La Obra Maestra

Fiasco. Ésa es la mejor palabra para describir lo que hago. Un completo fiasco. No puedo hacer nada bien. No sirvo para esto.

He criticado a pintores una y otra vez diciendo por qué son unos genios o unos aficionados sin sentido del arte. Pero yo, simplemente yo, no logro pasar del segundo tipo.  

He pintado varios cuadros. Todos están ocultos en un armario dentro de mi estudio. Nadie los ha visto, y no quiero que nadie los vea. Son porquerías. Composición, pinceladas, propuesta, todo me falla en ellos. Ninguno es perfecto. Ninguno es si quiera, mínimamente bueno. No puedo hacer ninguno bien. El arte es mi fuerte, pero no soy un artista. Soy sólo un apreciador.

— Sí estoy muy seguro de que deberías dejarme verlos —me dice mi amigo Patricio—. Tal vez a mí me encanten.

— Si no puedo disfrutarlos yo —le respondo— nadie lo hará. Primero quiero quererlos.

— No te pongas poético, Sebastián —voltea los ojos—. Para eso ya tenemos a Maca y su columna.

— No es poesía —le digo sin expresión.

— ¡Qué bueno! —me responde fingiendo reírse— como poeta eres buen columnista. Si sigues sacando frases de imágenes de Tumblr, nunca superarás eso.

Resoplo.

Me levanto de la mesa y dejo mi plato a medio terminar en el fregadero. Patricio me llama, sabe que estoy molesto y trata de arreglarlo, pero ni siquiera escucho lo que dice. Camino hasta mi estudio, esperando no en encontrarme con nadie porque sé que me comportaré a la defensiva. Pero las cosas nunca salen como quiero: Natalia lleva unas hojas en las manos y se para justo frente a mí.

— Sebastián —sonríe— qué bueno que te veo. Necesito que cheques estas solicitudes para tu columna.
— ¿Solicitudes?

— Sí. —Me las entrega en la mano—. Son de pintores que quieren que critiques sus obras para el próximo número de la revista. ¿Ya tienes los de éste número?

— Tres de cinco —no tengo ganas de hablar.

— Bueno —asiente un poco— trabaja en eso y luego revisa esto. No podemos retrasarnos mucho más.

Natalia y Marco fueron quienes le dieron rumbo a nuestro proyecto. Y estoy agradecido por eso, pero hay ocasiones donde Natalia cree que tiene más poder que nosotros o incluso, poder sobre nosotros. Casi logro sonreír antes de retirarme.

Cuando llego a mi destino me detengo en la entrada sosteniendo la perilla, porque sé qué viene después de abrir la puerta. Tomo aire y giro mi muñeca. Y ahí está, un lienzo a medio empezar, justo a un lado de un escritorio con mi laptop en él. Durante toda mi vida he leído acerca de lo que me gusta. Devoré cientos de libros, artículos, y columnas de revistas sobre el arte, y sobre todo de la pintura. Pero cada vez que trataba de ponerlo en práctica, algo me faltaba. ¡PASIÓN! Me dijeron una vez. Puedo jurarte que me sobra. ¡SENTIMIENTOS REALES! Una disculpa si lo que siento no le parece verdadero, profesor. ¡PRÁCTICA! Bueno, puedo concederte una, pero no es tan cierto como parece. He practicado muchísimo, pero siempre que fallaba, buscaba más teoría. Sí practico, bastante, pero nunca logro lo que quiero. No sé qué me falta.

Comienzo a revisar lo que Natalia me pidió. Desde que nos mudamos a esta casa siento más presión. Tengo a mis mejores amigos aquí, pero trabajamos todos juntos en lo mismo, es como una constante tarea en equipos. El estrés me consume y luego me escupe de nuevo. Una y otra vez los odio y los vuelvo a querer como siempre lo he hecho. Pero, últimamente, con mi último lienzo fallido, siento que quiero lanzar todo a través de la ventana.

— Sebastián —llama Patricio desde el otro lado de la puerta.

