El Sacrificio de Robert Milton (Parte 3)

Una semana después, Robert respiró lo más que aguantaron sus viejos pulmones, una y otra vez en busca de calma, y así, después de un profundo suspiro, abrió las puertas del inmundo bar donde trabajaba Prinston. 

Para su fortuna logró verlo rápidamente, como siempre rodeado de mujeres extrovertidas, ebrias y vulgares.

¡Que repugnante!, pensó; una vez más respiró hondo y fue donde él.

—¡Buenas noches joven! ¿me recuerda?

Su semblante era serio, opaco, triste.

—¿Otra vez tú? ¡viejo decrépito!, Creí haberte dicho que no me buscaras más, ¡te dije que no me interesa nada con esa perra!

En verdad parecía no querer saber de la dulce Sarah

—¡Lárgate ahora mismo!, ¡largo!, ¡fuera de aquí!

Su voz se llenó de furia.

—¡Lárgate!, ¡rápido!

A la par de las ofensas, el viejo era sacado del lugar a base de golpes y patadas. La lluvia rugía, espantando a todos los transeúntes, la calle estaba desierta, el cielo parecía compartir la furia del joven, quien después de un buen empujón, logró sacar al anciano, haciéndolo caer al ya fangoso suelo, el viejo intentó levantarse, pero la superficie no le ayudó, todo estaba cubierto por lodo así que solo conseguía resbalarse.

Prinston , guiado por el vodka que corría por sus venas, decidió que ese era el momento perfecto para descargar toda la ira contenida durante tantos años, los malos tratos de su padre, las burlas en la escuela, los sueños frustrados, y sobre todo, la falta de amor de su madre, quien lo abandonó cuando era un indefenso bebé. Todo esto más el alcohol que había ingerido lo guiaron hacia el viejo, solo para comenzar a patearlo con plena alevosía, sus desgastadas botas de casquillo se empaparon en sangre, lo golpeaba sin piedad alguna, sus músculos parecían controlarse solos, bien podría haber pasado horas o días así, de no ser porque Robert no aguantó más y justo cuando el cielo relampagueaba sin control, lanzó un grito completamente desesperado…

—¡SARAH HA MUERTO, Y TÚ LA MATASTE MALDITO ARROGANTE!

Prinston perdió toda  la fuerza, dejando caer sus rodillas al fangoso suelo.

 —¿Qué diablos estás diciendo?, ¿no puede ser cierto?, ¡di que no es verdad!

El macho indomable había desaparecido.

—Pues créelo, cuando regresé y le conté todo lo que me habías dicho, en vez de enojarse, sacó cara por ti y solo me pidió que te buscara nuevamente, claramente, me negué, discutimos muy fuerte y me fui a casa. Pasaron unos días sin que la buscara y cuando al fin me trague mi orgullo, fui a verla solo para enterarme; ¡demonios!, aún no lo puedo creer, fui solo para enterarme que un día antes había muerto, se suicidó, por ti, por tu amor, por tu desprecio.

—Lenta y sigilosa una lágrima recorría su rostro. 

Aún le están velando, dejó una nota pidiéndome que te buscara, únicamente para pedirte que estés en su funeral, aquí está apuntada la dirección, tú sabrás que hacer. La lluvia había terminado, el viento soplaba fuerte y el cantar de los grillos amenizaba la lúgubre noche. Robert se incorporó únicamente para marcharse. Por su parte, Prinston adquirió el aspecto de un maniquí, inmóvil, sin expresión en el rostro... sin vida.

Al día siguiente, Prinston llegó a la dirección indicada en aquel papel, una funeraria bastante modesta, de no ser por ver luces encendidas habría creído que era un lugar abandonado, las puertas estaban cerradas, tocó un par de veces y esperó con ansias, no hubo respuesta. La desesperación lo llevó a intentar abrir; y para su “buena suerte” no había seguro, por lo cual, entró sin ningún problema.

Era un lugar con luz tenue, con olor a medicina y muebles viejos. Caminó por un pasillo siguiendo un lejano fulgor, mismo que lo guió directo hacia un ataúd rodeado de cirios y flores, al verlo, Prinston perdió el aliento, quiso correr presa del pánico.

