Aunque Tengo Todo
Destapo la botella de whisky más cara que tengo, esa que guardaba para una ocasión especial. Se me escapa una ligera risa. Ocasión especial, esa frase ya no significa nada para mí hoy en día; ya no hay ocasiones especiales, ya no hay con qué comparar lo especial de lo mundano. Sorbo un trago de varios segundos, siento el calor en mi garganta, pero no me afecta como lo hacía al principio.
El principio... aquellos años donde no me preocupaba por esto, cuando mis problemas se centraban en qué podría comer el día en que estaba viviendo; y mucho tiempo antes, mis problemas sólo eran pagar mis servicios: electricidad, agua potable, internet, y seguir pensando en cómo sobreviviría el mes.
Ni yo mismo habría sido capaz de predecir mi estado actual
Extraño aquéllos días, extraño la dificultad con la que mis problemas eran resueltos, extraño ver a las personas a la cara sin pensar que lo único que ven en mí es una cifra en el banco. Desde que conseguí que mi empresa creciera, ya no sé quién es mi amigo y quién no. Creí tenerlo firmemente claro, creí que a quienes yo amaba me amaban por quien era, pero me fui dando cuenta de que no es así.
Fue aproximadamente a mis veintisiete años la primera vez que realizamos una venta millonaria en mi empresa, y decidí invitar a mis amigos por una bebida, nos excedimos en muchos sentidos, bebimos hasta perder la consciencia, incluso sucedieron cosas que, de no ser por los vídeos, no creería que pasaron, y aun así me cuesta imaginarlo. Éramos felices juntos.
Entonces llegaron las ganancias, las ventas mejoraron, mis ingresos crecieron exponencialmente, estaba en la cima de la felicidad, y todos los que me rodeaban estaban igual de contentos que yo. Constantemente hacíamos fiestas, reuniones, comidas, viajes y cualquier cosa que nos mantuviera unidos. Y fue cuando me di cuenta de sus intenciones ocultas.
Al principio no lo noté, incluso yo mismo alimenté estos comportamientos sin saberlo, me ponía a pensar sobre quién debía pagar cuando salíamos a comer, sobre si era mi responsabilidad integrar a mi gente en todas las actividades que ahora podía permitirme. Y lo hice, pagué muchas veces por lo que ellos hacían, les daba constantes regalos, y estaban conmigo en casi cada ocasión en la que yo era invitado.
A partir de a ahí los problemas comenzaron, ellos esperaban que siempre fuera así, querían que siempre fuera yo quien costeara sus necesidades y gustos por ellos, porque era yo el que tenía el dinero suficiente para gastarlo, querían que los llevara a todos lados, que les obsequiara el dinero que requerían sin cobrarlo, que les hiciera regalos más constantes o más grandes, y cuando prefería no hacerlo, por cualquier razón que fuera, ellos me llamaban avaro, tacaño, inconsciente...
Alguna vez traté de hablarlo con una de ellos, la que se decía mi mejor amiga, Marta es su nombre, no he sabido de ella desde hace mucho tiempo. Recuerdo haberle comentado sobre cómo me sentía. Lo pensé una y mil veces antes de hacerlo, pensé en las consecuencias que podría traerme externarlo con ellos, las ventajas y desventajas, no dormí durante días, incluso podía notar más cabellos en el suelo de mi baño debido al estrés; pero finalmente lo hice, llamé a Marta y ella apareció en mi casa.
— No quiero que pienses que hago esto por molestarte —le dije— pero creo que ya no puedo retener tanto estos problemas.
— ¡¿Problemas, Manuel?! —preguntó ella riendo—. ¡Si vives en esta casa enorme! ¿qué problemas puedes tener?
Dolió.
— Esos mismos son mis problemas —le dije, sosteniendo mis ganas de levantar la voz—. No puedo seguir así. No lo estoy diciendo de malas, de verdad es algo que siento y me duele decirlo
— ¿Qué es lo que está mal? —preguntó con desgana.
Bajé la cabeza.
No me sentía bien con lo que estaba por decir, y escucharla hablar de ese modo no me inspiraba a hacerlo. Lo dudé durante unos segundos más, estuve a punto de no decirle nada, de callar todo lo que sentía, pero levanté la mirada sólo unos cuantos centímetros y pude ver sus manos: ella estaba jugueteando con un reloj que me rogó comprarle, y eso no me habría molestado de no ser porque, al levantar un poco más la cabeza, la vi, observando con una mirada casi obscena la cantina en mi recibidor.
— Ustedes siempre piensan que mi dinero es lo que me define —le dije, firme, pero dubitativo— y no creo que sea lo único que deberían ver en mí.
