Observaciones sobre un niño que miraba hacia el mar

En honor al gran maestro H.P Lovecraft

Ahí estaba el niño, vestido con unos cortos shorts de color rojo chillón y una remera amarilla con un Spiderman dibujado en su pecho y que se agitaba en su cuerpo regordete, mientras corría por la arena. Al llegar había traído un gorro marrón en su cabeza pero luego de que se le volara varias veces optó por dejar de usarlo y que rodara libremente por la playa. Así, su cabello negruzco parecía brillar un poco por efecto de la luz solar.
Desde mi posición de observador privilegiado pude seguir sus movimientos tomando nota con atención acerca de todo lo que hacía. No sabía lo que buscaba con exactitud, por lo que me había propuesto anotar todo lo que pudiera y mi mano recorría la hoja de manera casi inconsciente a la máxima velocidad de que era capaz. Ya había ocupado dos hojas en la libreta pero hasta el momento no tenía nada que juzgar relevante. Todas sus acciones eran triviales, típicas y no hacían pensar en alguien relacionado a la muerte de tantas personas sino solamente en un niño pequeño jugando en la arena. "Las apariencias no son espejos", recordé la frase que solía decir mi antiguo editor cuando se presentaba alguien nuevo. "Céntrate en lo que conoces" solía decirme también.
Desde este lugar, sentado sobre unas piedras y con la espalda recostada en uno de los viejos postes de madera que sostenían el muelle, nadie se fijaba en mí y podía captar con facilidad los movimientos del muchacho.
Lo primero que recordé mirando al niño era lo que un conocido, viejo guardavidas, me había comentado años atrás. Charlábamos acerca de la cantidad de muertes por ahogamiento y como estas solían aumentar en las fechas de verano o vacaciones y entonces él me reveló un dato que mi memoria guardó de forma imborrable como algo que sería valioso si es que algún día decidía tener hijos.
La cuestión con los niños pequeños, había dicho mi conocido, es que si caen de espaldas, así sea en la orilla, por su edad no logran conseguir la fuerza necesaria para levantarse. Se asustan, intentan respirar o gritar y entonces tragan agua. A partir de ahí ya no hay vuelta atrás. Por algún motivo no pude evitar imaginarme la situación poniéndome en el papel de un niño que de repente resbala o pisa un pequeño hueco en la arena y cae bajo las aguas. Su mente de infante asustado sin saber con qué peligro acaba de toparse, sin entender como la tranquilidad de su juego en el agua pudo haberse convertido en eso. El miedo inmediato, los gritos por mamá silenciados por el líquido frío e implacable metiéndose en su boca, sus ojos, su nariz, sus pulmones. Padres o abuelos gritando "¡estaba en la orilla!" "¡en la orilla!" Y los guardavidas intentando vislumbrar algo, una mano o un chapaleo, incluso apenas un montón de burbujas.
El drama. Y todo por nada más que un descuido.
En cierta forma la vida se terminaba un poco con cada nuevo descuido, pensé, añorando un cigarro.
Y allí estaba el niño. Solo.
Corría desde el lugar en que se encontraba hasta la orilla de la playa y cargaba agua en un baldecito plástico de color violeta. Se incorporaba entonces con el balde repleto de agua y miraba en dirección al lugar desde donde caería ese sol que daba unos espectaculares atardeceres. La línea azul del mar solo se interrumpía ocasionalmente por los barcos pesqueros y la ensombrecida presencia de la isla que existía a lo lejos con sus bosques aún vírgenes. Allí se quedaba el niño, parado inmóvil y mirando en esa dirección como si esperara ver de repente un barco de pasajeros o quizá un animal marino apareciendo desde el horizonte.
Regresaba entonces con el balde y volcaba todo su contenido en la arena para humedecerla y comenzar a moldearla con sus manitos. Luego con otros de sus juguetes playeros, una palita y un rastrillo, intentaba construir paredes y murallas. Quería hacer un castillo de arena.
Los adultos a su alrededor no se fijaban en sus movimientos. De hecho la playa no se encontraba muy transitada en esa ventosa tarde y de las quince o veinte personas qué, desparramadas por aquí y por allá, ocupaban algún lugar, ninguno parecía fijarse mucho en los demás. Aquello tenía sentido tomando en cuenta que era un viernes a la tarde y los que asistían al lugar solo querían ver el atardecer y disfrutar del paisaje en paz y sin molestarse.
