Sin título
Relato de Halloween de Mei_1997
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Metí las piernas en el frío agua del lago y me estremecí. Todo a mi alrededor me instaba a relajarme: el rumor de los árboles, el cálido viento que movía mi pelo, el piar de los pájaros... pero aún así me era imposible . Solo podía pensar en el día siguiente. El día en que iba a morir. Nadie me había dicho nada, pero lo sabía. La gente de ese pueblo me odiaba y eso era algo que no podía remediar de ninguna manera. Desde el primer segundo en el que entro aire en mis pequeños pulmones de recién nacida estaba destinada a acabar siendo un sacrificio.
El día en que nací también fue el día en que todos los niños del pueblo murieron. Cualquier infante, adolescente o joven menor de dieciocho años dejó de respirar cuando yo lo hice por primera vez. Nadie sabe el por qué, pero hay algo que tienen claro. Fue culpa mía.
Yo no me quito la culpa, también estoy segura de que hice algo. Aunque tampoco sepa el que.
Mis padres nada más enterarse de lo sucedido me sacaron corriendo del hospital y se refugiaron en casa, a las afueras del pueblo. No querían que les quitaran a su pequeña y siempre les amé por ello.
La gente del pueblo decidió respetar su decisión puesto que mis progenitores eran muy queridos en el pueblo pero con la condición de que yo jamás pudiera salir de casa. Creían que expandiría otra epidemia si me acercaba a alguien.
Mis padres acataron la orden. Y yo estuve diecinueve años de mi vida encerrada en una casa que acabé despreciando. No es que no quisiera a mis predecesores ni que no les agradeciera que no me abandonaran, sin embargo, al ver como la gente pasaba por el camino de enfrente de nuestra casa, feliz y sonriente, los celos me invadían y me sentía triste y desolada. Yo también quería estar con ellos, saltar, reír, bailar, sentir el aire en mi rostro... pero nada de eso era posible. Solo podía estar allí.
Nunca me lo dijeron, ni me las dieron. Pero a diario recibía cartas de amenazas. Pidiéndome que me muriera, que desapareciera, que ojalá no hubiera nacido. Mi madre siempre las tiraba pero yo las recogía de la basura y las leía.
Al principio me dolían y me sentía peor, como si fuera un monstruo pero a medida que pasaban los días y años acabé atesorándolas por ser lo único que me unía con el exterior, ya no me herían solo me reconfortaban. ¡La gente se acordaba de mi!
Pensé, estúpida de mi que un día me perdonarían. Sin embargo, todo eso cambio el día en que una piedra atravesó el cristal de mi habitación e impactó en mi. Sus palabras estaban cargadas de rencor y odio y lejos de alegrarme como las demás, está me mató por dentro: "Si tu no hubieras nacido, mi hija seguiría viva".
Fue ahí cuando me di cuenta de la magnitud de mi pecado. Había destrozado familias, vidas, ilusiones, sueños. Solo con el hecho de haber nacido.
Tras eso, intenté acabar con mi vida pero mis padres me atraparon. Cuando la sangre ya fluía fuera de mi cuerpo y mis últimas energías se desvanecían, ellos me devolvieron a al mundo. No me dejaban descansar, no me dejaban ser feliz. Y les comencé a odiar. Mis sentimientos de amor fueron eclipsados por los otros. Y cada vez más, me recluía en mi misma. Dejé de hablarles o incluso de mirarles. No quería saber nada de ellos.
Creo que mis acciones fueron las que los impulsaron a abandonarme. Un día, después de estar casi una semana sin comer, fui a su habitación para ver que hacían y me los encontré estirados en su cama. Fríos. Los zarandeé hasta que comprendí que estaba sola. Esa noche lloré lo que nunca había llorado. No por haber comprendido que ya no quedaba nadie en la tierra que me quisiera si no porque les había perdido para siempre y no les podría decir que les quería y que había sido una estúpida.
Cuando enterré sus cuerpos, fue la primera vez que salí de casa. Me agobié enseguida, el temor a que alguien me atacará me consumía así que después de sepultar a mis padres bajo tierra, corrí hacia el único lugar seguro que conocía.
No se cuanto estuve bajo las mantas pero cuando salí, me encontré muchas piedras dentro de casa. Todas las ventanas estaban rotas. Leí los mensajes que le gente del pueblo había dejado en mi hogar. Y esta vez todos hacían la misma pregunta: "¿Dónde están tus padres?
Decidí responderles con el mismo método. Y días después de haber lanzado mi mensaje recibí una respuesta. Solo un mensaje: "Por tu bien, no salgas de esa casa jamás".
Les hice caso durante los meses en los que tuve comida, mis padres se habían asegurado de tener reservas por si pasaba alguna cosa. Pero cuando la última lata de comida se acabó, el vacío se instauró en mi. Ya no tenía nada. Esa casa, no era mía. Nada de lo que tenía era mío. No lo merecía. Y ya no estaban mis padres para decirme que no fuera tonta.
Así que, acabadas mis reservas y con el sentimiento de soledad machacando mis pulmones y oprimiendo mi corazón, salí fuera de casa. Me arrodillé delante de las tumbas de mis padres y lloré durante minutos, o quizás horas.
Después me arrastré hasta el lago y metí mis piernas. Para sentirme más viva, pero no lo conseguí.
Y ahora, aquí sentada, en el mismo sitio que ayer. Sin sentir siquiera los pies. Oigo las pisadas de la gente del pueblo, sus rugidos, sus cantos de victoria, acercándose a mi.
Sus manos cogen mi pelo y lo estiran. Su pies impactan en mis caderas. ¡Y me siento viva! No se cuando la cordura se desvaneció, puede que el mismo día que mi humanidad. Ya no me importa.
Al fin, soy libre.
Al fin, son felices.
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