9 | Las piedras al final de la cascada
"Las piedras al final de la cascada"
—Abuela, ¿por qué estás tan arrugada?—preguntó una niña de seis años con completa curiosidad—. Tu piel no luce igual que la mía.
La anciana de cabello blanco rió con ternura y continuó peinándole el cabello a su curiosa y adorable nieta.
—Verás, cariño...—comenzó diciendo con la suavidad de quien acaricia a un bebé recién nacido—. Estoy muy arrugada porque he vivido mucho en esta vida, y con el pasar de los años envejecí.
La niña frunció el ceño a causa de una genuina confusión.
—Yo también quiero vivir mucho en esta vida, pero, ¿cómo se hace eso?
Los tiernos ojos oscuros de la niña se posaron en una mirada que desde muy joven fue soñadora.
—No lo hagas por obligación, sólo déjate llevar.
—¿Cómo una cascada?
Una sonrisa de comisuras arrugadas se formó en los labios de la mayor.
—Sí, mi niña, sin embargo, al final de esa cascada te encontrarás con piedras tan pequeñas como grandes.
La menor arrugó sus cejas con temor.
—Golpearse con piedras duele, abuela. ¡Un día me raspé la rodilla a causa de ellas!
—Para fluir como cascada, tienes que saber que al final las piedras te esperarán, y puede que te hagan un poco o mucho daño, pero en eso consiste fluir, mi amor; en eso consiste la vida.
La niña le sonrió con dulzura, quizás no entendía la mitad de las palabras de su abuela, pero siempre era un placer escucharla hablar.
Segundos después, ambas trasladaron la mirada hacia la rodilla de la niña. En efecto, se hallaba una pequeña cicatriz a causa de ese raspón con la piedra, no obstante, con las semanas sólo era eso: Una cicatriz. El dolor pasó, y la niña volvió a correr hasta que, por dicha o desdicha, se hiciera otro raspón.
-Andrea Ramos.
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