—Tal vez si fue mi culpa la muerte de esta chica, si tan solo la hubiese ido a ver ahora nada de esto pasaría.

Después de pensar causas y efectos, se dispuso a levantar la tapa del ataúd, nunca imaginó lo que estaba por suceder. Con lentitud y cautela, estiró su brazo buscando la base de la tapa, temblaba sin remedio, sabía lo que había dentro, mas no estaba seguro de querer verlo, cerró los ojos y contó: uno... dos... y... tres; en ese momento alzó con fuerzas inhumanas la tapa del ataúd, misma que dejó salir un chirrido que habría asustado a la muerte misma. Prinston se dispuso a ver y cuando sus párpados dieron paso a la poca luz, vio completamente destazado el cuerpo del gato que cruzara las vidas de Sarah y Robert. 

—¡Maldito viejo enfermo!, está desquiciado, vaya demente, pero un día me las ha de pagar, por ahora mejor me largo de aquí.

—Debió hacer caso a sus cinco sentidos, los cuales gritaban ¡HUYE!, sin embargo, al dar la vuelta, alcanzó a escuchar ruidos bastante extraños provenientes de una de las habitaciones al fondo del pasillo, parecían los quejidos de una mujer.

—¿Y si en verdad tiene a Sarah?

Pensó.

—¡Diablos! mejor voy a echar un vistazo.

Temerario, como de costumbre, fue a ver lo que pasaba, su corazón palpitaba con gran suspenso, avanzaba con sigilo, con los sentidos en máxima alerta, parecía cazador de leones. 

El piso, cubierto de pequeños cristales, de vez en cuando gritaba de dolor al sentir las botas del joven, el miedo y la angustia empezaban a carcomer sus entrañas de Prinston, por un momento pensó en regresar, en marcharse, pero la puerta de aquella habitación estaba ya muy cerca y armándose de valor continuó su andar. Por fin alcanzó la puerta, misma que se encontraba entreabierta, de una patada la hizo a un lado, para así adentrarse a la lóbrega habitación, la visibilidad era casi nula, al fondo alcanzó a ver una vieja cama sin sábanas o cobijas, el quejido volvió a sonar, esta vez aún más fuerte que antes, entre más se acercaba a la cama el sonido aumentaba su intensidad, hasta que se percató de que lo que estuviese haciendo esos ruidos, lo encontraría debajo de la misma. Dejó caer su largo cuerpo, y reptando lentamente, se acercó, poco a poco, con calma, un tanto miedoso; pero no era cualquier miedo, era el mayor de los miedos, el miedo a lo desconocido... se arrastró cual serpiente al acecho y cuando al fin alcanzó la orilla, sacó de su chaqueta su fiel encendedor , raspó la piedra unas tres veces pero no encendía , los quejidos sonaban más que nunca , el encendedor solo chispeaba hasta que después de más de seis intentos, el fuego decidió presentarse, acercó la llama al fondo de la cama y casi muere de un infarto al ver dos enormes bolas de fuego sumergidas en la oscuridad, pensó en huir pero antes de que sus músculos reaccionaran, a la velocidad de la luz, un gato negro saltó hacia su rostro, lo alcanzó a rasguñar, pero nada grave, el gato solo quería escapar de aquel amenazador hombre y eso fue lo que hizo. Prinston más furioso que nunca se levantó y de un solo intento hizo la cama a un lado, hallando una desgastada puerta de madera en el piso, desde su interior venía aquel quejido lastimero. Con desmesurada energía abrió la puerta, hallando en su interior, atada de pies y manos, a la bella Sarah. Tenía la boca sellada con cinta canela, llena de golpes, empapada en llanto, a punto de morir. No lo podía creer, ¿qué era lo que estaba pasando?, ¿cuáles serían las verdaderas intenciones del anciano?, ¿acaso él le había hecho esto a Sarah?, con la mente llena de preguntas se apresuró a desatar a la joven.

—Sarah, ¿quién te hizo esto?, ¿fue ese viejo infeliz verdad?

Nunca antes había estado tan enfadado, la sangre le hervía, sus ojos mostraban la ira esperando salir y destrozar al culpable.

—¡Prinston!, ¿creí que habías muerto?, Robert me dijo que había ido a buscarte, únicamente para enterarse de tu muerte, mencionó que en este lugar sería tu funeral.