Las costumbres y hábitos de la vida de ciudad no se terminaban en un lugar como aquel.
No te metas, no digas nada, no busques problemas. Arena o cemento, lo mismo daba para ciertas actitudes.
Volví sobre el último punto y lo subrayé en mi libreta. El niño estaba solo.
-Pregunta: Que hacía solo en la playa?
-Pregunta: Donde estaban los padres?
De repente pude ver un juguete que salía volando por el aire rebotando en la arena. Era su balde violeta y el muchacho corría detrás de él agitando sus cortas piernas y estirando los brazos en un intento de atraparlo. Tropezó con su propio andar y se incorporó rápidamente para retomar la corrida. A su alrededor nadie parecía darse cuenta de su periplo. El sonido de sus pisadas no me llegaba pues la calle transitada mezclaba sus rugires con el arrullo del agua por momentos calma y por momentos embravecida, sin embargo pude escucharle dar pequeños grititos mientras se tambaleaba intentando agarrarlo.
Esperé por si en ese momento aparecía una figura adulta que lo ayudara, como habría hecho un padre o un hermano mayor, como sucedería si alguien más le hubiera acompañado a la playa y lo estuviera vigilando desde lejos, pero aquello no sucedió. Había llegado solo y así es como permanecía. Me molestaba tal cosa y en mi mente el adulto se rebelaba contra tal irresponsabilidad, al mismo tiempo que el periodista me decía que algo de aquello no estaba bien. El viento soplaba con más fuerza y me recorrió un escalofrío pasajero. Aún había sol en el cielo apagado pero la sombra en la que me encontraba escondido seguía siendo tan fría como siempre.
Miré al pequeño mientras anotaba lo que ocurría. Le había dado alcance a su juguete y ya regresaba con él bien sujeto por la manija de plástico. Caminaba hundiéndose un poco en la suave arena hasta que se acercaba a la orilla y nuevamente miraba con atención hacia el horizonte. ¿Qué buscaba? ¿Que esperaba? Seguí su mirada pero allí no había nada fuera de lo común. El niño volvió a cargar agua en su balde mientras el viento amainaba. "Una vez que cae de espaldas..." recordé. Solo un descuido y no importa si en el lugar hay veinte o treinta personas. Sin un responsable al final solo son veinte o treinta gritando y estorbando.
Influido por esos pensamientos dejé de anotar en mi libreta y le eché una rápida ojeada a las páginas anteriores, donde estaban los casos. Había elegido la palabra sucesos al principio pero cierta connotación sobrenatural me hizo cambiarla. No tenía nada en contra de los creyentes pero un periodista no podía permitirse tales muestras de ignorancia.
Los casos eran, a falta de explicaciones claras y pruebas contundentes, la serie de eventos que me habían llevado hasta ese lugar y momento. Hasta aquel niño.
Busqué en la libreta el primer caso, un recorte de periódico fechado tres meses atrás y con palabras subrayadas. No había imagen en la página blanca y negra pues al principio se había creído que era algo aislado, un ajuste de cuentas o un robo que salía mal y por ese motivo no se le había dado más que un pequeño espacio en la crónica periodística.
La víctima se llamaba Ramón Alvear y era un indigente, uno de los tanto sin-techo que pululan por ahí. Solía caminar por las tardes o las noches en la playa y según declararon los vecinos jamás molestaba a nadie "aunque vivía en la calle". No fue eso lo que consideró la policía sin embargo cuando fue reportado el cadáver mutilado, con sus tripas manchadas de arena saliendole por el vientre rajado, casi como si alguien hubiera dejado caer un rojizo y largo caramelo pegajosos a la arena -así me lo había descrito Saúl quien llegó a cubrir el caso antes de que retiraran todas las..., partes del cadáver-.
Ramón había sido reportado por unos vecinos de la zona, sin embargo el detalle por el cual la noticia llegó a segunda plana era que un "pobre e inocente" niño había encontrado originalmente el cuerpo y dado aviso luego a los mayores. De este niño no se mencionaba nada por cuestiones legales y apenas se daba a conocer que se trataba de un menor de edad de entre seis y cinco años. Ningún periodista o investigador había buscado sobre el más datos y en verdad cuando comencé a investigar por mi propia cuenta pude comprobar que incluso aquellos que lo intentaron no obtuvieron resultados. Sucedió que tras reportar la muerte nadie pudo dar con el paradero del joven.
