🏴☠️ RIU BAIX • Capítulo 2 •
Cómo era de esperarse aquella primera vez que se conocieron cara a cara. No pasó nada extraordinario, salvo por el misterio que días después le inquieta la memoria al mensajero.
La máscara.
¿Por qué Lady Anne Lise llevaba siempre oculta la cara? ¿Sufría algún desperfecto? ¿Era una terquedad de ella?
Esas preguntas lo estuvieron martirizando por noches y días, le rondaban por la mente un sin fin de escenarios y respuestas que ella jamás le diría. Todas sus dudas eran válidas pero aún así no era suficiente para él.
Tenía que volver a verla, tenía que preguntarle de frente por qué ocultaba una gran parte de su rostro con una máscara alrededor de esos bellos ojos grises. Le parecía una injusticia o al menos eso se repetía para tratar de calmar los impulsos de subir la calle que conducía a la casa de Lady Anne Lise.
—¿Qué haces ahí, panzón de mierda? ¿Te pago lo suficiente para que te eches a dormir en un rincón? ¿Ah? —el jefe entró de imprevisto, le estiró de su oreja y el chico comenzó a protestar.
—Auuu no, déjame —se levantó de golpe, alejándose de la mano que lo pellizcaba.
—Baaa, deja de lloriquear y sube el cargamento del muelle hasta acá. Hay de ti que no muevas ese culo apestoso, —lo señaló con un dedo huesudo —Que te anoto en mi lista de deudores de nuevo y a ver cómo me pagas lo que me debes.
—Yo no le debo nada —se frotó la oreja lastimada y caminó alejándose de su jefe —ni siquiera la vida.
Corrió cuando el jefe lo intentó estrangular por arriba del mostrador y amenazó con tirarle un dardo en la frente.
Elliot Constantine no era el típico muchacho que resultaba agradable a la vista, ni siquiera su madre tenía esperanzas que algún día pudiera conseguir una buena esposa y una casa modesta, mucho menos con un gran sembradío como los de sus otros dos hermanos mayores.
Elliot era el fracaso de la familia. El bicho raro. El gordo. El mensajero. El sirviente. El inútil.
Pero a Elliot le importaba poco lo que opinaran los demás sobre su aspecto. Él se enorgullecia de su altura y gran fuerza al levantar sacos de tesoros escondidos que le traían a su jefe.
En una ocasión ayudó a los pescadores del puerto a levantar y sujetar una polea que se había averiado con el peso de las redes. Para maravilla de los pescadores, el muchacho pudo rescatar una gran parte de su pesca aquel día. A cambio le regalaron una reja de camarones para su familia.
Unos cuántos desde entonces le decían "el gran Elliot" (por su altura y corpulencia), otros le nombraban "Elliot el bárbaro" (por su crudeza al desmembrar animales y beber cerveza de un solo trago). Algunas chicas afortunadas le llamaban secretamente "Elliot el semental". Esto último no estaba cien por ciento confirmado pero Elliot sospechaba que lo decían cuando las escuchaba murmurar a su lado.
—Je, pero si es el maldito Elliot pito chico —se burló, un bandolero mezquino que siempre la traía en contra del muchacho.
—Pero si es Cazil, el destroza perras que tiene por amigos.
—Ja, amo cuando pretendes hacer insultos que no son insultos y te logras hundir tu solo—el rufián se acomodó el parche de su ojo en el otro. Ambos estaban en perfectas condiciones, solo le gustaba pretender que era un "auténtico pirata" de la vieja escuela.
—¿Eso es todo? —se preguntó extrañado el joven. Que revisó de nuevo la lista de cosas que deberían de desembarcar los piratas.
—Je, así es. —mascaba una rama de alfalfa entre sus dientes de oro —Es todo lo que encontramos en la última expedición. No había más.
Mentía. Era lo más seguro. Era obvio que se habían quedado con los objetos que hurtaron pero no lo iban a confesar ni aunque les pusieran un florete en el cogote.
—Eso no puede ser. Claramente el jefe les dijo que siguieran al pie de la letra la lista —señaló agitando la copia de la lista que tenía en su mano —Era urgente. El cliente que lo encargó no nos va a esperar más de dos semanas.
Cazil se encogió de hombros. Sus demás ayudantes terminaron de colocar las cajas de madera con el contenido robado al otro lado del muelle.
—Pero claro ¿Con quién pienso que estoy tratando? Un puñado de inútiles que ni saben leer las instrucciones que se les da.
—Hey, hey, cabeza de carbón. Más respeto a tus mayores —lo señaló con una uña larga —Te recuerdo que por nosotros tú y tu jefe comen y se pueden dar el lujo de ver y tocar en los burdeles. Así que bajale de huevos o si no...
—¿O si no qué, Cazil? —el jefe había llegado con más de sus hombres para llevarse la mercancía —sabes, estoy pensando seriamente en despedirte e irme a contratar a un puñado de mercenarios aptos para las misiones.
