Pesadilla en el Valle
Mirando a mi alrededor, con la mirada fija en cada aspecto de mi recorrido matutino, observé un paisaje que nunca había notado, que siempre estuvo ahí, pero que jamás había admirado.
Me resulto un tanto raro no admirarlo desde antes, lo encontraba un tanto peculiar.
Pero ¿Por qué no lo había admirado antes si camino con suma frecuencia por él?
El día comenzaba a desaparecer, la noche llena de oscuridad aparecía cada vez más en este parque solitario. Solo sentía mi respiración, constante y cansada respiración.
Las luces comenzaban a encenderse, la brisa veraniega no tardaba en aparecer y el silencio inundaba las penumbras de mí caminar.
Cuando la oscuridad asomaba por las montañas del valle, el silencio constante y el sonido de mis tacones sobre el suelo, el paisaje tan vívido, se tornaba de un oscuro universo donde el temor y la agonía eran ejes importantes.
Y es allí, en ese momento, donde entendí al fin, que en las noches no era nada agradable caminar por este lugar, donde la oscuridad parecía tomarme de la mano e invitarme a bailar con el mismísimo lucifer.
En estas noches, el nivel de cobardía parecía aumentar a niveles exorbitantes en mí. Tal vez antes, cuando me encontraba en una pelea constante entre el cansancio y la rutina aburrida, no notaba nada extraño en él, pero en estos momentos, el miedo se torna como estandarte principal.
Oscuridad, terrible y avasalladora oscuridad, cuanto miedo me da.
Sumergida en esta temible oscuridad, como todos los martes al salir de mi rutinario trabajo, me encontraba con mi bolso en mano, mis ojos alertas y con la necesidad inmensa de encontrar un poco de compañía, una mano amiga.
Ya es tarde para sumergirme en mis pensamientos y no pensar en esto, ya el miedo está en cada parte de mí, solo queda pasar este camino que parece un recorrido sin fin.
En estos momentos, mi única compañía es mi constante respiración, pesada, temerosa y constante.
Mirando el reloj de mi celular casi sin batería y no perdiendo el ritmo de mis pasos, corroboro que, siendo las diez de la noche, no tengo escapatoria a este infierno. Pero de algo si estoy segura, no quiero ser una víctima más de este lugar.
No es fácil ser mujer y recorrer estos andares a las diez de la noche, donde el mismo infierno parece aparecer en cada centímetro que doy al caminar.
Llámenme exagerada, pero la cantidad de víctimas que se han encontrado a los alrededores de este lugar, te alertan. No es lugar para rondar sola.
Imágenes de las maneras en las cuales puedo morir, me hacen querer correr con completa rapidez. Pero no, decido que debo ser fuerte y no pensar en estadísticas, ni mucho menos, el hecho de que tal vez no llegue con vida.
Las hipótesis de morir se vuelven más certeras para mí, las manos sudorosas, la piel pálida, el pálpito de mi ojo izquierdo, la mirada fugaz en cada rincón al caminar, los pasos ajenos a los míos pero constantes tras mi espalda, demuestran un acto de plena y completa locura.
Tal vez es mi tonta cabeza jugando una mala pasada, como me ha pasado en otras ocasiones, pero esto se siente tan real, el miedo logra despertar todos mis sentidos, estoy alerta pero con un miedo que no me permite relajar.
Este ser detrás de mi cuerpo, que siento ajeno a algo meramente conocido, parece querer invitarme a bailar, pero no se me antoja aceptar.
Inhalo.
Acelero mi paso, tratando de desaparecer esos pasos detrás de mí.
Exhalo.
Alerta pero rápida, miro a mi alrededor buscando alguna persona que pueda ayudarme, una casa, un policía, lo que sea.
Inhalo.
Mis pasos parecen torpes y el sonido de mis tacones inundan mis oídos, aún más profundo que antes. Mis manos sudan, mis ojos no dejan de mirar alertas.
Exhalo.
Siento una respiración ajena en mi espalda. Pero en estos momentos no sé si es real.
Estoy caminando sola por el valle, parece una pesadilla sin fin.
Inhalo.
Ya no tengo esperanzas de lograrlo. Las luces encuentran su fin, solo quedan unos metros te profundidad oscuridad.
Exhalo.
Siento la música detrás de mí, tocando una melodía de mal gusto de la mano con la oscuridad, acercarse hacia mi. El parafraseo de mis sentidos inundando cada espacio, la danza de la muerte sumida y entregada a mis últimos suspiros.
Inhalo.
Siento sus manos sobre las mías, como una caricia, mientras la música de fondo parece encontrarse detrás de mí espalda y una voz ronca y desconocida que me susurra al oído.
-¿Bailamos?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top