Un mes después, apareció en circunstancias similares a las de Ramón una joven estudiante de veterinaria cuyo trabajo de medio tiempo consistía en pasear perros. La playa era un lugar al que le gustaba llevarlos pero debido a que estaba prohibido bajar con animales solo lo hacía cerca del atardecer. Laura Galea era su nombre. Las circunstancias, como dije, fueron similares. La diferencia radicó en que su mano derecha no ha sido encontrada hasta hoy y sus tripas no estaban adornando el cadáver despatarrado cuando la encontraron, puesto que sus perros, aquellos que siempre paseaba, se habían dado un festín con ellas. Tuvieron que sacrificarlos y abrirlos para intentar buscar alguna pista, sin encontrar nada de utilidad más que los pedazos de la muchacha descomponiéndose en sus estómagos. El hecho de que sucediera en otra playa no impidió que la policía se pusiera alerta y los medios comenzarán ya a nombrar con tibieza las posibilidades de una conexión entre ambos crímenes. Claro que ninguno de ellos, extrañamente, mencionó el hecho de que al igual que en la ocasión anterior, si bien los vecinos habían reportado el cadáver, era un niño quien lo había encontrado primero y los había alertado a ellos. Un niño de quien nadie sabía nada. Un niño que había aparecido en plena mañana, antes de que cualquiera pudiera ver a los cuerpos, y se había quedado ahí hasta que alguien había aparecido tras ver un bulto extraño en la arena. Luego el muchacho simplemente se esfumaba como si nunca hubiera estado allí.
"Antecedentes" escribí en uno de los márgenes superiores mientras recordaba los dos homicidios que habían sucedido de forma muy similar aproximadamente unos treinta años antes. No había podido conseguir de ellos más que el reporte policial y tras analizarlo hasta casi memorizarlos estaba seguro de que mantenían alguna relación. También dos cadáveres pertenecientes el primero a un hombre y el segundo a una joven mujer, cuya mano se hallaba igualmente desaparecida. Tenía incluso el componente mórbido agregado puesto que la mujer se hallaba embarazada y entre sus tripas salidas habían encontrado el cuerpo muerto del... en fin, eran similares. Demasiado. La única y crucial diferencia consistía en que habían atrapado al culpable de aquello crímenes. Un francés loco que aparentemente había llegado al país en un barco ilegal. Estaba a punto de cobrarse una tercera víctima cuando uno de los policías que vigilaba la zona vio algo sospechoso. "Las cosas que habían sucedió eran demasiado terribles", declaró aquel policía, "y por ese motivo decidí que no podían arriesgarse más vidas. Dispare y luego me acerque a comprobar si era nuestro hombre. Así fue, y no me arrepiento de nada." Dos tiros para cerrar el caso y treinta años para olvidarlo. Dos muertes nuevamente para que el caso fuera abierto, al menos, para un periodista con el suficiente olfato de noticias.
Niño solo en la playa jugando cerca de la orilla podía no significar mucho más nadie, pero para mi era como la pieza extraña del rompecabezas. Simplemente algo que no encajaba.
Ahora ya habían asesinado a dos personas y si todo seguía su curso una tercer muerte estaba próxima. Todos los casos, reportados por el mismo niño que ahora se hallaba allí jugando inocentemente. Un niño que se escapa cual Houdini de las narices de la propia policía.
-Pregunta: ¿Quién es el niño?

Lo miré. Entrecerré los ojos en un intento de ver mejor y luego los abrí un poco por la sorpresa. Contra todo pronóstico, el niño se las había arreglado para construir con una mezcla de arena húmeda y seca lo que se veía como un castillo bastante presentable o al menos así lo juzgue basado en el hecho de que jamás pude hacer nada siquiera parecido a eso. Cinco o seis años sería su edad, pero sus habilidad para la construcción con arena eran las de alguien de muchos más años. Sólido, así se veía aquel castillo que si bien carecía de detalles apreciables desde la distancia tenía el inconfundible aire antiguo de tales construcciones. Cuatro murallas de esa mezcla entre amarillo y marrón claro de la arena húmeda lo cercaban como verdaderos muros protectores y el niño continuaba corriendo hasta la orilla en busca de agua para seguir construyendo. Le había hecho varias torres de un grosor considerable y la diferencia de altura entre unas y otras hacía pensar más bien en una pequeña ciudadela a medida que seguía apilando arena aquí y allá. Algunas incluso llegaban a tener cúpulas redondeadas que el niño moldeaba con esfuerzo intentando darles formas puntiagudas.
