El bosque Koemí

—¿Dónde está Fernanda? —pregunta extrañada mi mamá al no ver más que a dos de las tres amigas que invité a la pijamada.

—No sé, pensé que estaría aquí contigo —respondo mirando a las chicas en busca de alguna otra respuesta.

—No, no la he visto desde anoche.

Por un momento creo que podría estar en el baño, pero al pasar por la puerta esta estaba abierta y nadie se veía en el interior, el lado del sofá cama en el que durmió junto a Gabriela estaba vacío cuando despertamos y tampoco se encontraba en la sala viendo su programa mañanero favorito cuando fuimos a ver, donde creímos poder encontrarla. ¿Entonces a dónde había ido?

—No me digan que la asustaron mucho anoche —nos reprocha mamá.

—No, tía, solo leímos unas historias de hombres lobo que ni siquiera daban miedo —nos defiende a todas Paula.

Fernanda de las cuatro es la más miedosa y no me extrañaría que igualmente le haya entrado miedo, ¿Pero suficiente como para marcharse sin decir nada? No tomamos asiento para desayunar, en vez de eso cada una de nosotras se dirige a diferentes lugares de la casa a buscar a Fernanda, pero nuestra búsqueda parece ser infructuosa.

Cuando en el interior se acaban los lugares donde podría estar decidimos salir al gran patio que rodea la casa, donde gritamos su nombre y volvemos a dividirnos para hacer el proceso más rápido. Gran sorpresa me llevo cuando Gabriela nos llama a todas porque la ha encontrado, su ropa está hecha jirones, en su pierna tiene una herida que parece ser de una mordida de perro y su mente parece estar llena de delirios pues no para de decir cosas sin sentido.

—Él, ¿Dónde está... él? —susurra mi amiga tratando de abrir sus ojos.

—Dios mío, está ardiendo en fiebre —exclama mamá cuando toca su frente.

—Él... ese joven de pelo... 

Rápidamente la tomamos entre las cuatro y la llevamos a la casa, la acostamos en mi cama y prontamente comenzamos a tratar de bajarle la fiebre con paños húmedos sobre su frente y una pastilla que a duras penas logra tragarse. Miro a mi amiga en ese estado y me culpo, quizás si la hubiese ayudado mejor cuando me despertó en medio de la noche porque tenía miedo la situación ahora sería diferente, no habría salido en la mañana de la casa y nada de esto estaría pasando.

—Fanny, ¿Podemos hablar? —me dice Paula al oído en un susurro que solo yo alcanzo a oír, mientras Gabriela y mamá están concentradas en Fernanda.

—Sí... claro.

Me saca de la habitación avisándole a las enfermeras improvisadas que estaríamos en el pasillo en caso de que nos necesitaran. Sin prestarnos mayor atención sólo asienten y Paula me jala del brazo para que me mueva mecánicamente, mis pensamientos siguen dirigidos a mi amiga y la culpabilidad que siento.

—¿Recuerdas las historias que leímos anoche? —pregunta en cuanto cierra la puerta.

—Sí, ¿Qué tienen?

—¿No te parece que una se parece demasiado a lo que está pasando?

—¿Cuál?, ¿De qué hablas?

La miro sin comprenderla del todo y espero a que se explique, pero sin decir una palabra más vuelve a entrar a mi dormitorio dejándome afuera para volver luego con el libro que pedimos en la biblioteca para la pijamada. Ávidamente pasa las hojas hasta que se detiene en una, lee un poco y luego me la muestra señalando el título y la imagen que lo acompaña poco más abajo.

—Esta, ¿La recuerdas?

—Recuerdo haberla leído, más no la trama.

—Léela, léela y dime si no se parece a lo que ahora está pasando.

—Pau, es solo un cuento.

—Fanny, por favor.

Su rostro tiene una expresión tan suplicante que no puedo negarme a leer para darle en el gusto a pesar de que creo que debería estar ahora con mi amiga y no con un libro en las manos. Me siento con las piernas cruzadas en el suelo y ella me imita posándose junto a mí para acompañarme en la lectura, pero no tarda en volver a entrar al cuarto pues dentro necesitan la ayuda de alguien más.

—Tú quédate ahí y lee tranquila, nosotras nos ocupamos.

Suspiro y poso mi vista en la página para empezar a descifrar las letras que están escritas en ella.

"Mi brazo duele, a duras penas logro levantarlo, todo parece dar vueltas, estoy mareada y mi visión borrosa no ayuda mucho. ¿Dónde está él, el joven de abundante cabello? El sudor empapa mi cuerpo, seguramente tengo fiebre, me agarro de lo que hay debajo de mis manos y algo se clava en mi palma, pero nada puede doler más que mi cabeza.

