Escéptico Incurable (Parte 4)

Después de unos días, por fin llegó el momento del parto, aunque no fue el día pronosticado, se adelantó dos días y para nuestra mala suerte, la clínica había sido cerrada por una supuesta negligencia médica. No había tiempo para ir al siguiente condado, en consecuencia, nos recomendaron ir con una ex enfermera, vivía a unos 15 minutos, esto porque  era la única persona en el pueblo con conocimientos médicos, ya que todo el personal del pequeño hospital venía de los pueblos vecinos. Por fortuna, no fue difícil encontrarla, aún así, la mala fortuna terminó ganando, ya que la señora no tenía experiencia en partos, por lo cual me recomendó ir por la partera local, mencionando que era muy buena y que a ninguna de las mujeres que había atendido presentó alguna molestia posterior al alumbramiento, tenía un récord perfecto.

—Si le parece, vaya a buscarla y yo me voy adelantando a ver a su esposa, para que no esté sola, solo apunte aquí la dirección.

Aunque no la conocía, saber que Lucia tendría atención médica,  me tranquilizó un poco, escribí en una libreta el domicilio y me fui a buscar a la partera, de todos modos, era obvio que esa mujer sabría más que nosotros, no obstante, al parecer, ese día murieron todos los tréboles de cuatro hojas, ya que a pesar de dar con la señora rápidamente, la mujer estaba enferma y aunque al escuchar mi situación intentó salir de la cama, sus hijos no la dejaron, alegando por su estado de salud.

No lo podía creer, mi mujer estaba a punto de parir y no había quien la atendiera, me quería arrancar el cabello, estaba desesperado, derrotado y  entonces recordé que el viejo "gringo" mencionó ser un médico retirado y sin pensarlo, fui a verlo.

En poco tiempo estaba en el camposanto, la tarde estaba a punto de morir, esta vez el viento soplaba con furia, y fantasmas y fauna parecían haber huido. Al llegar a la propiedad del doctor, la entrada estaba abierta, crucé su patio y golpeé con fuerza la vieja puerta de madera, aun así, no hubo respuesta, entonces, guiado por la desesperación, entré. 

La casa me recibió con un potente aroma a cloro, estaba reluciente, todo bien acomodado, limpio. Era pequeña, solo tenía una sala, dos recámaras, una cocina y el baño. Supuse que “El Gringo” debía estar en una de las dos habitaciones, abrí la primera y no había nada extraño, aparte de la extrema pulcritud, entonces, fui a la segunda y última habitación, está vez, me llevé la sorpresa de mi vida, había una pared repleta de fotos, estaban ordenadas en pares (hombre - mujer)  y en la parte inferior de cada pareja tenían la leyenda "no creer en algo, no quiere decir que no exista" seguido de una fecha, la cual cambiaba en cada pareja.

Al observarlas con detenimiento, una horrible sensación recorrió mi cuerpo, y es que encontré fotos de Lucy y mías, con la fecha que teníamos programada para el parto. Recordando, don Paco había mencionado a casi todas las parejas que aparecían en ese muro, todos eran padres, y lo único que tenían en común era haber visto a sus hijos morir, siempre a causa del supuesto "nahual". Las piernas me comenzaron a temblar, no lo podía creer, ¿en verdad este tipo era el monstruo que todos decían?

—Por suerte, no lo llevé a casa, 

Pensé. 

Ahora debía ir con Lucy, encargarme del parto junto a la enfermera y después largarme de este pueblo de locos.

Al llegar a casa, encontré a la enfermera en el jardín, asustada a más no poder

—Clara, ¿qué pasó? ¿por qué estas así?

Pero no dijo nada, tenía el pantalón mojado, al parecer se había orinado,solo veía hacia el pso, se mordía las uñas de la mano izquierda y con la derecha señalaba hacia el cuarto de Lucy, en consecuencia corrí en búsqueda de mi amada esposa, solo para casi sufrir un infarto, el "gringo" estaba tirado en la cocina, bañado en sangre, me da un poco de pena aceptarlo, pero no me importó en lo más mínimo la salud del "gringo", en vez de ver si estaba bien, corrí a buscar a Lucia, subí las escaleras a toda prisa, con el corazón a punto de estallar, eran las escaleras más grandes del mundo, sentía que no lograba subir, pero lo hice, y corrí a toda velocidad hacia el cuarto, abrí la puerta y el infierno se hizo presente. Encontré a mi amada esposa en el piso, bañada en sangre, con el vientre abierto, dejando al descubierto sus entrañas, tenía un brazo roto y la cara destrozada, se notaba que luchó hasta el último aliento. Fue horrible verla en ese estado, golpeada, sin vida, con el vientre abierto, ¡demonios, con el vientre abierto!, sin embargo, después de jurar al creador que no pararía hasta encontrar al culpable, pensé en el bebé y busqué ingenuamente por toda la habitación, mas no había rastro alguno de la criatura, de inmediato fui al cuarto contiguo, pero estaba intacto, entonces, se me ocurrió preguntarle a la enfermera, pero justo al darme la vuelta para salir, se escuchó un disparo, bajé rápidamente y alcance a ver como el viejo gringo apuntaba con lo que restaba de sus fuerzas a la gentil Clara, quien llevaba en los brazos a mi pequeño bebé, por fortuna no le dio.

