Volando hacia el reencuentro.
Son las cuatro de la mañana cuando Caleb monta la bestia alada que lo llevara al ansiado reencuentro familiar. El amanecer se aproxima y aunque todavía refulgen en el cielo las estrellas, la luz se acerca para iluminar la tierra, pues por más desgracias que existan, el sol brilla para todos
Él se agarra de las cinchas que rodean el gran cuello plateado, debajo de sus cansadas piernas siente la suavidad del plumaje al elevarse la prominente ave. Un graznido rompe el silencio del amanecer mientras la bestia se eleva. El batir de las grandes alas arrastra polvo, le hace tambalear, las manos se le deslizan y él vuelve a asirse con fuerza para no caer.
Finalmente, la majestuosa ave toma altura, baila con el viento y el hombre anciano vuelve la cabeza. Atrás queda la casa de sus alegrías y tragedias, donde conoció el amor de una familia y las luctuosas lágrimas de la separación. Ahora le pide a su dios que le permita a su cuerpo viejo y cansado, llegar a su destino, ese, al otro lado de las colinas de Ausvenia, donde se reencontrará con su familia y su pueblo.
Montura y jinete planean por sobre verdes praderas volando hacia saliente, como si quisieran fundirse con el sol. El viento alborota los cabellos canos y él vuelve a sonreír. Piensa en el hermoso rostro de su esposa cuando la vio por última vez. Envuelto en recuerdos, el olor del pan recién horneado regresa a sus fosas nasales y le agua la boca, a sus manos retorna el tacto suave de las mejillas de sus hijas y Caleb sonríe, suspira con fuerza.
No puede morir en el camino, ha de resistir, alejar la vejez y la muerte inminente al menos hasta llegar al valle detrás de las colinas. Otra sonrisa ilumina su rostro colmado de arrugas, sabe que el tiempo se acaba, pero también que la espera termina.
¡El reencuentro cada vez está más cerca!
Sobre la bestia, Caleb siente el frío recorrer su piel ante el cegador de vidas que, ya se aproxima con sus ojos de mirada implacable, carentes de compasión, pero que para él están colmados de cálida esperanza. Es todo lo que ha deseado desde que perdió a su familia.
Son las cinco de la tarde, el sol empieza a morir trayendo paz consigo, la sonrisa calma se extiende, el cuerpo tiembla, los cansados ojos del anciano vislumbran el valle: el monte funerario donde él, antiguo comandante de los Alferis, dejará su cuerpo maltrecho atrás y su alma volará presta para reencontrase con su pueblo y su familia.
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