Escucho un ruido, como si una rama se hubiera roto, cuando menos me doy cuenta hay tres rostros de hombre mirándome, hablando con ecos que resuenan incesantemente en mi mente. Sus cuerpos se deforman ante mis ojos, estiran sus brazos a mí, los cuales parecen alargarse como ningún humano podría hacer. Estoy quieta, estoy mareada, pero aun así estoy segura de que no soy yo la que se mueve, por eso me asusto cuando siento como si mi cuerpo levitara en forma horizontal.

Mantengo mis ojos cerrados para evitar el mareo viendo una especie de lucecitas a través de mis párpados. ¿Dónde está él?, ¿A dónde se fue? Mi cabeza duele de sobremanera y no puedo evitar recordar aquella mañana que me escapé de casa por una discusión con mi madre. Me adentré en el bosque, el lugar que mis padres siempre me tuvieron prohibido y me alentaban a no ir con diferentes historias que daban resultado cuando era pequeña, pero de las que empecé a dudar a medida que crecí.

Me senté apoyando mi espalda en el tronco de un árbol para recuperar el aire que había perdido en la corrida. Mi vestido se ensució y arrugó, pero en ese momento no me importó, más me preocupé por los extraños sonidos que pocos segundos después escuché. Algo, o alguien, se acercaba, las ramitas rompiéndose lo delataban.

Tenía miedo, mis nervios aumentaban a medida que se aproximaba, imaginé cientos de situaciones que mis padres me describían para terminar contrariada al no saber si temer o relajarme ante aquel hermoso joven que sonrió amablemente cuando me vio. Sus ojos eran de un lindo tono gris y resaltaban más al estar enmarcados por su cabellera negra y su piel algo morena. Su ropa era lo que mis padres considerarían indecentes, pantalones que no alcanzaban a llegar a sus tobillos, una playera blanca sucia y algo rota y sus pies estaban con tierra al no usar zapatos. Pero no me importó, ni siquiera me preocupó su extraña pregunta, solo me provocó más curiosidad por saber de él.

¿Eres humana?

¿Qué?

—Te pregunté si eres humana, ¿Sí o no?

—Sí...

—Genial.

Lo miré algo confundida mientras se sentaba a mi lado, era un joven extraño, pero aun así entablamos conversación y le conté por qué estaba ahí. Él por su parte se limitó en la entrega de información, pudiendo enterarme de que vivía cerca y que conocía los alrededores, sin embargo no habló más de sí mismo.

Su mirada infundía cierta paz que me llenaba y calmaba, eliminando los nervios y la aceleración por mi huida de casa. El tiempo pasaba y ni cuenta nos dimos cuando ya estaba oscureciendo, debía regresar a mi hogar y no sabía qué camino tomar, me sentía perdida.

—¿Te llevo yo? —se ofreció él.

 —¿No debes volver también?

—No, puedo llegar tarde, no hay problema.

—Está bien.

Caminaba a paso seguro como si conociera el bosque tanto como la palma de su mano o su casa. Me daba la impresión de que aun si le cubriera los ojos él sabría por dónde debía dirigirse para guiarme mejor que cualquier otra persona que vea. Llegamos hasta un lugar ya conocido para mí y ahí nos despedimos prometiendo volver a vernos pronto, sin saber que para que llegara ese pronto tendrían que pasar primero dos semanas, al menos para mí.

Fue un tiempo largo para mi gusto, pasaba las tardes aburrida sin saber qué hacer más que dedicarme a las labores del hogar para ayudar a la sirvienta. Uno de esos días a la puerta de mi casa llegó una especie de perro o al menos eso pensé yo en primera instancia. Papá al verlo nos informó a mamá y a mí que se trataba de un lobo y lo corrió de la casa asustándolo con su escopeta. Pero persistente el animal regresaba todas las mañanas y se acercaba a mí, sentándose a mi lado a hacerme compañía y no el daño que mi padre aseguraba que me haría.

—Es una bestia y hay que tratarlo como tal —decía papá mientras me regañaba por permitirle al lobo estar a mi lado.

—A mí me parece tranquilo, no me hará nada, no sé por qué te enojas tanto. 

—El día que te lastime te acordarás de mí.

