El patio de los desperdicios
"En la concepción original del mundo que tenía el hombre, tal como la encontramos en los pueblos primitivos, el espacio y el tiempo tienen una existencia precaria. Se convinieron en conceptos fijos solamente en el transcurso de su evolución mental, gracias en gran parte a la introducción del sistema de medidas.
El espacio y el tiempo, en sí mismos, no son nada".Carl Gustav Jung, 1952.
León caminaba apurando el paso, con el cabello largo sacudiéndose por efecto de sus pisadas en la vereda de baldosas desparejas. Su apuro se debía a que buscaba llegar antes que el encargado. Sabía que había tiempo suficiente, con la mañana apenas despuntando, pero aun así le era difícil refrenar la ansiedad que sentía. Tuvo que hacer un esfuerzo consciente para no correr.
Cada pocos pasos se detenía y lanzaba una furtiva mirada hacia atrás, examinando las solitarias calles y veredas, como si supiera que allí había algo que en cualquier momento podría ver. Claro que había muchas cosas, tales como las casas y los edificios extendiéndose a ambos lados de la calle o unos cuantos árboles plantados en la vereda que desentonaban con la esencia de aquella urbe en la que vivían. Las farolas apagadas, dos contenedores de basura grafiteados y aquel cielo celeste pintarrajeado por nubes grises que anunciaban un posible mal tiempo.
Por el lugar silencioso apenas pasaba un autobús realizando su recorrido programado. Solo el viento le acariciaba el rostro mal afeitado y se alegró de llevar aquel gorro de tela gastada en su mochila. Se lo colocó.
Seguro de que no lo seguían se sorbió la nariz en un acostumbrado y sonoro movimiento de aspirar con fuerza y continuó con su camino.
León pensaba aun antes de mirar que no vería nada al girarse, pero a pesar de eso no lograba deshacerse de la sensación que se apoderaba de él cada vez que salía a la calle, sin importar la hora del día que fuese. Esa opresión en el pecho, como si en cualquier momento, al doblar una esquina o desde algún punto ciego, fuese a surgir un peligro que se encontraba antes allí y que él no había visto.
Acechado, era así cómo se sentía.
Un cosquilleo le recorrió la piel, desde la espalda hasta sus extremidades. Se rascó distraídamente la parte superior de la mano izquierda y se detuvo al percatarse de lo que estaba haciendo. Aquel cosquilleo era nada más que su cuerpo preparándose para correr o atacar a la amenaza que pudiera aparecer de repente.
León tuvo que hacer un esfuerzo consciente para reprimir sus pensamientos fatalistas.
<<¿Cuantas personas son atacadas en pleno día?>>, se dijo para intentar calmarse pero sin mucho éxito. ¿Sería así como se sentían los millonarios? Se preguntó, pero no le dio muchas vueltas al asunto pues sabía que aquellos se trasladaban en grandes vehículos y no caminando por las veredas.
La deuda atrasada con Roco, claro, era culpable de ponerlo en ese estado de alerta constante. Sabía que no tendría que haber recurrido a esos prestamistas pero, ¿qué otra opción le quedaba? "Solo existen dos tipos de personas que contraen deudas sin estar seguro de poder pagarlas. Los que se creen con suerte en las apuestas, y los que van a morir pronto. Y los primero suelen transformarse en los segundos al giro de una ruleta. Te lo digo chico, con la plata no se jode." Las palabras del tío Jonás le surgieron de improviso.
La sabiduría del viejo no le había servido de mucho para evitar el infarto pero se había asegurado de mortificar tanto a León que al final este solía recordar sus frases o dichos aún sin proponérselo. Pensar en tío Jonás, le llevó directamente a su padre; "Sos de cagarla poco, pero cuando lo haces, es con muchas ganas".
León agitó la cabeza suspirando con ganas.
Allí estaba otra vez la fatalidad. Yo les tengo una frase pensó, <<Lo hecho, hecho está>>.
A pesar de que sabía muy bien qué clase de "negocios" eran los que Roco y su gente manejaban, y qué le sucedía a todos aquellos que no pagaban en tiempo y forma, apenas y dudó cuando la necesidad lo empujó a recurrir a su "agencia de préstamos".
El trabajo escaseaba y la comida era parte de un pasado que recordaba con su estómago y no con su mente. Iban a correrlo de la pensión y entonces el hundimiento sería definitivo, nadie le daría trabajo a un tipo que ni siquiera tenía casa.
Para cuando tuvo el dinero en su mano, idiotizado por su cantidad y la facilidad al conseguirlo, ya era demasiado tarde.
Metió su mano dentro de la camisa de trabajo y sus dedos inconscientemente buscaron el bolsillo interno de la misma. Sus preocupaciones desaparecieron cuando acarició suavemente el pedazo de papel doblado que se encontraba allí, seguro, oculto.
Él mismo había cosido ese bolsillo con la intención de guardar tan preciado objeto.
Que se jodiera Roco y su gente, pensó, ninguno de ellos tenía idea de nada.
A pesar de que se había jurado a sí mismo no hacerlo, tras asegurarse que estaba solo en la vereda, se detuvo y sacó el papel del escondite junto a su pecho y lo desdobló con sumo cuidado. Cada movimiento lento y preciso, como si estuviese quitando la ropa a la mujer más bella.
El papel, un poco amarillento por el paso del tiempo, era un recorte de periódico del tamaño de una hoja de cuaderno. Estaba arrugado y manchado allí donde él no había logrado limpiarlo. De una textura resistente y gruesa, aún podía leerse en su mayoría.
León lo miró con un brillo en los ojos y reprimió una sonrisa.
<<No>>, se dijo, no tenía que hacerlo allí, era peligroso, estúpido, rápidamente lo dobló como estaba y se lo guardó en el bolsillo interior.
Volvió a mirar hacia atrás, pero comprobó que la calle seguía vacía.
Continuó con su camino dando pasos aún más ligeros con sus cortas piernas, intentando recordar cuándo había comenzado a sentir ese miedo que le provocaba la posibilidad de perder aquel valioso papel.
Dejarlo en su casa ya ni siquiera se le cruzaba por la cabeza y en verdad estaba seguro de que hacía mucho tiempo no lograba, no quería, separarse de él.
Una sonrisa se formó en su rostro enjuto, de rasgos afilados y poco agraciados, al pensar en la casualidad que representaba haberlo encontrado. En la suerte. Cuando sonreía de aquella manera, sus labios delgados parecían llegar casi a la altura de sus ojos pequeños, y la nariz puntiaguda y larga se combinaba con ellos para darle un aspecto de roedor que le había valido una infancia dura, repleta de burlas.
Aun así, "El rata" como solían llamarlo los mismos cinco graciosos de siempre, siguió sonriendo, pues sabía que en sus manos tenía el secreto que cualquiera de esos imbéciles fracasados hubiera querido conseguir. El secreto del futuro.
Óscar se quedó en su lugar, inmóvil. Por un segundo creyó que lo habían descubierto.
Se apretujó un poco más contra el basurero que despedía un olor pútrido aguardó.
Arrugó la nariz cuando le llegó la combinación de mugre y putrefacción que surgía de aquel, y de las múltiples bolsas que habían desparramadas por el suelo a su alrededor.
Recordó que los recolectores habían hecho paro el día anterior y los insultó en silencio.
Tras unos segundos que parecieron pasar lento se dijo que a la mierda con estar escondido y salió de donde se encontraba.
El tipo al que le habían encomendado seguir, el tal León, se había alejado casi una cuadra. <<Camina rápido el desgraciado>>, pensó Óscar.
En el fondo hubiera preferido que lo descubrieran, puesto que así le podría poner fin a aquella pantomima de mafiosos. Era inútil que Roco lo hubiera encomendado seguirlo para ver qué hacía y recordarle que se estaba atrasando en el pago. Le bastó solo una mirada y lo que su experiencia le había enseñado para saber de antemano que aquel hombre jamás pagaría la deuda. No porque fuese imposible, siempre habian maneras, sino porque tenía en su forma de actuar el claro signo de que le importaba un carajo.
Quizás era estúpido y no creía que le fuera a pasar nada, por lo general la gente suele pensar así, "Le ocurrió al vecino. Pero no, a mi nunca me va pasar algo como eso".
O tal vez realmente tenía verdadera esperanza de que su deuda estuviera mágicamente saldada u olvidada, también había esa clase de estùpidos. Los había por montones en verdad, <<de todos los sabores>> pensó con una sonrisa que le hizo parecer raro pues aún permanecía cerca de los contenedores.
Oscar camino más deprisa, dirigiéndose un poco hacia la izquierda por si era necesario esconderse nuevamente.
Se distrajo un poco pensando en Nicole, que esa mañana lo había despedido con el mejor sexo oral que le habían dado en mucho tiempo. Desde hacía bastante que solo se acostaba con ella, bueno salvo por algunas excepciones sin importancia, y podía sentir que poco a poco se estaba enganchando. Así eran las mujeres, te pescaban con la carnada más atractiva y para cuando quería acordar ya estaba frito y comido.
Oscar consideró que sería mejor prestar atención y desvío por un momento los pensamientos de la mujer al hombre que ahora seguía. "El rata" lo apodaban y sin dudas era una de esas veces en que el apodo estaba muy bien puesto.
Por la facilidad con que aceptó el dinero, estaba claro que no conocía a Roco y a los suyos. No lo conocía a él o a su reputación. Ni tampoco lo que habian hecho para ganarse un nombre dentro de la zona y asegurarse de que aquellos que tuvieran que pagar no se anduvieran con retrasos. Quizas no habian hecho el ruido suficiente, pensó acariciando la navaja que llevaba en su bolsillo derecho y dando pasos más veloces.
De repente el tipo volvió a detenerse de improviso y Oscar apenas tuvo tiempo de lanzarse contra la pared de una casa que ocultó su cuerpo, antes de que León se volteara. De no haber sido porque estaba alerta, posiblemente lo hubiera visto.
Apretó con fuerza la navaja.
Esa actitud de paranoia que mostraba le pareció otro punto en contra del pobre desgraciado. ¿Estaria esperando que de repente apareciera alguno de ellos a cobrarle la deuda? ¿Creería que entonces podría defenderse o correr? Por su complexión delgada y ese cuerpo pequeño, estaba claro que la primer opción no le sería recomendable.
La situación le recordó la de aquel tipo, Roman o algo parecido, que se había comprado un revólver después de que él le dejara en claro que estaba demasiado atrasado y no le iban a tolerar nada más. De poco le había servido cuando se metieron a su casa por la noche y le cortaron tres dedos y uno a la puta con la que estaba. "¿Tenía dinero para eso y no para saldar la deuda?" Le había dicho Roco señalándolo con su cercenado dedo índice.
Como fuera, si León esperaba ahuyentarlos a balazos, se llevaría una desagradable sorpresa. Juzgando que había pasado tiempo suficiente, salió de su escondite y miró. León ya no se encontraba en la calle. Por lo qué Oscar sabía el basurero municipal se encontraba en la cuadra siguiente y era allí donde aquel hombre trabajaba, por lo que seguramente estuviera dentro. Como fuera, ahora solo quedaba esperar a que volviera a salir. Mientras caminaba hacia ese lugar decidió hacerle una llamada a Roco para comentarle acerca de sus apreciaciones. A lo mejor hasta podría convencerlo de que no valía la pena esperar más al sujeto o que quitarle algunos dedos sería un recordatorio más eficiente. También llamaría a Nicole y vería qué tal, hablar con ella le gustaba pero tampoco venía mal cerciorarse de vez en cuando de que todo estaba en orden.
Así era con las mujeres, nunca se podía confiar.
Lo primero que León hizo apenas llegó, fue dirigirse hasta la caseta del guardia nocturno, cuya tarea terminaría en breve. Golpeó dos veces el vidrio de la puerta y a la segunda logró despertarlo. Luego, como todas las mañanas desde hacía casi tres semanas, le pasó el billete acordado a través de la pequeña abertura en la ventana.
Ninguno de los dos dijo nada y a León así le resultaba más sencillo.
Como todos unos mafiosos, pensaba divertido mientras se retiraba.
En ocasiones como aquella, reflexionaba sin poder evitarlo sobre la idea de que aquel sereno parecía bastante acostumbrado a ese tipo de tratos. En su cara pecosa y manchada, tenía esa mirada. Le decía que con toda seguridad ya en otras ocasiones había recibido dinero a cambio de favores, o algo parecido. Quizás incluso hubiese existido alguien que también le pagara por el motivo que lo hacia León, para que no viera ni dijera nada de cualquier cosa sospechosa que pudiera suceder.
Aquel hombre, pensó, mal que bien era eso, otra vida. Una persona con experiencias, expectativas (o quizás no), una familia (o quizás no), muchas enseñanzas que dar, un pasado repleto de decisiones y aprendizajes y arrepentimientos.
Apenas un año antes, jamás habría pensado en algo así, sin embargo desde hacía un tiempo se había vuelto más reflexivo. Su descubrimiento había cambiado algo de sí, en mayor o menor medida. Ahora sabía que cada persona era, literalmente una historia.
El relato de algo llamado vida que se entremezclaba con otros y formaba aquello que podía definirse como destino, y no era otra cosa que una suma de sucesos encadenados en el tiempo a los cuales se les daba interpretación en busca de establecer un cierto orden que en verdad era solo ilusorio.
<<La historia de la vida>>, pensó León moviendo sus finos labios como si lo dijera en voz alta. Y todos se preocupan siempre por quien la escribe.
Pero él, él sabía que lo importante era, quien podía leerlas.
Pasado y Futuro.
Si, en esa palabra se detuvo el viejo León. Futuro.
Fue caminando hasta la oficina central y abrió con la llave que le habían dado al contratarlo.
El lugar estaba como siempre, repleto de puras porquerías cubiertas de capas de polvo sobre las que descansaban más trastos inservibles. Estantería sobre estantería era la viva imagen de un lugar en el que el orden no era exigido.
Antes había sido un depósito o quizás la sala de reuniones de una floreciente empresa. Ahora sin embargo era un galpón donde se iba acumulando la suciedad y las ratas.
Y también una bella oficina, pensó con sarcasmo.