El viento soplaba con mayor intensidad y de cuando en cuando el cielo se nublaba haciendo que una cortina de leve sombra cubriera toda la playa.Sentía más frío entonces y me dije que tendría que haber traído más abrigo. Algunos de los adultos ya se habían levantado y llevado sus cosas, alejándose.
Volví sobre mi objetivo. Me enteré del niño mientras realizaba un reporte para el tercer de estos casos de muertes con características similares. Hasta ese momento los periódicos pequeños ni siquiera se habían encargado de los asesinatos y los grandes solo publicaron noticias en segunda o tercera plana. A partir del tercero todo cambio.
Christopher Ferrys, turista californiano. Estaba de paseo en el país y se le había visto por última vez bebiendo junto a unos amigos en un bar de la playa oeste. Su cuerpo no fue hallado esta vez por ningún vecino puesto que la policía realizaba patrullaje en las zonas playeras tras el último asesinato. Dos agentes vieron el cuerpo apenas despuntada la madrugada y comprobaron con sorpresa que había alguien con vida a su lado. Un niño, tuvimos que escribir aquellos que nos encargábamos de la noticia (que fuimos básicamente todos pues a esa altura ya se había convertido en el tema de moda). Me enfrenté allí al hecho de que no pudimos encontrar ningún dato sobre ese niño y tras semanas de búsqueda exhaustiva apenas un nombre apareció en boca de un policía que afirmaba haberlo encontrado vagando solo en la playa y ante su falta de diálogo decidió llevarlo hasta la comisaría. La palabra o mejor dicho, la expresión, que el oficial dijo escuchar de su parte era algo así como "Khol'oks" o "Chol'kos" y en ninguna base de datos arrojó nada de utilidad. Ni siquiera pudimos estar seguros de que fuera así cómo se escribía y sobre el policía que la escuchó solo hay que decir que tras eso juraba no recordar nada, como si su mente estuviera en blanco hasta el momento en que se percató de que el niño no estaba ya en su vehículo. Un típico caso de policía que consume lo que incauta, si es que me lo preguntan.
Pase unas hojas hacia atrás en mi libreta, justo después del tercer caso y revisé la palabra. "Kgol'Ogkl" leí para mis adentros. El viento repentino hizo que la hoja siguiente se elevara y se pegara a la que estaba leyendo por lo que apoye mi mano para evitarlo. Aquella era la única palabra con un poco de sentido que pude encontrar tras consultar diversas bases de datos por lo que la había anotado. Respondía al nombre que ciertas tribus de isleños había dado a una especie de Dios del mar o algo por el estilo. Parecía tratarse de un culto muy antiguo y por sobretodo poco llamativo pues no logré encontrar mucho más que eso. De lo poco que en antiguos libros y diccionarios logré hallar era que solían honrarlo con sacrificios de partes humanas, sea lo que sea que eso significaba.
Fuera de aquello, que en sí mismo no era más que incómodas supersticiones, nada. Era simple, niño, no era solo una clasificación, era también la única forma que encontramos de llamarlo. Su foto no aparecía en ninguna base de datos ni tampoco figuraba como persona desaparecida o en alguna lista de lo que fuera de la policía tal y como me informaron mis contactos allí adentro cuando realice averiguaciones por su paradero o alguna posible casa.
Y así, mientras en los medios peleaban por la gran noticia de un asesino serial suelto en las calles, "el hombre de la noche" "el destripador de arena", yo me preguntaba cómo era posible que nadie más se hubiera percatado del patrón.
Allí donde hubieran ocurrido los asesinatos, ese niño estaba presente.
Mirándolo atentamente pude en parte comprender porque nadie reparaba en el. Viendo cómo movía su pala para recoger arena y llenaba con esta un pozo donde antes había mojado para formar arena húmeda supe que aquel niño jamás sería capaz de matar a nadie. Ni aunque se tratase de un pequeño psicópata o sufriera cualquiera de esas enfermedades que llevaban a un humano a la locura asesina. Era incluso, aunque fuera capaz en su mente, anatómicamente imposible que aquel pequeño de no más de seis años hubiera destripado a tres adultos sin dejar ninguna pista o prueba de su crimen.