—¿Por qué le disparas?

Grité furioso.

—¡Es una asesina, salva a tu hijo, sálvalo!.

Fueron sus últimas palabras antes de caer inconsciente.

—¿Clara, qué está pasando? ¿por qué dijo eso?

Pregunté con voz tambaleante.

—Señor, no va a creer lo que está diciendo este extraño ¿verdad?

Habló con tranquilidad, demasiada tranquilidad.

—Ya no sé qué creer, solo dame al niño, ya no quiero más sorpresas.

De la nada, comenzó a reír de una forma escalofriante y dijo

—¿Sorpresas?, creo que aún falta una más

Acto seguido, puso sobre la mesa al bebé, el cual gracias a dios no tenía ni la más mínima idea de lo que estaba ocurriendo

—Apuesto a que nunca imaginó ver algo como esto

Mientras hablaba, sus ojos cambiaron de color, eran amarillo intenso, un amarillo imposible de olvidar, su espalda comenzó a tronar una y otra vez, los huesos salían de la piel pero no sangraba en absoluto

—¡Te voy a matar! ¡te mandaré al infierno!

A la par de sus gritos, comenzó a perder la forma humana, le brotaron plumas por todo el cuerpo, los huesos tronaban al por mayor, era una escena bizarra, una escena que mi mente no estaba lista para comprender y en un parpadear se tornó en un escalofriante búho de casi dos metros de altura, vaya locura.

Lo primero que pensé fue en sacar a mi hijo de ahí, pero sabía que no sería tarea fácil

—¡Aléjate del bebé, por favor, déjanos en paz y vete de una vez!

No hubo respuesta, ya no había humanidad alguna, era un monstruo que no articulaba ni una sola palabra, por ende, no había más opción que la lucha. Caminé lentamente hacia el viejo "gringo" mientras miraba fijamente a los ojos del malnacido animal, era difícil no parpadear, mas parecía dar resultado, no se movía y yo cada vez estaba más cerca del anciano, aunque de pronto, el bebé comenzó a llorar desesperadamente, lo que me hizo perder el control, entonces, me lancé hacia el viejo, le quité la pistola, apunté hacia el monstruo y disparé sin control, hasta quedar sin munición. El llanto del bebé no cesaba, el ave seguía en pie, sangrando a chorros, con la mirada fija en mí, sin emitir un solo sonido; ostentando su figura infernal. Al ver que no hubo efecto con los disparos, me desesperé aún más y lancé el arma al cuerpo del búho, al mismo tiempo que corrí hacia él, tratando de tomar a mi hijo, sin embargo,  solo sentí como mis músculos se paralizaron sin explicación alguna, intentaba moverme, aun así, no podía controlar ni los párpados, quedé totalmente inmóvil, el monstruo seguía callado, no emitía ruido alguno, me observaba fijamente, su mirada era siniestra, socarrona, mortífera. No sabía que hacer y justo mientras intentaba planear alguna forma de contraataque, el búho dejó de verme y apuntó su diabólico iris hacia mi primogénito, eso me hizo perder los estribos, no obstante, mis músculos no obedecían al cerebro.

—¡Vamos, muévete, tú puedes!

Me repetía sin parar, sin embargo, no lograba ni mover la lengua, al mismo tiempo, el ave comenzó a recorrer el cuerpo del niño con su asquerosa lengua, lo lamia y me miraba desafiante, yo deje de intentar moverme, perdí la esperanza, me dispuse a lo peor e hice lo único que me quedaba por hacer.

—¡Dios ayúdame, ayúdame por favor!

Se podría decir que grité desesperado, aunque fue un grito en mi mente, porque no podía articular ni una palabra. Enseguida la aberración volteó, dejó de verme y apuntó el pico hacia el recién nacido, asestando un picotazo de muerte.

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