Su mirada cambió radicalmente. De desapego a completo enojo, sus ojos, sus labios, todo en ella expresaba que estaba completamente en desacuerdo con lo que le dije. Se puso de pie rápidamente, y con la voz bastante alta dijo:
— ¡¿Crees que te queremos sólo por tu dinero?! —tuve una esperanza por un momento—. ¡Somos amigos! Es lo que los amigos hacen, se preocupan por los otros y se ayudan cuando se necesitan.
» Tú tienes mucho dinero, ¡¿Por qué tiene que ser tan egoísta y pretender que te queremos quitar todo?! ¡¿Qué tan mal es compartir ese dinero con nosotros?!
Oh...
Sabía que trataba de ocultar que de verdad era sólo por eso que estaba conmigo, pero sus palabras se empeñaban en decir dinero, dinero, dinero una y otra vez. No fue lo único que dijo, siguió hablando sobre que, en sus propias palabras, era mi obligación apoyarlos con el dinero que ellos necesitaran si tan amigos éramos.
El dolor que sentí fue mucho más fuerte de lo que pensé que sería, y lo peor fue lo que dijo después:
— ¡Tú lo tienes todo! —exclamó— ¡¿Por qué si eres un privilegiado te estás quejando?!
No lo pude soportar más y le pedí, amablemente pero en un tono muy serio, que saliera de mi casa.
Ninguno de ellos me habló de nuevo, no quiero culparla, pero estoy seguro de que ella les dijo lo que sucedió y todos lo tomaron a mal, incluso me bloquearon de sus redes sociales y me eliminaron del grupo de amigos en WhatsApp, puede sonar inmaduro, pero me dio el mensaje que no quería, aunque necesitaba entender de ellos.
Me preguntó qué pensaran de mí ahora después de tanto tiempo de ese día.
Creí que sería suficiente con mantenerlos cerca de mí, creí que me querían como para ver a través de lo que me convertí y saber que en realdad sigo siendo el mismo Manuel de siempre, pero no lo fue. Les pagué para no perderlos, pero igualmente los alejé sin pretenderlo.
No fue decisión mía, fue lo que me recomendó mi terapeuta, y claro que me arrepiento porque siento que perdí amistades que valían oro aunque se tornaron oscuras después de un tiempo. Tuve que alejarme de ellos, por mi bien, por el de ellos, pero no me sentía cómodo con nada de eso.
Entonces decidí rodearme de gente con nivel económico similar, gente que tuviera el dinero suficiente para no hacerme sentir responsable sobre ellos y que de ningún modo me pidieran que lo haga. Al principio funcionó.
Ellos podían asistir a lugares caros sin esperar que yo les pagara por su consumo, ellos podían darse lujos sin esperar que fuera yo quien los comprara. Y entonces hicimos muchos planes donde cumplíamos las metas que alguna vez tuvimos, hicimos los viajes que siempre soñamos, hicimos posibles los propósitos que teníamos de toda la vida y los que surgieron cuando crecimos. Compré la casa que deseaba, el coche que quería, la vida que me gustaba. Tenía la vida perfecta donde hacía lo que siempre había querido hacer, y de pronto, sin preverlo, lo había hecho todo.
Había cumplido mis metas, mis sueños, mis aspiraciones, tenía cubiertas todas mis necesidades, había alcanzado la autorrealización y hasta la había superado, y ya no tenía nada más por hacer.
Estaba completamente aburrido de la vida que llevaba, incluso mi casa se sentía más grande, con un espacio que me abrumaba y me oprimía con cada paso que daba dentro de ella. Sólo había dos cosas que me hacían mantenerme en pie, tenía una empresa que dirigir, y que la muerte no era mejor opción de todos modos.
¿Qué otra cosa podía hacer? Ya no me quedaba nada. Ni siquiera la idea de seguir trabajando era lo suficientemente grande, sentía que podía dejarlo también, a fin de cuentas alguien más podía dirigir la empresa por mí. Estaba completamente vacío, sentía que me asfixiaba, no había modo de cambiar lo que ya había logrado, volver a hacer algo que ya había hecho no me satisfacía como esperaba, cualquier viaje, fiesta o idea se volvía banal, quería algo que me ayudara a sobrellevar lo que sentía porque ya ni la terapia era un refugio.
— Te veo bastante decaído, Manuel —me dijo mi amigo Alonso.
— Lo estoy.