Su voz era débil, aún no recuperaba vitalidad.

—Desgraciado maniático, nos tendió una trampa y mordimos el cebo. A mí me dijo que te habías suicidado, ¿porque inventó todo esto?, ¿qué demonios quiere?; ¿te lastimó?

Preguntaba aún confundido. 

—Solo un poco, nada de cuidado, la verdad le costó mucho lograr atarme, fue espantoso, al llegar venía desconsolada pensando en ti, le pregunté dónde te estaban velando, y me dijo que no había nadie. Después comenzó a decirme que me amaba tanto, que sacrificaría su amor por verme feliz, que por fin estaría a tu lado como tanto quería, solo que esta vez, sería eternamente. Mientras decía todo esto, su rostro adquirió un aspecto diabólico, intimidante, maniaco; pronto decidí salir de aquí, pero no me lo permitió, asestando un fuerte golpe en mi estómago; acto siguiente, me encontré doblada en el suelo, no sé cómo a su edad tiene tanta fuerza, ya en el piso comenzó a insultarme y a decirme que el amor requiere sacrificios, que si en verdad te amaba, aceptara su ayuda, forcejeamos bastante y en mi búsqueda de escape lo golpee en la nuca con un florero que logré asir de purita suerte, de inmediato comenzó a sangrar y eso le enfadó aún más que el golpe, así que me tomó del cabello y comenzó a golpearme contra la pared, hasta que no hubiera más oposición de mi parte, me ató y encerró en aquel lúgubre espacio, lo demás fue una angustia constante, hasta que escuche que alguien caminaba por aquí, no sé como pero golpeé, rasguñé y pateé la puerta, esperando con cada impacto que me escucharan, gracias a dios, dio resultado. Vámonos de este sitio, Robert debe estar débil o inconsciente, escapemos, no sé de qué más sea capaz.

Estaba desesperada e incrédula, ¿como el hombre bueno y solitario que tanto le agradaba, podía estar pensando en hacerle daño.

—Tienes razón, ese viejo está loco, mejor salgamos de una vez.

Con cautela, caminaron buscando salir de ese lugar; sin embargo, el pasillo que en sí, era corto, se presentaba enorme, parecía no tener fin, sentían que las paredes se cerraban lentamente, creían ser observados a cada instante, vivían una agonía total, tan grande que Sarah se soltó a llorar y detuvo la marcha.

—No puedo seguir, tengo un mal presentimiento, no quiero que nos pase algo malo.

El llanto limpiaba las manchas de sangre de sus mejillas.

—¡No puede ser!

Exclamó el joven.

—Pues si tienes tanto miedo, párate y camina, ¡no seas estúpida!.

Sin darse cuenta comenzaron a discutir.

-No me hables en ese tono, que todo esto es culpa tuya.

Estaban gritando, manoteando, hacían un gran barullo, cuando de pronto, escucharon que alguien aplaudía lenta y socarronamente; Robert los había encontrado.

Hospital Santa Paz (diciembre de 1999)

-Vaya que estaba loco señor, pero dígame, ¿cómo termina la historia?

El joven estaba fascinado con el relato y Robert se sentía halagado, pues era la primera ocasión en que alguien le escuchaba sin criticarlo, por ello no se contuvo más y contó todo.

—¡Acaba con ellos! 

Decía el aberrante ser, mientras los señalaba con su asqueroso índice.

—Recuerda que solo así lograras que Sarah sea feliz, ¡anda mátalos!

Mi corazón latía a toda marcha.

—¿Acaso no la amas? entiende, sólo así podrá estar con su amado.

Perdí el control de mi cuerpo, el cuchillo que llevaba en la mano parecía guiar mi camino. De pronto estaba frente a ellos y en vez de estar contentos por verse, gritaban y manoteaban, Sarah se veía tan triste; al parecer el monstruo tenía razón.

La noche había caído, estaba a punto de llover, el viento soplaba fuerte, muy fuerte; ventanas y puertas se azotaban por doquier; gatos y ratas corrían, el mal estaba presente, y yo… yo era su vehículo. 

Cuando conseguí estar frente a ellos les dije: —No puede ser, por fin juntos y lo único que se les ocurre es pelear, pero Sarah, esta vez no permitiré que sufras más, cueste lo que me cueste. 

