El Sacrificio de Robert Milton (Parte 2)
Hospital Santa Paz (diciembre de 1999)
—Sabes, muchacho, el amor es lo más bello y complicado que hay en este mundo, y ese día me percate de ello
Un extraño dolor atacaba a Robert, sentía dolor en músculos que siquiera sabía que tenía, aun así, nada impediría que terminara de contar su historia, así que, cual hoguera a punto de extinguirse, cobró nuevos bríos y prosiguió su relato.
—Debía decidir entre declarar mi amor o callar y ayudarla, vaya colisión de emociones, fue muy difícil, aún así, hoy estoy seguro, hice lo correcto.
—¿Le declaró su amor?
Inquirió el joven.
—Solo diré que… logré hacerla feliz.
Después de aquel día de confesiones, Robert decidió dejar a un lado su inmenso amor hacia Sarah, aunque una parte de él deseaba entregarse al torbellino de pasión que había en su corazón, pero, ¿cómo ella habría de fijarse en él?, si solo era un viejo decrépito, y claro que forzarle no era una opción, aun así, cuando el amor ataca nos inyecta su veneno, nos envuelve cual hiedra vigorosa devora córneas, haciéndonos creer cosas que no existen, justo como a nuestro querido viejo, quien tenía la alocada idea de que Sarah sentía algo más que amistad por él.
—Su forma de abrazarme no es la de una simple amiga, además me mira de una manera especial, estoy seguro de que siente lo mismo que yo.
Hablaba solo, hablaba desde lo más profundo de su ser.
—¡Qué estúpido!, ¿cómo ella habría de fijarse en mÍ?, si sólo ha de ver a un dulce anciano a quien hacerle compañía, un pobre viejo abandonado, un pobre infeliz.
Sus palabras estaban cargadas de una nostalgia tan grande, que hasta el mismo cielo comenzó a llorar, en tanto, Robert, tomó una decisión...
ayudaría a Sarah.
Después de aquel día salió en busca del Romeo, primero acudió a la antigua escuela de Sarah y no lo encontró, pero no se podía rendir tan fácilmente, así que indagó bastante, logrando enterarse de que había dejado sus estudios, y que ahora trabajaba en un bar a las orillas del pueblo. Robert viajó hasta ese lugar, encontrando mil y una dificultades en su camino, pero finalmente y después de preguntar en demasía, por fin logró llegar a la meta. Era una cabaña repleta de luces; por aquí destellos de neón, más allá lámparas de lava, en aquel otro lado antorchas ostentosas. Luminosidad que envolvía a varias chicas, quienes parecían perder cualquier escrúpulo bajo la misma, quizá por saberse bien protegidas por sus padrotes, tipos mal encarados y de ropas bastante llamativas, quienes cuidaban su mercancía con gran celo. Robert respiró profundo y se decidió a entrar. Dentro, había ebrios por todas partes, en la barra unos gritaban, cerca del baño otros reían, al fondo del lugar otros peleaban... un auténtico caos. Comenzó a preguntar por Prinston, hasta que una de las mujeres que estaban ahí le dijo donde se encontraba; sus ojos no lo podían creer, en verdad ese era el amor de Sarah, si no era más que un tipo cualquiera; era alto, delgado, de barba partida, con cabello largo, mirada felina y una facha que asustaba; no lo podía entender.
—Buenas noches joven, le traigo un mensaje de Sarah, es urgente
Habló con toda la cortesía del mundo
—¡¿Qué quiere, viejo decrépito?!
Exclamó un tanto exaltado.
—¡¿Acaso no ve que estoy trabajando?!
En verdad parecía irritado.
—Está bien amigo no le quitaré mucho tiempo, solo contésteme, ¿conoce usted a Sarah Thomson, ¡¿sí o no?!
La cortesía había muerto en él.
—¿Sarah?, vaya que la conozco, ¡¿qué pasa con esa perra?!
Robert estaba estupefacto ¿en verdad él era Prinston?, ¿el príncipe azul de Sarah? ¡Qué asco!. Ahora veía que el padre de ella siempre tuvo la razón y aunque hubiese deseado golpearle, detuvo sus impulsos y habló nuevamente.
—No entiendo como, quizá sea por algún extraño motivo, o yo que sé, pero Sarah te ama y yo decidí ayudarla y encontrarte, me mata verla sufrir por tu culpa.
Ahora actuaba como todo una adolescente celando a su amada.
— ¡Demonios!, ¡un anciano enamorado!, ya te imagino soñando noche tras noche en hacerla tuya, ja,ja,ja.
Priston reía endemoniado.
—Aunque pensándolo bien, seguro que esa golfa se revolcaría hasta con un perro, en cierta parte por eso me gustaba.
La sangre de Robert hervía de coraje, sus músculos se tornaban duros como roca, listos para atacar sin piedad, deseaba aniquilarlo; sin embargo, de hacerlo, también mataría a su musa.
—Tengo que trabajar déjeme en paz y no vuelva a buscarme, ¡largo de aquí!
Prinston habló con furia y dio la espalda a Robert, perdiéndose entre la muchedumbre, el viejo confundido, entendió y se marchó.
Ya en casa, Robert pasó horas pensando qué hacer.
—¿Debo contarle a Sarah? o ¿debo callar y evitar que sufra?, podría inventar que él se había ido muy lejos, o cualquier otra cosa, con tal que Sarah no sienta dolor. ¿Qué debo hacer?, ¡¿Qué?!.