Estábamos en una fiesta ese día, yo había alcanzado la edad de treinta y cinco para ese momento, me sorprende no haber llegado a un estado tan deplorable antes porque nunca estuve del todo bien de igual manera. Afuera de la pequeña habitación que usaba como refugio de la fatigosa multitud, había un bullicio que no cesaba y que no me permitía pensar con claridad.
— Yo sé qué necesitas —me dijo él, buscando algo en el bolsillo interno de su saco.
Sacó un frasco diminuto, era un cilindro de color plateado que puso sobre la mesa, y dejó caer un poco de su contenido. Me dijo que seguramente me ayudaría con cualquier problema que tuviera, y que ya ni siquiera recordaría porqué estaba tan mal. Inhalé el polvo blanco que Alonso esparció sobre la mesa y no pasó mucho tiempo para darme cuenta de que tenía razón.
Todo a mi alrededor se volvió mejor en segundos, fue como volver a nacer. No existían mis problemas, tenía la sensación de que mi vacío había sido cubierto, estaba completamente animado. Destapamos la primer botella de vodka, luego la segunda y la primera de coñac, y luego varias más de cada una hasta que ya no sabíamos ni siquiera dónde estábamos.
Pero todo eso fue tan efímero como se me había prometido, porque al día siguiente, con resaca, me sentía aun peor de lo que me había sentido en los últimos meses. No tardé mucho en contactar a Alonso para pedir más de aquel magnifico medicamento del que tanto me advirtieron nunca consumir, y conseguí más gracias a él.
Necesité sólo un mes para encontrar a mi propio proveedor, y un par de ellos más para pasar de una sola línea pequeña a tres por día, con la única intención de no sentir, con la idea de que sería esa mi única salida a cualquier problema que tuviera, y que por alguna razón, estaba funcionando bien.
Aunque iban en constante crecimiento, pronto ni siquiera mis excesivas dosis diarias fueron suficientes, así que traté de complementar esta ayuda con algo más, algo que pudiera tener sin ser juzgado, y la cantina de mi recibidor se vaciaba y se volvía a llenar casi cada mes. No supe en qué momento gasté tanto dinero en sólo comprar vinos y licores, pero me di cuenta de ello cuando puse algo de whisky en mi café matutino sólo con la excusa de rendir más en el día.
Y por eso estoy aquí, sentado en el balcón de mi departamento en lo alto de un edificio, porque la casa que tuve alguna vez ya no se sentía como un hogar, mirando de lejos la ciudad, preguntándome cuánto tiempo más me queda de vida y qué haré con él.
La botella de whisky que acabo de destapar no es ni de lejos lo único que he consumido el día de hoy, tal vez ni siquiera en esta hora, estoy completamente ebrio, con la nariz irritada, y la cara entumecida, casi sin poder sentir el viento soplando en ella.
El cielo nocturno se ve apacible desde aquí, tal vez sea tan bello como lo dicen en la iglesia, o tal vez sea sólo una idea onírica que busca darnos una razón para vivir, pero justo ahora, parece un lugar bastante feliz.
Estoy completamente solo desde hace un mes o incluso más, creo que cumpliré cuarenta en unos días, pero no estoy seguro de nada en realidad. Contraté a un administrador para tener la batuta de mi empresa durante el tiempo en que yo no me sintiera dispuesto, y me encerré en mi departamento para pensar un poco sobre a dónde debía llevar mi vida. Pero no he logrado ni organizar mis ideas en lo más mínimo.
Ninguno de mis amigos me ha llamado, mi familia no sabe nada de mí desde hace tanto que se han resignado a que no lo harán, nadie me ha buscado, y mi soledad se está tornando violenta. Mi departamento está apestando al igual que yo, las paredes se sienten más chicas con cada trago, se siente como si estuviera viviendo en un a caja y no en un pent-house.
Ojalá nunca hubiera realizado aquella venta que me llevó a ser lo que soy ahora.
Puede parecer que gastar dinero sea mi problema, y yo mismo lo pensé durante un tiempo, pero mi verdadero problema no recae en gastarlo, sino en tenerlo. En que mis amigos esperaban mucho de mí por tenerlo, en que yo hice todo lo que quería por tenerlo, en que comencé a invertir en mis propios vicios por tenerlo, en que ahora mismo soy quien soy por tenerlo.
Me siento culpable por pensar que tengo tantos problemas aunque lo tenga todo, sabiendo que hay millones de personas que no tienen nada, y al mismo tiempo estoy consciente de que, por mucho que tenga o dé, no podré lograr que mejoren ni sus vidas ni la mía.