Se desvió hacia la izquierda, por entre la basura, esquivando algunas cajas y contando. Tres, cuatro, cinco. Y se detuvo. Miro hacia los lados solo por si acaso. El lugar seguía vacío. Abrió la caja que estaba en el suelo y dio vuelta aquella tapa de cartón.
Pegada a ella con cinta transparente había un sobre grande de color marrón claro.
Fue con él hasta la mesa de madera cubierta por una capa polvo y repleta de papeleo atrasado o desordenado.
Ocupó un lugar en su silla y luego, con mucho cuidado, despegó el sobre de aquella tapa. Las manos le temblaban levemente mientras sus dedos acariciaban el sobre, abriéndolo y depositando frente a el, con milimetrica pericia, los papeles amarillentos y desgastados.
Cuando hubo terminado revisó su reloj. Las siete y veinte, aún faltaba para que el supervisor y sus compañeros llegaran. Tenía tiempo, pero no demasiado.
Quizás debiera quedarse en la noche a realizar la búsqueda, pensó sacando cuentas.
Necesitaría una linterna, y el mapa. También una excusa convincente.
Detuvo aquellos pensamientos diciendo que lo mejor sería atender una cosa a la vez.
Se enderezó sobre la silla en que estaba y observó finalmente los papeles con atención.
Eran hojas de periódicos, algunas de ellas rotas y carcomidas por las ratas, todas manchadas de azules y rojos y negros. Todas ellas parecían sacadas de la basura y en verdad era de allí de donde provenían.
Unas pocas incluían dibujos pero la mayor parte de eran solo texto.
Habían aproximadamente unas quince o veinte.
León acercó la que tenía más a mano y observó la fecha impresa en pequeños números que descansaba en la parte superior izquierda, justo sobre un margen.
15/2/2020.
—Quince de febrero... de dos mil ...veinte —dijo en voz baja. Estaba anotando la fecha en una pequeña libreta de tapa azul en cuyas hojas podían verse otras fechas anotadas. Luego extrajo el pedazo de papel que tenía en el interior de su ropa de trabajo. Aquel recorte estaba fechado en el diez de marzo de dos mil veinte.
Finalmente, colocó su celular sobre la mesa y comprobó la fecha de aquel día. No lo necesitaba, pero era casi una costumbre que había adquirido pues si no lo veía una voz en su mente le susurraba que no podía ser cierto.
Encendió la pantalla y miró.
Noviembre, dos, del año dos mil dieciocho.
Le dio una última pitada al cigarrillo y lo arrojó con descuido al suelo.
Allí lo piso y luego se recostó de nuevo contra ese banco de madera que le resultaba cada vez más incomodo.
Si no fueran ordenes del jefe... pero lo eran y Oscar bien sabía que en trabajos como el suyo no era recomendable discutirlas si se quería conservar la salud. Imaginó por un momento que pasaría si existiera un sindicato para mafiosos y no pudo evitar la risa. Los tipos allí, reunidos para hablar de lo malo que eran los patrones y de como se querían quedar con todo el dinero, pintando carteles para las movilizaciones y compartiendo sus experiencias.
En base a las últimas indicaciones de Roco, había tenido que buscar un lugar donde poder vigilar aquel basurero en espera de que León saliera del trabajo. Allí lo seguiría y podría saber de una vez por todas si daba alguna impresión de poder pagar la deuda o simplemente continuaba con su vida rutinaria de hasta entonces, dando señales de que aquello le importaba más bien poco.
Volviendo a recordar la llamada a su jefe se puso serio. La misma no había resultado como esperaba. Roco se mostró negado a la posibilidad de darle un tipo de recordatorio más... físico, y tampoco le había gustado nada su mención de que quizás el tal León necesitara conocer a su amigo Pablo. La cosa se había puesto difícil, con el jefe adoptando ese tono de voz contra el que convenía no decir nada más que "si" y "no".
El jefe consideraba que el tipo pagaría. Estaba informado, sabía que tenía un trabajo y aparentemente no se había atrasado en el pago de su pensión.
Necesitaba un recordatorio, si, pero nada que lo hiciera volverse demasiado asustadizo o que terminara con él recurriendo a la policía. "Los muertos no pagan", decía el jefe y daba por terminado el asunto. "Los muertos no, pero los cagados sí", pensaba Oscar que sin embargo había decidido cumplir lo que Roco pedía. Él era el jefe, a fin de cuentas.
Sacó otro cigarro de la caja y lo sostuvo entre el indice y el anular.
Ya había fumado demasiado, tres en la casi media hora que llevaba allí. Volvió a dejarlo en la caja.
Pensaba sin poder evitarlo en la orden de su jefe.
¿Era aquello una señal de que se estuviera volviendo blando? ¿Tendría algún problema económico del que Oscar no se había enterado? Por lo general los de rango bajo como el eran los últimos en enterarse cuando la cosa se jodia. Y no en pocas ocasiones terminaban pagando los platos rotos de los de arriba. Roco lo había ayudado en mucho, sí, pero aquello no tenía porqué durar para siempre. Las épocas habían cambiado y las reglas de aquellos que se movían por fuera de la ley también.
Si te confiabas eras hombre muerto, y Oscar aún tenía mucha vida por delante y una buena nena de veintiséis que lo esperaba con sus lindas piernas abiertas todas las noches. Esperar, si, eso sería lo mejor. Si volvía a tener algún presentimiento de que la situación estuviera por caerse, se alejaría a toda velocidad de allí. Mientras que la cosa marchará bien, lo que el jefe dijera, así se haría. Por tediosos que fuera o que a Oscar no le gustara.
A fin de cuentas, podría ser peor. Podría trabajar donde ese tipo, pensó mirando el basurero que ocupaba toda la cuadra siguiente y donde se encontraba a quien él esperaba. León, un tipo jodido pensó. Soportando la mierda de la ciudad que no paraba de acumularse, y encima por un sueldo miserable. No, en ocasiones así, él se sentía un afortunado.
—Bueno Pablito, parece que solo nos queda esperar —dijo, acariciando suavemente con sus dedos la empuñadura de la navaja que llevaba el nombre del primer tipo al que había matado, tantos años atrás.
Apenas le habían dado el trabajo y ya estaba considerando dejarlo. Bostezó y se alisó un poco el cabello largo. Necesitaría una gorra o algo si quería evitar que ese desagradable olor se le pegara en la cabeza, pensó. Intentaba distraerse para no salir corriendo de allí. En verdad necesitaba el dinero, pero para nada aquel trabajo. Sin embargo su deuda no se saldaría de otra manera y ya no estaba en condiciones de pedir otro préstamo que lo hundiera más.
El basurero municipal era un lugar enorme. Ocupaba toda una cuadra y estaba separado del resto del mundo por unos altos muros repletos de pintadas y carteles pegados unos sobre otros. "La ciudad de la basura" o "Votar no te hace libre, te hace Komplice", rezaban algunos de aquellos graffitis. De solo pensar en que un lugar tan grande como aquel estaba casi a rebosar de basura y desperdicios León no pudo evitar preguntarse cuanto tiempo quedaría, cuanto faltaría para que la basura simplemente se derrapara y cubriera la ciudad. Quien sabe, quizá hasta seria algo digno de ver.
Habia un total de tres entradas, la primera y más pequeña era para el personal. Por allí había entrado León acompañando al supervisor con el que se había encontrado a una cuadra y que le iba enseñando el lugar. La segunda entrada era más bien un portón bastante alto de solido metal que se habría mediante botones desde la oficina central. Por allí se dejaba entrar o salir a los camiones recogedores que llevaban nuevos residuos hasta el lugar. Los camiones recorrían la ciudad por las tardes, levantando la basura y acumulándola en su gran pansa de acero, terminando el recorrido al regresar hasta el basurero y arrojar los desperdicios en las pilas correspondientes. Esas pilas, le había explicado el supervisor, eran utilizadas luego según si la basura era reciclable o no. Se formaban montones más pequeños que eran llevados a la plantas procesadoras, donde darían origen a nuevos productos, alimentos para animales de granja y también energía.
¿Energía? León paseo la mirada por las enormes pilas de basura que se acumulaban a unos cuarenta metros de donde se encontraban. Con todo aquello podría producirse energía para todo un país, pensó.
La tercer puerta era la salida de emergencia creada para casos de incendios o accidentes inesperados. León se preguntó si alguna vez habría sido utilizada pero el supervisor ni siquiera se la enseño de cerca, por lo que supuso que la respuesta seria no. El señor Olabarria, el apellido del supervisor, procedió a explicarle su tarea mientras caminaban hacia la oficina central. León respondía con gestos de la cabeza acompañados de un enérgico "si, claro" o "Entiendo" cuando correspondía. Por dentro, lo único que esperaba, era que le dijera los beneficios que tendría. Días de vacaciones y cuanto iban a pagarle. Sobretodo eso ultimo. Olabarria sin embargo no parecía tener ningún apuro y por el momento daba la impresión de que se tomaba aquello muy enserio. Quizás trabajar con la basura causara el efecto paradójico de que considerara su trabajo como uno muy importante. Sin duda alguna con aquel traje marrón y la corbata a rayas, Olabarria parecía mas bien un empresario que el supervisor de toda aquella movida.
Y también estaba el olor, León lo sentía incluso desde afuera, pero allí dentro era mil veces peor. Olía como se esperaba que lo hiciera un lugar al que van a parar los desechos de todos los contenedores en un radio de varios kilómetros. Mientras más pasaba allí dentro más se le dificultaba soportar aquella inmundicia que inundaba el lugar. Juraba que incluso podía verla como humo verdoso que flotaba desde las zonas donde la basura más se acumulaba. Torcía la nariz e intentaba disimular mientras por dentro deseaba que le dieran alguna mascara o algo.
Olabarria sin embargo no parecía afectado y seguía hablando como si estuviera de paseo por la playa. La costumbre hacía milagros en los hombres pensó León sin estar seguro de sí aquello era algo bueno no.
La oficina central era en cierta forma un gran edificio. No tenía más de dos pisos pero estos se extendían hacia los lados, con lo que parecían cuatro habitaciones conectadas por largos pasillos. Daba la impresión de un sándwich achatado al que le hubieran puesto ventanas. Como esos edificios en miniatura hechos de cartón que los niños usaban para sus juegos de mesa.
Allí el conversador de Olabarria le había dado más datos inútiles, algunos consejos que no pidió, información sobre sus derechos y obligaciones (allí León comprobó que la mayoría eran obligaciones) y por ultimo información sobre la paga y las tareas que él debía realizar.
El dinero no era mucho y el trabajo era bastante. Hacer firmar la entrada y salida de los camiones, así como también supervisar la correcta colocación de la basura en el sitio correspondiente. Realizar varios recorridos diarios por el laberinto de basura para asegurarse de que no se produjera ningún incendio. Encargarse del control de los perros y otros animales salvajes y ademas realizar un recorrido adicional en busca de la basura que se consideraba reutilizable. Olabarria le había explicado que a diferencia de la reciclable, aquella ultima eran los desperdicios que podían ser nuevamente utilizados tras alguna mínima reparación. La lista que le había dado tenia mas de tres paginas y abarcaba cosas que iban desde sillas de ruedas hasta gafas. Cuando León miró la lista y luego al viejo Olabarria este le hizo un movimiento con la cabeza, como si le dijera que entendía lo absurdo, pero le aclaro que aquello se debía a convenios de la municipalidad con un par de Ong's y que no quedaba de otra.
León no necesitó mirarlo dos veces para saber que en su vida aquel supervisor jamás había caminando entre basura.
Finalmente le presentaron a sus compañeros y entonces se acabo el tiempo de charla. Que cuando podía comenzar, decía Olabarria, y León supo que allí se jugaba la posibilidad de permanecer en el puesto por lo que dijo, fingiendo su mejor sonrisa, "Ahora seria un buen momento".
Lo siguiente fue el pasar interminable de los minutos convirtiéndose en horas y las tareas transformándose una en más aburrida y desagradable que la otra. Varias veces pensó León en dejar aquel trabajo y cuando lo mandaron a fumigar ciertas zonas para matar a los roedores estuvo a punto de hacerlo. "El rata matando a sus compañeros" pensó con amargura. Simplemente debía continuar la búsqueda hasta que encontrara algo mejor, eso era. Pero entonces volvía a su mente la cifra que había pedido y la deuda que por consiguiente tenia con los prestamistas. Claro, podía buscar otro trabajo, ¿pero lo encontraría antes de que el plazo venciera? ya le habían dado una advertencia y fue suficiente para que entendiera que con ellos no se jugaba.
No, él se había metido en ese lió y saldría de la forma que mejor conocía. Con sudor y esfuerzo. Visto en perspectiva, como le gustaba mirar las cosas, tampoco era un problema tan grave. Solo esperaría a la paga y entonces destinaría un poco del dinero a saldar la deuda poco a poco. Con lo que había obtenido del préstamo pudo pagar los meses atrasados y algunos más en la habitación que alquilaba y desde la que habían estado por correrlo debido a su gran atraso. Ahora que eso estaba cubierto lo demás era solo un problema leve y pasajero. Una cuestión de tiempo.
Mientras tanto, allí estaba. El camino por el que se movía era de tierra seca y a su alrededor se elevaban grandes pilares de basura, como pequeños muros que rodeaban todo formando un verdadero laberinto para la vista, bastante desagradable para el olfato. Marchaba con una gran bolsa repleta de veneno que colocaría en lugares clave marcados de antemano. Un poco aquí, unas perlitas allá, y adiós ratitas.
—Chillen en el infierno —decía León, mientras depositaba un poco de aquel veneno al pie de un sillón destrozado que alguien había arrojado por allí.
Era en verdad increíble la cantidad de cosas que la gente podía tirar. Televisores y electrodomésticos. Muebles, computadoras, bolsas repletas de comida, cajas vacías, prácticamente todos los insumos que alguna vez se habían necesitado en una casa estaban en alguna parte de aquel gran vertedero. Y papeles, lo que mas se veía a simple vista eran papeles que volaban por todas partes, fuera de las bolsas rotas en que normalmente los tiraban. Papeles de regalo violetas, rojos y azules, papeles higiénicos hechos pelotitas y también hojas de todo tipo. Cartulinas. Revistas, libros, diarios. Habia en aquel lugar tantos papel como para reconstruir un pequeño bosque.