-Supuesto: atracción? Quizás no pudiera matar a nadie, pero si es seguro que adultos bajarían la guardia frente a un niño que apareciera y les pidiera ayuda. Eso los distraería, permitiendo actuar a "otros".
-Pregunta: quien acompaña al niño?
Dejé de anotar. Era aquella una de las cuestiones fundamentales. No había logrado encontrar por mucho que me esforzara alguna relación de parentesco entre este niño y una familia. Ni tampoco entre él y aquel francés loco que había cometido crímenes parecidos tantos años atrás. Claro, aquello no significaba que no hubiera algún lazo que desconocía o que careciera de una familia, en verdad todos tienen o han tenido alguna vez una familia, encontrarla era en su caso sin embargo bastante difícil.
Solo el rastrearlo había sido por demás complicado e incluso para alguien que como yo ha desempeñado casi la mitad de su vida en periodismo de investigación fue inesperado lo duro de la tarea. Fue solo la experiencia de años y una corazonada, unidas a la única foto que del menor se tenían -sacada por uno de los policías y que no había sido publicada por cuestiones legales-, que pude suponer donde aparecería la próxima vez. Era simple ahora que lo pensaba. El niño siempre estaba donde ocurría alguno de los asesinatos, por lo tanto, ¿donde habían ocurrido estos?
La playa norte el primero. La oeste el segundo, este el tercero y tras recorrer un poco por la playa sur, mirando distraído a los que iban llegando, comparando mentalmente la cara de los pocos niños que se veían con la del que yo buscaba, encontré lo que esperaba.
Solo por si acaso tanteé mi teléfono celular. Eventualmente llamaría a la policía y diría que había posibilidades de que allí se cometiera un asesinato, bueno, a esa altura estaba yo bastante convencido de que así sería.
Lo enigmático, el niño, me impulsaba por el momento a esperar de la misma forma que muchos de los allí presentes esperaban el atardecer. Querían ver la maravilla desde el momento mismo en que comenzara. Yo quería ver claro está no un homicidio siendo cometido, sino el papel que ese muchacho de cabello corto y negruzco desempeñaba en todo esto. La sorpresa que se ocultaba en aquella escena a simple vista y el misterio que estaba de fondo.
Esa podía ser una historia increíble, la historia de mi vida incluso y los periodistas de los pequeñas ciudades lo sabían muy bien. En esos lugares las grandes historias sólo se presentan una o dos veces en la vida. Ya podía ver los títulos sobre el papel recién impreso. Primera plana, "inocencia mortal", "los crímenes de la inocencia", sí, vendería como el pan de cada mañana y lo único que debía hacer era estar allí para poder registrarlo.
Entonces el niño hizo algo que fue inesperado y yo apenas pude llegar a anotarlo pues no quería perderme ninguno de sus movimientos.
Caminó hasta la orilla pero ahora no para cargar agua en su baldecito, pues sus manos estaban vacías. Allí dio unos tres pasos tambaleantes adentrándose en las aguas. Continuaba sobre lo más llano pero aún así el agua llegaba ya a sus rodillas mojando sus shorts. Los adultos del lugar no parecieron percatarse y yo sentí un cosquilleo recorrerme la nuca. Si continuaba andando sería peligroso para su vida, y mortal para mi historia. Tal idea jamás se me había pasado por la mente y solo ahora que la pensé sin rodeos me figuré de lo mucho que deseaba conocer el secreto de ese niño. Tanto que incluso pude haberme dejado influenciar por cosas improbables y carentes de pruebas sólidas. ¿Hasta donde iba lo real y hasta donde lo que yo querría que fuera? El niño no avanzaba y por el momento parecía una claraboya empujada levemente por el agua que se embravecía poco a poco. Sentí el viento crecer y sujete con más fuerza la libreta. Si da un paso más, me lanzo a la carrera, me dije mientras cambiaba los titulares en mi mente por el de "periodista salva a niño de ahogarse".
