Sin título 1
Escrito por Nadeshko19 y NekoShiiro
(Por cierto, vuestros relatos no tienen títulos?)
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Dejó de acariciar el lomo del centauro cuando oyó aquel ruido. No era el susurro del viento o el murmullo de las hojas acariciándose entre sí, ni tampoco el suave murmullo del agua que corría río abajo. Era algo que el silfo nunca había oído en el Bosque Karúnico, y no sabía si inquietarse o dejarlo pasar.
Se mordió el labio, de un tono azul suave idéntico al del resto de su piel, mientras escudriñaba la maleza que bordeaba el claro en el que se encontraban. No vio nada extraño, pero oyó el ruidito de nuevo: era parecido al sonido de un pájaro carpintero picoteando un tronco.
¿Qué debía hacer ahora? Solo tenía cien años, así que no podía acudir al Consejo Verde y, sencillamente, decir que oía algo raro en el bosque: no le tomarían en serio. Por una parte, los elfos más ancianos, que rondaban los nueve siglos de edad, asegurarían que era imposible que en aquel lugar habitase algo que ellos no conocieran y hubieran autorizado, y eso suponiendo que le dejaran entrar en la sala. Por otra, el hecho de ser un silfo haría que ni siquiera le escucharan. Pero el joven cada vez oía aquel ruidito más alto, lo que significaba que lo que quiera que fuese se acercaba, y le estaba entrando miedo.
El centauro, apenas un potrillo que había estado acurrucado en su regazo, se acercó a él y le abrazó la pierna. El pequeño también lo oía, comprendió el silfo, y para él tampoco era un sonido familiar. Nada que hubiera conocido antes hacía ese ruido.
—Vámonos de aquí, Licos —susurró, cogiendo al centauro en brazos, no sin esfuerzo, y dando un par de pasos hacia atrás.
Desplegó las alas al chocar con el tronco de un árbol, sobresaltado, y voló rápido, más veloz que nunca antes, alejándose de aquel claro e intentando llegar a su aldea lo antes posible. La cría que llevaba en brazos, además de pesar bastante, no dejaba de relinchar y gemir, así que el vuelo no fue precisamente un viaje de placer.
—¡Hay un sonido extraño en el bosque! —Exclamó el joven silfo en cuanto aterrizó, dejando al potrillo en el suelo—. Es como el repiqueteo del pico de un pájaro carpintero en la madera de un tronco.
—¿Y no será que, en efecto, es un simple pájaro carpintero? —se burló un elfo que pasaba por allí—. Tanto aire os seca el cerebro a los de tu raza. No hay más que ver a las sílfides, más tontas que ninguna otra criatura.
—¡No era un pájaro! Sonaba mucho más rápido, e iba acompañado de un tintineo extraño... ¡Y mi raza no es estúpida! —se defendió el chico, cuyas mejillas cobraron un tono más oscuro. Era uno de los pocos silfos que, desterrados de su reino natal, había buscado refugio entre las gentes de los bosques, y había tenido que enfrentarse a numerosas críticas debido a su origen. Las criaturas del aire no eran bien vistas entre el resto de seres sobrenaturales, ya que, debido a los mitos acerca de las sílfides, se las consideraba superficiales y no muy inteligentes; y el joven silfo llevaba muchos años sufriendo los efectos de aquel prejuicio absurdo.
—Estás loco, chico. —El elfo que le había respondido sacudió la cabeza, y continuó andando.
El silfo se lo quedó mirando durante unos instantes, pero reaccionó al ver pasar por delante de él a un grupo de figuras que vestían un uniforme verde clorofila.
—¡Guardia! ¡Hay un sonido extraño en el bosque!
Pese a esforzarse para expresar con claridad lo que había oído, de nuevo recibió risas despectivas y comentarios ofensivos acerca de su raza. Tras intentarlo un par de veces más, se dio cuenta al fin de que no le iban a tomar en serio por mucho que lo dijese y gesticulase, y se sentó en un banco de la plaza con aire triste, acariciando al pequeño centauro.
—¿Qué haremos ahora, Licos? Nadie nos cree y, además, a este ritmo acabaré detenido por escándalo público. Menudo desastre... Si tan solo fuera un elfo, ¡me creerían sin dudar!
Enterró la cara entre las manos, al borde de las lágrimas. Solía sentirse solo, pero nunca antes la soledad lo había arrollado de tal manera.
—¿Por qué no vemos? —preguntó el centauro, con voz de niño y arrastrando las palabras. Era muy pequeño todavía, así que al silfo le sorprendió enormemente el hecho de que hubiera podido formular aquella frase él solo.
—Por los elementos, Licos, ¡has hablado!
Sorprendido en extremo por aquel acontecimiento, el chico de piel azul abrazó el cuerpecillo humano del centauro. Las primeras palabras de aquellas criaturas eran todo un acontecimiento, y se solía decir que, dependiendo de lo que dijeran, en un futuro serían de una forma o de otra. Si era así, la manera de hablar de Licos indicaba que sería curioso, inocente y amigable, y esto alegraba en sobremanera al silfo.
—Tienes... Tienes razón, volvamos al bosque para investigar —aceptó el joven, tras unos segundos de abrazo—. Si averiguamos lo que es, será más fácil que nos crean.
Decirlo, claro está, era mucho más sencillo que hacerlo. Volver al claro no era ningún problema para sus alas rápidas y fuertes, pero una vez allí no tenía ni idea de a qué se enfrentaba; su única defensa eran los poderes aéreos que, por nacimiento y genética, poseía. Pero, por desgracia, la intensa energía del bosque los mermaba, así que no podía confiar plenamente en ellos. Tendría que arriesgar su seguridad e incluso su vida si quería descubrir qué era aquello que perturbaba la paz del lugar.