Rápidamente, cubro el lienzo al lado mío. Dejo los papeles en el escritorio y abro la puerta.

— ¿Te estabas masturbando? —me pregunta riendo—. Estás demasiado agitado... y creo que eso es sudor.

— ¡Claro que no! —le golpeo el hombro—. ¡Dios, Patricio! 

— Gracias por llamarme Dios —sonríe ufano—. No hacía falta pero se sintió bonito.

— ¿Qué quieres?  

— Maca quiere que vayas con ella porque quiere enseñarte no sé qué cosa que es muy importante para sabe qué.

Lo miro. Levanto una ceja y resoplo un poco más.

— Ya voy.

— Bueno, termina de masturbarte. Pero no ensucies el piso, acuérdate que la casa es de mi tío.
Suelto un gruñido y cierro la puerta. Desde afuera escucho la risa de mi mejor amigo sonar con mucha fuerza. No sé qué quiere Maca. Yo tengo mucho trabajo que debería hacer, pero que prefiero evitar. Por el momento no quiero estar cerca del lienzo. 

Salgo y voy a donde Maca siempre está. La encuentro inmersa en su computadora escribiendo como loca. Sus lentes redondos reflejan todo lo que escribe y se ve que avanza bastante rápido.

— ¿Maca? —llamo.

— Sebastián. —Me sonríe—. Qué bueno que sí viniste. Quiero hablarte de algo que me parece muy importante mencionar.

— ¿Qué es?

— Patricio me habló de tu problema. —Se levanta de su asiento—. Sobre no poder pintar como quieres.

— ¿Y de eso necesitas hablar? —pregunto—. ¿No puede ser en otro momento?

— Preferiría que fuera ahora —se acerca a mí— porque sé que ahora tienes mucho trabajo y toda ésta situación te está distrayendo. Mira, Patricio es muy listo y sé que no me habría contado esto de no ser porque lo necesitas.

Me siento en una silla junto a su escritorio. No digo nada. Sólo espero a que hable. Sé que esto no me ayudará en nada. No sé por qué sigo escuchando lo que quieren decirme. Lo único que necesito es concentrarme lo suficiente en esto. Creo.

Tenemos una plática acerca de por qué pienso que mi trabajo no es bueno. Le doy mis puntos de vista y mis propias opiniones, y ella escucha con atención. Siempre hemos visto a Maca como la psicóloga del grupo, además de que ella siendo poeta tiene la capacidad de hablar mejor que nosotros. Patricio constantemente dice que ella es la de las palabras bonitas y yo el de las palabras grandes. Ella usa palabras como Purificación y yo digo Catarsis. Son lo mismo, pero ella lo dice de modo poético y yo de modo pragmático.

A fin de cuentas ella habla sobre cómo debo de sentirme al respecto de mi propia obra. Sobre que debo encontrar el modo de proyectar lo que siento, pero sin desapegarme de lo que no.  

— Canaliza todo lo que viene desde dentro —me dice— pero también lo que está rodeándote. La fuerza que ejerce la naturaleza de la vida sobre ti mismo. Recuerda que el arte no es sólo tuyo, es del mundo. 

» Es una conversación rápida, Sebastián —continua—. Tal vez podamos llegar más adentro en otro momento. Por ahora, pienso que debes volver a tus tareas.

Me levanto de la silla sin decir nada. Hago un gesto en su dirección para que no crea que no agradezco sus palabras y salgo de ahí. Ella no entiende del todo lo que me sucede internamente. Puede tener una idea pero nunca sabrá cómo me siento. No puedo dar una pincelada sin sentir que estoy comenzando a arruinarlo. Ni siquiera puedo hacer un boceto a lápiz más allá de los primeros trazos. Incluso, una ocasión, decidí saltar ése paso e ir directamente al lienzo. ¿Me ha funcionado? Bueno, el lienzo sigue atormentándome ahí mismo.