Ahora mismo la lluvia está cayendo sobre mi pecho desnudo, y haciendo que mis dedos tengan su primera reacción desde que me senté en el suelo de este balcón, debería entrar a casa, pero no tengo el ánimo para hacerlo. Estoy completamente ensimismado en la visión del cielo nublado que no puedo pensar en nada que no sea lo idílico que es el concepto de la vida eterna, y lo aburrida que sería una eternidad llena de lujos y necesidades satisfechas en el paraíso, porque no se diferenciaría de lo que estoy viviendo ahora mismo.
Pum, pum, pum. Tocan la puerta. Pum, pum, pum. ¿Qué tan drogado estoy?
Es ese sonido lo único que me hace volver, giro mi cabeza en dirección a la puerta, como si con mirarla hiciera que quien quiera que esté del otro lado se fuera y dejara de molestarme. Pum, pum, pum. De nuevo.
Me levanto con dificultad, estoy únicamente usando ropa interior, estoy completamente indecente y creo que vomité hace un par de horas. Sólo me dirijo al baño para tomar una bata mientras la persona de afuera toca por tercera vez. Me miro al espejo y veo la condición tan lamentable en la que me encuentro, tengo ojeras enormes y completamente negras, mis mejillas están llenas de vello por falta de higiene, y aun así puedo ver que mis pómulos se marcaron por la falta de alimento.
Cuando abro la puerta veo algo que jamás esperé ver: Marta, al lado de Felipe, otro de esos que tanto me llamaron amigo, hasta que decidí que ya no sería el patrocinador de sus caprichos. Ambos están sonriendo hasta que me ven con atención, y su sonrisa se convierte en una expresión de disgusto.
— ¿Qué hacen aquí? —pregunto más bien sorprendido.
Marta recupera su sonrisa y me abraza, lo que hace que se desprenda un poco de mi mal olor, aunque ella parece que prefiere no mencionarlo. Felipe hace lo mismo, y yo los invito a pasar.
— Es un gusto verte —me dice Felipe.
Les serví algo de ese whisky especial que tenía antes y los llevé a la sala del recibidor; mi aspecto sigue siendo horrible, pero parecería que no estoy ebrio, algo dentro de mí se ilumina, como si verlos de nuevo me diera un poco de sentido. Me alegra que estén aquí, no sé cómo me encontraron pero no quiero preguntarlo, sólo quiero disfrutar de su compañía.
— ¿A qué debo el placer de su visita? —les pregunto.
Se miran entre ellos y sueltan un par de risas cómplices, entonces Felipe asiente con la cabeza, Marta dirige su mirada hacia mí, y levanta su mano dejándome ver un anillo de compromiso. Me alegro instantáneamente, abro la boca con sorpresa y me levanto para ir hacia ella.
— ¡Muchas felicidades! —digo de manera genuina—. ¡Es increíble!
— ¡Ya sé! —exclama ella—. ¡Estoy completamente emocionada!
— Igual que yo —sonrió.
Entonces Felipe y Marta se dan una nueva mirada mientras sonríen y ahora es Marta la que asiente, para que Felipe hable.
— Sé que llevamos años sin vernos —comienza— pero sabes lo importante que eres para nosotros. —Toma las manos de Marta—. Y nosotros, queríamos pedirte a ti... —sonríe aún más— ¿serías nuestro padrino?
— ¡No tienes que pedirlo dos veces! —me levanto de nuevo para abrazarlo a él—. Será un gusto para mí, Felipe.
Ta vez esto es lo único que necesitaba, volver a mis raíces, saber que nadie ha querido alejarme de verdad, me siento completamente bien ahora mismo, como si tuviera mucha cocaína en mi sistema, aunque ahora sé que la última vez que la inhalé fue hace algunas horas, y el efecto ha pasado. Esto es energía de verdad, no una artificial que tengo que usar y dañarme por dentro. Esta incluso me hace bien.
— Sólo te queríamos pedir un favor —me dice Felipe.
— Lo que sea, amigo.
— Hemos buscado muchas maneras de hacerlo —mira de nuevo a Marta— y nada nos ha resultado, no podemos tener una boda de verdad por falta de fondos —mi sonrisa desaparece— y queríamos saber si... ¿podrías ser tú quien nos aporte una parte para completarla?
— ¿Cómo? —no tengo expresión.
— Sí —agrega Marta en tono de disculpa—. ¿Podrías ayudarnos a pagar nuestra boda? ¡Sólo necesitamos unos cien mil pesos para lograrlo y es todo!
— ¿Y es todo? —pregunto prístino—. ¿Es por eso por lo que me pidieron ser su padrino?
