o ciertos libros para niños y resultaban extremadamente decepcionantes.
Así era como él solía sentirse.
Si, demasiado pequeña, ¿Que habían pensado al comprarla? ¿Era tan grande la necesidad que tuvieron en ese momento, que acabaron recurriendo una casa que al final se convertiría en un problema?
A veces, cuando iba de visita a los hogares de algunos compañeros de trabajo se sorprendía y amargaba cuando veía cosas como un patio o habitaciones que tenían casi el tamaño de su reducida cocina, baño y living combinados. Por algún motivo recordar eso le resultó incómodo pues le pareció que las imágenes se formaran borrosas frente a él, como si en verdad estuviese viendo frente a sus ojos aquellos lugares. Movió la cabeza como si quisiera despertar de un sueño pesado.
Entonces Mathias centro su atención en Nana Rebeca, sintiendo, más que pensando, un extraño eco de palabras en su mente. Una curiosa certeza de que había algo que en ella no estaba bien. Su andar, lento por la edad, así como sus movimientos, todos dirigidos con un propósito para evitar cansarse demasiado le resultaron normales, los mismos de siempre.
El pelo corto, rizado y grisáceo, así como su cara redonda acompañada del tradicional par de lentes, asegurado a su cabeza con una cuerdita de perlas, eran tal y como los recordaba. ¿Porqué entonces le resultaba tan insistente esa sensación que surgía de su interior y le decía que algo no andaba bien?
Hasta el vestido violeta adornado por lirios blancos y gastado por el uso le indicaba que aquella era la misma Nana Rebeca que el día anterior había ido a dormir y que ahora preparaba su desayuno, en silencio.
De hecho, era ese su vestido preferido, pensó Mathias mirándola fijamente, cubriéndose la mano por un fuerte acceso de tos que le surgió de improviso. Marta también tosía, pero se había dirigido al baño y apenas la escuchaba.
De repente, cuando Nana se dió la vuelta para buscar la azucarera, tras apagar la caldera y sacarla de la hornalla, él se percató de lo que estaba mal.
En la parte de su cuello visible, arrugado y con los pliegues de piel oscura algo estirados, faltaba el gran crucifijo de madera que ella siempre llevaba consigo. Aquella "herramienta de protección" como solía llamarla Nana era algo característico de ella, incluso más que el vestido adorado que ahora llevaba puesto, y que se hubiese olvidado de usarlo le resultó extraño a Mathias.
Se había criado con ella y pensar en un día en que no lo llevase consigo era imposible, pues lo dejaba sobre el respaldo se su cama al dormir, tras su rezo nocturno, y desde allí lo recogía para colocarlo sobre su cuello al día siguiente.
La marca, un poco blanquecina, que tenía alrededor de la piel por demás oscura de aquella zona de su cuerpo era una prueba clara de que en verdad eran inseparables y lo había utilizado durante años. Mathias estaba seguro que gran parte de su vida la había pasado con aquel "anillo gigante", como lo llamaba él, pues el diseño que tenia era el mismo que el de un anillo que ella le había regalado al cumplir los quince.
Se sorprendió al sentir la certeza de tener el anillo puesto en su dedo índice, creyendo incluso verlo, a pesar de que hacia muchos años que lo había perdido por ahí.
Esos pensamientos se esfumaron en un nuevo acceso de tos y la necesidad inmediata de respirar que le acometió tras el.
Estaba por hablar cuando captó un sonido que le llamó poderosamente la atención.
La Nana, inmersa en su ritual del té por la mañana no se percató y en el baño, donde Marta se hallaba, quizás no se escuchaba, pero Mathias podía percibir un suave pero constante siseo, como un eco lejano y familiar.
No lograba determinar desde donde procedía pues parecía venir desde todas partes, pero estaba seguro que se escuchaba dentro de la casa y más específicamente en esa parte.
Por algún motivo que se le escapaba aquel sonido le hizo incorporarse del sillón y mirar en todas direcciones, con atención y cierta incomodidad.
Donde creía que el sonido se hallaba colocaba la cabeza de lado para poder escucharlo mejor y luego miraba atentamente, pero sin llegar a ver nada más que los mismos objetos del lugar, la mesada, la heladera, la cocina, la mesa donde comían y el mueble antiguo de madera.