Pero hice oídos sordos, permití que Konay, porque así lo llamé, se sentara a mi lado mientras tejía, bordaba o simplemente miraba el paisaje. Le acariciaba su pelo negro con cariño y miraba con intriga esos ojos grises que me parecían conocidos ¿Los había visto en otro lugar? No fue hasta una noche, cuando se cumplieron las dos semanas, que atando cabos mientras trataba de dormir  recordé al joven del bosque cuyos ojos se parecían demasiado a los de Konay.

En la mañana me levanté antes que todos y salí de casa rumbo al bosque a buscar a aquel joven que no volví a ver desde aquella tarde que hui. Miraba a todos lados, estaba atenta a cualquier ruido extraño que se oyera, pero tal parecía que solo era yo la que hacía ruido entre esos grandes árboles. Cuando pensé que ya no lo encontraría una mano se posó en mi hombro.

—Noemí... —dijo mi nombre con una pequeña sonrisa.

—Aquí estás...

Quise pronunciar su nombre tal y como él lo había hecho con el mío, pero entonces me di cuenta de algo, él no me lo había dicho cuando nos conocimos, a penas y sabía que vivía cerca del bosque y que tenía una apariencia atrayente. ¿Entonces por qué tanto afán en buscarlo?, ¿Por Konay, un lobo cuyos ojos tenían el mismo color que el de aquel joven?

—No deberías estar aquí, es peligroso.

—Quería verte.

—Nos hemos visto.

 Luego de aquella afirmación se giró y caminó tranquilamente como si nada hubiese pasado, mientras yo me quedaba ahí sin lograr entender lo que quería decir ¿A qué se refería con que nos hemos visto? Desde el primer encuentro él no se volvió a aparecer en mi vida hasta aquel día. Quise aclararlo siguiéndolo, caminando a su lado, pero cada vez que le preguntaba acerca de eso cambiaba el tema y terminábamos hablando de algo alejado de mi duda.

—Llegamos.

Dejé de mirarlo para ver lo que nos rodeaba, era el mismo lugar en el que me dejó cuando me guió para salir del bosque. Se lo iba a reclamar, pero al volverme para verlo él ya no estaba, era como si la tierra se lo hubiese tragado dejándome ahí sola. Regresé a casa insatisfecha, me esperaba más, pensaba que al estar de nuevo en casa ya no tendría dudas en mi cabeza, sin embargo sucedía todo lo contrario, mi mente era un enredo y no sabía con quién podría aclararlo un poco.

 El día siguiente prometía ser como cualquier otro, yo tejiendo, Konay a mi lado haciendo guardia, papá trabajando y mamá haciendo vida social. Aprovechando el lindo día mi madre salió con su amiga al patio a donde yo estaba y se sentaron a beber jugo junto a mí, compañía que no me molestaba, después de todo sus chismes me entretenían. Poco rato después les entró algo de apetito y como la sirvienta no se encontraba cerca, mamá tuvo que levantarse hasta la cocina para traer algún bocadillo, oportunidad que su amiga aprovechó para interrogarme.

—¿Qué te sucede, Noemí?

—¿Ah?... Nada, nada.

—Yo sé que algo te pasa y ese lobo tiene algo que ver —señaló a Konay.

—Él no ha hecho nada.

Acaricié el lomo de mi querido amigo canino notando cómo movía sus orejas, como si intentase escuchar mejor nuestra conversación.

—Es un hombre lobo.

—¿Un qué?

—Hombre lobo, ¿Has escuchado habar de ellos?

—Sí... mis padres solían decirme que viven en el bosque para que ni siquiera me acerque a los árboles.

—Y tienen razón, viven ahí ocultos de los humanos que cuando los descubren, los matan, antes de que ellos sean asesinados una noche de luna llena.

—Son solo cuentos.

—No lo son, mi esposo murió por un ataque de una de esas bestias. Lo único que sé es que sus ojos son de color gris y este lobo los tiene así, no me sorprendería que un día lo veas convertirse en un hombre de la nada.

—Aquí están los bocadillos —anunció mamá en cuanto llegó.

—Se ven deliciosos —comentó su amiga con alegría, como si la conversación sombría que tuvimos sólo segundos antes no hubiese existido.

Sus palabras me dejaron pensando muchas cosas y no sabía qué hacer. Las actitudes de Konay, por otro lado, me hacían pensar aún más que ella tenía razón, porque en cuanto la veía llegar se volvía algo inquieto. No se echaba a mi lado, se mantenía sentado como si esperara la ocasión perfecta para un ataque y no se relajaba hasta que se iba. Así un día, antes de que Konay llegara a mi casa en la mañana y que todos despertaran, volví a salir de casa rumbo al bosque en busca de aquel joven de lindos y extraños ojos.

