Sin título 2

Escrito por Nadeshko19 y NekoShiiro

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El sonido no muy gentil de una garganta carraspeando me despertó de un sueño muy placentero y fantástico, me sentí totalmente decepcionada al entreabrir los ojos y saber que no sabría cual sería su final, aunque mientras me estiraba un poco, note que no podía recordar qué era exactamente lo que estaba soñando.

De nuevo el sonido de esa molesta garganta me distrajo de mis pensamientos, y al abrir por completo mis ojos, volteé mi mirada hacia el lugar de donde provenía y pude escuchar que ahora era acompañado con un taqueteo de un tacón sobre el piso de madera.

Los ojos de Madame Brigitte estaban más azules que de costumbre, en sus mejillas se podía notar un leve rubor rosa y sus cejas estaban formando una horrible arruga entre ellas.

"Definitivamente está enojada," pensé.

Ni su mirada ni su expresión corporal mejoraron después de mi débil intento por sonreír somnolienta a modo de disculpa, en efecto, creo que se enojó aún más.

– ¡Esto es inaudito, señorita Salaznix! –vociferó –. ¡Es la clase más importante de historia de la magia y usted solo se limita a quedarse dormida!

Mi mente se quedó un poco aturdida por sus gritos, y tomando en cuenta que era un salón más o menos grande el eco de sus palabras se repetían en mis tímpanos.

–Pero maestra, no fue mi intención, solo me dormí sin notarlo –dije inocentemente, lo que causó que mis compañeros se rieran por lo bajo.

No quería enojar más a la maestra en su clase. ¿Cómo podía decirle que estaba aburrida de escuchar historias de hechizos que jamás íbamos a utilizar, o de las leyendas de criaturas mágicas que alguna vez vivieron en nuestro mundo pero que poco a poco se fueron desvaneciendo, dejándonos a nosotros solo con un montón de cuentos para imaginar y estudiar?

–Me temo, señorita Salaznix, que no podré pasar esto por alto, ya es la tercera vez que lo hace, este fin de semana se quedará en la escuela y me hará todo un informe detallado de los últimos 3 temas que hemos visto, ¿está claro? –dijo con un tono de voz amenazante y autoritario.

–¿Quéeeeeee? –dije alargando la "e", y mientras me levantaba de mi puesto podía escuchar a varios de mis compañeros contener el aliento.

Mi cuerpo entumecido de hace unos segundos se había convertido en uno lleno de adrenalina y enojo, este tonto internado nos mantenía encerrados por todo un mes y el último fin de semana éramos "liberados" para ir con nuestros padres, ¿acaso no tenia sentimientos? ¿Qué clase de monstruo era esta profesora?

–Tal y como lo has escuchado señorita –dijo con toda la satisfacción que encontró en su ser –, y ya que mi clase se ha acabado y es hora de que tus compañeros se vayan a empacar sus cosas, te aconsejo que empieces con este libro.

Yo aún seguía como una estatua en mi puesto, mi boca no me estaba obedeciendo ya que seguía abierta por el asombro, pero al ver el libro que posó sobre mi pupitre pude casi sentir mi quijada en el piso, ¡eran de más de 1000 páginas!

Me tumbé sobre mi silla sin nada de delicadeza y volteé mi mirada hacia la ventana, estaba al borde del llanto, pero no le daría esa satisfacción a Madame Brigitte. Mis amigos fueron muy inteligentes al no cruzar palabra conmigo, ya que si lo hacían, estallaría o a llorar o a gritar, no estaba muy segura.

–Que tenga un fin de semana productivo, señorita Salaznix –dijo con una voz dulce, y seguidamente cerró la puerta del salón.

–¡Monstruo hipócrita! –dije por lo bajo.

Miré el libro que estaba frente a mí por un tiempo indefinido sin siquiera leer su título, hasta que escuche a los carruajes marcharse a todo galope; en ese momento saqué fuerzas de mi frustrada alma y logré mirar el título y leerlo, decía: "Historia de nuestros antepasados".