Llego finalmente a mi lugar de nuevo. Pienso en lo que Maca dijo, lo que está dentro y lo que no. Miro mi obra a medio empezar y la analizo. No veo nada en ella. Siento que lo que dijo mi amiga no tiene nada de sentido. Trato de no alterarme demasiado, por lo que me siento frente a mi computadora y continuo lo que estaba haciendo. 

Siento la necesidad de regresar a mi obra, pero la contengo. Está llamándome. Trato de ignorarla pero es más fuerte que yo. Conmigo llevo cinco pulseras puestas de diferentes colores, y giro la roja que uso para darme fuerza a mí mismo. Una vez que comienzo a sentir que gira en mi muñeca siento menos la necesidad de volver a mi otro trabajo y continúo con el de mis artículos.

No termino sino hasta la madrugada. Envío un e-mail a Antonio, uno de los que nos ayudan con el diseño y publicación de la revista, para que tenga los artículos listos, además de decirle que ya tengo las solicitudes revisadas con observaciones para que las analice. Recibo una respuesta de él diciendo que vendrá mañana por ellas, que las tenga listas en una carpeta.

La revista se conforma de varias partes. Cada uno de nosotros tiene al menos una tarea, y yo me encargo de pintura. Patricio tiene Teatro, siempre fue fan de eso y es lo que él hace y estudia. Maca es literatura, más que nada poesía, pero también habla de cuentos, novelas y otras obras. Marco sigue la música desde que tiene quince años y es lo que él tiene encargado. Y Natalia tiene cine. Si se necesita algo más, decidimos entre nosotros quién es más apto para el trabajo. Pero quienes tienen la palabra final son los de edición y diseño. 

La revista nació en línea y ahí sigue. Mis amigos y yo realizamos esto por internet como una manera de expresarnos a nosotros mismos, pero no contábamos con que tendríamos tanto éxito. No somos la Vogue del arte, pero desde hace un tiempo, nuestras lecturas no bajan de 3,000. Fue entonces como un proyecto que empezó con cinco amigos y un par de conocidos que nos ayudaban con aspectos técnicos, creció y ahora somos quince personas involucradas. Seguimos siendo pequeños, estoy consciente de ello, pero estamos buscando el último paso haciendo nuestras propias obras. Por eso es que estoy tan concentrado en ello.

Doy un último vistazo a mi pintura no hecha, pero decido que estoy muy cansado para ponerme a trabajar en ella. Me retiro y voy a mi cuarto a dormir. Sueño con las palabras de Maca resonando alrededor de mí sin entender qué me quieren decir. Maca nunca dice nada por decir, siempre hay algo dentro que debemos descifrar, pero esto no logro comprenderlo.

***

Por la mañana decido que ya no voy a pensar en lo que Maca dijo. Me siento de mejor humor. Puedo comer bien, y no como el día anterior. 

— Escuché que te sentías mal ayer —me dice Marco—. Yo no te vi, pero me dijo Natalia que te vio raro. ¿Ya estás mejor?

— Sí —sonrío—. Gracias. Hoy no me siento tan mal.

— Qué bueno, porque hoy viene Antonio por las solicitudes. ¿Sí las hiciste?

— Sí —le respondo—. Ya las tengo listas.

Decido entrar a mi estudio. Quiero, de verdad, quiero poder terminar esto. Sé que ahora con mejor humor podré y que será más sencillo encontrar lo que necesito. Giro mi pulsera amarilla, la de la inspiración. Me siento frente al caballete y descubro mi último intento: Sólo llevo un montón de líneas azules que se supone que crearían algo más, pero nunca di con nada. No me altero. Mis nervios reaccionan, pero yo los controlo. No dejo que se sobresalten.

Tomo la brocha. Le pongo algo de pintura naranja. Hago ciertos trazos en la parte de arriba del lienzo. Luego tomo el morado y hago nuevas pinceladas en la parte de en medio. Por un momento siento que estoy logrando algo. Que sé a dónde me llevará esto. Siento que puedo lograrlo. Me detengo un momento y me doy cuenta de algo terrible:

No sé qué estoy haciendo.