El silfo emprendió su vuelo sin seguir pesándolo, pues sabía que si seguía probablemente no se iría y Licos tenia razón, debían ir y ver, así pues emprendió el vuelo pero fue un poco dificultoso llegar a la altura necesaria para ir más rápido.
Licos parecía estar más emocionado que él, puede ser que por ser apenas un potro, no lograra entender la magnitud de su peligro, o puede ser que él estaba exagerando demasiado por un ruido, pero algo en su corazon le decía que era de suma importancia.
El cielo estaba despejado y pronto llegaron al claro donde habían estado sentados momentos antes, el Silfo espero sobrevolando en el mismo lugar y escucho con atención, para su sorpresa el sonido no solo había aumentado sino que también había cambiado, ahora podía escuchar claramente que era madera contra madera y hierro contra hierro.
Licos se tensionó o él se tensionó, ya no sabía si él lo había tensionado o si el sonido lo había hecho o si era su corazón el que se estaba tensionando en ese momento.
–Escuchas eso ¿verdad? –Le preguntó al pequeño que ahora se agarraba con más fuerza a su cuello y le dijo– Mi corazón me está pidiendo a gritos que vaya a ver, pero temo por ti.
–Vamos a ver –dijo Licos con un brillo de emoción en sus ojos.
En los azulados labios del silfo se formo una pequeña sonrisa, ese pequeño centauro sería muy valiente también y eso le agradaba, fue así como empezó a aletear con fuerza hacia el lugar de donde provenía el sonido, y mientras más se acercaba más fuerte y claro se podía escuchar y mas fuerte sentía el palpitar de su corazón.
Pero sus oídos jamás lo prepararon para lo que sus ojos llegaron a ver y por un momento se sintió desfallecer, no solo por lo que veía, sino por comprender que fue muy tonto de su parte traer a Licos consigo, pero también se sintió agradecido por su compañía, su mente trabajo tan rápido como podía, con su mano derecha formo una gran nube y con la izquierda puso a Licos sobre ella, la nube mantuvo al pequeño centauro gracias a una fuerte ráfaga de viento que hizo el silfo para que estuviera a flote, si algo le sucedía la nube se dirigiría a la sede de los Elfos, un lugar relativamente seguro para él.
Licos miro con horror como su mejor amigo, y protector tomaba parte en la batalla que había no muy lejos de donde se encontraban, y agradeció silenciosamente en su corazón por no haber sido mandado lejos ya que estaba seguro que regresaría sin duda, y mantenerlo ahí en el aire le aseguraba que no se movería de su lugar, los Elfos decían que su amigo era torpe pero nada podía estar más lejos de la verdad.
Los sonidos de la madera y el hierro chocando eran casi ensordecedores, Licos no dejaba de sostenerse y asomarse por los bordes de la nube.
Un trol de las montañas, un Imp, un ciclope y una mandrágora, estaban peleando contra una hechicera encapuchada, la batalla no era nada justa, pero la hechicera había hecho un gran trabajo hasta ese momento, Licos vio con horror como la no tan pequeña mandrágora se había escondido bajo tierra para luego atrapar la pierna de la hechicera, la cual perdió el equilibrio y cayó de un lado dejando al descubierto su bello rostro, pero con su espada logro cortarle los brazos a la mandrágora -los cuales le crecieron de inmediato- y fue rápida para esquivar el mazo del trol con su vara, su querido amigo no tardo en ayudarla haciendo que un fuerte viento forzara a sus oponentes a cerrar sus ojos, la hechicera tiró su espada y su vara, unió sus manos y dijo un conjuro que los metió a cada uno en una especie de esfera de luz las cuales se fueron achicando hasta quedar tan pequeñas como unas canicas llenas de agua.
Licos agradeció el silencio, no así la destrucción del bosque, miro para un lado miro para el otro, ¿Cómo nadie había escuchado el escándalo que habían hecho?
La nube fue bajando lentamente y Licos se volvió a asomar por el borde para ver que sucedía abajo, y no podía creer lo que sus ojos veían, su querido amigo se había tornado color piel, sus ojos eran de un celeste cristalino y su cabello entre gamas de gris y azul, Licos lo miro con asombro, ya faltaba poco para que la nube lo dejara sano y salvo sobre tierra firme, a pocos metros pudo ver a la hechicera acercarse a su amigo con lentitud.
–Gracias por tu ayuda –dijo la hechicera al silfo con una vos muy suave y al estar frente a él, le dio un casto beso en la frente.
Licos no entendía, su amigo jamás había aceptado hablar con elfas, -no que buscaran su compañía obviamente- pero siempre las evadía, ni siquiera las miraba, ¿Cómo era posible que mirara con tanta fuerza a esa hechicera?, y más a un ¿Cómo era que se había dejado tocar por ella?
–Mi querida Maayan –dijo el silfo en un susurro lleno de sentimiento.
La hechicera sonrió y el la abrazó con fuerza, luego de compartir unas miradas que expresaban muchas más cosas que solo palabras, la beso tiernamente, y en ese instante salió de ellos una especie de luz que iluminó el cielo, un viento curador y unas gotas de dulce agua curaron el firmamento y el pequeño al ver la piel de la hechicera, ligeramente escamada, se dio cuenta de que aquello no era una hechicera común, sino una ondina, Licos sonrió complacido entendiendo lo ocurrido, su querido amigo había encontrado a su amor prohibido, varias veces lo había oído hablar del porqué de su destierro, al ser ambos de clanes tan únicos y especiales su amor fue vetado y desterrado.
Mas el destino los unió nuevamente y ahora en ese bello bosque Karúnico vivirían juntos por siglos y milenios protegiendo a todos de los males que pudieran surgir.
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