—Eres testaruda, vuelves y vuelves a pesar de que es peligroso —fue lo primero que dijo cuando nos encontramos.

—Ya no me dejes con la duda, ¿Quién eres?

—No me lo creerías...

—Vamos, ¡Dímelo!

—Soy Konay.

—No juegues.

—No lo hago.

Su tono era tan seguro que me costaba dudar de su confesión ¿Realmente podía confiar en sus palabras? De algún modo se debió enterar de la existencia de Konay ¿Pero cómo? Estuve a punto de protestar cuando de la nada los bellos que cubrían su cuerpo se hicieron más abundantes y largos, los dedos de sus manos se acortaron, su pulgar se corrió un poco más arriba en su brazo, una cola surgió de su espalda baja y las orejas se volvieron puntiagudas. En pocos minutos el hermoso joven que tenía frente a mis ojos se convirtió en Konay, mi amigo el lobo.

De haber podido habría gritado, quizás hasta hubiese corrido del miedo, de que los cuentos que mis padres me contaban cuando pequeña se hicieran realidad ¿Por qué no aparecía mejor el príncipe en vez de las bestias? Pero mi garganta la sentía seca, mis pies parecían estar clavados al suelo y no lograba pronunciar palabra alguna coherente. Tal y como se transformó en un lobo, hizo la conversión a la inversa volviendo a ser un humano, dejándome más atónita aún, si es que eso era posible.

—No te haré daño...

—¿Qué quieres?

—Ser como tú... un humano.

—¿Y para qué quieres serlo?

—Para poder vivir tranquilo y... compartir contigo

—¿Es posible que seas como nosotros?

—Sí...

—¿Cómo?

Ahora me pregunto si lo logró, si podré verlo permanentemente como el hermoso joven que desde un principio llamó mi atención, si podrá ahora entrar a mi casa con el consentimiento de mi padre, como un hombre digno de ser parte de la familia. No puedo evitar volver a preguntarle a esos señores que me cargan dónde está el hombre de abundante cabello, seguramente ellos lo han visto, no puede pasar desapercibido. 

—Dicen algunos que si un hombre lobo muerde a un humano, podrá convertirse en humano —me contó.

—¿Lo has intentado?

—No he podido hacerlo, no sé a quién podría morder.

Mi cabeza duele, me siento mareada, tengo la sensación de que ya nada me mueve, de que estoy quieta y recostada sobre algo suave y blando. A lo lejos se oye la voz de mi madre, parece gritar algo que no logro comprender, solo entiendo lo último: "¿Por qué tiene tanto pelo?". Sonrío, porque tal vez ha venido conmigo Konay.

—Muérdeme a mí —me ofrecí al instante.

—¿Qué?

—Vamos, hazlo —le tendí mi brazo—. Has sido mi compañía durante estas semana, mi amigo, y quiero tenerte junto a mí como un humano... quiero ver para siempre tu rostro de joven.

Abro mis ojos un poco y veo el rostro horrorizado de mi madre ¿Habrá pasado algo malo? No lo sé, solo soy consciente de que mi respiración poco a poco se hace más dificultosa y que mis párpados vuelven a juntarse, dejándome sumida en la oscuridad para siempre.

Quienes vivieron en el tiempo de Konay y Noemí lloraron la desgracia con dolor y a la vez con horror, al ver cómo el cuerpo de la que alguna vez fue una hermosa joven, se cubrió de la noche a la mañana de abundante bello, justo después de que fuera mordida por un hombre lobo. Desde entonces los lugareños tienen cuidado cuando van al bosque y protegen a sus hijos de estas criaturas, para que no se enamoren de uno y tengan el mismo destino que Noemí.

Nadie nunca más vio a Konay, pero se dice que se le oye aullar con dolor a la luna llena en el bosque que hoy lleva el nombre "Koemí", en honor a esta joven pareja con su destino marcado desde el principio."

Dejo el libro a un lado, suspiro y entro a la habitación donde mi madre con ayuda de Gabriela y Paula han cuidado de Fernanda. En un principio creo que he visto mal, pero luego de refregar mis ojos y volver a enfocar me doy cuenta de que es la realidad. Fernanda se ha cubierto de pelo en todo el cuerpo, tal y como Noemí en el cuento. A lo lejos se oye un aullido y no puedo evitar pensar que Konay está sufriendo al ver cómo otra persona que se le ofreció para ayudarlo, ha encontrado un fatal destino.

Fin

Yatita

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top