Fingiendo ser alguien más

Papá se fue a la guerra cuando menos me lo esperaba. Las relaciones con los mortales iban de mal en peor y él, como conde que es, no podía simplemente enviar a peones a sacrificar sus vidas, mientras él se quedaba en el castillo. No importó cuánto le rogué, ni cuántas veces le recordé que de morir en batalla, yo quedaría sola. Su argumento fue que todos iban, ¿cómo podía faltar Drácula?

—Pero me aseguraré de que nada te pase mientras yo no esté.

Si algo ha caracterizado a papá desde la muerte de mi madre, es la sobreprotección. Y en un acto desesperado por su ausencia, cerró el castillo y me recluyó en la torre más alta, desde donde escapar me resultaría imposible y donde difícilmente llegarían atacantes en caso de que las cosas se salieran de control en la frontera.

Mis noches, que antes ya se caracterizaban por la poca compañía, se volvieron solitarias en extremo. Nadie podía entrar o salir del castillo y yo no podía bajar de la torre. Todo contacto que tenía se daba con una empleada que subía mis bandejas con comida, mientras yo miraba por la ventana con la esperanza de alcanzar a ver algo de la guerra, para saber si papá estaba bien.

Fue una suerte que mi amiga Rapunzel me contactara y animara mis días con llamadas. Era la que mejor me entendía, porque ella también vivió en cautiverio en un lugar similar. La diferencia era que a ella la fueron a rescatar. Sin embargo, yo por mucho que esperara, nunca veía aparecer el prometido príncipe que llega por las princesas. Llegó un momento en el que me desesperé y me pregunté ¿qué príncipe en su sano juicio buscaría a la hija de Drácula?

No tardé en compararme con mi amiga, a quien sin querer terminé envidiando. Porque ella era rubia con un cabello largo precioso, facciones delicadas y una voz de ensueño. Mientras yo contaba con cabello corto negro y mi único encanto era convertirme en un murciélago, que ni siquiera es un animal valorado. Si algún día llegaba un príncipe, temía decepcionarlo, porque yo no era como las otras princesas. Ni siquiera era una.

Así llegó un día en el que me cansé de ser como soy. Encargué por internet una peluca y todo el maquillaje que la tarjeta de papá me permitió comprar. Cuando la empleada me preguntó para qué quería esas cosas, le dije que jugaría con Rapunzel por internet, pero lo cierto era que me disfrazaría de ella a escondidas. Si mi apariencia era el problema, entonces imitaría a mi modelo a seguir en belleza.

Amarré bien mi cabello natural y lo cubrí con la peluca de cabello largo, rubio y brillante. Me vestí con el vestido más colorido que tenía y frente al espejo me maquillé siguiendo las instrucciones de los productos, pues nunca había hecho algo así. Cuando me sentí satisfecha, no me reconocí en el espejo. Esa no era yo, pero me veía tan bonita, que no me importó.

En un principio pensé en disfrutar de ese gusto sola en la torre, pero con ese resultado, aumentaron mis deseos por salir, disfrutar de la libertad y mostrar que yo también puedo ser como las princesas de cuentos. Así, en lugar de usar mi larga cabellera como Rapunzel hizo, até mis sábanas. Una tras otra hasta formar una larga cuerda que amarré en un sitio firme. Cuando ya estuve satisfecha, tomé el riesgo de bajar así, porque podía romperme una pierna, pero no me transformaría en murciélago, arruinando el maquillaje y ropa que tanto me costó conseguir.

Ya abajo, en la libertad, no sabía qué hacer. Porque siempre que salía era acompañada con un plan previamente hecho. Pero en ese momento no tenía nada. Lo único que sabía era que tenía que caminar para evitar que me encontraran los guardias. Así que me interné en el bosque, pensando que tal vez mi príncipe salvador venía en camino y yo me lo encontraría si paseaba un poco. Pero no había nadie.

Por eso caminé un poco más y llegué al pueblo, donde a pesar de ser tarde en la noche, aún había gente en las calles. Nadie me reconoció como la hija de Drácula. De hecho, todos pensaban que era Rapunzel y no me atreví a corregirlos, porque a Rapunzel todos la querían, pero a la hija de Drácula le temían. Por lo tanto, imité a mi amiga tanto como pude, incluso encontré a un joven dispuesto a acompañarme en mi paseo.

Esa fue mi primera cita de la vida y fue un desastre. El joven me trataba bien, era todo un caballero conmigo, pero solo porque pensó que yo era Rapunzel. Porque al momento de mencionar a "mi amiga, la hija de Drácula", me llovieron las críticas y rumores que se hablaban de mí. Entonces me dí cuenta que no estaba teniendo una cita real, era solo una ilusión, porque el chico hablaba con la persona que yo imitaba, no con mi yo real. Por ese motivo, sin previo aviso tomé mis cosas y me marché con la excusa de que era demasiado tarde.

De regreso al castillo, poco a poco fui dejando en el camino mi disfraz. Tiré con rabia la peluca sin preocuparme por dónde cayó, limpié mi maquillaje con mis puños y al pie de la torre me transformé en murciélago, dejando atrás el vestido. Me quité la cáscara y quedé solo yo, el ser que menos me gustaba y que rápidamente cubrí con ropa negra, la única que me acomodaba. Cuando estaba lista, entró la empleada que siempre me ha atendido, desesperada y llorando. Me abrazó fuertemente y con tanto cariño, que lloré con ella. Me dijo que llamó a papá y a Rapunzel. Ambos estaban preocupadísimos por mí.

Tal vez no necesito un príncipe que me rescate y las personas que más me quieren, lo hacen por como soy y están más cerca de lo que pensaba.


Relato con mención honrosa en desafío "En la torre más alta" de 

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