El no poder determinar desde donde provenía o que era aquel sonido lo molestó, pues algo en su interior le decía que fuese lo que fuese aquello no estaba bien.
En su pensamiento no paraban de formarse imágenes de cosas que causaban un ruido parecido, intentando encontrar la que más se le pareciera para así determinar de qué se trataba. Sin embargo todo le parecia similar, era tanto una bolsa de nailon arrastrándose como un machacar de hojas marchitas. Una constante que parecía ir demasiado rápido y que si pudiera escucharse lo suficientemente lento se oiría en su lugar una letra con mucha claridad.
Le recordó a una pequeña maraca y a lo que escuchaba cuando siendo niños Nana Rebeca les daba para jugar una botella llena de arena que ellos movían con fuerza para producir lo que en ese momento disfrutaban como "música". Claro que era un ruido carente de toda consonancia rítmica, pero se divertían y el chocar de la arena entre si y dentro de la botella era parecido a lo que ahora se oía claramente por toda la habitación.
De repente recordó un programa de televisión que había visto, uno de esos sobre animales salvajes y la respuesta le llegó como una mezcla de placer, por resolver el enigma, y miedo por lo que implicaba.
<<Serpientes>> se dijo y de inmediato subió los pies hasta los almohadones marrones del sofá.
Miró intentando alertar a Nana pero se detuvo. Si le gritaba que había una serpiente en la habitación la anciana mujer saldría corriendo y cundiria el pánico sin dudarlo, o quizás podría asustarse más de lo que su viejo corazón soportase. No, debía ser precavido.
Marta se hallaba aun en el baño, lo sabia por el sonido de su tos y si hubiese escuchado o visto algo ya se lo habría dicho, además, estaba seguro de que el sonido se producía en alguna parte del living o la cocina, por lo que ella estaba protegida donde se encontraba.
Nana ya caminaba, taza de té en mano, hasta la pequeña mesa del living, donde solía dejarla hasta que se enfriase un poco, mientras disfrutaba un tanto de su lectura.
A pesar de su edad, con esfuerzo y ayuda de sus lentes, podía pasarse horas leyendo distintas revistas de la iglesia o libros bíblicos, por experiencias pasadas Mathias sabia que se concentraba en aquella actividad tanto que solo un acontecimiento muy destacable podía sacarla de su ensimismamiento, y que además, le solicitaba a él que bajase el sonido de la televisión, para poder leer con mayor atención. Mathias se le adelantó y tomó el control que se hallaba en la pequeña mesa ratona, para luego poner en mute el aparato.
Aquello le permitía reducir las distracciones sonoras y concentrarse en el siseo.
Se congeló en el acto cuando estuvo seguro de que el "Sss" constante se oía con más claridad, pero no por efecto del mute al aparato, sino porque de alguna forma se hallaba más cerca de él. Se revolvió en los almohadones, con los pies aún levantados y las rodillas llegandole casi al pecho, el control remoto bien sujeto en la mano derecha. ¿Y si había más de una? se preguntó con pavor sin estar seguro de cuál debería ser su siguiente movimiento. Electricidad, como si le caminaran pequeños insectos desde la nuca, se expandía por todo su cuerpo y reconoció allí el miedo primitivo que aquellos reptiles de cuerpo alargado que se arrastraban por el suelo causaban en la mayoría de las personas. Se le ocurrió un pensamiento irrefrenable y era que muchas de las personas que no temían a las serpientes lo hacían porque jamás tuvieron que enfrentarse al hecho de tener una en sus casas, escondida por alguna parte, acercándose a cada momento, con su cuerpo delgado y veloz y el instinto de cazadora funcionando a la perfección.
Recordó que las serpientes sentían el calor mediante su lengua y de esa forma detectaban la ubicación de la presa a la que luego inyectaban el veneno, no logró controlar sus nervios al darse cuenta de que sudaba, ahora que el pensamiento había llegado a su mente, aún más que antes.
Se imaginó siendo visto por los ojos, o lo que fuese, de una criatura que, agazapada, tenía los elementos necesarios para matarlo con un veloz movimiento.