Los trazos no están haciendo nada. Los colores representan lo que no quiero que representen. No estoy usando los pinceles correctos. No estoy haciendo nada bien. Giro mi pulsera una vez más, pero no logro nada. Ninguna idea llega a mi cabeza. No sé cómo resolver lo que empecé y tampoco sé a dónde voy con ello.

Una vez más, es un total fiasco.

La pulsera amarilla comienza a quemar mi muñeca. Pero no me importa. Necesito resolver esto y sé que con un poco de inspiración lo lograré. Me está ardiendo. Miro hacia abajo y veo que me hice daño. Mi pulsera comenzó a herir mi piel. Está sangrando un poco. Quiero ir a enjuagar mi sangre, pero no debo. Debo permanecer aquí y resolver esto. Puedo. Sé que puedo. Giro ahora mi pulsera roja para fortalecer mi deseo de quedarme, ambas giran al mismo tiempo.

— ¡¿Qué estás haciendo?! —Patricio acaba de entrar al estudio—. ¿Por qué haces eso, Sebastián? ¡Cálmate!

No reacciono. No puedo. Mi mano sigue haciendo el mismo movimiento. No sé si mi amigo sigue hablando o no. Me levanta de mi asiento y luego me arrastra. No sé a dónde voy. Estoy inmerso en lo que hago, no puedo perderlo. Justo un momento después siento un ardor punzante en mi muñeca y por fin salgo de mi propia mete. Patricio me llevó hasta el baño donde comenzó a lavar mi herida, que ahora está más profunda que antes.

— ¡¿Qué pedo, Sebastián?! —Me grita—. ¡¿Qué estabas haciendo?!

— No sé —respondo mascullando—. No sé.

— ¡Güey, ten cuidado!

— ¿Qué pasó? —pregunto, aun dudando de la veracidad de lo que hice.

— Te encontré en la silla quemándote con las pulseras. Yo sé que según tú te ayudan, pero no mames, ¡eso es pasarse! 

— ¡No sabía qué había pasado!

— ¿Y me vas a decir que no lo sentías?

— Sólo al principio...

— Descansa —me interrumpe—. Quiero que te vayas a tu cuarto y descanses. Estuviste encerrado por horas, quién sabe qué tanto hayas hecho.

Horas. Sentí que habían sido minutos. No me di cuenta de cuándo pasó todo ése tiempo. Incluso, ahora, me percato de que no hay nadie en la casa, sólo estamos él y yo. Me lleva a mi cuarto para acostarme. Se va y después de un corto rato regresa con cuatro sobres. Me dice que son las solicitudes de cada uno y que se las dé a Antonio cuando llegue. Aquí no están las mías. También tiene una venda que me pone en la muñeca para cubrir mi herida. Arde. Me advierte que estará en su cuarto y que puedo ir con él si necesito algo.

Miro el reloj. Efectivamente pasé horas ahí, entré como al medio día y son las cinco de la tarde. Miró mi venda. No sé qué pasó o cómo pasó. Estoy tan sorprendido como Patricio.  

El timbre suena. Espero a que baje Patricio, pero vuelve a sonar un par de veces más. Entonces decido ponerme de pie para ir a abrir la puerta. Antonio está ahí parado. No llevo una relación cercana con él. Sólo hemos hablado un par de veces. Sonríe y trato de sonreír de regreso.

— Hola —me dice— vine por las solicitudes.
— Ajá... —apenas puedo reaccionar— espera en la sala —pido— yo te las traigo.

Subo las escaleras para ir por las que Patricio me dejó antes. Cuando vuelvo a bajar él está sentado en un sofá que da la espalda a la puerta de mi estudio, lo que me hace recordar que mis solicitudes no están entre las que llevo en la mano.

Voy directo hacia Antonio, le entrego las que tengo y le pido que espere para ir por las mías. Comienza a revisar un poco las que están ahí. Yo camino a la puerta.  