León se agachó. Un pedazo de diario que el viento había llevado volando de aquí para allá estaba pegado a su pantorrilla. Intento sacárselo de una patada pero era como si estuviera en verdad unido a su pierna por lo que lo apartó con la mano derecha. En la izquierda llevaba la gran bolsa con el veneno.
Fue por verdadera casualidad, pensaría un mes después, que se decidiera a echarle una mirada a ese pedazo de papel en vez de simplemente hacerlo una bola y dejarlo volar por allí. Una milagrosa casualidad. Quizás el aburrimiento de aquella tarea tediosa que lo hacia buscar cualquier cosa para distraer su mente.
Pero León se agachó y lo levantó. Mirando las imágenes y leyendo los titulares.
Era un periódico de aquella ciudad pero no tenia fecha o nombre. La gran imagen en blanco y negro mostraba a mucha gente de luto frente a una tumba. Habían militares en aquella foto, reconoció León al ver sus vestimentas. Mirando la cara de algunos de los presentes pudo reconocer a varios de los políticos mas famosos del lugar. Mientras miraba sus caras paseaba los ojos por el titular intentando ver que había ocurrido. Parecía la muerte de alguien bastante importante. Finalmente reconoció nuevos rostros en la foto y sus ojos se abrieron de par en par por la sorpresa, al terminar de leer las letras de la portada.
"Autopsia revela nuevos datos sobre el accidente fatal en que perdió la vida el presidente. Datos indican un alto valor de alcohol en sangre. Su esposa y primera dama continua en estado grave."
<<¿Que?>> León no supo si lo había pensado o dicho en voz alta. ¿El presidente? Siguió leyendo:
"Gabriel Ostroarena, presidente electo de la nación sufrió en la madrugada del pasado viernes un accidente automovilístico que le costó la vida. Su esposa, Mariana Villegas viajaba con él en calidad de acompañante y sufrió graves heridas por las que hubo de ser intervenida de urgencia. Actualmente se encuentra en estado de gravedad..."
La nota continuaba debatiendo sobre la existencia o no de alcohol en la sangre del presidente pero León ya no leyó. Aquello no tenia ningún sentido. ¿Que el presidente se había matado el pasado viernes? ¿Como era posible que hubiera sucedido tal cosa y él no estuviera enterado? Esa no era precisamente la clase de noticia que permanece oculta al publico. Nadie había dicho nada ni en la televisión ni en la radio. No lo había escuchado en ninguna charla, no había quien lo mencionara. No podía ser cierto. ¿Una broma que él no entendía por tener solo parte de aquel periódico? Entonces le dio la vuelta a esas hojas que había leído.
La bolsa con los venenos estaba caída a su lado y ni siquiera reparó en ella al leer lo que dando vuelta la hoja sí pudo ver. La fecha de aquel periódico aparecía, enmarcada en una gran mancha de humedad. León la vió y de inmediato calculo en su mente. El día, el mes y el año estaban mal.
-¿Que?...-se preguntó, sabiendo que esta vez si lo había pronunciado.
Repasaba en su cabeza una y otra vez en la fecha del día como si de un acertijo complicado se tratara. Esperando que aquello pudiera hacerle entender de repente lo que sucedía y no podía explicar.
Faltaban casi tres meses para que aquel suceso que el periódico retrataba ocurriera.
Lo primero que atinó a hacer fue mirar hacia los costados. Buscar quizá alguno de sus compañeros o incluso al trajeado de Olabarria y mostrarle aquella extraña publicación.
No quería pensar en ella o en nada y por eso se movía mirando en todas direcciones, cambiando su pes de un pie a otro y haciendo gestos inconscientes mientras las ideas se agolpaban en su mente luchando por salir como el agua en una represa.
Las paredes altas formadas por basura y desechos no le dejaron saber si había alguien en las proximidades. Volvió a examinar el papel. Volvió a mirar la fecha. Se esforzó por recordar la de ese día y a pesar de lo seguro que estaba en ella no lograba evitar que al mirar la del periódico una pizca de duda apareciera en su mente. ¿Y si no la estoy recordando bien? ¿Los apuros del día a día hicieron que me confundiera? Pensaba, buscando justificaciones frente a lo extraño. Era aquella una de las actitudes mas humanas que existían, como si con el paso del tiempo la gente hubiera comenzado a llevar un científico dentro de la cabeza que les dijera "Primero asegúrense y luego teman". León escuchaba esa voz. Se decía que podría ser cualquier cosa, parte de una broma, o quizás un guion de cine, un cómic o el pedazo de un libro. Sin embargo ya le había dado rienda suelta a sus impresiones y mientras más reflexionaba sentía crecer en su interior los pensamientos sobre algo más, sobre cosas fuera de toda lógica y razón.
Decidió que con solo aquella hoja desgreñada no podría sacar conclusiones. Necesitaba buscar más, tenia que asegurarse.
Así se paso las siguientes dos horas, buscando pedazos de papeles en vez de huecos en la tierra o posibles nidos de rata. La mayoría de lo que encontró era, literalmente, basura inservible.
Mientras el tiempo pasaba, se convencía cada vez más de que aquello era simplemente algo que no lograba entender del todo, pero nada fuera de lo normal. Que no encontraría jamas la otra parte del periódico en semejante lugar y se veía cada vez mas así mismo como un ingenuo. ¿Que diría el supervisor si lo viera hasta las rodillas manchado de mugre y con restos de comida colgando de los codos buscando papeles en las pilas de basura?
"Acéptalo León, no te gusta este trabajo", se dijo para convencerse de que en verdad había opuesto poca resistencia a esa búsqueda absurda porque prefería eso a seguir recorriendo aquellos caminos malolientes en busca de ratas.
Tenia en su mano una cantidad de papeles que iba descartando tras echarles una mirada y comprobar que no fueran útiles. Arrojó al suelo unas facturas y un examen medico. Leyó las primeras lineas de la carta de amor que venia a continuación y también se deshizo de ella. Examinó lo siguiente, que era una revista deportiva algo chamuscada y ajada por la humedad. La portada sin embargo podía leerse perfectamente.
"Machen histórico: el equipo logra romper su mala racha y obtiene el titulo de campeón tras diez años"
León se detuvo. ¿El Machen campeón? Busco frenético la fecha de aquella revista en la portada, recordando que por lo general estaba impresa en letras pequeñas difíciles de encontrar pero no pudo hallarla. Estaba demasiado maltrecha. Con cuidado dejo los papeles que tenia en el piso, bajo su pie que evitaba fueran a volarse y luego abrió la revista deportiva.
"...tras más de diez años sin conseguir el titulo, este lunes el famoso equipo Machen logra acallar a quienes le consideraban un cuadro acabado. Con tres goles a su favor, contra uno de su rival, se hace con la victoria en un apasionante encuentro el pasado lunes siete de septiembre en el estadio Goncalvez..."
Septiembre. León recordó, aun era enero.
—Enero —exclamó, para intentar concentrarse en la realidad de su descubrimiento. Esta vez, el científico de su mente retrocedió y poco a poco fue remplazado por una versión mas antigua del mismo. Una que ya no pedía pruebas pues consideraba que las tenia. León ahora creía.
De alguna manera, por improbable que fuera y por lo absurdo que sonara si quiera pensarlo o si pronunciaba en voz alta en aquel lugar se hallaban... pedazos del futuro. Fragmentos de épocas y sucesos que aun no habían ocurrido. De un tiempo que no era ni muy lejano ni muy cercano. Las noticias, los eventos, las tragedias. Podían encontrarse allí, ocultos entre capas de mugre y desechos de la ciudad. De alguna forma inexplicable y rompiendo ese hecho con todo el peso de su realidad tal cosa era posible y León sentía como si todo su cuerpo vibrara mientras miraba enloquecido la revista que sostenía en un mano y el papel de diario que tenía en la otra.
—Ostrech, ¿qué pasó con el veneno? —la voz de Olabarria lo sorprendió. León se giró y se vio casi de frente con él.
—Hace casi dos horas que está metido acá. No me diga que se perdió—. El supervisor lo miraba ceñudo mientras hacía un gesto con los brazos algo extendidos y las palmas abiertas.
—N...Si, si. Habia muchas ratas, salieron de adentro de un sillón y corrieron por todo el lugar. Supuse que sería el nido así que lo deje marcado con la bolsa de veneno. Lo fui a buscar para preguntarle si tenia otra y me perdí —mintió León. Aquello siempre se le había dado bien.
—Mire Ostrech, usted es nuevo en el trabajo y por eso se lo puedo perdonar. Pero no me mienta, o al menos si lo hace intente borrar esa sonrisa de su cara. —León abrió los ojos de par en par. No se había percatado, pero tras la mención del supervisor intentó normalizar su gesto. En verdad estaba sonriendo como un loco que hubiera encontrado una mina de oro. <<Y quien dice que no>> susurró una voz en su cabeza.
—Si, perdone, pero... —
—No me diga nada. Tire esa basura y vuelva conmigo a la oficina. —Olabarria se giró. Pero no anduvo. —Ya que le gusta recoger los desechos, lo voy a poner a separar desperdicios útiles de los que no —agregó con una sonrisa poco amable.
—Enseguida —dijo León, intentando poner cara de apenado pero gritando de felicidad por dentro. Aquello era una oportunidad única para buscar más recortes, más papeles, más futuro.
Ninguno de los dos mencionó la bolsa de veneno. Olabarria quizás pensando que la había gastado toda y León ni siquiera preocupándose por ella.
De haber mencionado algo lo abrían enviado a buscarla.
De haberlo hecho, se daría cuenta de que ya no estaba más donde la había dejado, pues el agujero nuevamente se había formado y poco a poco crecía.
Y allí estaba ahora. El recuerdo de como había encontrado aquellos papeles, los que contenían fragmentos de acontecimientos futuros se desvaneció de se mente en el preciso instante en que se percató de que los estaba pensando. Ya muchas veces se sorprendía a si mismo pensando en cosas en las que no mucho antes jamás hubiera desperdiciado tiempo. En verdad, la capacidad de cambiar no conocía limites en el ser humano. Adquiriendo nueva información y actuando en consecuencia, la faceta más evolutiva y a la vez más útil de la que León se sabía consciente. Dejó los papeles sobre la mesa. No tenia tiempo que perder.
Había terminado de leer los recortes que encontró en los últimos días y ya casi estaba terminada esa parte del trabajo. Desde que se topara con el primer periódico futurista su rutina había sido siempre la misma. Buscar nuevos fragmentos, leerlos detalladamente y anotar las respectivas fechas de los sucesos más importantes. El ganador en los deportes o concursos mas relevantes. Las muertes, los accidentes, los sucesos trágicos y todo ese material que en los periódicos abundaba. Una vez que tuviera unos cuantos sucesos reunidos , treinta o quizás más, procedería a la segunda parte.
Hablaría con los peces gordos. Los políticos, los lideres religiosos, los jefes de empresas, los hombres y mujeres que hasta el momento creían ser alguien destacado y todo aquel que pudiera verse beneficiado por la información que León les daría. Claro que, como él bien sabía, nada es gratis en la vida.
El dinero no era dentro de sus planes más que una parte, una pequeña y apenas necesaria parte, que podría acumular cuanto quisiera. Él lo sabia, aquella era su ventaja. Los otros pensarían que buscaba billetes, fortunas, moneda. Ilusos, pensó León y escupió al suelo de tierra de la oficina central.
Creerán que busco ser rico. Como si fuera tan estúpido de meterme en ese mundo de traiciones y corrupción. No, yo quiero mucho más que eso y conozco los medios para lograrlo. Esta gente piensa que el dinero es poder, pero no saben que la información lo es mucho más. Seré intocable, jamas me faltará nada y todo lo que quiera lo tendré. Mujeres, ropa, comidas y coches. Dinero y casas. Todo eso no serán más que una pequeña parte. Y el todo era mucho más importante que las partes. Poder, en su sentido mas amplio y absoluto. No, solo así. Poder absoluto. El que corresponde para un hombre que conoce todo lo que sucederá. Para el único que puede en verdad leer el futuro.
León se levantó de su silla. Sin darse cuenta estaba nuevamente sonriendo.
Juntó los papeles con cuidado y tomó la cinta que se hallaba sobre la mesa. Nunca volvía a pegar los papeles en la misma caja, solo por precaución. Comenzó a caminar, contando los pasos y buscando un buen lugar. En breve llegaría el supervisor y lo enviaría a cumplir las diversas tareas, entre las que estaban clasificar los desperdicios y combatir a las ratas. Esperaba con ansia esos momentos.
Oscar se revolvió en el asiento. Las farolas se estaban encendiendo mientras el sol se ocultaba ya. Era el principio de la noche en la ciudad. El basurero que desde hacia largas horas había vigilado se hallaba silencioso y poco iluminado pues los focos de las columnas puestas específicamente con ese propósito estaban apagados en su mayoría. Las pilas de basura que sobrepasaban los muros que rodeaban el lugar hacían un juego poco atractivo de sombras grises y luces espectrales.
Oscar miró su reloj y frunció el ceño. Ya había pasado casi media hora desde que el último hombre saliera de aquel lugar y de hecho, en un acto que sorprendió mucho a Oscar, el último en salir cerró con llave la puerta metálica. ¿A donde se había ido León?
<<¿Sería posible qué me viera y se escapara por otra salida? No, eso es imposible, nadie ha salido desde que estoy acá, y ademas, no me reconocería.>>
Oscar analizaba la situación con una cierta calma ansiosa. Era una mezcla entre la certeza de que León aun se hallaba en el interior de aquel lugar y lo propiamente extraño de eso mismo. ¿Si la hora de trabajo había finalizado porque aun no se marchaba?
Al mismo tiempo, sabia que debía hacer algo. El jefe le dio una tarea concreta que consistía en vigilar y darle un recordatorio sin utilizar a su amigo Pablo. Solo mediante palabras, no dientes rotos o dedos cortados. El problema era como hacer eso cuando parecía que el tipo fuera a quedarse a dormir dentro de aquella manzana de basura.
Él por su parte no iba a esperarlo toda la noche.
