La princesa que buscaba un fantasma
Las criaturas del bosque la veían tan confiada, sin comprender a dónde se dirigía la muchacha que no debería estar en un lugar como aquel. Contrario a lo que pensaban de una princesa y de lo que significaba su nombre, Adina avanzaba a paso firme, con el objetivo de encontrar a Duman, que tal como significaba su nombre, se había hecho humo unos días atrás.
Duman y Adina eran hermanos muy unidos pese a los tratos diferentes que recibían. Al ser él heredero, tenía más atención, pese a que una adivina afirmó que él no llegaría a la adultez. El rey la mandó a decapitar inmediatamente y nunca más se habló del tema. Adina nunca lo había escuchado hasta la semana anterior, cuando su hermano deliraba con una fiebre que ni el mejor hechicero del reino pudo bajar. Todo empeoró cuando se escuchó la risa de un Tué-tué en la ventana. Adina, demasiado preocupada por su hermano, se había escapado de su habitación y las criadas que la cuidaban, por lo que vio la escena al completo. Jamás había visto a sus padres tan desesperados.
Esa misma noche un oniro le llevó a Adina la peor pesadilla de su vida. Vio a su hermano convertido en una existencia incorpórea, traslúcida que levitaba por el bosque. La muchacha supo inmediatamente que su hermano ya no estaba en su habitación, por lo que cuando despertó juntó las cosas más esenciales y se escapó del castillo, donde todos estaban preocupados por otros asuntos.
Adina no estaba dispuesta a dejar marchar a su hermano, iba a hacer todo lo que estuviera en sus manos para salvarlo, sin importar que fuera una niña que aún no llegaba a los quince años y que no tuviera entrenamiento para defenderse porque para ello siempre estuvo Duman. Su hermano siempre estaba para ella, era quien la acompañaba, quien la comprendía, el único que la escuchaba en un castillo donde si no se era el hijo mayor o un hombre, no se valía más que para un buen matrimonio. No podía perderlo sin haber retribuido todo lo que había hecho por ella.
Cruzó la ciudad escondiéndose en las sombras para no ser vista por nadie. Ya lejos de los muros, se dirigió al bosque. Con valentía lo recorrió buscando el lugar que el oniro le presentó en su sueño. Habló con las ninfas protectoras del lugar, lo describió con detalle, sin embargo, cuando la guiaron llegó a un sitio equivocado. Entonces la abandonaron.
Cansada de ser mal guiada, anduvo sola por un tiempo. En plena desesperación por encontrar a Duman, se descuidó a sí misma. Se le acabaron las provisiones, no encontraba agua y sentía miedo de comer cualquier cosa del bosque, pues podría ser venenoso. Incapaz de caminar más, se recostó a la sombra de un árbol y no despertó hasta varias horas después. Ya no se encontraba donde había caído rendida, estaba al interior del tronco de un árbol y alguien la había estado cuidando, pues sus heridas habían sido curadas.
—No deberías esforzarte mucho —exclamó una voz masculina cuando se sentó.
—¿Quién eres?
—Soy un elfo.
—¿Qué hago aquí?
—Yo debería ser el que pregunte eso. ¿Qué haces en mi bosque y en un estado tan lamentable? Todos hablan de la princesa que entró al bosque sin saber encontrar una fuente de agua o lo mínimo para sobrevivir aquí. Pero bueno, ¿qué se puede esperar de alguien que lo ha tenido todo en la vida?
—No juzgues sin conocerme —respondió Adina con tono cortante, recordando las riquezas de su castillo, pero la ausencia de compañía y cariño de no ser por Duman. La invadió la culpa, porque a pesar del paso de los días aún no lograba encontrarlo.
—¿Qué haces en el bosque? —Cambió de tema la criatura.
—Vengo a buscar a mi hermano.
—¿Se perdió aquí? No he escuchado nada de un príncipe por estos lugares.
—En un sueño vi que su fantasma está por aquí.
—¿Quieres despedirte?
—¡Por supuesto que no! Quiero salvarlo. Llevar su alma a su cuerpo para que viva.
—Es imposible.
—Nadie lo ha intentado aún.
—Porque es imposible.
Frustrada y cansada de discutir, Adina tomó sus cosas y se marchó. Agradeció la ayuda, pero debía cumplir con su deber pronto. El elfo, sintiendo lástima por la muchacha, la acompañó siguiéndola de cerca, atento a cualquier necesidad. Poco a poco, con la ayuda de la criatura, Adina fue bajando sus muros para permitirle conocerla. Fue consolador tener a alguien desinteresado preocupado por ella y su bienestar. Lo mejor fue cuando el elfo la guió al lugar que el oniro le presentó.
—Debemos esperar. Las almas salen de noche.
Esperaron y al caer la noche, el prado se llenó de almas que aún no encontraban su camino hacia el más allá. Entre ellos estaba Duman. Adina se acercó rápidamente y fue recibida con una sonrisa cálida y los brazos abiertos. Ya no sentía el tacto de su hermano sobre su piel, pero estaba convencida de que si lo guiaba a su cuerpo, todo volvería a ser como antes.
—No, hermanita. Nada será igual porque ya no pertenezco a este mundo.
Aquello rompió el corazón de la muchacha. Llevaba tantos días de grandes dificultades, buscándolo para llevarlo de regreso con sus padres, para hacerlos felices con su hijo adorado. Pero Duman tenía razón. Se veía bien, feliz, liviano, sin preocupaciones por las ataduras que tenía en este mundo por ser un príncipe. Por fin podía ser él mismo y no tuvo corazón para pedirle que se quede con ella.
—Siempre estaré contigo, en tus recuerdos, Adina.
Aquella fue la última despedida y cada uno tuvo que seguir su camino, él en el más allá, ella en la tierra, como princesa heredera y con un elfo que nunca más se alejó de ella y tomó el lugar del mejor amigo que tanto necesitaba. Comprendió que a veces, dejar ir también es amar y ella amaba a su hermano, aunque ya no estuviera con ella.
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