🏴☠️ RIU BAIX • Capítulo Final •
El incendio al 'Traficante' lo destruyó por completo. Llegaron demasiado tarde como para siquiera salvar alguna puerta. Los tesoros que estaban resguardados se fundieron con el sótano y se volvieron una masa irreconocible de metales.
Olivander no lloró, no mostró ni un solo rastro de enojo o de impotencia, mucho menos de tristeza. Pateó la ceniza. Era de mañana, el sol comenzaba a salir pero el frío de la madrugada aún no se iba y el humo del incendio le daba un aspecto aún más desolador.
Elliot observó como aquel hombre comenzaba a buscar algún objeto que pudiera ser rescatado; Un cajón, una botella de vodka. Un pañuelo que ondeaba en el marco de la única ventana sobreviviente, se lo enrolló en la mano izquierda.
—¿Quiere que empecemos a limpiar y a levantar los escombros? —se acercó uno de los mozos más jóvenes que tenía la tripulación— algo debe de poderse rescatar.
—Junta toda la ceniza muchacho —la voz de Olivander ser oscureció— y vendela. No te prometo que te harás millonario pero al menos se te quitará lo idiota. En cuanto todos ustedes, pueden ir empacando, zarparemos a mediodía.
—Espera Olivander ¿Qué haz dicho? —Elliot se acercó tocando su hombro.
—Lo qué escuchas, nos largamos de este maldito lugar. La vida en los mares te espera al fin, muchacho —le palmeó en el hombro y se fue.
—¡Pero yo no quiero ir! —gritaba Elliot pero Olivander no se giró a discutir esas pequeñeces.
Su orden había sido dada, se tenía que seguir. Todos ahí tenían deudas con él. No seguirlo era como la mayor de las traiciones y códigos de lealtad.
Así que Elliot se preparó, su madre soltó el grito en el cielo al escuchar que su hijo zarpaba a mediodía. Pero los demás hermanos de Elliot (que por fortuna estaban ahí) la retuvieron y la consolaron, le dijeron que eso necesitaba su hijo para poder crecer y hacerse un hombre.
Elliot solo los miró por el hombro, claramente ya era un hombre. Solo estaba cumpliendo con su deuda, pagarle a Olivander era algo que nadie de ellos algún día entendería.
Entonces llegó la hora, Elliot Constantine zarpó a mediodía en el barco pirata del traficante Olivander dejando atrás incendios, brujas y señoritas de la clase alta.
Su primera noche en barco no conciliaba el sueño, un pensamiento recurrente giraba en la mente del muchacho. Regresar a tierra, buscar a Lady Anne Lise y ser feliz. Era un pensamiento egoísta, idiota y estupido. Pensamiento del cual lo siguió atormentando día tras día.
—¿Qué te pasa muchacho? Te he notado disperso y algo pálido —soltó una carcajada— ja, ja, ja ¡Si hasta pareces una damisela!
—Creo que comienzo a extrañar la tierra señor —Elliot miró más allá de la cubierta, con la esperanza brillando en sus ojos— ¿Ya pronto llegaremos a Deu Fulles?
—No es la primera vez que vamos allá. Es un lugar lejano, peligroso y oculto a simple vista. ¿Por qué accediste a obedecer mis órdenes de unirte a la tripulación?
—Aunque en el pasado yo le salvé de las garras de la muerte en aquel lugar, también quiero volver a buscar la joya por la que fuimos al principio.
—Era solo una leyenda muchacho, ni siquiera yo sé sí es real.
—Usted dijo que vale todo el oro del reino.
—Y lo vale —Olivander suspiró— pero marineros, soldados, caballeros y cientos de hombres perdieron la vida por intentarlo. Esta vez solo iremos a saquear los barcos que se hayan hundido ahí o los que sus tripulantes se hayan perdido en la isla.
—Quiero volver con esa joya y pedir la mano de Lady Anne Lise.
—¿Quién? —preguntó desconcertado el viejo pirata.
—La mujer qué encargó hace algunos meses un pez venenoso y la que también después encargó un frasco de pintura Scheele.
Los dos hombres se vieron por algunos instantes. Elliot no podía creer que el Traficante no recordara a Lady Anne Lise.
—Quizas sea el mar —dijo este último, volteando su mirada al horizonte— dicen que el canto de las sirenas aún es fuerte en estos mares. Es tan potente que olvidas cosas, acontecimientos que pasaron en tu vida en la tierra. Dicen que si alguna de ellas se obsesiona contigo, hace todo lo posible por llamarte cada noche.
Esto último fue un susurro de Olivander, tan silencioso que fue sustituido por las olas al romper contra el barco. Pero no era canto de sirena, aquellas palabras nunca se le olvidarían, se le quedaron grabadas en la mente los siguientes días antes de llegar a las costas de Deu Fulles.
Contaba la leyenda que alguna vez la isla de Deu Fulles fue encantada por una temible hechicera. Desde el agua, animales e incluso el aire que desprendía aquel lugar estaba envuelto en veneno, muerte y locura.