— ¡De ningún modo, Manuel! —me dice Felipe, tratando de sostener su sonrisa—. ¡Es porque te queremos...!
— ¿Y por eso no he sabido de ustedes en diez años? ¡¿Por qué me quieren?!
— Manuel... —Marta trata de calmarme.
— ¡No me hablan durante una década y luego me piden que les dé dinero para pagar su boda!
— No te lo tomes así...
— ¡¿Entonces cómo?! —grito al fin—. ¡¿Cómo esperan que me tome esto?! ¡Ustedes son unos hipócritas!
— No nos hables así, Manuel —Felipe planta su pie frente a mí.
— Les hablo como quiera —espeto—. ¡Están en mi casa, están aquí por mi dinero!
— ¡Me rehúso a aceptar este trato!
— Entonces puedes despedirte —concluí en tono firme—. Ya no los quiero ver aquí.
Marta, con la misma cara de indignación que la última vez que la vi, toma sus cosas y se levanta, Felipe se dirige a la puerta, pero ella se queda frente a mí.
— Después de todos estos años —dice— pensé que cambiarías. Pero sigues siendo el mismo egoísta que eras antes. —Le dejo hablar—. No puedo creer que de verdad confié que podrías tocarte el corazón, por lo menos por lástima por nosotros. —Felipe la llama desde la puerta pero ella no lo atiende—. Sólo recuerda Manuel que el dinero se quedará aquí el día que te estés pudriendo en tu tumba, y por muy caro que sea tu mausoleo de lujo, estarás igual de muerto que todos los demás.
Y finalmente se retira azotando la puerta.
Grito.
Grito hasta que me daño la garganta. Arrojo la botella de whisky contra la pared junto al balcón y escucho sus cristales explotando justo como lo hace mi temperamento. Entonces camino de nuevo hacia el lugar donde estaba antes, ese balcón que me sirvió de ayuda por lo que se sintieron sólo unos minutos. Un cristal se clava en la planta de mi pie al pasar sobre la botella rota, y una vez en la orilla del balcón grito con más fuerza.
Golpeo la pared, me arranco la bata y me quedo desnudo de nuevo, tengo la cara empapada en lágrimas y lluvia y no sé cuál de ellas es la que tiene la ventaja. Estoy en el suelo, golpeado con mi puño herido el azulejo hasta resquebrajarlo. Necesito algo para calmarme. Levanto la mirada y veo una botella de vodka medio vacía. Eso es lo que necesito.
Me levanto rápidamente por ella, y cuando la tengo en mis manos doy pasos lentos hasta llegar de nuevo a donde estaba. Me detengo en el ventanal, viendo de nuevo hacia el cielo, contemplando la idea de la pasividad de un paraíso.
No soy más que un banco para quienes se supone eran los que me amaban. Creí que era una paranoia o una exageración, ahora estoy seguro de que no es más que la realidad. Traté de creer que ellos me buscarían y sabrían que todo fue un malentendido. Pensé que mis nuevos amigos me llamarían para preguntar por mi estado y por qué no me habían visto, pero ya no contaba con nadie en realidad, y sólo me estaba torturando por esperarlo.
De verdad estaba seguro de haber encontrado el sentido de todo con esa visita, pero parece que nada ha cambiado. Por un momento sentí que tal vez no todo era tan malo como ha parecido ser durante todos estos años, pero justo ahora, viéndome de nuevo solo, vulnerable y vacío, me doy cuenta de que no tengo nada más que hacer aquí. Ya no estoy haciendo más que ocupar un sitio que no debería ser mío.
Supongo que era eso lo único que me mantenía aquí de cualquier forma, la esperanza de equivocarme, la idea de que en algún momento me daría cuenta de que todavía puedo confiar en las personas, pero ya veo que no es así. No puedo confiar en nadie con quien he llegado a convivir, no tengo a nadie.
La lluvia se intensifica, ahora cae con violencia, como si estuviera tan furiosa como lo estoy yo. Miro directamente al cielo, entre las nubes hay un hueco, uno que me mira de regreso, como si hubiera alguien desde el otro lado llamándome, pidiendo que me acerque a él.
Doy un paso al frente, la lluvia cubre de nuevo mi pie. Dos pasos más, no dejo de mirar hacia arriba, mientras doy un trago. Un paso más, la sangre está dejando huellas en el suelo. Dos pasos hasta llegar a la barandilla del balcón, mi cuerpo empapado en lluvia, limpiando toda suciedad en él.
Y un último paso. Un salto. El aire golpea mi cara. El suelo se acerca a mí. La oscuridad invadió mi vida. El dolor se libera en mi muerte.
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