Lo primero que veo al abrir es mi caballete, con una amalgama de colores que no representan nada. Una porquería en un lienzo mitad blanco. No puedo pensar en nada más que el coraje que siento de verlo. Gruño. Resoplo. Mi cuello se tensa. Corro hacia la asquerosidad que creé y la arranco de un tajo. Empiezo a hacerla trozos. Gruño cada vez más fuerte con cada fragmento que rasgo. Las arrojo al suelo. Y luego comienzo a lanzar más cosas. Una silla. La computadora. El escritorio. El caballete. Salto sobre él. Grito. Antonio entra. Lo miro, pero sigo. 

Él corre hacia mí. Trata de sujetarme. Me suelto de su agarre pataleando. Está asustado. No sabe qué hacer. Tiro mis pinturas. Golpeo mis brochas contra el piso. Antonio trata de acercarse pero no puede. Se escucha su respiración entrecortada contrastando la mía.

En un movimiento, cuando quiero golpear una brocha, se rompe en dos partes y se clava en un lugar de mi brazo. Suelto un gruñido furioso. La sangre sale rápidamente. Antonio ahora sí puede sujetarme. Toma el trapo que uso para limpiar mis brochas y me lo pone en la herida. La mitad de brocha sigue enterrada ahí. 

La sangre chorrea a través del trapo. Y comienza a caer al piso. Me giro un poco para ver el líquido manchando. Pero al girarme, mi mano queda justo encima de un lienzo en blanco. Lo mancha de una forma específica. Lo mancha con fuerza. Con gotas grandes. Con gotas pequeñas. Con pasión. 

Con lo que hay dentro de mí.

Y así entiendo a qué se refería Maca. El arte es lo que viene desde dentro. El arte está dentro de mí. Está dentro de nosotros.

Antonio está tratando de encontrar algo para ayudarme. Sé que está diciendo algo. Pero no puedo escuchar qué. Miro mi venda. Sobre ella la pulsera azul, la de la sabiduría. Tal vez no es lo que Maca dijo. La giro. Mi mente comienza a trabajar. Claro que es lo que Maca quiso decir. El arte está dentro de mí mismo. Por eso no podía proyectarla. Porque buscaba en otros sitios. Pero también está en lo que me rodea. No sólo mi sangre. La de Antonio.

Pero él no dejará que saque su sangre sólo para hacer mi obra. No creo que lo haga. Debo sacarla yo. Debo tenerla. La fuerza que ejerce la naturaleza de la vida sobre mí mismo, como dijo ella. Y la naturaleza me llama a reclamar lo que está dentro de él para que sea parte de mi obra. El arte no es sólo mía. Es del mundo.

Pero no puedo hacerlo. Sacar su sangre. Eso es matar. No puedo matarlo. Nunca me ha hecho nada malo. Antonio saca su celular. ¿Qué está haciendo? No puedo oír lo que dice. Sólo escucho un zumbido en mis oídos. Pero logro leer sus labios. Está llamando a una ambulancia. No puedo dejarlo. Debo hacer algo. Mi pulsera naranja pesa. Sabe que necesito el valor que me da. La giro un par de veces.  

Nuevamente no sé cómo estoy haciendo las cosas. Sólo sé que estoy sobre Antonio. Estoy sujetándolo para que no se mueva. El trapo de mi brazo cae, y revela el pincel enterrado en él. Es justo lo que necesito. Lo arranco de un movimiento. Lo vuelvo a enterrar. Ésta vez en el cuello de Antonio.
Antonio hace un sonido muy extraño. Puedo escuchar de nuevo. Escucho su garganta agitándose con la sangre que sale de ella. Sonidos guturales. Se ahoga. Lentamente se ahoga. La sangre cae al piso. 

Me levanto. Corro por el lienzo que manché. Veo mi propia sangre en él. Ya no sale tanta de mi herida. Hay un desastre por todo el lugar. Pero logro encontrar un pincel completo. Pongo la tela en el piso. Mojo la brocha en la sangre y comienzo a pintar.

Mezclo mi sangre con la de él. Ambas están en la pintura. Un brochazo de la mía. Un brochazo de la suya. Un brochazo de ambas. Los tonos cambian, son diferentes. Más oscuros. Más claros. Más brillantes. Más. Más. Más.