—¡Mátalos!

Gritaba mi acompañante, mientras, yo me abalanzaba contra ellos, mi cuerpo respondía como en sus mejores tiempos, quizá mejor. Los perseguí hasta llegar a la habitación donde se hallaba el supuesto ataúd de Sarah, mismo que les servía de escudo.

—¡¿Qué esperas?!, ¡ACABALOS!

El ente insistía con gran frenesí. 

Inmóviles, quedamos por un momento, analizando qué haría el otro, pensando cuál sería su siguiente jugada. Respiré profundo y me lancé contra ellos, tan fuerte fue mi ataque, que el ataúd cayó, tirando flores y cirios, los cuales alcanzaron las viejas cortinas, iniciando un concierto de llamas en el cuarto, puertas y ventanas se azotaban y por fin, la lluvia llegó, bramando de rabia.

Ellos seguían corriendo, por suerte fui precavido y cerré con llave la entrada principal o mejor dicho la única salida del lugar. Aún recuerdo sus rostros después de darse cuenta de que estaban atrapados, ella, llorando sin control, él, desesperado, sin saber qué hacer, a punto de estallar. El humo, comenzaba a cubrir todo el sitio, era molesto, costaba respirar, dejé de correr y caminé lentamente hasta estar frente a ellos, me sentía en ventaja, sabían que no podían huir; me perdí en un mar de pensamientos triunfales, cuando, cual lobo hambriento, Prinston se lanzó hacia mí. 

—¡Mátalo, mátalo, mátalo!

El aberrante ser insistía, pero la juventud del chico se notó, y de una patada me arrojó a unos tres metros, impactando contra la pared, casi pierdo el conocimiento. Sin perder un solo segundo comenzó a darme una buena tunda, cada golpe estaba cargado de odio, cada patada me movía las entrañas, estaba a punto de morir, ya no podía más; pero como dije antes, ese día, ese preciso día, el mal estaba presente y mejor aún; estaba a mi favor.

Prinston se dirigía nuevamente hacia mi figura, a paso lento, regodeándose al verme casi inmóvil, sin miedo. La lluvia era intensa, el cielo relampagueaba intensamente, el humo ya cubría todo el lugar, era casi imposible respirar, aunque me mataran probablemente morirán por el humo, pero él no tenía miedo, solo reía, se olvidó de todo, solo deseaba mi sangre, tanto fue su éxtasis que no se percató del cuchillo que llevaba y cuando estuvo cerca una vez más, clave mis pupilas en su mirada y hundí el cuchillo con toda mi fuerza en su pierna, pronto se hallaba en el suelo quejándose como un puerco a punto de morir, de prisa me incorpore y golpee su rostro con una silla, una y otra vez. El monstruo gozaba la escena, brincaba y gritaba de placer; me perdí en el espectáculo visual del ser, para cuando reaccioné, mi ropa estaba empapada en sangre y donde se supone se hallaba el rostro del muchacho, solo quedaba una masa deforme, completamente repugnante; busqué a Sarah, pero ya no estaba en la habitación. Como dije antes, esa noche el mal estaba presente y de mí se había apoderado; así que, cual perro con rabia, comencé a buscar a la bella Sarah.

—¡Por aquí, por aquí!

Gritaba mi espectral compañero.

Sólo había un lugar donde podía estar, debía apresurarme, el fuego comenzaba a consumir el lugar. Después de ver la muerte de su amado, debió correr hacia la terraza. A toda marcha, me dirigí a ese lugar y en efecto, ahí estaba, intentaba aferrarse a lo más alto de una de las bardas, que cercaban el patio. Su desesperación le impedía razonar, las bardas medían más de tres metros, era imposible alcanzarlas de un salto.

La lluvia había lavado su rostro, se veía como un ángel, sus ropas se habían empapado, dejaban ver su majestuosa figura, nunca en mi vida volví a ver mujer tan celestial. Caminé hacia ella, la lluvia era fuerte, sus gotas eran grandes y frías, el cielo bufaba con ira, mi corazón palpitaba veloz, aunque seguro que el de ella palpitaba más rápido.