Todo tipo de escenarios pasaban por su mente, tanto que la cabeza le comenzó a doler, así que decidió tomar una ducha.
El agua era caliente y empañaba todos los cristales del baño, apenas y la resistía; aunque en verdad era relajante. Sin embargo, la indecisión regresó, esta vez con un dolor de cabeza insoportable, que ni el calor del agua lograba aliviar, enfadado y desesperado, Robert salió de la ducha en busca de unas pastillas que guardaba en su botiquín (detrás del espejo) solo que al voltear, su corazón casi detiene su curso, pues no podía creer lo que sus ojos veían. Un ser amorfo, con piel arrugada, llena de pústulas y pelos, de mirada penetrante, maligna, un verdadero habitante del infierno.
—¿Quién eres?.
Preguntó Robert, aun en shock.
—¿En verdad no me reconoces?, no lo puedo creer, mira bien, veme a los ojos, ¡anda, anciano asqueroso!.
Tenía la voz aguda y aguardentosa.
Robert se calmó lo más que pudo y observó fijamente aquella diabólica mirada, vaya sorpresa se llevó al darse cuenta de que se trataba de una versión deformada de sí mismo.
—Siento una extraña sensación, es como si ya te conociera, ¿qué está pasando?
El pobre anciano era un manojo de incertidumbre.
—Me conoces muy bien porque soy tu yo reprimido, soy esa parte de ti que jamás dejaste salir, aquella voz que solía invitarte a realizar cosas malvadas y que siempre lograbas dejar a un lado, después de un gran esfuerzo, pero siempre me callabas, y todo para fingir que eras una buena persona, creo que das más asco que yo, pero ya estoy harto, esta vez no, ahora no lograrás encerrarme, no dejaré que laceres mí cansada piel con más sentimientos reprimidos.
El ser tenía en trance a Robert.
—Ve, dile todo a Sarah, ¿acaso no te das cuenta de que esta es tu oportunidad?, cuentale que su principe azul ya cambió de cuento, da por hecho que entrará en una terrible decepción, seguro caerá rendida a tus pies, ¡no seas estúpido!, ¡aprovéchalo!.
Su voz era rasposa, grave, tanto que a cualquiera habría llenado de miedo, a cualquiera, menos a Robert, quien en vez de sentir temor, se sintió atraído por el espectro.
—Tienes razón, además, en verdad la amo, no como ese imbécil, tal vez llore un poco, pero lo entenderá, estoy seguro de ello, quedamos en vernos mañana, cuando llegue le diré todo; oye, gracias por el consejo, ¿nos volveremos a ver?.
—No hubo respuesta, el ente había desaparecido.
Robert apenas pudo conciliar el sueño esa noche, se torció el cuello de tanto voltear a ver el reloj de su buró. Al día siguiente, Sarah llegó mucho después de lo acordado, arribó cuando la luna iniciaba una jornada más de trabajo y el frío comenzaba a taladrar los huesos. Lejos de enfadarse, nuestro protagonista se alegró, y cuando al fin estuvieron frente a frente, él, no dudó siquiera un poco, contándole todo a la chica.
—Lo siento mucho, yo tampoco lo podía creer, no te mereces esto.
Hablaba con toda la ternura del mundo, sin embargo; era una hiena con disfraz de conejo. Esa noche, aprendió, de mala manera, que en el amor nada está escrito y ella fue su maestra.
—Tonto Prinston, siempre tan bromista, por eso me gusta, Robert hazme un favor, ve una vez más, búscalo, dile que tenemos que vernos, por favor, Robert, te lo ruego, tú sabes cuán importante es para mí. Estoy segura de que dijo todo eso porque no te conocía, por ello, ahora te daré un recuerdo que sin duda lo hará venir. ¿Qué dices Robert harías eso por mí?.
Un silencio sepulcral interrumpió la charla, era el tipo de silencio que acompaña las malas noticias, aunque a lo lejos, muy levemente, un sonido grave, similar a un bombo, parecía surgir desde lo más lejano del universo y poco a poco aumentaba su ritmo, hasta llegar a sonar más de dos veces por segundo, era un sonido tan molesto que Robert no aguanto más y gritó:
—Sarah, él no tiene interés en ti, ¿cómo puedes quererlo?, tú no le importas, ¡No seas tonta, por favor!.
Las palabras de Robert estaban infectadas de rabia.
—Tú no sabes lo que es el amor, entiéndeme, ayúdame, no me dejes sufrir.
Él no lo podía creer.
—¿Que no sé qué es el amor? ¡maldita sea! ¿acaso crees que soy un niño?, se bien que es el amor y él no te ama, ¡entiéndelo de una buena vez, no seas estúpida!.
La rabia se había apoderado de su lengua
—Eso me saco por ser buena con un viejo amargado, ¿como sabrías que es el amor?, si siempre has estado solo, olvidate de mi, infeliz, no quiero volverte a ver, ojala jamás te hubiese conocido, ¡muerete viejo idiota, hasta nunca!.
Ahora Sarah en verdad estaba enojada y no deseaba ningún tipo de relación con nuestro protagonista. Él, completamente derrotado, buscó una vieja botella de whisky y le dio un gran trago, sintió como si hubiese tomado litros, sentía la boca empapada, aunque en verdad apenas y le bajó unos mililitros, estaba seguro de que esa era la mejor manera de apagarse y poner fin a ese catastrófico dia, su historia con Sarah había terminado y con ello sus ganas de vivir, mas, como dije antes, nada, absolutamente nada, está escrito en el amor.
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