Oscar se levantó y comenzó a caminar. Nicole, intentó pensar pero le dolía la entrepierna y también la cintura y pensar en ella y en sus manos delgadas haciéndole masajes le hacía querer dejar todo y salir corriendo a buscarla.
El muy hijo de puta le había hecho esperar horas y ahora parecía que estuviera tomándole el pelo.
—Bueno, nadie va a decir que a Oscar se le ríen en la cara —murmuro presionando su navaja.
A paso lento, echando pequeñas miradas hacia los costados, se fue acercando hacia una de las paredes del basurero. No estaba seguro de lo que buscaba o sería bueno hacer pero mientras se movía las ideas se le iban aclarando. Poco a poco caminó, intentando buscar la mejor opción para proceder. Las paredes podrían ser trepadas claro, pero eran demasiado altas y corría el riesgo de caerse antes de llegar a poder sujetarse. Además había visto un sereno y aunque no daba la impresión de ser muy amenazante sí podría ser peligroso que lo vieran. Entonces chocó de frente con la suerte del ladrón.
Otra entrada, la de emergencia. El cartel pegado fuera de ella así la definía, alentando a que en todo momento aquella salida se mantuviera despejada de vehículos estacionados. Oscar nunca fue muy bueno en el salto pero en materia de abrir puertas era todo un profesional.
Tras cerciorarse de que no hubiera nadie en las cercanías puso manos a la obra. La hoja de su navaja brillaba con cierta malicia bajo la luz de la creciente luna.
León salió de su escondite. Por lo general solía quedarse allí entre media hora o un poco más, pero ahora le costaba refrenar la ansiedad. Olabarria le había encargado que cerrarse la oficina central y terminara de colocar veneno para las ratas en su interior. Era así que León aprovechaba para encerrarse en el interior de dicha oficina y esperar bajo unas lonas a que todos se fueran. Olabarria pensaría que él simplemente se había marchado o algo parecido y hasta la fecha jamás nadie había regresado a buscarlo.
De todos modos solía quedarse escondido, solo por si acaso. Recordaba como en las primeras ocasiones se había quedado casi dos horas. Sentía mucho miedo de que fueran a descubrirlo. No era menos del que ahora experimentaba pero cuando tras tantos intentos las cosas seguían funcionando, comenzó a creer que ciertamente su suerte era demasiado grande como para acabarsele de golpe.
Es curiosa la mente de un hombre. Pues lo mismo es capaz de aprender para mejorar y adaptarse, pero hasta que no recibe el más duro de los golpes no logra dejar de pensar que todo marchara como hasta entonces. Había un cierto peligro en que todo fuera bien y León lo sabía. Recitaba en su mente aquel pensamiento que sin embargo no aplicaba.
Dejando las lonas bajo las que se había escondido en el mismo lugar del que las había sacado buscó la linterna que descansaba sobre la mesa y hecho una ultima mirada a la oficina. El polvillo flotaba frente a sus ojos y el lugar estaba muy oscuro. Las luces de la calle no alumbraban muy bien el basurero y nadie se había molestado en reparar las que se habían roto. ¿Quien va a robar un lugar así? pensó León mientras buscaba las llaves para salir. Una gran ventaja a su favor era sin duda la poca seguridad que el basurero tenía. Pensar en eso le hacía sentir una poco de rencor, ellos se metían todos los días en la mierda de la gente y ni siquiera eran capaces de arreglarse unas luces. Quizás tuviera que enviar algunas cartas a la oficina del intendente, quien en un par de semanas sería investigado por unas ciertas filmaciones de él aceptando sobornos. Picante, picante, las cosas que había leído en los recortes y papeles con sucesos futuros eran increíbles y le ponían a él varios pasos por delante de todos. Pronto, se decía imaginando su vida en hoteles y casas de lujo mientras decidía si debía avisar al presidente de su inminente muerte o a los jugadores de los números ganadores de la quiniela. O quizás a los productores de las críticas que sus series habían recibido, o a la policia del lugar que sería robado próximamente. O tal vez, solo porque los de azul no le caían para nada bien, avisarles a los periodistas de ciertas redes de narcotrafico que estaban muy unidas a ellos. León repasaba las imágenes, los documentos y las cartas que había recopilado en los últimos días y sentía nuevamente esa emoción en su interior que experimentaba como un vibrar de todo su cuerpo. La sensación de estar parado en el más alto de los edificios mientras observaba a todos haciendo todo.
De nuevo tuvo que hacer un esfuerzo consciente por calmarse. Conocía el plan. Iría a la siguiente habitación y recogería los papeles que durante ese día había encontrado, luego al laberinto de basura como él lo llamaba a recoger el resto y después finalmente regresar a casa para ordenar y analizar todo lo encontrado.
Sonrió escuchando el chillido de las ratas que pululaban por el lugar y se puso en marcha. La noche avanzaba rápido y el quería buscar todo el material que pudiera.
Oscar se arrepentía de no haber traído una linterna. Aquel teléfono celular que utilizaba para alumbrarse claramente no era de mucha utilidad. Movía la mano con que lo sostenía de izquierda a derecha apuntando su pantalla al piso pero apenas era capaz de alumbrar unos pequeños pedazos del suelo de tierra.
La salida de emergencia lo había dejado en el peor lugar imaginable.
La condenada puerta daba directo a un camino de tierra que estaba franqueado por las pilas de basura y desechos acumulados, como los muros semi derruidos de un lugar abandonado por años.
A Oscar no le daba asco la basura, había visto y hecho cosas mucho más desagradables. Pero incluso alguien como él, que se enorgullecía de su capacidad de soportar, tenia dificultades con aquel olor putrefacto que parecía rodearlo y penetrar en su interior. Ese hedor le hacia pensar en mierda, enfermedad y muerte. Cada vez que respiraba se imaginaba como si miles de pequeñas bolitas negruzcas producidas por la ingente acumulación de basura se metieran por su nariz en ese aire contaminado, expandiendo podredumbre y peste por todo su cuerpo.
<<Es el trabajo, hay que hacerlo>> se decía cada vez que volvía sobre aquellas imágenes. Intentó entonces pensar en su bella Nicole pero de inmediato comprobó que aquel lugar negaba la belleza. Las pilas de bolsas de comida en descomposición sobre más bolsas en estados similares, la ropa desgastada enredada entre los rallos de una rueda de bicicleta destruídos, las cajas húmedas de quien sabe que porqueria que se producía por semejante acumulación de basura, todo aquello en una palabra era algo vomitivo. No podia ver a su novia atractiva y hermosa. Pensar en Nicole era sentir el olor desagradable de sus axilas, o de sus pies, o de su sexo cuando en ciertos momentos... Oscar se giró de improviso. Apuntando la pantalla del celular en el acto. ¿Habia escuchado algo? Estiró el cuello intentando ver pero el camino detrás de él se hallaba vacío. Algunos papeles y bolsas pasaron empujados por el viento que silbaba en aquel pasillo de basura pero nada de aquello pareció haber causado el sonido que él estaba seguro de haber escuchado.
Quizás algo cayó de alguna de estas pilas, pensó para tranquilizarse. Y entonces otra vez se giró y está vez paro todos sus movimientos. Sintió tensarse los músculos de su cuello.
—Quie...— pero se interrumpió. Hablar no sería lo mejor. Si el sereno lo escuchaba estaba jodido. Óscar avanzó un poco, sosteniendo el alto su celular que era en ese momento la única fuente de luz en aquel lugar que parecía tragarse hasta las sombras y reunirlas todas allí. Al caminar pudo comprobar además lo que pensaba. El sonido que escuchaba era similar al de unas pisadas por ese suelo de tierra. Rasposo, casi como si algo demasiado pesado se arrastrara levantando polvareda. Oscar lo escuchó de nuevo. Trago saliva y sacó la navaja que hasta ese momento llevaba en el bolsillo y presionó el botón que hacia surgir la hoja de diez centímetros de puro y filoso acero.
Podía ser que algo mas se hubiera colado en el lugar, algún perro callejero o uno de esos pobres que pululaban por cada esquina de la ciudad. Como para darse confianza lanzó un sonoro escupitajo al piso de tierra sin quitar la mirada seria del camino y luego continuó avanzando, ahora con paso mas veloz.
Era sin embargo su parte más instintiva la que le hacía moverse más rápido pues el camino que seguía se bifurcaba y abría en varias zonas y Oscar no quería bajo ningún concepto arriesgarse a perderse. Pero, ¿estaba seguro por donde iba?
—Mierda —dijo en voz baja. Casi un susurro que sin embargo tuvo su eco sonoro en aquel frío lugar. Pensar en su ubicación le hizo notar que no tenía idea de a donde se dirigía ni si era ese el camino correcto. El lugar parecía en verdad un laberinto y las torres, porque eran más que simples montones, de basura y mugre que tenía a su alrededor resultaban todas iguales. Por allí camiones transitaban todas las tarde llevando la basura de todos en la ciudad y estaba claro que podían saber muchos caminos, la mayoría incluso que llevara a dar vueltas sobre el mismo punto.
Oscar se detuvo, analizando ese hecho. Estaba perdido. Perdido y solo. Fue pensar aquello que el sonido rasposo de las pisadas en la tierra volvió a escucharse, inconfundible, casi como si alguien se hubiera esforzado a propósito en que las piedritas del camino se movieran por efecto de un pie que avanzaba. Oscar lo escuchó demasiado cerca y la electricidad característica de la adrenalina recorrió su cuerpo. Levantó la navaja en alto y apuntó con la linterna. No pudo ver nada pero de nuevo el sonido fue inconfundible. Esta vez estaba seguro, había algo allí, al margen de las sombras, oculto entre la basura o a distancia prudencial en el camino de tierra que se extendía. ¿Cuanto? ¿Que límites tenía aquel camino sinuosos y qué cosas lo transitaban? Oscar ya no se sentía tan valiente como al principio y los temblores en sus piernas eran el grito de su cuerpo que le pedía salir de ahí, correr si era necesario.
Las pisadas de nuevo, justo adelante, enfrente de él, apenas allí, donde las sombras ganaban a la luz. El viento soplaba con fuerza ahora y el polvo del suelo se levantaba. Allí había algo. Oscar tenía la navaja, su confiable Pablo, bien sujeta. El celular, que era su linterna, y dos posibilidades. Correr, o pelear. Las sombras vacilaron cuando las nubes oscuras de la noche cubrieron allí donde antes leves reflejos de luz iluminaban tenuemente. Escuchó las pisadas.
No lo pensó dos veces. Corrió.
¿Se abrían metido perros nuevamente? Julio reflexionaba sobre el asunto mientras apuntaba con su linterna al camino de tierra que se adentraba en toda aquella gran zona que era el basurero propiamente dicho y a la que él denominaba para sí como el patio de los desperdicios. Desde hacía varios años que lo habían contratado para vigilar el lugar por las noches y asegurarse de que no ocurrieran accidentes tales como incendios o robos. Tenía en su posesión una linterna y un palo flexible que parecía bastante resistente, así como la caseta de guardia y el teléfono con los números de los bomberos y la policía así como también del encargado, el señor Olabarria. Sin embargo en sus años de trabajo nunca había necesitado hacer uso más que de la linterna para paseos ocasionales y la caseta para ocupar las noches tranquilas descansando y refugiándose del terrible hedor que manaba de las pilas amontonadas de basura y porquerías.
Era un trabajo tranquilo y Julio lo agradecía. "Ya estoy en edad de trabajos como este", solía decir.
<<Quizás el tipo haciendo de las suyas>> pensó y volvió a barrer la zona con el haz de luz de su linterna. El silencio y las sombras de la noche contra las montañas de basura fue lo único que pudo ver, además del camino de tierra solitario que se adentraba en ese verdadero laberinto. Minutos antes había escuchado ruidos provenientes de alguna parte del interior del basurero. Por lo general desde la zona en que se encontraba su caseta de guardia era raro que escuchara algo, salvo que fuese un sonido considerable y cuando lo era no le queda otra opción que ir a revisar, si lo despertaba, al menos.
Así había sucedido en esta ocasión y parado justo al borde del camino Julio se preguntaba que estaría ocasionando esos sonidos que de tanto en tanto le llegaban junto al olor como la exhalación de un moribundo. El tipo al que se refería era León, el mismo que le había pagado un incentivo extra para que lo dejara permanecer un poco más de tiempo en las noches y no dijera nada de cualquier cosa sospechosa que pudiera ver. Julio no le iba a decir que no al dinero fácil, amante de las cosas simples como era. Sin embargo y mirando en perspectiva algo había cambiado desde el momento en que ese tal León llegara a trabajar. No podía explicar bien qué, pero las noches ya no eran tranquilas como antes y el ambiente mismo podía sentirse pesado e incómodo. Los sonidos que antes solo se oían ocasionalmente eran cada vez más comunes y potentes. Casi como si las pilas de basura se derrumbaran unas sobre otras o se dejaran caer como pequeñas torres hechas con desperdicios al suelo de tierra. Un estruendo, esa era la mejor definición que se le ocurría.
Tal cosa no era en sí misma extraña, pero no podía negar tampoco que desde la llegada de León había sucedido cada vez con mayor frecuencia. <<Quizás tenga que acusarlo disimuladamente>>, reflexionó.
—¿Hay alguien ahí? —gritó con voz firme tras escuchar lo que le pareció una voz proveniente de alguna parte del basurero. ¿O solo había sido el sonido de vidrios rompiéndose contra metal? ¿O el alarido de un perro? ¿Había venido para empezar del interior del basurero?
Como fuera, Julio tenía un trabajo tranquilo y solo debía reportar incendios, no ruidos de cosas que ni siquiera estaba seguro de que eran. Solo por si acaso apuntó el haz de luz hasta donde alcanzaba a iluminar y gritó:
—Enseguida estoy llamando a la policía —. Nadie respondió y él tampoco se quedó a esperar que lo hicieran. No estaba tan comprometido con el trabajo como para meterse en la noche a un lugar tan asqueroso y francamente aterrador. <<No tengo interés en que una de esas pilas se me vaya a caer encima>> se dijo mientras regresaba a su puesto de guardia. Y si alguien era tan estúpido para meterse en semejante laberinto por la noche, que encontrara entonces por sí mismo la salida o se pudriera allí dentro, junto al resto de las porquerías.
