25 | El mago de la Navidad

25 | El mago de la Navidad

Como cada año, un niño de seis años se encontraba feliz por las fechas, pues; el esfuerzo de su padre por mantener viva su alegría decembrina nunca era en vano, sin embargo, este año no era el caso.

—Papá, este año no estás siendo mi mago de la navidad—susurró su hijo con ojos cristalizados—. ¿Qué te sucede? No te preocupes si no te han obsequiado regalos. Me enseñaste que, en estas fechas, lo menos importante son los regalos.

El hombre contempló a su niño sin poder formular ni una palabra, el nudo en su garganta le era imposible de disipar. En el verano, había perdido a su hermano, el cual decidió darle fin a su vida. En otoño de ese mismo año, el corazón de su madre se detuvo a causa de una cruel enfermedad. A principios de invierno, su padre fue diagnosticado con la misma enfermedad de su difunta esposa.

Las lágrimas fluían por las mejillas del hombre sin darle tiempo a detenerlas. Carraspeó en un intento por hablar:

—Me siento... Me siento mal, hijo—posó una mano en su pecho y añadió:—. Aquí dentro no hay felicidad por estas fechas.

—¿Es por la abuela? ¿Y por el tío?

El hombre no se había fijado de que su tierno niño también lloraba. El niño acompañaba y compartía su dolor.

—Sus sillas estarán vacías este año.—las señaló, su labio temblaba mientras las lágrimas continuaban empañando sus rosadas mejillas—. Papá, ¿sabes cuáles no estarán vacías?

No pudo responder, sólo se limitó a negar sutilmente con la cabeza. Su llanto silencioso, y al mismo tiempo desgarrador, no le permitía formular palabra.

—La mía, la de tu padre, la de tu esposa y la de tu hermana.

La pequeña mano de su hijo secó con una increíble suavidad las lágrimas que continuaban en las mejillas del hombre.

—Está bien si no te apetece celebrar—le sonrió y, pese a su dolor, su padre también esbozó una sutil sonrisa, porque a su niño se le habían caído unos cuantos dientes de leche y lucía increíblemente gracioso—, pero agradece que otros si estamos. La gratitud es importante, ¿no? Tú mismo me lo has dicho.

El hombre acurrucó en su brazos a su hijo, repitiéndole con la voz entrecortada cuanto lo amaba.

Dolía, por supuesto que dolía ver sus sillas vacías, pero no podía olvidarse de quienes llenaban las otras sillas, los cuales también eran merecedores de ese amor que aún tenía para ofrecer. No era cuestión de egoísmo u olvido, era cuestión de gratitud. Agradecía infinitamente la vida de sus otros seres amados. Su pequeño de seis años se lo recordó esa noche.

Su hijo fue su mago; su mago de la navidad.

-Andrea Ramos.

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