Era una presa en su propio hogar y esa certeza le produjo una asfixia incontrolable.
Nana Rebeca leía, impasible, mientras la taza de té humeaba a su lado.
Mathias se incorporó, sintiendo el malestar propio de un corazón latiendo demasiado rápido. Haciendo eco de su voluntad y mirando con atención el piso antes de colocar los pies en él se levantó, secándose el sudor de la frente con la palma.
Los sillones estaban un poco levantados del suelo, apenas unos dos o tres centímetros, y seria imposible que una serpiente se metiera allí abajo. ¿O no?
De repente le llegaron imágenes de personas que habían ido a dormir sin percatarse de un cierto bulto bajo las sábanas, quizás tocando el frio cuerpo viscoso por la noche, despertaban sintiendo que algo se movía, para darse cuenta del horror que se había colado en sus camas, cuando ya era demasiado tarde.
El siseo parecía aumentar ahora que se hallaba de pie y en movimiento, dirigiéndose hacia la parte de la cocina donde creía que se originaba. ¿Necesitaría de un cuchillo? Pero, ¿si al abrir el cajón de los cubiertos y tomar uno se encontraba con otra cosa, algo que no debería estar allí? Se estremeció, envuelto en sudor y dando pasos cada vez más tambaleantes. Hasta podía jurar que su visión se nublaba mientras tosía y lamentó nuevamente lo pequeño de la casa, donde se golpeaba o rozaba con todo. La tela del mantel contra su brazo o la punta de la mesa contra sus piernas le hicieron detenerse, aterrado, con la seguridad de que lo siguiente seria el pinchazo, quizás fuerte, quizás no, de unas agujas penetrando en su carne para inyectarle el veneno que acabaría con su vida.
Podía sentirle el corazón latiendo a mil y se alegró de no haber alertado a Nana Rebeca, ahora estaba seguro de que no lo soportaría.
Llegó entonces a la mesada, adornada por algunos platos y ollas sin lavar. Intentó concentrarse, luchar con el miedo que sentía, para escuchar con atención y le pareció que el sonido, que hasta ese momento parecía moverse por la habitación, se concentraba en una esquina, cerca de la bolsa de basura.
Las manos le temblaban y se dió cuenta de que aun tenia el control sujeto con la derecha, y lo apretaba con todas sus fuerzas. Le sudaba la frente, la espalda, todo su cuerpo era una manifestación de lo que en su mente pasaba, miedo y nervios mostrándose a través de su cuerpo. Era un hombre normal ¿que iba a hacer contra algo así?
La vista se le nublaba por los nervios y la tos constante no ayudaba en lo más mínimo, pero se dijo que debía controlarse, tenía que luchar contra el miedo y encargarse del asunto antes de que alguien resultase herido.
De repente se formo en su mente la imagen de él tropezando contra la mesa y cayendo y supo entonces que aquello había sido su perdición, justo en el momento antes de, efectivamente tropezar al pisar un poco de té que la vieja Nana Rebeca había derramado y caer contra la mesada y luego el suelo, a centímetros de la bolsa negra de residuos que despedía un olor putrefacto y... ¿se movía? Mathias intentó incorporarse pero el horror era demasiado, era como si su mente ya se hubiera rendido a lo inevitable y por ello el cuerpo no quisiera responder. Sabía que el golpe le dolía, pero lo ignoraba centrándose en la bolsa. Vio en ese momento algo que parecía ocurrir con una lentitud impensable, en verdad se movía, mientras algo salia de su interior, apartando los pliegues de nilon negros que eran su abertura, desde los que salía el desagradable olor.
Entonces Mathias la vió, y recordó por algún motivo esos rumores que había escuchado, quizás de niño, sobre serpientes en las tuberías de los baños, que surgían cuando uno se hallaba haciendo sus necesidades y picaban a las personas en uno de sus momentos más desprotegidos. Se preguntaba en ese entonces si se podía estar más desprotegido que en esa situación y se dió cuenta ahora de que si, él lo estaba.