Oscar corría sin saber a donde se estaba dirigiendo. El camino de tierra tenía curvas y desvíos que muchas veces lo llevaron a caminos sin salidas o a lugares por los que creía haber pasado antes. ¿O no? Estaba asustado y cada vez más confundido, sin saber si quiera si escapaba de una amenaza real o si su mente le había jugado una mala pasada. El sonido de sus pisadas sobre la tierra era lo único que estaba seguro de escuchar, aunque de tanto el tanto el sonido de la basura a su alrededor le llegaba tal y como si esa misma basura se estuviera moviendo o algo parecido. Eso no se lo imaginaba estaba seguro, y además aunque lo intentaba cada vez que pensaba en detenerse sentía una voz que le decía que no, que siguiera corriendo. El miedo lo había invadido y no le era fácil deshacerse de su influencia. Algo en todo aquello estaba mal, fuera lo que fuera, y la conciencia del tal cosa no hacía más que aumentar la velocidad de su escapada.
El celular iba sujeto en su mano derecha pero no alumbraba. La calle de tierra era unos metros visibles hacia adelante y los lados pero estaba cubierta de pozos y restos de basura. Oscar se dijo que podría lastimarse si resbalaba por lo que decidió apuntar con la pantalla hacia adelante en un intento de ver mejor el camino.
Un reflejo inmediato procedió a su brazo apuntando hacia adelante, a la oscuridad que ahora se iluminaba. Había una luz frente a él cegándole los ojos. Oscar no pensó, lanzó un veloz y acostumbrado golpe con la navaja directo hacia lo que fuera esa luz o quien sostuviera la linterna con que le apuntaban.
De inmediato gritó y sintió una fuerte pulsación en la mano con que sostenía el arma.p que dejó caer al suelo mientras se sujetaba la mano. Levantó la vista solo para comprobar lo que tenía enfrente.
—Puta madre —dijo mirando el espejo roto que se hallaba frente a el. Era uno de esos altos, de madera antigua que eran más bien un mueble con espejo. En su apuro había visto la propia luz de su teléfono reflejada en su superficie y no había tenido mejor idea que lanzarle un golpe. El espejo estaba astillado y partes de vidrio desparramadas por todo el suelo.
Examinó la mano. Sangraba, y al menos tres vidrios se le habían incrustado en la parte de arriba y uno en el dedo índice, justo sobre la uña. Aquello no se veía nada bien.
Necesitaba salir de allí cuanto antes y curarse esa mano.
Las pilas de basura se extendían a su lado y mientras Oscar se lamentaba no dejaba de preguntarse que tan grande seria aquel laberíntico lugar. ¿Como había llegado aquel espejo al medio del camino además? Oscar retrocedió, pero entonces escuchó el sonido de una lata siendo aplastada y de bolsas crujiendo. Miró hacia abajo y pudo ver que el camino de tierra era ahora más basura que tierra. De hecho a su alrededor se extendía hasta donde podía ver cajas y muebles destruidos, ropas desgarradas, pedazos de cosas irreconocibles y todo tipo de basura y cachivaches. De alguna forma sin que se diera cuenta se había internado entre las pilas de basura y al parecer bastante pues el camino ya no era visible.
Oscar comenzó a girar buscando algo que le permitiera orientarse pero todo lo que veía parecía similar a lo demás. Un sonido capto su atención. A lo lejos sin poder determinar dónde, era como si una máquina trituradora de basura se hubiera activado. Pudo ver incluso con cierto asombro como una de las pilas de basura simplemente cedía bajo su propio peso y caía al suelo, en un sonido tremendo y casi en cámara lenta.
Sus pensamiento se desviaron de aquello, el corte en su mano no habia parado de arder. <<Quemar>>, pensó corrigiéndose pues en verdad sentía como si tuviera un fierro hirviendo atravesandole la carne.
Alumbró con el celular la mano y por un segundo estuvo a punto de gritar otra vez.
Una mueca que duró solo unos segundos se formó en su rostro contraido por el asco.
Los tres cortes que antes tenía eran indistinguibles de los múltiples tajos sangrantes que cubrían toda su mano. Trepaban por el brazo dejando marcas como si la piel se le hubiera convertido en un papel arrugado y quebradizo, los cortes sin embargo se veían profundos y la piel que se separaba le recordó a una especie de boca con finos labios. Quien sabe que porquerías tenía ese espejo, que sustancias se le habían metido a través de la herida y le estaban comiendo ahora por dentro. Oscar retrocedió asqueado por su propia mano. De inmediato remangó la camisa negra que llevaba y apeas reprimió un vomito al comprobar que hasta su codo estaba cubiertos de esos pequeños cortes que sangraban una cosa espesa y rojiza como pulpa de tomate en mal estado. De hecho su brazo le recordó de inmediato a una fruta a la que hubieran dejado pudrir. Si el corte producido por los vidrios del espejo se había infectado, la velocidad a la que esto sucedió era increíble. Bajo otras circunstancias Oscar hubiera dudado de qué tal cosa fuera posible, pero viéndolo y sintiéndolo en su propia carne no podía hacer otra cosa más que pensar en la forma de escapar de allí y buscar a un médico.
El corazon comenzó a latirle con fuerza en el pecho al comprobar que ciertas lineas violetas podian verse en los extremos de aquellas heridas. ¿Mis venas? Se preguntó con horror. Algo estaba muy mal con aquella herida, se lamentó por haberse alejado tanto y mirando hacia los costados intentó concentrarse en ignorar el dolor y buscar un camino.
Bajo sus pies la basura seguía crujiendo y mientras más caminaba le era difícil respirar. El aire parecía viciado, pesado incluso, en un sentido literal pues parecía que sobre su pecho tuviera una pila de ladrillos. Una especie de humo comenzó a aparecerle frente a los ojos ¿o estaba allí en el camino? ¿Y donde estaba el camino de todos modos? Donde pisaba había basura y a su alrededor todo parecía ser parte de aquel lugar de pestilencia y muerte. <<hijo de puta, te voy a agarrar>> gruño en su mente recordando que de no haber sido por León no estaría en esa situación.
—Cuando te agarre, te voy a presentar a mi amigo Pablo —exclamó para darse un poco de coraje. La voz sin embargo le salió ahogada, casi como si la pronunciar un hombre anciano y sin fuerzas. Oscar tropezó cuando respirar se hizo demasiado difícil y cayó con el brazo herido lo cual le produjo un dolor terrible que recorrió todo su cuerpo.
Sin embargo el caer le permitió que e percatara de algo que hasta ese momento desconocía. El suelo bajo sus pies, aquel acolchado de mugre y desperdicios que todo lo cubría, se estaba, de alguna forma inexplicable moviendo. Poco a poco, pero sin detenerse, tal y como si alguien cinchara un mantel después de una cena de basura se trasladaba hacia adelante. Producía incluso un sinuoso sonido que el escucha entrecortado pues la audición le estaba fallando.
—Duele, duele Nicole, duele —dijo imaginando como su novia lo curaría y que ella lo cuidaría mientras estuviera convaleciente.
Por todas partes las pilas de basura se movian y agitaban, el suelo mismo se movia y agitaba causando temblores y sonidos multiples. Vidrio estallando y bolsas agitandose con violencia. El metal se doblaba sobre si mismo y pedazos de comida pasaban junto a su rostro. Se percató entonces de que también él estaba moviéndose en el piso, caído ahora ya sin fuerzas. La basura lo llevaba como el agua sucia de una marea y el no podía oponer resistencias. En un último destello de conciencia intentó sujetar su navaja, la confiable, aquella que nunca lo dejaba tirado, si la tenía podría levantarse y abrirse paso a cortes y patadas hasta la salida, crearse un camino entre toda esa mierda. Tanteo y movió el brazo sano todo lo que pudo, pero sin embargo no la halló, y ya su mente se nublaba y todo se oscurecía.
Oscar despertó pero no pudo gritar. Un líquido asqueroso se le metió en la boca apenas abriera los ojos y entonces sintió un acceso de tos incontrolable. Su cuerpo sin embargo no se sacudió pues moverlos era imposible. Tras recuperarse miró y comprobó con horror que la basura cubría su cuerpo y lo inmovilizaba. Cajas y bolsas y fierros retorcidos y ropa vieja o pedazos de comida como si estuviera metido en una especie de arena movediza repentina. ¿Y acaso el suelo no se estaba moviendo? ¿Acaso no lo habían llevado hasta el origen de todo aquello como el agua que fluye por donde quitaban un tapón?
Por entre la visión borrosa pudo ver como a poca distancia de su cuerpo caído un agujero en la tierra, no, flotando justo por encima de la tierra, un agujero como si el viento girara sobre sí mismo produciendo aquella esfera casi perfecta de color negro azabache que zumbaba y atraía y devoraba toda la basura. Oscar se dirigía sin poder evitarlo directo contra el.
Luchó, sí que peleo y gritó con todas las fuerzas de que podía disponer pero se hallaba tan débil y cansado que no lograba escape alguno. La basura lo rodeaba y poco a poco desde sus rodillas hasta su cara cubría su cuerpo y se le pegaba con tal fuerza que lo lastimaba. Las agujas descartadas y los plásticos y lápices y todo lo que tuviera alguna punta penetraba en su piel herida y magullada, los líquidos fruto de la podredumbre y los cristales rotos de mil espejos. Las articulaciones le explotaban y los huesos se le partían mientras todo su cuerpo era tragado e invadido por la basura y los desperdicios. Oscar no paraba de luchar y pensar en la forma de escapar.
No podía rendirse, siempre había una forma, Nicole lo esperaba y su jefe y León tenía que pagar pero para eso tenía que escapar. Pablo, necesitaba a su fiel amigo tenía que estar en alguna lado. Y entonces lo vio, brillando levemente pues la hoja de aquella navaja era su pertenencia más preciada. Atraída por la magnética fuerza invisible que todo lo movía, surcaba los desperdicios como si se dirigiera a su alcance. Y así fue en verdad, pues trepando por entre la basura la navaja dio alcance al cuerpo de Oscar Justo cuando este fue situado a pocos centímetros del agujero en el aire y sintió su terrible y aplastante fuerza. Sintió también la filosa y fuerte hoja de acero que le atravesaba el ojo izquierdo metiéndose en su cuerpo al igual que el resto de la basura.
Entendió entonces porqué el cuchillo que le había parecido algunas veces tan inofensivo era mortal y creyó que llegaba a sonreír mientras su cuerpo era totalmente destruido.
Unos minutos después, el silenció se apodero del lugar y poco a poco la basura fue retornando hasta su lugar correspondiente. El camino de tierra quedo despejado como lo había estado antes, pero un sonido constante hacía pensar que allí podía estar funcionando alguna especie de máquina.
El ruido sin embargo indicaba algo mucho peor que eso, pues el agujero estaba creciendo.
Leon había terminado de reunir nuevo material. Tenía casi dos carpetas nuevas con diversos recortes y papeles de todo tipo, y durante esa misma tarde de trabajo había logrado encontrar algo aún mejor, una agenda entera repleta de anotaciones. No quería ilusionarse puesto que no había revisado su fecha pero algo le decía que de tratarse de algo escrito en el futuro, podía o tener información suficiente como para dejar de recolectar cosas.
Finalmente tras asegurarse de que no dejaba nada sospechosos y las cosas se hallaba tranquilas salió de la oficina central cargando las bolsas repletas de basura
La falta de previsión, era eso lo que siempre jodía todo. Claro, al principio podía decirse que no era complicado trazar un plan si se tenía un objetivo, pero León sabía por experiencia propia que la vida nunca era tan simple. Los objetivos cambiaban y adaptarse se convertía en la clave. ¿Quien no querría tener una ganancia inmediata con un pequeño esfuerzo? Ese era el pensamiento de la mayoría. León, por su parte, pensaba un poco diferente. ¿Cuanto me costará, a la larga tener un beneficio hoy?
La noche fresca lo recibió al salir y una corriente de aire helado le caló los huesos. El hedor del lugar le pareció mucho más insoportable de lo que normalmente era. Buscó con la mirada la caseta del guardia nocturno que tenía comprado pero no lo encontró en ella. Raro, pensó mientras se daba la vuelta y cerraba la oficina. ¿A donde habría ido? De haber sabido que no estaría por allí hubiera llenado más bolsas.
La previsión era clave y no era buena idea centrar todo en el futuro descuidando el presente. Un ojo debía ver lo que iba a venir mientras el otro lo que ya estaba allí, era esa su filosofía. Cuando introdujo al sereno en todo el asunto sabía que era un riesgo elevado, pero no le quedaba otra opción y decidió correrlo. Ahora, ya no estaba tan seguro de si había sido la mejor estrategia.
Como fuera, la noche aún era joven y tenía mucho material que clasificar.
Caminando a paso veloz fue acercándose a la salida preguntándose de nuevo por el paradero del sereno.
Julio observó con atención el movimiento de aquel tipo, sorprendido al principio. Tras asegurarse de que fuera Leon se calmó un poco y lo vio alejarse y salir de basurero. Parecía que su noche había terminado. En verdad sentía cierta curiosidad por lo que pudiera estar haciendo, pero también sabía que si te metías demasiado en los asuntos de los demás acababas perdiéndote y a él eso ya no le interesaba.
Tras llegar a su caseta de vigilancia sintió un poco más de tranquilidad y cuando estuvo dentro, alejado del olor y de los sonidos de la noche, esa sensación aumentó. Desde aquel lugar aún podía escuchar como en algún lugar del basurero una pila de aquellas, hechas con desperdicios, se derrumbaba y caía al suelo. Su precaria construcción hacía que de vez en cuando aquello sucediera, sin embargo nunca lo habían hecho tantas veces seguidas. ¿Cuántas eran ya?
Julio sacó una de las hojas de papel que tenía sobre la pequeña mesita dentro de la caseta y comprobó.
—Diez—dijo en voz alta sorprendido. Y en solo una noche. ¿Había un terremoto dentro de aquella parte o que? Lo que fuera, mañana sería un buen día para mencionárselo al estirado de Olabarria. Con la luz del sol y las cosas más calmadas. Y quizás mencionarle también algunas cosas del empleado nuevo, León.
