La vida eterna perdida
Siempre amé tener una vida eterna, pero más te amé a ti y por eso perdí cien años de mi vida en un largo sueño que mi familia me impuso para intentar olvidarte y recuperar la vida que llevaba antes de conocerte. Pero un siglo durmiendo no fue suficiente para borrarte de mi mente y mi corazón. Al contrario, desperté con más deseos aún de verte, de abrazarte, de recuperar ese tiempo perdido, pero con todos los cambios acontecidos, me costó hallarte. Hasta que logré encontrarte en el mismo lugar en que te vi por primera vez y poco a poco vi cómo nos sentenciábamos uno al otro nuevamente por nuestra rebeldía.
Ahora que todo ha pasado, sé que no perdimos nuestra eternidad el día de nuestras muertes, la perdimos el día en que nos conocimos, cuando por hacernos los valientes, fuimos en contra de las leyes que regían al pueblo de cada uno. Tú la perdiste cuando por despistado llegaste a cazar al territorio de mi pueblo. Yo la perdí cuando decidí guiarte de regreso al tuyo en lugar de denunciarte o darte caza como correspondía.
Y en lugar de recuperarla, nos dedicamos a perder la vida eterna cada día un poco más, cuando haciendo caso omiso a mis advertencias, regresaste porque sentiste curiosidad "por la vampiresa enemiga que te ayudó". Y yo, tonta también, en lugar de ser fría y amenazarte como me correspondía, fui de nuevo contra las leyes de mis superiores y te seguí la conversación, creyendo que nada pasaría de ahí. Que seríamos lo suficientemente sensatos como para entablar una simple amistad, nada muy comprometedor. Sin embargo, nos equivocamos. Poco a poco esos encuentros furtivos a altas horas de la noche, con la excusa de cazar juntos, se transformaron en citas de dos enamorados, dos vampiros de dos pueblos que una vez hace muchos años fueron uno solo, pero que por la guerra e intereses de unos pocos, terminaron separándose con una enemistad que nunca se logró resolver.
Los meses pasaban y con gallardía seguíamos escapándonos de nuestras familias, inventando excusa tras excusa para seguir yendo a cazar al mismo lugar en vez de variar y tener diferentes presas con sangre de diferente sabor. Fue eso lo que levantó las sospecha de mis padres, quienes me siguieron y con horror vieron el amorío prohibido que estaba teniendo contigo. Rápidamente mamá me tomó de un brazo y me llevó de regreso a casa, mientras mi padre furioso te golpeó hasta dejarte medio inconsciente en el límite de ambos pueblos, con una carta de advertencia para que no vuelvas a cruzar la frontera.
Mientras tú sanabas tus heridas en tu pueblo, yo veía cómo mi familia se rompía poco a poco. Mis padres estaban desesperados, porque mi relación contigo iba a ser considerado un acto rebelde de alta traición, el que recibía la pena capital mediante una estaca de plata. Mis hermanos me dieron la espalda y maldijeron mi insensatez, causante de tanto dolor a nuestros progenitores. Me castigaron encerrándome en mi dormitorio bajo llave, con las ventanas clausuradas para que ni siquiera tuviera la posibilidad de mirar el cielo nocturno. Para lo único que la puerta se abría era para pasarme un par de vasos de sangre durante la noche. Hasta que finalmente se abrió definitivamente para transmitirme la decisión que ellos como familia tomaron por mí, sin consultarme mi opinión.
—Te dormiremos por unos años para que te olvides de ese malnacido. Nadie se enterará de los motivos de esto —sentenció papá sin dar lugar a discusiones.
—Es lo mejor para que conserves tu vida —apoyó mamá con lágrimas en los ojos.
Me negué rotundamente a la medida que estaban dispuestos a tomar, argumentando que iba en contra de lo que yo deseaba para mi vida. Hice cuanto pude, pero por más que traté, entre todos se las arreglaron para hacer cumplir la voluntad de mi padre. Así fue como me recostaron a la fuerza al interior de un ataúd sencillo de madera, mientras Koy, el vampiro con poderes mágicos del pueblo, hizo su trabajo para hacerme dormir, sin decirme antes por cuánto tiempo estaría inconsciente ni calmar mis nervios advirtiéndome qué sentiría durante ese período.
Los años pasaron hasta cumplirse un siglo y desperté dentro del mismo cajón ubicado en el sótano de la que fue alguna vez la casa de mi familia, aunque ya ninguno vivía ahí. Salí para encontrarme con el pueblo convertido casi en una ciudad con coches conducidos sin necesidad de caballos, personas hablando con otras a través de un aparato que colocaban en sus orejas y un cielo manchado de gris por el humo que despedían las fábricas y los transportes. El cambio de siglo había traído muchos más avances de los que alguna vez vi e imaginé a lo largo de mi extensa existencia. Pero algo seguía intacto y era mi profundo cariño por ti.
Lo intenté, te juro que lo intenté. Quise seguir los mandatos de mi pueblo, porque a pesar de los años, seguían existiendo las mismas reglas y prohibiciones, pero me fue imposible respetar leyes tan injustas que me impedían estar con el hombre que quería como compañía para la larga vida que nos tocó vivir. Así fue como te busqué, hasta que por fin reconocí el límite entre ambos pueblos. Y como si fuera obra del destino, ahí estabas tú, que todos esos años hiciste caso omiso de la advertencia de mi padre y me esperaste todas las noches a que regresara.