Resignada recogí mi mochila, saqué el celular y les envié un mensaje de voz a mis padres, no quería que la carta que seguramente envió madame Brigitte les distorsionara la verdad, pero tampoco quería escuchar sus opiniones al respecto, así que lo apagué después de estar segura que lo habían recibido, y sin más que hacer me puse mi mochila y tomé el libro entre mis brazos, al abrir la puerta casi me muero del susto al ver a nuestro director parado frente a mí, lo miré con toda la vergüenza que había en mi ser, pude ver sus ya marcadas arrugas en el rostro, sus cabellos eran blancos y cortos, y su barba era larga, sus ojos eran grises como los de las nubes cuando hay tormenta, en el momento en que se encontraron nuestras miradas puedo jurar que vi un rayo en ellos, la única razón por la que la magia no me era indiferente era porque sentía un aura mágica en él que solo yo podía percibir.

Tragué duro al pensar que quizás vino a regañarme, pero solo miró el libro que yo estaba abrazando como quien abraza a un salvavidas en medio del mar, y me entregó otro más grueso y de color blanco, con lo que parecían diamantes y hojas de esmeraldas a su alrededor, al ver el nuevo libro que tenía que estudiar, mis ojos se abrieron como platos y me olvidé por completo de la presencia del director, al subir mi mirada para agradecerle ya él no estaba allí y por un momento me pregunté si lo había imaginado, pero el libro en mis manos me decía lo contrario.

Corrí como alma en pena hacia mi habitación, tiré mi mochila y me senté en mi escritorio, todo sentimiento de enojo se había ido, ahora solo quería saber qué estaba escrito en este bello libro el cual no tenía titulo.

Al abrirlo pude leer:

"Con el día llega la noche, con la noche llega el día,

No debes olvidar quién eres porque la magia está escondida..."

Frunciendo el ceño, pasé una página, pero no había nada escrito. Ladeando la cabeza, confusa, hojeé el grueso tomo, pero nada: no había ni una sola palabra escrita. Tan solo aquellos extraños versos del principio.

Dejé a un lado el libro, y solté un resoplido. Aún tenía que hacer el trabajito de Madame Brigitte, y había perdido parte de mi precioso tiempo mirando un libro en blanco. Un libro que, por otra parte, me planteaba muchas preguntas: ¿de verdad había sido real la aparición del director? ¿Por qué me había dado aquel tomo? ¿Qué se suponía que tenía que hacer con él? ¿Por qué no había nada escrito? Eran muchos interrogantes, y no tenía respuesta para ninguno.

Enfadada con la bruja de mi profesora y con el mundo en general, abrí el libro que me había dado Madame Brigitte y saqué hojas y pluma, escribiendo a medida que leía los temas. Era mortalmente aburrido: yo no tenía ningún interés en estudiar la vida de los mestizos en el siglo dieciséis, y ellos tampoco parecían querer ponérmelo fácil. Estuve peleándome con sus historias hasta que, a altas horas de la noche, me quedé dormida sin apenas notarlo.

Es curioso: fue un libro el que me durmió, y fue otro el que me despertó. Cuando abrí los ojos, los tuve que cerrar inmediatamente, porque la intensa luz que emitía el tomo con las páginas en blanco me hacía daño. A tientas, busqué con el tacto las hojas para tirar de ellas y cerrar el grueso volumen, pero nunca llegué a tocar una sola página. Sentí calor en las puntas de los dedos, y después la sensación se extendió a todo mi cuerpo.

Exhalé con suavidad mientras, tras unos segundos durante los que pensé que acabaría en llamas, mi cuerpo se enfriaba de nuevo. Solo me atreví a abrir de nuevo los ojos cuando dejé de sentirme como si tuviera fiebre.