Y entonces ocurrió lo que menos esperaba. Como si un viento imposible lo hubiera empujado el pequeño se giró con tal rapidez que al principio me costó darme cuenta que estaba ahora de espaldas al horizonte. Antes de que pudiera pensar en cualquier cosa, el muchacho simplemente se dejó caer. Como si estuviera siendo bautizado o algo parecido, su espalda tocó el agua cuando aflojó la fuerza de sus piernas y entonces todo su cuerpo se perdió momentáneamente bajo las aguas que se levantaban por su peso y su violenta caída. Digo momentáneamente puesto que apenas llegué a levantarme de mi lugar y avanzar unos pasos hacia su dirección que tuve que detenerme. El niño salía de la misma forma que había caído, rápido y con violencia, de las aguas algo azuladas en las que se había sumergido. Sin poder evitarlo retrocedí, como si la consciencia de haber sido visto me impulsara a evitar que me descubrieran, como si aquel niño supiera de mi y un poco secretamente como si el hecho de que pudiera verme fuera hasta peligroso. Absurdo, pensé de inmediato, ¿miedo a un niño de cinco años? Pero luego recordé las imágenes de los cadáveres en aquellos archivos que parecían salidos de una película de horror barata. Los cuerpos pálidos y sucios, húmedos y doblados en ángulos que no eran posibles, y me dije que haría bien en ser precavido.
Caminó de nuevo, esta vez sin ser tan fácilmente empujado por el agua que se hallaba ahora calma, y regresó a su castillo de arena. Pude ver desde donde me encontraba que llevaba una especie de gran molusco en su mano derecha, sujeto por su enorme concha marina desde la cual surgían los apéndices que eran las patas o pinzas del molusco.
El niño llevó a su presa -taché esa palabra y escribí "animal", hasta el castillo de arena que había construido de forma casi magistral y entonces los sostuvo frente a él. Se retorcía y movía de forma temblorosa. Era enorme y sin embargo el niño la sostenía con solo una mano y una facilidad increíble. Le apretujó entonces la cabeza con la mano izquierda ahora libre de palas y baldes plásticos y en un solo movimiento arrancó el cuerpo del interior de su sólida protección. Arrojó luego este aún retorciéndose al centro de su castillo y la que antes había sido algo así como la casa de aquel animal lo envió volando lejos de un manotazo descuidado. A pesar de ser un niño, verlo era como observar a un adulto realizando alguna especie de movimiento aprendido de memoria. Físicamente no cometía errores y a pesar de que yo desconocía que estaba haciendo él se movía con velocidad y seguridad, sin tambalearse y caer, sin dudar, casi como si no fuera un niño pequeño quien estaba actuando o como si una fuerza extraña lo animara en su actuar. Su cuerpo era el de un niño pero sus movimientos, algo en ellos, hacía que me sintiera incómodo. Era como ver a uno de esos pequeños ratones que metían en la pecera de una serpiente. Así me sentía en ese momento en que yo era el ratón. Esperando ansioso con la creciente sensación de que algo sucedería pronto. El niño caminaba ahora alrededor del castillo y realizaba con el cuerpo de otro molusco dibujos o símbolos en la arena. ¿De donde lo había sacado? me pregunté entonces y así lo anoté en mi libreta.
El animal no se movía y eso me resultaba extraño. Mientras más lo miraba me resultaba además diferente a la imagen que el molusco anterior había suscitado en mí. Era algo alargado y tenía los apéndices como las patas y pinzas de una langosta pero estos eran menos numerosos, llegue a contar cinco, y su color era más bien blancuzco. Su tamaño además eran un poco más pequeño y mientras la veía me fui percatando con horror de que no se trataba de una langosta. Moví con violencia las páginas de mi libreta buscando el recorte y al encontrarlo me centré en localizar la palabra sin dejar de mirar como obsesionado al niño y su macabro ritual.
Allí estaba, a la segunda víctima le habían cortado una mano y está no había sido encontrada junto a su cadáver, no había sido encontrada hasta ahora.
El niño tiene la mano, escribí rápidamente y las letras parecían escritas en el momento exacto de un terremoto por los nervios que me habían asaltado. Tuve que respirar conscientemente pues sentí que el aire me faltaba. La mano estaba deformada, blancuzca y su piel arrugada como si hubiera estaba hasta el momento bajo el agua. Sus dedos caían muertos a su lado y el índice podía verse solo hasta la mitad, el resto daba la impresión de haber sido devorado. El niño utilizaba la mano como un retorcido lápiz y escribía con ella sobre la arena figuras o letras que yo no pude reconocer por el lugar en que me encontraba. Ya me estaba moviendo hacia su dirección, sin saber del todo lo que haría pero sintiendo el pánico crecer al mismo tiempo que una cierta sensación de triunfo futuro. Allí estaba la posibilidad de lograr la mejor historia de todos los tiempos, nadie en la ciudad tendría nada como aquello que no paraba de volverse más y más oscuro.