Finalmente siento que estoy haciendo la obra que quiero. Pero había sentido eso antes. Me detengo. La miro. Es precisamente lo que necesitaba. Es lo que quería ver. 

Es perfecta.

Todo el esfuerzo que había imprimido en este trabajo por fin está rindiendo frutos. Por fin veo lo que quería ver en ése lienzo. Por fin estoy haciendo el arte que quería. Esto ya no es un fiasco. Es la mejor obra de todas las obras jamás hechas.

La sangre deja de salir de mi mano. Pero ya no la necesito. La sangre de Antonio sale más espesa y se vuelve del color que quiero. Se está acabando. Y también mi trabajo.

Termino.

Finalmente termino.

Es justo lo que quería ver. Todo está ahí. La composición. Los trazos. La estética. Todo está ahí. Es perfecta.

¡Patricio! Él debe de verla.

¿Y si no le gusta? No puede no gustarle. Es perfecta. Sólo debe secarse un poco. Le gustará. Seguro que sí. 

Miro mi estudio. Es un desastre. Debo limpiar. Lo haré mientras reposa la pintura. Así hago. Todo regresa a su lugar. Lo que puede. Antonio sigue tirado en el piso. ¿Cómo lo limpio a él? Seguro que Patricio puede ayudarme. Mientras tanto lo pondré afuera.

La pintura ya secó. El estudio parece nuevo. Giro mi pulsera verde, la de la suerte, para que a Patricio le guste. Subo las escaleras hasta donde está él. Su puerta está entreabierta. Siempre la deja así. Entro y lo veo dormido usando audífonos. 

— ¡Patricio! —lo muevo— ¡Despiértate! ¡Mira!

— Al rato me enseñas.

— ¡No! —grito más fuerte de lo que esperaba.

Patricio se levanta rápidamente. Pero su cara no me gusta. Está asustado. Mira algo. Mi mano. Y suelta un grito. Luego ve que estoy lleno se sangre.

— ¡Lo logré! —le digo— ¡La terminé! ¡Es perfecta!


Muestro mi pintura. Toda señal de miedo en la cara de mi amigo se desvanece. Sólo hay vacío. Pero luego no. Luego veo lo que quería ver. Su cara se llena de algo. Está viendo mi obra. Sabe que es increíble. Le encanta. Sonríe. Llora. Está extasiado.

— Es... —no puede hablar— ¡Es excepcional!

Sonrío. Asiento. Me siento junto a él.

— ¿Lo crees? ¿Sí te gustó?

— ¡Es lo mejor que he visto!

» ¿Cómo la hiciste? —pregunta.

— ¿Quieres ver? Vamos a mi estudio.

Bajo las escaleras para llevarlo a mi estudio. Quiero que vea cómo se hizo. Cuando llego a la sala veo que está llena de gente. No son mis amigos, son policías y paramédicos. Están sacando el cuerpo de Antonio en una camilla. Miran en mi dirección y se asombran. Están asustados.

— ¡No se asusten! —les pido— ¡No se asusten! No los voy a dañar. ¡Miren!

Todos miran a mi pintura. Y tienen la misma reacción que Patricio. A todos les gusta. Todos la ven como la obra maestra que es. Nadie puede dudarlo ni un segundo. Pero eso no les basta. Un oficial deja de verla. Y se acerca a mí. Me esposa.

A lo lejos escucho un "No puede ser que se lo lleven, es un artista", pero eso no le importa a quien me metió en la patrulla. Él me lleva a de todos modos. Veo a lo lejos a Patricio tomando mi obra. La pone sobre la pared. Tuvo que tirar un cuadro. Y poner la mía en el clavo, pero hizo que todos pudieran verla. Todos se acercan nuevamente. Están admirando mi trabajo. Saben que es majestuosa. Es perfecta. 

Finalmente me siento feliz. 

Gracias, Maca, por decirme qué es lo que necesitaba.

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