—Sarah, ven aquí, por favor, te ayudaré a ser feliz, no me gusta verte sufrir, quiero tu felicidad, aunque ello implique mi desdicha. 

Dije con un tono sereno, esperaba que entendiera; pero en vez de ello, seguía con su estúpido intento de escape; sin embargo, en uno de sus intentos resbaló y al caer se lastimó el tobillo, intentó levantarse pero le fue imposible, por fin quedó inmóvil, se dejó caer sobre el pasto, me miraba fijamente, esperaba con ansias mi llegada, deseaba la muerte.

Junto a ella estaba aquel ser maldito, la observaba con intriga mientras gritaba que me apurara, ella me seguía mirando; pero ya no había miedo en su mirada, se veía retadora, fuerte, valiente. Al estar a su lado me dijo que finalmente había entendido lo que hacía por ella y que aceptaría mi ayuda. 

—Antes de que me quites la vida, quiero que me des un beso, es lo mínimo que mereces por semejante sacrificio, por favor, hazlo. 

Sus ojos, como decir que no a sus ojos. 

Me acerqué con cautela, pensé que era una treta, mas al encontrarme a su alcance, me jaló del cuello y fundió sus labios con los míos; fue algo mágico, sensacional; sentí como mi viejo cuerpo se alimentaba de su calor, de su juventud, de su inocencia. Nunca antes me sentí tan relajado y feliz, sin embargo, un leve ardor comenzó a molestarme, pero nada importaba, nada me arruinaría el momento, el ardor aumentaba, pero el beso bien lo valía, hasta que sentí un líquido tibio correr por mi pierna, era sangre, y mucha, todo fue una trampa, mientras me besaba me quito el cuchillo y lo clavó en mi pierna izquierda, la calma desapareció tan pronto como había llegado, la ira se apodero de mi. 

—¡Maldita zorra!, pensé que en verdad habías entendido, pero veo que esto será de la manera difícil. 

Le grité con tono macabro, el monstruo aún seguía ahí, gritando y riendo por la escena. 

—Estúpido anciano, estás loco, jamás lograras lo que quieres. 

Sarah no era más la niña temerosa e indefensa. 

El cielo aun relampagueaba, ella intentó levantarse, pero no tuvo éxito, se arrastró para alejarse de mí, mas,  anestesiado por la ira, corrí hacia ella, la tomé del cabello y golpeé con furia su rostro. 

—¡Bravo, bravo, bravo!

Decía el espectro, a la par que ella maldecía mi nombre con gran euforia. Me canse de escucharla y la dejé caer, la verdad pensé en dejarla morir tranquila; pero comenzó a maldecirme una vez más, apenas y podía hablar, pero seguía insultándome, no pude más y me arrodillé junto a ella y comencé a clavar el cuchillo con gran desesperación, mi rostro estaba bañado en su sangre, la apuñalé hasta que no tuve más energía; pero no sé por qué aún seguía viva, me quedé sin aliento, ella aún me miraba; sus ojos, sus hermosos ojos, se abrieron como nunca antes, fue un momento hermoso, se mantuvo así casi un minuto, hasta que al fin su corazón dejó de latir y una hermosa sonrisa enmarcó su rostro, fue en ese momento, en ese preciso momento cuando supe que había hecho bien, ahora, por fin, Sarah sería feliz.

La lluvia seguía, fuerte, constante, parecía interminable. Con las pocas fuerzas que me quedaron, saqué los cuerpos de la funeraria por una puerta que solo yo conocía. El lugar se calcinó, a ellos los sepulté en un cerro cercano, los dejé juntos, como ella siempre soñó. Sus familias reportaron la desaparición a la policía, me hicieron algunas preguntas, pero quién sospecharía de un tierno y ejemplar ancianito. Desde entonces, he visitado cada martes la tumba de mi bella Sarah, no he faltado ni una sola vez, hasta el día de hoy.

Robert terminó de hablar y pidió al joven se marchase, el muchacho aún se encontraba atónito, pero asintió y se fue, prometiendo no contar nada a nadie.

Esa noche Robert pidió su cena, un rico plato de atún, saboreó su comida y se fue a dormir, sin saber que sería, el último plato de atún de su vida, pues nunca más volvió a ver la luz de un nuevo amanecer.

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