El niño ni siquiera se percató de mi presencia. Lo sujeté por los brazos delgado y los voltee para mirarlo a la cara. De inmediato lo solté. Sus ojos me produjeron rechazo pues estaban tan blancos como los de un cadáver, con sus pupilas surcadas por venas rojizas en ese fondo todo blanco en que se habían convertido. Cuando sonrió sentí un escalofríos recorrer mi cuerpo y no pude evitar alejarme. La mano cayó a su lado y el niño se dio media vuelta y comenzó a caminar a paso firme de nuevo hasta la orilla.
Le seguí, creyendo que intentaba escapar, pero me detuve de inmediato.
Miré hasta donde alcanzaba mi vista. Sentí en la cara el viento creciente y las gotas de agua que este traía. El mar se agitaba y las olas chocaban entre sí en un sonoro estallido. El niño miraba hasta el horizonte donde el sol descendía y también yo miré sin poder creer lo que en ese momento veía.
Junto a los pequeños botes y barcos pesqueros que a lo lejos se observaban, unas cosas imposibles se habían elevado sobre la superficie como torres colosales y cada vez su enorme tamaño se hacía más cercano. Eran grandes figuras humanoides que avanzaban por el agua. Pude ver quizás veinte a lo largo de toda la línea del horizonte pero sin detenerme a contarlas y todas ellas diferentes entre sí aunque similares en su enorme estatura que dejaba a los barcos como pequeños vehículos de juguete en manos de un niño caprichoso. Un color verde azulado irradiaba con algo de brillo de lo que parecía ser su piel. Se hallaban quizá a un kilómetros de distancia pero un olor a pescado muerto, putrefacto, y el temblor de la tierra me dijeron que se acercaban rápido. El agua se apartaba con su movimiento de rompe hielos, levantándose en olas que iban a parar en el lugar donde comenzaba la arena. Incluso el sol brillando con sus últimas luces sobre el cuerpo de aquellas monstruosidades les daba una apariencia aún más terrible.
Apenas en un destello me pareció ver que una de las más cercanas tenía colgada sobre uno de sus voluminosos hombros la piel grisácea y reseca de una monumental ballena, con su aleta caudal colgando inmóvil hacia el costado derecho como pétalos de una flor muerta y un coro de gaviotas y otros pájaros ya acercándose a picotear los restos de plancton y carne de su lomo. Más como una medalla que como un tapado o cualquier clase de vestimenta aquella visión me aterró por su magnitud mientras observaba los tentáculos y apéndices alargados que se retorcían por todo el cuerpo de aquellas cosas como serpientes furiosas. Pensé entonces en que más bien parecían arboles resecos y antiguos, pues las criaturas que veía semejaban mucho a grandes islas andantes.
De repente la playa, la enorme playa arenosa, se me antojó demasiado pequeña y el mundo un lugar más opresivo y con secretos que no debían salir nunca a la luz.
Pero era tarde. El horror caminaba ahora en libertad, quizá por obra de un niño que había escuchado sus voces en el viento, clamando por volver.
El niño parado a pocos pasos de distancia elevó sus manos delgadas como en forma de cruz tal que si quisiera darle un abrazo a la familia que no se ve desde hace mucho tiempo.
Me percaté entonces de los gritos y miré, a mi alrededor todos los adultos corrían levantando arena y aullando de forma enfermiza plegarías y palabras inentendibles mientras buscaban salir de aquel lugar. Algunos apenas se daban cuenta de la presencia de aquellos cada vez más cercanos seres y entonces sus gestos de sorpresa eran convertidos en horror expresado mediante gritos y corridas cuando miraban hacia el lugar donde el niño antes había clavado sus ojos blancos. De nuevo, nadie se preocupó por el niño.
Yo corría también, me di cuenta, e intentaba llamar a la policía. El teléfono sonaba pero tras pocos momentos nadie respondía. De nuevo llamé mientras corría y buscaba con la mirada aquellos seres del abismo que se hallaban aún más cerca.
Las líneas sin embargo, seguían ocupadas.

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