Fantasía real

Escrito por: Kaldot y MariaLarralde70

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A sus 77 años, y solo en el mundo, Roberto Marín Bergamonte quiso acabar con todo. Con todo lo que conocía en este mundo, y que se reducía a él mismo. Casi no se podía decir que hubiera sido un hombre, pues se suele afirmar que los hombres son animales sociales y Roberto no lo era.

También se podría afirmar que tenía apellidos de madre y padre como quien alquila o compra una identidad, pues jamás los conoció, y se crió en un frío orfanato estatal en el que nadie nunca le dio algo de calor que no fuera un bofetón.

Y tras una vida en la que no conoció a mujer, y una existencia solitariamente dedicada a subsistir sin ninguna otra actividad reconocida por nadie, más que la lectura de libros de manera insaciable, estaba decidido a descansar, pues sus ojos eran dos pesados globos inyectados en sangre por una enfermedad extraña y degenerativa que le impediría seguir con su pasión.

Y así las cosas Roberto, un día, desesperado en su ciega vida de hombre solitario se dijo a sí mismo

― ¡Por todos los demonios, las hadas, los elfos y los seres del mundo de la fantasía, si no puedo seguir con vosotros... prefiero morir!

Y pensó en muchas y variopintas formas de morir, pero ninguna le pareció lo suficientemente estética como para decidirse por ella, así que intentó consultar con su doctor. Pero el Licenciado en Medicina, Don. José Maruhenda, no quiso ni escuchar, pues el Juramento Hipocrático se debía saltar para aconsejar de tales cosas, y su conciencia nunca podría soportar tal falta de ética y profesionalidad.

Estando así el asunto, Roberto se sentó meditabundo en el portal de su casa. Era ya entrada la noche y cerca de las escaleritas, que sucias y más desgastadas por el lado derecho que el izquierdo, por tener ahí la barandilla y por tanto ser usada por los vecinos con mayor asiduidad, se veía el callejón oscuro donde nadie nunca entraba, no por nada, sino porque no había absolutamente nada que allí mereciera la pena ver. Pero hoy sí se veía algo, — o a Roberto le pareció ver, porque su dañada vista no le permitía enfocar correctamente y mucho menos en la oscuridad creciente—, la luna parecía estar metida de lleno en el callejón oscuro y contrastaba con las figuras grises de los edificios que parecían amurallarla. Abajo, en el asfalto sucio y duro, quiso ver un movimiento, aunque no se fiaba de sus sentidos maltrechos. Pero sí, una figura pequeña parecía estar moviéndose en un incesante trajín de un lado a otro del ancho de la calle.

Roberto se levantó del escalón-sillón y se acercó despacio hacia lo que él percibía como un bulto en movimiento incesante. Y allí, cuando el bulto dejó de ser bulto, se le apareció una especie de enanito huesudo que acarreaba libros de un montón apilado en una montañita al lado de un contenedor y los llevaba al otro lado, donde a través de una pequeña puerta de madera que se camuflaba completamente en la pared, le esperaba otro ser contrahecho y huesudo tapado con una especie de túnica gris que cogía los libros que el primero le proporcionaba para llevarlos y desaparecer con ellos a través de la pared.

Roberto, no sabía si lo que vio era real, o era una ilusión. Pero sin duda decidió seguir a esas criaturas, y encontró la puerta, la abrió y de pronto se encontró en una fábrica como si fuera la mismísima fábrica de Santa Claus. Había muchas de esas criaturas enanitas huesudas, estaban cargando libros de todos colores. ¿Esto es un sueño? Se preguntó un millón de veces Roberto.

De pronto, una de esas criaturas lo vio, se le cayeron los libros y empezó a gritar: ¡Intruso! ¡Intruso! Y vinieron cuatro de esas criaturas con armaduras y lanzas grises.

— ¡Alto! –dijo uno de ellos.

De pronto, vino una de esas criaturas, y dijo:

— No hace falta, guardias –dijo y todos los guardias se retiraron-. Por favor, perdóname por eso.

— Eh, no, no hace falta –dijo Roberto confundido.

— Mira, mis trabajadores y mis guardias no suelen actuar así, pero desde hace un tiempo están muy asustados –dijo la criatura.

— ¿Asustados de qué? –preguntó Roberto

— De un gran hechicero, que cambia de forma a mago y a dragón y que destruye los libros de fantasía que hacemos aquí –contestó-. Y dicen que el primer hombre con el corazón puro puede derrotarlo, y algo me dice que eres tú.

— ¿¡Qué cosa!? No, no, yo sólo soy un viejo con problemas de salud, no puedo hacer nada... –dijo impactado Roberto.

— Por eso, utilizaré la poca magia de nuestra raza que queda, para convertirte en el más fuerte y joven –dijo.

— Vaya... –dijo Roberto, para luego transformarse en un joven y fuerte caballero, y ahí empezó su viaje.

Roberto se enfrentó a varias cosas, brujas, dragones y otras cosas, y al llegar al castillo del hechicero malvado, empezó la batalla.

Roberto empezó atacar con su espada, y el hechicero le lanzaba hechizos, llegaron al punto en el que el hechicero se transformó en dragón y le empezó a tirar fuego. Roberto, convencido de que no iba a poder vencerlo, pero de alguna forma tomó fuerzas y mató al dragón cortándole la cabeza. Y, luego de que los enanitos le agradecieron su trabajo, pudo morir en paz, por poder haber salvado la fantasía, lo que más amaba, y también por haber evitado que todos los niños y jóvenes amantes de la fantasía, no perdieran sus libros favoritos.


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