Viví más de mil años, novecientos si omito los años en que dormí. Fue una existencia larga en la que pude hacer todo lo que quise y que llenara mi ser. Pero nunca me había sentido tan feliz como el día en que nos reencontramos, cuando ese abrazo apretado que nos dimos fue el remedio para encontrar esa pieza que me hacía falta, para darle sentido a una vida tan larga. Porque siempre me había preguntado para qué vivir tanto si se vive solo la mayor parte del tiempo.
Esa noche nos amamos como en ninguna otra y nos juramos que ya nada ni nadie nos separaría. Hicimos acopio de valor y cada uno recogió sus pertenencias y en menos de una semana nos fugamos de nuestros respectivos pueblos para vivir en libertad en otro lugar del mundo, allá donde nadie nos encontrara ni nos hiciera cumplir con los castigos establecidos. Seríamos parte de los rechazados, de los vampiros que por distintos motivos fueron exiliados de sus pueblos y que debían vivir en soledad. Era un camino difícil, porque nadie miraba con buenos ojos a quienes decidían vivir así, pero no teníamos miedo porque nos teníamos el uno al otro y era todo lo que necesitábamos.
Así vivimos unos meses, en los que éramos rechazados de todas partes, pero ya no nos importaba. Nos defendíamos mutuamente, buscábamos qué comer, corríamos de donde nos echaban y así sobrevivimos. Fueron solo seis meses, un parpadeo en medio de nuestras vidas, pero los mejores y más intensos que alguna vez vivimos, los que se vieron interrumpidos únicamente porque un miembro de tu pueblo dedicado a la investigación nos encontró y, en lugar de comprender la situación, decidió apegarse a las costumbres.
Nos separaron en cuanto nos detuvieron. Nos llevaron en coches diferentes y nos encerraron en celdas distanciadas una de la otra para que no tuviéramos ni el más mínimo contacto, ni siquiera por casualidad. De nada nos servían nuestros oídos sensibles, porque tal era la distancia que nos separaba que no nos llegaban ni murmullos de nuestras voces. Fue casi un año de agonía sin saber de ti, esperando a que los jueces tuvieran piedad y nos dejasen simplemente vivir nuestras vidas, pues no hicimos daño a nadie. Pero mis esperanzas se vieron rotas cuando vi que la reja se abrió, pero no para darme libertad, sino que para trasladarme a la zona donde los condenados a muerte recibían su castigo, lugar en el que tú ya esperabas.
Luchamos hasta el último minuto, porque no merecíamos morir de la misma forma que los vampiros criminales. Hicimos cuanto estuvo a nuestro alcance para evitar ese desenlace, hasta que nos ataron juntos con cadenas de plata, imposibilitados para vernos porque estábamos espalda con espalda. Inmovilizados y adoloridos por las quemaduras que nos producían las cadenas, escuchamos de boca de nuestro verdugo la lectura de nuestros cargos.
—Enzo, por actos de rebeldía y agresión a nuestra policía vampírica, eres condenado a la pena capital. Chiara, por traspasar el límite entre tu pueblo y el nuestro, invadir nuestra zona, agredir a nuestros vampiros con labores de seguridad y no respetar nuestras leyes, serás condenada a la pena capital.
Gritaste, los amenazaste y suplicaste porque nos dejaran libres o que al menos me concedieran a mí la libertad. Estabas dispuesto a dar la vida por mí, pero nadie te hizo caso y yo tampoco te lo permitiría. Cuando ya vimos que no había vuelta atrás dejamos nuestras cabezas caer hacia atrás hasta apoyarse en el hombro del otro. Era lo más cercano a un abrazo que nos podíamos dar y así nos dimos el consuelo que necesitaríamos para ir de cara a lo que, por nuestra condición de vampiros, creímos que nunca tendríamos que enfrentar. Nos dijimos todo cuanto no habíamos podido decir en esos meses separados, así como nos prometimos encontrarnos en el más allá del que tanto hablan los humanos. Así recibimos la muerte, ambos atravesados por la misma estaca que nos mantuvo unidos incluso cuando nuestros cuerpos inertes fueron desatados.
Como último castigo, nos enterraron así, con la estaca uniéndonos por la espalda, imposibilitándonos abrazarnos por la eternidad de la muerte. No esperaban que tú y yo nos encontraríamos igualmente en la otra existencia, la otra forma de vida eterna en el más allá donde no mandan las leyes terrenales que nos mataron. Desde ahí vimos con gran alegría cómo a las pocas décadas ambos pueblos se volvieron a unir en uno solo como fue tantos siglos atrás, derrocando las antiguas leyes que nos condenaron. Y vimos también cómo en el lugar de nuestro deceso fue erigido un monumento en nuestro honor, un recordatorio de esos amantes rebeldes que perdieron sus vidas eternas por el simple hecho de amarse.
_______________________________________________________________________________
Valentía
Rebeldía
Tras un largo letargo de 100 años nada es como recordabas, excepto tu obsesión por él/ella que sigue intacta.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top