Lo que tenía ante mí me aterrorizó y fascinó a partes iguales: para empezar, casi me atropella un carro tirado por caballos. Me aparté de un salto, y acabé metiendo el pie en un charco claro y maloliente que preferí no identificar. Alguien me empujó, y caí al suelo, sangrando inmediatamente cuando mi frente se dio el inevitable golpe contra el suelo. Para rematar la faena, uno de los caballos de los que me había apartado me pisó la mano, rompiéndomela instantáneamente.

—Por Avalon —me lamenté, llorando mientras me frotaba la mano con rabia. El cochero no se bajó a preguntarme si estaba bien, y ni siquiera dio muestras de haberme visto.

—¿Está bien? —me preguntó alguien, agachándose a mi lado.

—¿Es que tengo pinta de estar bien? —repliqué.

—De ninguna manera, joven dama, mas es menester que, por cortesía, me interese por su estado.

Alcé la mirada, confusa y extrañada por la forma de hablar de aquel joven con las mejillas sucias y el pelo alborotado. Tenía la mirada brillante, y me resultó familiar. No supe decir por qué.

—Eh, pues, sí, estoy perfectamente.

—Mas sus ropajes estropeados y mano herida dícenme lo contrario —señaló él, con guasa.

Me dolía la cabeza. ¿Por qué hablaba de esa forma tan extraña? Parecía recién salido de una película histórica. Sacudí la cabeza, y me toqué la mano rota con la sana, concentrándome para curarla. Era uno de los pocos hechizos que los mestizos del siglo veintiuno podían usar, y me costó mucho que los huesos volvieran a su sitio, los vasos sanguíneos se unieran de nuevo y la mano dejara de parecer un globo inflado.

—¿Sois, acaso, bruja? Vuestro extraño atuendo y actos me intrigan —dijo el chico, que me miraba como si fuera algo que jamás antes había visto. Aunque bueno, supuse que, en efecto, nunca había visto a ninguna chica vestida con vaqueros y una camiseta curarse la mano por arte de magia.

A juzgar por la calle sucia y maloliente en la que estaba tirada, ya no estábamos en 2015. De hecho, dudaba que estuviéramos en el mismo siglo: los edificios, que apenas dejaban que se filtrase algún rayito de sol, la forma de vestir de la gente y el lenguaje que había usado el joven me llevaban a pensar que, si no estábamos en la Edad Media, poco nos faltaba. Me sobresalté al comprobar que aquel callejón era exactamente igual al del tema cinco de "Historia de nuestros antepasados".

—Oye, tú, como te llames... ¿En qué año estamos? —murmuré, intentando prepararme para el shock.

—Pregunta curiosa es esa, mi señora, puesto que es de todos conocido que vivimos el año 1632.

¿1632? Me iba a dar un ataque al corazón. Aquella época era la que se tocaba en el tema en el que me había quedado dormida mientras resumía el libro de Madame Brigitte. Por loco que fuera, aquello me incitaba a creer en algo: la teoría de los viajes en el tiempo, que había sido descartada hacía ya tiempo, era real como la vida misma. Era algo descabellado, pero lo estaba viendo yo misma con mis propios ojos.

—Esto... Para empezar, no me llames señora, que pronto empiezas a echarme años de más. Para seguir, ¿cómo te llamas?

—Mi nombre es Alain Vimeux, joven dama —sonrió el chico, ofreciéndome una mano para ayudarme a levantarme del mugriento suelo. La tomé, y me puse de pie—. E intuyo que vos no querréis decirme el vuestro por temor a un desconocido. Es completamente natural. ¿Habéis mencionado Avalon?

Asentí con lentitud, calculando el tiempo que me tomaría el darle esquinazo. Era demasiado observador, y podía representar un verdadero peligro.

—¿Significa esto que sois del linaje de los Lancelotte?

—¿Te quieres callar? ¡Más bajo! —le recriminé, tapándole la boca—. Soy una mestiza, sí, pero me temo que no pertenezco a esta época.

—¿Qué queréis decir?