La tarde había caído ya y en el ambiente podía sentirse una cierta tensión. Durante el día las cosas habían estado muy agitadas y en ese momento era como si la calma fuera una realidad forzada. Nadie hablaba. Roco sostenía una navaja con la jugueteaba sobre el escritorio y sus dos empleados más confiables estaban, uno de ellos parado mirando por la ventana y el otro sentado en la silla de madera repasando la información que hasta el momento tenían. Oscar había desaparecido, o al menos hasta ese momento ninguno sabía nada de él. Llevaba ya todo un día sin dar señales de vida y todos los intentos por buscarlo habían resultado en fracaso.
De repente la puerta se abrió.
—Hablamos con la novia, dice que no sabe nada de él y que la última vez que lo vio fue ayer muy temprano en la mañana —dijo un joven vestido completamente de ropa deportiva.
—Sigan buscando- se limitó a ladrar Roco y el el joven se fue a paso ligero.
—¿Que es lo ultimo que sabemos? —preguntó el jefe de aquel lugar dejando la navaja sobre el escritorio y mirando alternativamente a quienes eran sus dos manos derechas.
—Lo habíamos mandado a seguir a un tal León. Ese que nos pidió un préstamo hace casi dos meses. Trabaja en el basurero municipal y vive a unas cuadras de ahí en una pensión. Nos dijo que necesitaba el dinero para pagar unos meses atrasados que debía. Después de eso, nada. No lo encontramos en los lugares de siempre y nadie lo vio en la vuelta.
—Él me llamo. Me dijo que el tipo no iba a pagar y me pidió que le dejara recordárselo a su manera. Me negué y le encargué seguir vigilándolo. Y ahora nadie sabe nada de él.
—Capaz se fue de borrachera o anda perdido y drogado por ahí -dijo el hombre contra la ventana.
—Era de los pocos chapados a la antigua, la única adición que tenía era a esa putita con la que se acostaba. No, no esta perdido por ahí —respondió Roco. —Acá pasa algo de lo que no nos estamos enterando. Alguien se nos quiere reír en la cara. Movilicen a los muchachos y estén atentos. A mi gente no se la traga la tierra así no más.
—Ya tenemos a gente vigilando la casa del tal León. Cualquier cosa sospechosa que haga nos vamos a enterar.
—Quiero que estén atentos, algo no me cuadra con este tipo. Parece que es el último que lo pudo haber visto al Oscar y eso significa que también puede tener que ver con su desaparición. Ustedes también estén prontos. Si en la noche no aparece, le vamos a tener que hacer una visita sorpresa —. Los dos hombres asintieron y se marcharon con las nuevas indicaciones. Tras su partida Roco se pasó la mano por la despoblada cabellera. Estaba sudada. No le gustaba estar nervioso, ni que lo pusieran así.
Observó por la ventana con el ceño preocupado como la tarde caía.
León vomitó nuevamente. Esta vez ni siquiera se molesto en limpiar el piso de la pequeña habitación que alquilaba y fue directo a su cama. Se sentía enfermo, asqueado. Y por sobretodo, muy asustado. Había sido tan estupido. <<No puede ser real>> se repetía, y mientras más lo hacía crecía su mareo y su malestar.
Previsión, de que sirve la previsión cuando te llegan solo trozos del futuro, cuando no sabes más que pedazos de cosas inconexas que no son útiles para nada si no pueden verse en un todo. Nadie obtenía un título leyendo solo algunos resúmenes, ¿que lo había llevado a creer que él obtendría mucho si conocía solo un fragmento del futuro?
En ocasiones la mala información era mucho más peligroso que la falta de ella. Y ahora sabía porqué.
Sobre su escritorio se hallaban pedazos de papeles desparramados, algunos de ellos rotos con violencia y otros simplemente arrugados con furia.
Tras llegar a su habitación había comenzado sin demora con el análisis de los papeles. La mayoría de los contenidos dentro de una de las bolsas eran cosas sin importancia y el cansado León se desanimaba pensando que no conseguiría nada esa noche.
—Será mejor suerte la próxima —dijo y continuó mirando, esta vez la agenda que había encontrado entre los desperdicios.
Se percató de que las hojas estaban en su mayoría escritas y eran legibles por lo que supuso que aquello sería el diario de alguna adolescente. Su tapa amarilla no tenía ningun diseño ni nada identificable. Sus hojas eran de rayas azules manchadas y arrugas y eran del tamaño de la hoja de un libro promedio.
Las primeras paginas eran garabatos sin importancia y datos tales como el nombre y edad de quien lo escribía se habían borroneados hasta ser ilegibles. No había fecha y León pasó las primeras paginas intentando encontrar algo.
En la número doce lo hizo.
"23 de agosto de 2018 -eso creo-. Finalmente es público. Las reservas de petróleo se han agotado absolutamente en todo el planeta, los presidentes del mundo se han reunido y anunciado la noticia en la tarde. En la noche el conflicto estalló con una violencia nunca antes vista (eso decían las noticias). Los manifestantes tomaron por asalto cuarteles y empresas por igual. Jamás había visto algo así. La gente en las calles corría y gritaba y rompía cosas. Parecía el fin del mundo y había cientos manifestándose al lado de otros cientos que solo destruían cosas. Un tipo cayó delante de nosotros, no sé, tropezó o algo, e intente levantarlo. Para cuando pude sujetar su mano y enderezarlo le habían reventado literalmente la puta cabeza a pisotones. Jamás olvidaré ese ojo, saliéndose de su rostro como si una pelota húmeda colgase de su cara."
León se detuvo. ¿Qué? ¿El conflicto? ¿El petróleo se agotaba? Las preguntas estallaban en su mente, aquel suceso retratado en el diario era de apenas un año en el futuro. <<Debo saber más>>, pensó mientras continuaba leyendo. Las palabras que seguían fueron provocando que se le erizara la piel. Diez minutos después tenía la garganta reseca y una presión en el estómago como si una mano invisible estuviera apretando con fuerza.
El diario hablaba de cosas que León no podía entender pero muchas de ellas sí que eran comprensibles y los horrores que retrataban se le aparecían uno peor que el otro.
"30 de marzo de 2019. Dicen que es la última esperanza. Todos los científicos de todo el mundo se reunieron para diseñar una máquina capaz de producir energía, una que podamos usar como un remplazo del petróleo. Será lanzada el espacio exterior y desde allí alimentaría a todo el planeta como una especie de generador espacial. Ese es el nombre que le dieron en verdad. Claro, dado el caso, no estamos como para perder el tiempo en nombres.
Los militares están en las calles, por el momento las cosas parecen controladas.
Escribo desde el hotel. Hoy asesinaron al presidente y su familia. Dicen que para cuando los militares intervinieron sus cuerpos desnudos ya habían sido desollados en la plaza. Su esposa, los hijos. En verdad espero que esto funcione."
"8 de abril. Finalmente se reveló. No había ninguna máquina mágica que pudiera producir energía sin fin. Se reunieron para construir una nave capaz de volar muy lejos y ser habitable por un bajo número de personas. Al menos eso es lo que dice. Algunos afortunados fueron enviados en ella al espacio con la misión de buscar otro planeta habitable, o algo por el estilo. Las noticias son cada vez más efímeras, no hay luz ni internet. Los militares controlan todo y salir a las calles es pedir la muerte por una de sus armas o el linchamiento de los manifestantes. En algunos casos pareciera que militares y manifestantes son lo mismo. Nos refugiamos en la casa de Carmela, esperamos que pronto la crisis se solucione, por el momento tenemos comida y agua y de ser necesario una vieja escopeta que encontramos en el cuarto de Carmela.
La gente actúa errante. Son hordas, y no grupos organizados. No claman nada, solo la muerte de todos los que consideran culpables de esta situación."
"¿18 de noviembre? No hay ya gobiernos en pie. "Las bombas estallan hermanos" gritaba un tipo en la calle. Ya no lo escucho. Sea lo que sea que lanzaron no solo fue fuego y balas. A unos kilómetros de aquí estalló una de esas bombas, todos en el pueblo comenzaron a agitarse en el suelo con locura. Pude ver una grabación. Sus cuerpos se hinchaban y se cubrían de cortes, tajos por todos lados, en la cara, en los brazos, en el cuerpo desnudo mientras se quitaban las ropas y se lanzaban desesperados al agua gritando que les quemaba como fuego. La llaman simplemente "H".
Como sea solo puedo estar seguro que aquello no era nuclear, era alegó mucho peor. Afortunadamente pudimos hallar máscaras. Ariana mencionó que podría usar la suya para cubrir todo su cuerpo. Nos reímos. Es un mundo cruel para los niños y aún así nos hacen reír. Solo espero que pronto las cosas puedan resolverse, buscamos de cualquier forma algún lugar seguro.
Aun no hay noticias de la nave que podría salvarnos."
"Tras hacer el amor con Mar me confesó que estaba embarazada, así que voy a ser papá. Vamos a ser papás. No lo sé, simplemente no puedo alegrarme."
"29 de diciembre. La bomba estalló muy cerca. Solo Ariana y yo sobrevivimos. Afortunadamente teníamos puestas nuestras máscaras. Ahora al menos puedo agregar que no solo la piel se cubre de tajos y cortes pequeños sino que ademas comienza a volverse violeta y segregar una sangre espesa como una fruta podrida. También aprendimos algunas cosas más, las bombas solo tenían el objetivo de propagar el virus. Luego este se impregna en casi cualquier superficie y ya solo es cuestión de esperar.
Lo descubrí al cortarme con un pedazo de alambre. De alguna forma que no logro entender los gusanos aparecen en la herida. Es como si los hijos de puta nacieran de la propia piel muerta y se incubaran dentro de los pequeños correctivos que rodean mis dedos. Me temo que si no se detienen tendré que cortarme la mano."
"4 de abril de 20... ya no lo sé. Las cosas son diferentes ahora. El tiempo, el tiempo ya no es el mismo. La vida ya no lo es. La muerte es la regla. Hoy enterré a Ariana, fue difícil hacerlo con una mano sola pero lo logré. Solo espero que ella encuentre la paz que aquí desapareció. Llegaron algunas noticias, la guerra en America parece haberse extendido por toda Europa. Inmigrantes chinos llegaron con historias que aún no tienen confirmación pero aseguran que en China se estaba desarrollando una máquina que obtenía energía de la basura y los desechos. Desconocían el proceso pero parece que podría permitir mantener alimentada con cierta cantidad de energía a un país al menos. Parece ser que algo salió mal. Lo siguiente que cuentan es ilógico y contradictorio. Imposible. Hablan de voces en el aire y vientos con vida, de maldiciones y cosas que se mueven en las sombras. De que las computadoras se volvieron locas y todos los sistemas solo mencionaban una palabra que no quisieron pronunciar afirmando que aquello era de mala suerte. Lo que sí afirmaron y juraron por sus vidas era que china ya no existía más. Como sea. Estaban locos. Tuve que deshacerme de ellos.
Oh Ariana..."
¿Cuantas horas habían pasado? León no estaba seguro, pero la lectura de aquellos eventos le había hecho olvidar el cansancio y las necesidades para centrarse en lo que aquella especie de diario personal revelaba. Un frío antinatural le recorría las manos y hacia doler su cuerpo. Se había levantado de la silla y detenido la lectura muchas veces solo para ponerse a dar vueltas en la habitación pensando y reflexionando como un loco sobre cosas que ya ni recordaba. Se quedaba mirando las paredes o el techo tal como si estás susurraran algo y luego de repente volvía a su lectura.
Entonces llegó León al último mensaje. Temblaba y sentía su habitación como una mezcla entre una opresiva celda y el único refugio de los horrores que acechaban allí afuera, en el futuro de la humanidad. En su trágico y terrible futuro.
Con ojos brillantes por las lagrimas leyó casi en voz alta los últimos párrafos que contenían aquel diario desgastado hallado en el basurero.
"O0000000000 :> :)
Todo está bien ahora. Ellos están aquí. Siempre lo han estado. Aquellos que nos unimos entendemos mucho más de lo que jamás nadie ha entendido. Aquellos que se oponen... pero, ¿quien se opone ya? Este es su mundo ahora, pronto otros lo serán.
Y el agujero crece."
Sentía como si estuviese en un avión que de repente pasaba de sufrir turbulencias a caerse en picada. Hasta podría jurar que el suelo se movía bajo sus pies a pesar de que sabía que aquello era fruto del temblor en sus piernas.
Volvió a vomitar y le dolió pues su estómago estaba vacío.
—Pensar, hay que pensar —murmuro en voz alta y se levantó de la cama. Camino un poco en la habitación y tomo con fuerza la silla para lanzarla contra la pared. Regresó entonces a la cama y se tapó con las sábanas delgadas. Era el fin, el fin de todo.
—No, no, mierda —y lloró mientras se lamentaba. El futuro se acercaba, y los horrores imparables venían con el.
Así permaneció sin saber cuanto tiempo. Hundido en su cama, sintió la noche avanzar hasta volverse mañana y a esta convertirse en tarde y el no se movió más que para beber un poco de agua y usar el baño. Pasó varias horas también allí, encerrado, contemplando su rostro en el espejo y los azulejos blancos de las paredes.
—De verdad pareces una rata —reconoció en momentos de brutal sinceridad mirando su reflejo. <<Una rata no puede nunca aspirar a ser rey. Una rata no tiene castillos, solo madrigueras sucias y feas como esta.>>
—Una rata se esconde —. Y rió incontrolable hasta que comenzó a llorar de nuevo.
Le gustaría tener alguien con quien hablar, un familiar o incluso un amigo, pero toda su vida la había pasado rodeado de pocas personas y desde que encontrara los papeles en el basurero sobre ellos giraba todo su tiempo. ¿Iría al bar a contarle lo que había descubierto a sus compañeros de trabajo? ¿Llamaría al señor Olabarria para contarle porqué no había ido a trabajar?
—Pero, Ostrech, ¿se puede saber que le pasa?
—Disculpe usted patroncito, pero acabo de enterarme que nos jodieron, nos cagaron bien.
—¿Cómo? ¿Que dice Ostrech? ¿Quien hizo eso?