La cabeza, que apenas se distinguía del largo cuerpo, parecía mecánica, y cargada de un aura de peligro infalible. Fue solo cuando la vio a los ojos, dos bolitas de oscura belleza, que se convenció de que veía a un ser vivo, fue solo allí que entendió que estaba frente a una criatura bífida dotada de una inteligencia imposible, aquella cosa, adornada por colores rojizos y cruzada por rayas negras sabia que él estaba acabado, que era su presa. Sacando su lengua y guardandola en un veloz movimiento captaba su miedo.
Un último acceso de adrenalina le provocó temblores en todo el cuerpo cuando la sensación de que todo ocurría demasiado lento se invirtió y comenzó a ocurrir todo aquello demasiado rápido, Mathias intentó levantarse con desesperación pero no lograba hacerlo, la serpiente ya casi había sacado todo su cuerpo alargado y grueso de la bolsa, elevándose, y él aun no se levantaba, tosía y lloraba pero no quería morir, debía vivir, se insultó por no haber tomado un arma o alguna herramienta que le fuese útil, pero se dijo que si debía usar el control aunque fuera con desesperación lo haría, solo si su jodido cuerpo reaccionara y respondiera a sus ordenes enloquecidas al menos por un momento.
Lo habia asaltado una debilidad que no lograba vencer.
Entonces lo vió y sintió que la respuesta se formaba en su mente incontrolada por el pánico.
Entendió la tos que tenía, la asfixia, la mirada cada vez más borrosa y lo estúpido que era.
Las mordidas de las serpientes no dolían tanto como parecía, a pesar de que el veneno fuese inyectado, se dijo mientras miraba debajo del short, los dos pequeños puntitos rojos y azulados que, sobre su inflamada pierna izquierda eran la clara muestra de que ya no podía evitar lo que aquella criatura se disponía a hacerle en el momento en que abría la boca, aquella imposible boca húmeda y revelaba dos dientes como agujas goteantes frente a sus ojos.
Fue entonces cuando Mathias despertó.
Se levantó como si se hubiese caído de la cama. Con la diferencia de que se encontraba sobre el sillón de la pequeña cocina y sostenía el control remoto en la mano. La televisión estaba encendida pero no la escuchaba embargado por una alegría incontrolable, más que eso, una sensación de paz que solo el despertar de una terrible pesadilla podía darle a un hombre.
Entonces un acceso de tos lo ataco, incontrolable.
El siseo, lejano, fue lo siguiente que escuchó mientras luchaba por controlarse y sentía, al fracasar, que el aire le faltaba.
Su mente estaba atontada, luchando por ordenar sus pensamientos, ¿era otro sueño? No lo parecia. Sus instintos fueron más rápidos que el pensamiento. Miró y vió lo que segundos antes de entender del todo lo que pasaba, supo que causaba el sonido.
La hornalla de la cocina se hallaba abierta al máximo, dejando salir gas de forma audible y constante, como si fuese aire visible. Aire mortal.
Lo siguiente que logró ver fue a Nana Rebeca en el suelo, con su vestido preferido y el crucifijo esparcido por el piso, roto quizás por sus manos en un intento desesperado por respirar. Se percató de que ese sueño extraño que había tenido era una mezcla entre la realidad y la inconsciencia fruto de lo que estaba respirando sin darse cuenta y tuvo que esforzarse en no dejar caer todo su cuerpo cuando una debilidad tremenda, por la falta de aire, le hizo sentir que los músculos le pesaban toneladas.
Mathias se dio cuenta entonces de que estaba caminando hacia la cocina, donde el siseo del gas saliendo era lo único que se escuchaba, en un intento de apagarlo, de abrir una ventana y respirar aire fresco, de sobrevivir. Su mirada estaba borrosa, desenfocada.
Se alegro entonces de que la casa fuese pequeña. Estaba solo a dos pasos, cuando otro ataque de tos lo sobrevino y cayó, doblándose sobre sí mismo, sintiendo la fuerza de sus piernas abandonarlo. ¿Cuánto tiempo había estado abierto el gas? se preguntó, mientras caía sobre el cuerpo inmóvil y despatarrado de Nana Rebeca, con su vista nublada, rodeada por puntitos negros y blancos intermitentes.
Ojala que Marta esté en el baño y no vaya a encontrarse con ninguna serpiente en el inodoro, pensó, y sus ojos se cerraron sin que pudiera evitarlo.
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