Pero así como los marineros eran atraídos por las sirenas que habitaban aquellos mares, de igual forma sus embarcaciones y tesoros eran arrastradas a la costas. La arena se alimentaba del oro, topacio, zafiro y sí, también la sangre de valientes. Todo aquel metal precioso era absorbido por la ambición de la hechicera y si no obtenía eso, la sangre era un buen pago por el sacrificio.
Hubo una vez que unos piratas se salvaron de ser arrastrados por las corrientes y de la muerte en las garras de las sirenas. La batalla fue ardua y se perdieron algunas vidas.
Elliot Constantine era muy joven e inexperto con las armas y aún así le hizo frente a la sirena Anne Lise. Pero aquella sirena quedó atrapada por aquel humano de corazón valiente y puro.
Desde entonces lo ha perseguido por cielo, mar y tierra. Pero siempre termina por separarlo aún más de ella.
━━━━━━・Meses después...・━━━━━━
El cielo se había nublado de pronto y la casa se veía gris y sombría. Se escuchaban unos ligeros gritos distorsionados ¿O era eso un violín? No estaba seguro. En la entrada no había nadie vigilando, incluso el portón estaba abierto.
Eso le pareció tan extraño que no dudó en entrar. Alguien estaba haciendo uno pozo en el centro del jardín. Se dio cuenta que era el guardia que siempre había vigilado la puerta. Estaba todo lleno de tierra y el sonido de la pala acompañó al del violín.
Los sonidos era frenéticos, desesperados. Una urgencia se destilaba de ellos.
—Hola, buenos días —saludo Elliot Constantine.
El hombre se detuvo, su rostro se veía desencajado pero no respondió, seguía excavando el pozo.
—¿Está su señora en casa? ¿La señorita Lady Anne Lise?
El hombre volvió a detenerse y con la mirada baja, señaló dentro de la casa.
Elliot asintió en agradecimiento y entró por la puerta principal.
Adentro, el sonido del violín desafinado resultaba lastimoso. Entonces Elliot vio las puertas dobles del salón favorito de Lady Anne Lise abiertas y el corazón se le fue deslizando a los pies.
Dónde antes había color, aromas, armonía, flores y belleza. Ahora estaba todo en desorden, las pinturas masacradas con el filo de una espada por la mitad, las tinturas esparcidas por el suelo, arrojadas contras las paredes. Los jarrones rotos, las flores marchitas y pisadas. Había también varios círculos de fuego y algunos muebles quemados, libros gruesos esparcidos y envueltos aún en llamas azules. Todo era un caos de dolor.
En el centro, vestida de blanco (cómo si se fuese a casar), con un velo cubriendo su rostro y lo que quedaba de un violín en sus blancas manos, manos que vio Elliot estaban manchadas de sangre y cenizas.
Ahí estaba Lady Anne Lise. Su amada, su faro. Tantos meses en los mares sin ella, fueron un suplicio que se calmó cuando estuvo ante su presencia al fin.
Se acercó despacio, tratando de no pisar las cosas rotas que estaban en el suelo. Cuando llegó a menos de dos pasos de ella, se percató que frente a ella se encontraba una pequeña pecera y dentro de ella, el pez venenoso... muerto.
—¿Lady Anne Lise? —susurró pero ella no lo escuchó, seguía llorando junto con su violín— ¿Qué ha pasado?
—Se murió —le contestó ella— Se fue al mar por la culpa de ese viejo y ahora está muerto. Yo lo amaba y se fue.
—¿De qué habla? —se acercó más y la tocó del hombro.
Al no obtener una respuesta pronta, le levantó el velo y vio su rostro sin un rastro de quemadura. Su piel estaba tan perfecta y suave pero estaba bañada en lágrimas.
—Quise salvarlo del incendio y me quemé —su voz producía escalofríos—. Él me olvidó con el tiempo. Fui entonces después de unos años a buscarlo y le compré esté pez tan raro y ahora el pez también ha muerto. Pero recordó como le enseñé a preparar el color verde Scheele, sabía que lo haría. Y aún así, de nuevo no podemos estar juntos. Ay, Elliot Constantine ¿Por qué te dejaste apartar de mi corazón? ¿Por qué el hechizo no funcionó? ¿Por qué no te pude traer de entre la oscuridad? ¿Por qué mi canto no te pudo atrapar?
Elliot se tropezó cuando escuchó todo aquello, cayó entre los jarrones rotos y el estruendo ni siquiera llegó a oídos de Lady Anne Lise.
Elliot no podía seguir más en esa casa, corrió a la salida. Dejando el corazón roto, frío y desolado de Lady Anne Lise.
El hombre que hacía el pozo, ahora lo volvía a rellenar. Elliot corrió e hizo a un lado al hombre, comenzó a excavar con sus manos. No encontró nada al fondo, no había un cuerpo ahí adentro, entonces el mundo lo volteó y cayó al pozo.
Ya no pudo escapar de su cuerpo, no pudo escapar de la muerte de nuevo. No pudo regresar de nuevo a los brazos de Lady Anne Lise.
Elliot Constantine había muerto en el mar y aunque Lady Anne Lise quiso revivirlo con la hechicería que había aprendido en la isla de Deu Fulles. Jamás consiguió traerlo de vuelta a la vida.
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