—El mismo de siempre, jefazo.
—¿El dueño?
—No.
—¿El gobierno?
—Tampoco.
—¿Y entonces?
—El futuro señor Olabarria, el futuro que nunca sale como queremos —y prorrumpió en risas nuevamente. Los labios eran pura mueca y se agitaba como si fuera el mejor comediante del mundo. Bailaba con la ropa del trabajo que aún ni se había quitado y solo se detuvo al llegar hasta la cama. Minutos después estaba llorando desconsolado con su cara apoyada en las sábanas.
<<Estaba tan cerca, tan cerca. No quiero morir, no quiero morir>>
Así permaneció hasta la noción del tiempo se volvió algo carente de importancia. O al menos solo el futuro era el único tiempo que le interesaba.
De repente, dejó de llorar. Un destello, como el pensamiento de un loco se le había asomado en la mente mientra reproducía los horrores de guerra civil y revueltas violentas que había leído en el relato del futuro.
León se levantó, corrió hasta el escritorio y buscó en el diario. "Este es su mundo ahora, pronto otros lo serán" ¿los desvaríos de un loco? ¿El producto de una mente que ha vivido demasiado? León repasó y analizó esas frases una y otra vez. Si quedaba cualquier clase de esperanza, cualquier posibilidad de que los sucesos de ese diario, de todos los demás papeles y documentos, solo fueran los eventos de un futuro, más no del que sí o si acabaría sucediendo, entonces tenía que estar seguro. Era necesario.
León se apartó del escritorio y tomó las llaves del basurero municipal.
Lo que fuera que había sucedió comenzó en el futuro y nada podía hacer para remediarlo. Sin embargo, sí fragmentos de ese futuro habían encontrado su camino hasta ese momento, hasta el pasado, tal vez fueran como alguna clase de advertencia, de aviso. Quizás hasta existía una mínima posibilidad de evitar que sucediera en ese futuro. El suyo. Si el basurero le había mostrado que todo aquello pasaría quizás le dijera cómo evitarlo, que hacer. En cualquier caso, aunque esto no fuera posible, todavía estaba a tiempo de sobrevivir, pero para ello necesitaba información, datos, más. Solo había leído una parte de la historia pero a esa moneda le faltaba una cara. Quizá alguien había escrito algo más, quizás todavía no estaba todo perdido.
Al salir ya corría a toda velocidad hacia su lugar de trabajo.
Era tal su apuro que ni siquiera se percató de la figura qué sentada frente a su casa, desde la otra calle, lo seguía con la mirada.
León entró sin muchas dificultades. Dado el estado de las cosas había salido corriendo sin pensar en nada, sin que le importara el hecho de no haber ido al trabajo la tarde anterior o que diría si el sereno preguntaba algo. <el futuro pintaba bien, pero se jodió>, sí, eso saldría bien. Se notaba a sí mismo muy acelerado y tras cruzar la puerta que abrió con sus llaves intentó calmarse mientras caminaba hacia la caseta del guardia. Se sorprendió cuando no vio a nadie del otro lado del vidrio y experimentó una mezcla de alivio con nerviosismo. ¿Estaba en el baño? ¿Quizá realizando alguna de sus rondas? Como fuera, aquello era un golpe de suerte y León estaba resentido con la suerte, por lo que continuó con su camino pero esta vez un poco más precavido y se dirigió de inmediato a la zona que se utilizaba propiamente como basurero. En el trayecto a su trabajo había cambiado su mentalidad. En cierta forma pensar sobre el problema y no solo padecerlo le ayudaba a que pudiera ver las cosas con otra perspectiva. No esperaba encontrar mágicamente una solución a lo que vendría pero si quizás alguna clase de ayuda. Con la linterna encendida se fue adentrando en los silenciosos caminos de tierra bordeados por las pilas de basura. Sorbió por su nariz en ese movimiento inconsciente.
Allí, en alguna parte, podía estar la esperanza que necesitaba y si debía pasarse toda la noche buscando, así sería.
Roco y su gente llegaron al basurero, habían pensado en detener los vehículos en la otra cuadra y caminar pero finalmente optaron por ir de forma directa y hacer el trabajo rápido y limpio. Había traído a dos de sus más confiables hombres y otros dos por si acaso. Las armas estaban cargadas y
—Lo encuentran y lo meten en el auto —había ordenado Roco —luego vamos a tener una buena charla.
—Ustedes en la entrada, por si las moscas —le dijo a dos de sus hombres.
En casos diferentes no hubiera tomado tantas precauciones pero había algo de todo aquello que no le daba buena espina. Su instinto, el mismo en el que confiaba y que había demostrado ser útil muchas veces antes le decía que se anduviera con cuidado. Era como una punzada detrás de la nuca o esas sensaciones en la noche cuando escuchaba un auto frenar de repente y creía que la policía vendría por él. Quizás hasta le estaban tendiendo una trampa. Como fuera, nadie podía encerrarlo solo por meterse en un basurero de noche y si se daba el caso de que encontraran al tipo no seria él quien ensuciara sus manos. Claro que no.
Uno de sus hombres le hizo la señal. Dando una última mirada hacia las esquinas solitarias de la calle cruzó la puerta abierta del basurero y entró.
León continuó caminando. Por el momento había encontrado papeles inútiles o ilegibles. En su mente se debatía entre la esperanza y la certeza de muerte, mientras que se arrepentían de no haber traído la máscara para palear un poco los olores que penetraban por su nariz .
—Necesito pensar, tiene que haber algo — se dijo y repitió en voz alta mientras caminaba. Su linterna iluminaba en haces circulares allí donde apuntaba y las montañas de basura se expandían a su alrededor.
Había muchas, pero ya no parecían las conocidas pilas separadas por montículos más pequeños de desechos. Por el contrario, parecía como si esas pilas y torres se hubieran derrumbado y unido en diversas partes hasta formar una montaña gigante de basura atravesada en varias partes por el camino de tierra laberíntico. Había zonas incluso en las que era imposible seguir utilizando el camino pues la basura la cubría. ¿Es que acaso los camiones no la habían retirado?León se giró sobre sus propios pasos e iluminó a su alrededor. Había tanta, tanta basura, que buscar cualquier cosa le tomaría horas. <> se decía entonces, cuando pensaba en dejar todo y correr, escapar a algún lugar alejado o quizás al campo. Sin embargo desechaba esa voz y se decía que debía aprovechar el tiempo. Si había tenido la paciencia de reunir fragmentos y fragmentos de papeles podría entonces con esto.
—Cuanto antes mejor —comentó con voz apagada y se acercó a los desechos más cercanos. Buscaba cualquier cosa que pudiera serle de utilidad, algún documento quizás que tuviera información importante, tal vez sobre formas de sobrevivir a la crisis que vendría o lugares seguros. Mientras más se movia buscando su mente lo convencía de que si bien había encontrado un futuro desastroso, solo había visto una parte del mismo, una visión del mismo. Quizás otros sobrevivientes hubieran encontrado formas de enfrentar aquella realidad, si esas formas existían, tenían que estar allí, en el lugar a donde todo iba a parar.
León se giró de improviso al escuchar un crujido. La luz de su linterna enfocó las ruedas torcidas de un triciclo viejo sobre las cuales colgaba un pedazo de tela. Regresó de inmediato a la búsqueda aduciendo el sonido a las ratas pero ahora el crujido fue remplazado por un apagado pero inconfundible quejido, como el lamento de un enfermo terminal. León volvió a buscar con la luz entre las sombras que se reflejaban por todas partes en los desechos. Ahí estaba otra vez.
Despacio fue acercándose al lugar desde el que parecía provenir mientras apretaba el pañuelo a su nariz y boca. Había algo allí. Entre las cosas.
—¿Hay alguien? —preguntó temeroso y aferrándose a la linterna. Solo el crujir de sus propios pasos sobre la basura y ese leve quejido le respondieron. León había dado otro paso cuando de repente una mano firme surgió bajo sus pies y le sujeto la pantorrilla con una fuerza tal que pudo sentir como las uñas se le clavaban en la carne. León retrocedió asustado y lanzó un grito de sorpresa mientras caía al suelo. La mano no lo soltó y solo logró safarce al mover la pierna con vehemencia. Retrocedió hacia atrás como un cangrejo asustado y solo se detuvo cuando comprobó que la mano no se estaba moviendo para perseguirlo y no era en verdad otra cosa más que una mano. La de alguien que de alguna forma se hallaba atrapado entre la basura. León se levantó controlando el miedo y se acercó otra vez ayudando por la linterna. Sujeto esta vez la mano y el brazo y tiro con fuerza hacia arriba. Para su sorpresa, el cuerpo magullado del sereno cuyo nombre no recordaba salió de entre las porquerías y sus heridas le dijeron que claramente era él quien producía aquellos quejidos de dolor.
—Estaba aquí... las pilas se derrumban desde que... llegaste... estaba... era horrible, esos ojos dios mío, esos ojos...
—¿Ojos? ¿Qué pasó? —León no estaba seguro de que decir o hacer. De todo lo que pensó jamás hubiera esperado algo así. Sabía que debería buscar la ayuda de un doctor pero eso significaría tener que dar varias explicaciones desagradables.
—Ojos... los mismos que me miraban antes pero yo no los veía... ahora es distinto, ahora tiene cuerpo y no —Jesús tosió incontrolable y escupió una flema verdosa. León retrocedió asqueado. —Y no solo presencia. ¿Qué trajiste? ¿Qué? —pero sus palabras se convirtieron en un gorgoteo indescifrable como si de repente hablara en otro idioma y de un momento para otro dejo de hablar. Todo su cuerpo quedó en silencio.
—Hey —León no se percató de lo inútil que había sido su llamado hasta después de haberlo pronunciado. Con solo una mirada al estado del cuerpo del sereno era suficiente para entender que no respondería. Estaba muerto.
—Muerto —repitió como si no pudiera creer tal cosa. Hacia solo unos minutos se había enterado del futuro terrible que le deparaba a la raza humana y sin que pudiera encontrar nada importante para evitarlo ya tenía que lidiar con la muerte de una persona. Y fue esa visión, el cuerpo inmóvil de espaldas casi recostado, cubierto de basura y heridas sangrantes lo que bastó para que dejara de pensar por un segundo en ese futuro de muerte. A pesar de que una vida no era nada comparada con la de toda la humanidad de los años venideros, en ese momento, en ese lugar, era todo lo que tenía peso, lo único real.
León, aceptando que sus planes no había sido más que lo sueños imposibles de un loco, reconociendo que aún no se había despertad de ese sueño ingenuo en el que se había metido a sí mismo, se arrodilló y lloró. Derramó lágrimas por él y por su vida, por el muerto que descansaba a su lado y por todos aquellos que estaban condenados pero aún no lo sabían. Él si, y eso era una carga demasiado pesada. El futuro no era algo de lo que esperar sacar beneficios, era una opresora realidad que día a día se hacía más cercana y aplastaba sus esperanzas.
Y al pensar en eso volvió a lanzar un grito de llanto desolado. Lagrimas nublaban su visión. Era difícil darse cuenta al principio. Se pasó la mano por la cara y solo porqué una parte de su mente le decía que estaba ocurriendo algo imposible pudo concentrarse de nuevo en el presente.
—Pero que... —el cuerpo del sereno se movía, muerto como estaba poco a poco y ganando velocidad, se alejaba del lugar en que lo había encontrado. Parecía como si en vez de estar sobre una pila de basura flotara en la espumosa y contaminada agua de un río. León miró sorprendido pero entonces sintió un mareo, como si el piso mismo se estuviera moviendo. Al bajar la vista comprobó que así era y se levantó de un salto al ver que la basura bajo sus pies estaba moviéndose, recorriendo ese suelo de tierra cual corriente de agua y siguiendo una especie de camino propio, un rumbo desconocido por el cual también el cadaver del sereno se desplazaba.
León vio el destello de su linterna y la levantó.
Pudo iluminar así el camino a la distancia y comprobar hacia donde se dirigía la basura que fluía en cierta forma antinatural por el lugar. Dubitativo, sin saber que hacer y sintiendo en su mente crecer la idea de salir de allí y mandar todo al carajo se quedó inmóvil siguiendo con su linterna el cuerpo que avanzaba y se alejaba.
—A la mierda —comentó agitando la cabeza —Estoy jodido de cualquier forma— agregó, y avanzó a paso inseguro levantando los pies con esfuerzo y siguiendo el camino de la basura. No le fue difícil, pues para su malestar, parecía como si su cuerpo fuera atraído por una fuerza invisible. Levantando los pies por entre el tiradero se iba acercando poco a poco a lo que desde lejos pudo ver como una especie de cráter. Un corte en la tierra que se partía de forma tan repentina como antinatural. Aquello no había estado allí antes, <ni el otro día> se dijo recordando cómo recorría el basurero apenas un día antes. El cuerpo del sereno ya había sido tapado por la basura y solo una parte de su brazo deformado se veía como la mano de un ahogado. El haz de luz la siguió hasta que se perdió tras caer en el hueco. León se acercó titubeante.
Lo que vio, le resultó extraño pero en verdad no tanto como podría haberlo hecho algún otra cosa, quizá por lo que sabía esperaba ver monstruos deformes o gente agonizante muriendo en el suelo, sin embargo no había nada de eso. En el centro de aquel cráter casi como si flotara en el aire había una especie de circunferencia algo ovalada. Era de color negro, tanto como ningún otra cosa que León hubiera conocido antes. De hecho le parecía del mismo color que el más oscuro de los días. León miro al cielo solo para que su mente pudiera comprobar que ese era el color. De la esfera negra salían varios tentáculos de basura y desperdicios que subían desde el suelo y se pegaban a su superficie.
Al verlo así y escuchar el sonido que prevenía de aquel lugar, León comprendió que en verdad los tentáculos era la basura que se trituraba y apretaba como si estuviera puesta en una máquina creada especialmente para eso. La esfera estaba succionando todos los desperdicios que tenía a su alrededor como si una boca gigante sorbiera agua de un charco. El sonido de succión se mezclaba con el de los desperdicios, los de metal, vidrio, plástico o del material que fueran, que eran comprimidos hasta los pocos centímetros de espesor y se iban metiendo dentro de la esfera. Esta, qué a León le pareció sencillamente un agujero de color oscuro flotando en el aire, se volvía más grandes por momentos o eso comenzó a pesar mientras más tiempo la miraba, tendría unos veinte centímetros de diámetros y crecía.