Lo tomé de la muñeca, y lo arrastré a un callejón vacío antes de continuar hablando.

—Desciendo del linaje Driyaid, que se creó en el siglo quince —le aclaré—. Pero yo vengo del siglo veintiuno, así que su poder ya está muy diluido. Tú pareces saber mucho del tema... ¿Por qué?

—Soy de la casa de los Fenririenne —dijo él, orgulloso—. Mi familia es de noble ascendencia debido a ello, aunque claro, solamente en nuestro círculo. Para ocultarnos, es menester que nos hagamos pasar por campesinos.

Así que acababa de encontrar otra línea de mestizaje. Estas líneas eran familias que descendían de la unión de un humano y un ser sobrenatural, y heredaban cualidades del antepasado que daba nombre a la casa. Yo era del linaje de las dríadas, y tenía cierto poder sobre los bosques y la sanación; él, siendo de los Fenririenne, era alguien mucho más poderoso. Según mi muermo de libro, los Fenririenne se habían extinguido a finales del siglo diecisiete, y habían sido hijos del lobo más poderoso del mundo: Fenrir.

—Así pues, ¿decíais que erais de otro siglo? Mas eso no es posible. No conozco casa ni persona alguna que pueda manipular el tiempo a su antojo.

—Yo tampoco sé qué ha pasado —admití—, pero estoy aquí. Necesito volver a mi época y acabar una redacción, o Madame Brigitte me va a matar.

—Os defenderé con mi vida, si es necesario —proclamó él, convencido—. Debemos protegernos entre nosotros.

—Sí, sí, pero mejor déjate de esas cosas y dime lo que...

Quise seguir hablando, pero no pude. Noté un extraño tirón en el estómago, y cómo mi cuerpo, tal y como había sucedido horas antes, se empezaba a calentar. Miré a Alain, que parecía confuso por mi silencio, y le cogí de la mano.

—Cuidado con... cuerv... os... —Quise advertirle del peligro que suponía la familia Tyrianne, pero no pude pronunciar una sola palabra más. Me empezó a doler la cabeza, y el chico del siglo dieciséis fue reemplazado por una intensa luz y, tras unos momentos, libros de historia.

¿Era en serio? Le di un golpe a la mesa, frustrada. Solamente había estado en el pasado durante unos minutos, los suficientes para romperme una mano pero no para salvar a una de las casas más míticas. Qué asco.

Resoplé, y decidí que encontraría una manera de volver. Investigaría más acerca de los viajes en el tiempo, y volvería para ayudar a Alain y salvar aquel linaje tan poderoso. Solo necesitaba tiempo.

Fui a apartar el libro en blanco de en medio, para despejar la mesa, pero me detuve, desconcertada.

En la portada, que ahora era de un suave tono marrón, había un intrincado símbolo en el que se veía a un lobo aullando, y se podía leer "Fenririenne". Emocionada, abrí por la mitad el volumen, y quiso la suerte que diera con un árbol genealógico. Busqué a Alain, y sonreí al encontrarlo. Ahora sabía por qué los Fenririenne habían desaparecido. No hacía falta que les salvase de nada.

La comunidad mestiza era un matriarcado, y aquello explicaba el por qué la familia del lobo se había esfumado sin dejar rastro.

Al lado del nombre "Alain Vimeux de Fenririenne", figuraba una espiral, que representaba las alianzas de un matrimonio, y "Adèle Deveraux de Driyaid". No habían muerto. El hijo único y heredero de la casta se había casado con otra mestiza, perdiendo su apellido para adoptar el de su mujer. Alain era mi tatara-tatara-tatarabuelo.

Sonreí, rozando con las yemas de los dedos las palabras que llenaban la página, y luego cerré el libro, con la sensación de que algo que había estado dormido, latente, quizá la magia de los lobos que, junto con la de los bosques, corría por mis venas, despertaba dentro de mí y soltaba un aullido salvaje.


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