—Carajo —.León avanzó un poco más. —¿De donde saliste tú? —preguntó mirando la esfera. Sentía como una fuerza tironeaba de él mientras más se acercaba y sintió que podría ser peligroso permanecer allí. No se alejó, de todas formas, pues estaba claro que aquello tenía algo que ver con todo lo que él sabía.
De repente el sonido de succión se modificó levemente y desde la esfera surgió un pedazo de papel disparado hacia León. Con la fuerza que llevaba y a pesar de no ser grueso que una hoja atravesó su camisa y se le clavó en el pecho.
León retrocedió y cayó de espaldas. Se quejó mientras extraía el papel con unas gotitas de su sangre en la punta rojiza.
—Esto... ¡claro! —dijo mientras examinaba el papel donde podía verse una fotografía y escrito con lapicera azul una fecha próxima. —Así es como llegan todas estas cosas —Y antes de que pudiera continuar analizando la importancia de su descubrimiento sintió que unas manos lo sujetaban por detrás.
—Hola, hola —dijo Roco y le dio un golpe en la cabeza a León con un fierro que había encontrado atrás. Este grito por el dolor y se sacudió en los brazos del tipo que lo sostenía sujeto por el cuello y el pecho.
—Soltalo Oso —ordenó el jefe y Oso obedeció.
León cayó al suelo y con esfuerzo se levantó.
—Roco, te voy a pagar, te juro. Están pasando cosas...
—Si, exacto. Están pasando cosas como que mi gente se desaparece misteriosamente. Como que no me pagas la deuda que tienes. Como que venís acá en plena noche y —Roco se detuvo, para darse media vuelta. Había visto el orbe oscuro a lo lejos mientras se acercaba al desprevenido León pero ahora que lo tenía frente a frente le resultó aún más llamativo. —Sin lugar a dudas que están pasando cosas. ¿Que es esto Leoncito? —preguntó apuntando con el fierro a el agujero del aire. De repente el fierro fue succionado en un movimiento veloz y desapareció de la vista.
—Virgen santa —se escuchó que decía el Oso quien retrocedió unos pasos. Topo, otro de los hombres de Roco, se acercó un poco más al jefe.
—Oscar te seguía a vos antes de desaparecer —dijo de repente Roco, dándose la vuelta. —Y nos vas a decir donde está y que está pasando acá o te vamos a quebrar las piernas a martillazos —. La calma con que Roco pronunció esas palabras hizo que León sintiera miedo. Era su tono lo que indicaba que en verdad harían tal cosa y dado el estado de la situación, no podía dar ninguna explicación que le salvara la vida. Volvió a mirar, ellos eran tres y estaban armados. Sus posibilidades eran cero, con suerte. Mentir, falsear y que le creyeran era la única opción.
Sin embargo no pudo hacerlo. Roco le propinó una patada con todas sus fuerzas en la mandíbula de León, este cayó al piso adolorido y escupió dos de sus dientes junto a una espuma rojiza y blanca. El siguiente golpe fue en la pierna y de inmediato sintió cómo está se resentía. Esperó un tercer golpe y deseo que fuera en la cabeza para acabar terminara con ese dolor pero tal cosa nunca se produjo.
León, retorciendo y gimiendo no podía ver que Roco se había detenido al sentir unos ruidos extraños que venían de algún lugar cercano. Los ruidos eran como si de repente un camión hubiera comenzado a descargar basura. León, un poco más recuperado, pudo escuchar lo mismo por sobre el pitido que escuchaba y entonces ambos comprobaron con estupor como de entre la basura cercana surgía una figura imposible. Era alta, como de dos metros, y todo su cuerpo era una mezcla de piel y carne humana cubierta por distintos pedazos de cosas, tales como ropa vieja o muebles rotos. Cáscaras de fruta y bolsas blancas de supermercado. Aquella cosa parecía estar hecha de basura unida al cuerpo de un hombre y aunque León no lo conocía, Roco vio en ese rostro deformado una sombra de lo que antes había sido la cara inconfundible de Oscar.
Oso se giró, al sentir el ruido de la basura caer a su lado y se encontró frente a frente con la criatura,
—¡Oso! —gritó Topo quien retrocedió asustado. El efecto del grito era para que su amigo corriera o se pusiera alerta, sin embargo por efecto de la costumbre lo que logró fue hacer qué oso lo mirara con una pregunta en el gesto.
Sin que Roco o Topo pudieran hacer nada, la figura tomó con su gran mano izquierda, de la que se desprendían pedazos de papeles y comida, la cabeza de Oso, bien sujeto por el carnero, justo como si fuese un niño pequeño al que iba a darle unos golpecitos. El gesto de Oso se convirtió en miedo y asco al sentir ese olor y aquella cosa viscosa tocando su cara pero no tuvo tiempo de hacer nada pues con la mano libre la monstruosidad le clavo directo en el cuello las cosas que formaban sus dedos. Agujas y fierros retorcidos, caños de lapicera y plásticos partidos. Vidrios de botellas, maderas, chapas. La sangre corría por la mano monstruosa cayendo al suelo mientras el cuerpo de topo se sacudía como un pollo sin cabeza. Segundos después se detuvo y la figura simplemente elevó la mano con que aún sostenía su cabeza y en determinado momento esta se le desprendió con el sonido de algo crujiendo. Arrojó entonces esta ultima al suelo y lanzó un gruñido salvaje que les recordó a los presentes el grito de una bestia salvaje que defiende su territorio. León no lo dudó, la oportunidad que había buscado era esa. Levemente recuperado de los golpes se levantó y se alejó corriendo o renegando rápido lo mejor que pudo.
—Volvé para acá pedazo de mierda —escuchó que gritaban detrás de él y unas manos lo sujetaron por los hombros. Escuchó también el inconfundible sonido de disparos y creyó que ya estaba muerto. Con violencia se debatió contra ese cuerpo que lo sujetaba. Pataleo y golpeo y en determinado momento resbalo por efecto de la basura bajo sus pies, el hombre contra el que tironeaba también lo hizo sin embargo a diferencia de León no cayó al piso. Este miró y vio con asombro como Roco se sujetaba con ambas manos del agujero en el aire cuyo tamaño había aumentado y que seguía acumulando basura y desperdicios.
Por un segundo, fue como si todos los ruidos del lugar se acallaran.
Inmediatamente después, las manos de Roco desaparecieron desde el codo hasta la punta de sus dedos y su cuerpo ensangrentado cayó de rodillas al suelo. El gritaba y lloraba y apuntaba con los dos muñones en que se habían convertido sus brazos al cielo como si implorara por piedad. León sin embargo sólo pudo fijarse un segundo en eso pues el grito de la criatura retumbó por todo el lugar, ese grito era furia y odio encarnados. Era la manifestación más real de que aquella cosa los mataría a todos sin dudarlo ni un segundo, pero era también, la certeza de que habían hecho algo que se suponía no debía suceder. León no pudo evitar que su mirada la captara el agujero ovalado y oscuro, que en ese momento había dejado de absorber basura y desechos y mas bien parecía un huevo del que estuviera por nacer algo. Se hinchaba en ciertos lugares de su circunferencia y temblaba como una gelatina. Luces oscuras y de un blanco fantasmal surgían de su interior y el basurero entero parecía estar sufriendo por efecto de lo que fuera que le ocurría. El suelo mismo temblaba y León pudo sentir como si una fuerza invisible tironeara de su cuerpo al mismo tiempo que lo alejaba. La sensación era dolorosa, como despegarse un pedazo de cinta muy resistente, pero la diferencia era que estaba unido directamente a los huesos. Se sentía desde afuera, en la piel, pero también en el interior.
León se levanto y comenzó a alejarse, al hacerlo pudo contemplar como la foto que antes había salido volando del interior de ese agujero se convertía en algo parecido a humo y dejaba de existir. Pensó entonces que si ese agujero conectaba el futuro con el presente quizás fuera el causante de todo lo que ocurría. Tal vez en el futuro hubiera sido el final de una cadena de sucesos, pero allí era en cierta forma el principio y si se alimentaba con la basura y los desperdicios tal vez al tocar el cuerpo de Roco lo habían dañado de alguna manera. Quizás habían cambiado su presente, quizás habían evitado el futuro.
Como fuera, si no salia de allí en ese mismo instante, jamas lo descubriría. Corriendo y arrastrándose se alejo del lugar todo lo mas rápido que pudo hasta que los gritos de Roco y los disparos sonaron lejanos al igual que el sonido indescriptible que causaba aquel agujero inestable. El lugar temblaba como si allí mismo estuviera ocurriendo un terremoto y los pilares de basura acumulada en años se derrumbaban sobre su propio peso provocando verdaderas avalanchas y lluvias de desperdicios. Correr era muy complicado pero hacerlo al mismo tiempo que esquivaba y saltaba por entre los desperdicios que poblaban ahora el camino de tierra era aun mas difícil. Varias veces tropezó y cayo y no comenzó a sentir verdadero pánico hasta que no pensó en que quizás no saldría de allí con vida. Eso hizo que sus movimientos fueran mas torpes, pues mientras pensaba sobre la situación se daba cuenta de que no sabia donde estaba ni tenia el mapa. Los caminos estaban taponados de basura y en verdad parecía como si todo el lugar fuera a explotar o algo así en cualquier instante. Era como si corriera por una zona de guerra con los gritos de la criatura presentes a cada instante y... León se detuvo. A lo lejos, pudo vislumbrar un pedazo de lo que le parecía el muro que separaba el basurero del resto de la ciudad y corriendo hacia ese lugar fue apareciendo frente a sus ojos lo que considero el único golpe de suerte de aquel día.
—Si —rugió mientras veía formarse a lo lejos la puerta que era utilizaba como salida de emergencia. Allí, como si sus plegarias hubieran sido escuchas, se encontraba la salida y el corría a toda la velocidad que su pierna herida le permitía. Estaba por llegar, sentía el alivio y la ansiedad de lo que esta por terminar pronto de una forma u otro y entonces tropezó.
El tipo al que había llamado Topo lo tenía sujeto por la pierna herida y apretaba. León grito de dolor pero no dudo. Estirando la pierna sana le propinó una fuerte patada en la frente y parte de la nariz.
—Estas muerto —rugía Topo descontrolado. —Muerto— al tercer golpe lo soltó y León pudo correr, o mejor dicho, lanzarse contra la puerta con todo su cuerpo. Busco entonces las llaves que en todo momento había llevado con el y abrió tembloroso y se giró para cerrarla. Con su cuerpo fuera del lugar, la brisa fría le dio una sensación de paz interior que jamas había experimentado. Topo intentaba levantarse pero se le notaba mareado. Detrás de él, sin embargo, era donde estaba el espectáculo. Luces y sombras bailaban por todas partes y la basura se sacudía como llevada por un viento huracanado que solo allí se hubiera desatado. León sospechaba que el agujero o lo que fuera era causante de todo aquello. Quizás el futuro no podía evitarse, pero si León estaba seguro de algo, era que habían estado a punto de matarlo y en cuanto a él, podían irse muy al carajo.
Cerró la puerta con un golpe sonoro y apoyó su cuerpo para que no pudieran abrirla del otro lado, mientras cerraba con llave. Escucho los golpes contra la madera y los gritos del hombre pero siguió aferrado a la puerta y dispuesto a que no saliera nadie ni nada.
Sobre su cabeza las luces destellaban y flotaba. En el aire y en el cielo . Blancos y negros, negros y blancos, haces que parecían irreales como si se tragasen los colores o estuvieran hechos por computadora. Como pétalos de flores falsas allí se veían elevarse por encima de los muros altos del basurero y este temblaba y se sacudía y entonces una luz brillante como ningún otra cubrió por un momento todo su campo de visión y León sintió un golpe.
Le pareció estar flotando y entonces cayó al suelo, cegado y golpeado, cansado y herido como nunca antes y la luz lo baño hasta que pronto, o quizás no tanto, desapareció.
Al despertar notó que algo no estaba del todo bien. Cuando sus ojos se acomodaron a la oscuridad, luego de ese destello de luz blanquecina, pudo ver que era.
Frente a sus ojos se encontraba un hueco. No uno pequeño, sino un verdadero y gran hueco. Cráter se le vino a la mente como una palabra mejor para describirlo.
La puerta por la que había salido así como varios metros de muro tanto hacia la izquierda como la derecha habían desaparecido.
Miro hacia un costado y comprobó que a lo lejos se veía otra vez el muro como si desde allí comenzara. Le pareció percibir incluso que humeaba en ese extremo que veía, pero no le dio mucha atención pues el dolor en su pierna era muy grande.
—Mierda —se quejó al levantarse. Intento apoyar todo su peso en la derecha. Renegando camino y fu hasta el lugar donde antes había estado la puerta, o quizás el muro. Los cuatro focos que antes no funcionaban ahora lo hacía y alumbraba toda la zona del basurero municipal. "al menos algo bueno salió de todo esto" pensó riendo con su acostumbrada mueca de roedor.
Se permitió un segundo para admirar lo que tenía frente a el. El cráter quizás tuviera cincuenta metros de profundidad, quizás más. Era tan largo además que casi toda la zona antes usada para almacenar la basura se había convertido ahora en tierra hundida y León intentó por un segundo ver si quedaba alguna rastro de Roco y sus hombres. No perdió más tiempo en eso pues estaba claro que nadie podía haber sobrevivido. .
Sobrevivir, así era. En pocos días se había visto a sí mismo en la cima del mundo, cayendo en picado y muriendo en unas calles de una guerra o crisis mundial, escapando de mafiosos y corriendo por su vida de algo que no llegaba a entender pero le resultaba aterrador. Y todo, a fin de cuentas, siempre para sobrevivir.
—Bueno León —se dijo —No se que futuro vendrá. Pero ahora estoy cansado y tengo una pierna jodido, así que déjate de soñar con el tiempo, y mejor mañana te preocupas por el mañana.
A paso lento, se alejó del lugar.
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