—Ja, oh vamos Olivander. Solo bromeaba —se golpea el pecho y viene al encuentro de su viejo amigo. Lo toma de los hombros —Lo que sucedió es que no estaba lo que nos has pedido. El idiota que tenía su propiedad infestada de joyas y demás tesoros se esfumó en sus barcos hace unos meses. Se llevó todo consigo. Ni las cortinas dejó, el astuto. No pudimos seguirle el rastro. Eso fue todo.
—Bueno, ahí sí que no podemos hacer nada. Supongo que tendremos que decirle al cliente que el encargo de sus pinturas no se pudo concretar.
—Tú si me comprendes, amigo querido. —miró de reojo a Elliot —Vamos invítame un trago en la taberna del Diablo. Quiero beber algo y contarte de un negocio nuevo que se me ocurrió en el camino.
—¿Incluye mujeres? —preguntó con fingida emoción el jefe. A lo que los dos respondieron con una carcajada suelta.
La discusión de sus negocios iban a terminar hasta el otro día y de preferencia con varias señoritas a su alrededor y los restos de botellas de licor derramadas en el suelo.
Elliot los vio marcharse y negó. Se aseguró que los hombres de su jefe se llevaran las cosas con sumo cuidado y que luego fueran bien envueltas, protegidas y resguardadas en el sótano.
Más tarde, en plena madrugada. El sonido de la campana del local tintineo y Elliot alzó la vista de la lista que comenzaba a tachar y repasar con algunos pedidos que debería de entregar más tarde.
Era ella, de nuevo. Llevaba la misma vestimenta de la anterior ocasión.
—¿En qué le puedo ayudar, Lady Anne Lise? —se le salió hablar en voz alta, revelando la identidad de la mujer bajo la capa verde y las máscara... Esta vez parecía hecha de otro material. Elliot no supo distinguirlo o siquiera nombrarlo.
Ella dio un gruñido y se bajó la capucha que la cubría.
—A usted no le han dicho que no se debe de mencionar el nombre de sus clientes en voz alta ¿Me equivoco?
—Oh, claro. No se equivoca pero me pareció descortés no llamarla por su nombre. Además el título de Lady es muy distinguido por estos lugares. Por cierto me ha dejado con la incertidumbre de algo sobre usted.
Elliot baja su voz hasta dar el tono de un susurro en la última frase. Rodeando el mostrador, se pone frente a Lady Anne Lise. Ella lo mira sorprendida con esos ojos grises abriéndose con sorpresa. Ella era tan solo, de cerca, unos centímetros más baja, Elliot tragó saliva para inclinarse un poco a su altura.
—¿Por qué lleva siempre una máscara? ¿Qué le ocurrió?
El sonrojo del cuello de Lady Anne Lise surgió de inmediato y se llevó una mano ahí, antes de propinarle un tremendo bofetón en la mejilla. El sonido rebotó por las paredes.
—Uy, aquí hay una ofendida —la observó con picardía en la sonrisa y sin pensarlo la estrechó contra su cuerpo. Con una mano apresurada y tosca le intentó arrancar la máscara de la cara. Logrando desprender al fin y mirando la cruda verdad.
Lady Anne Lise, fue lastimada. A Elliot se le apretó el corazón y la furia se le subió a la cabeza.
¿Quién carajos lastimaba de esa forma a una mujer? ¿Qué hijo de perra necesitaba morir en ese instante aplastado por el gran Elliot?
Ella le arrebató la máscara de la mano y lo volvió a colocar en su rostro pero el listón que lo hacía quedarse en su lugar fue cortado. Así que tuvo que detenerla con una mano.
—Necesito otro encargo. Llame a su jefe —espeto con furia.
Elliot se quedó viendo aún sorprendido. Negó y con repentina vergüenza por lo que había hecho, sacó un libro, pluma y abrió el tintero que usaban para registrar los pedidos. Escribió con caligrafía imperfecta las siglas de la mujer.
—¿No escuchó? ¿Está sordo? Vaya por su jefe.
— Él no está. Yo tomaré su pedido —al fin se atrevió a volverla a ver a los ojos, notó que estaban enrojecidos. Se golpeó mentalmente por haberse comportado como un imbécil.
Ella torció sus labios en una mueca de molestia y algo más... ¿Incomodidad?
—Necesito un frasco de tinta verde de Scheele. No lo he podido conseguir en esta pequeña ciudad y lo requiero.
—¿Pintura? ¿Hará una obra de arte con ese verde? ¿Por qué no la puede hacer a través de las hojas de los árboles?
—¿No le han dicho que es usted muy entrometido?
—No ¿Y a usted no le han dicho que si se quita la máscara seguiría siendo la mujer más horrenda que hayan visto alguna vez?
Lady Anne Lise abrió la boca para protestar por la ofensa tan descarada que Elliot le había dicho. Pero en lugar de molestarse o propinarle otra bofetada solo agregó:
—Dos semanas, lo que resta del pago se lo daré cuando lo consigan —aventó al mostrador un par de monedas, se dio media vuelta dispuesta para irse con la cabeza en alto.
Elliot se rió y la miró marcharse. Se mordió el labio, pensando en la decisión que estaba a punto de tomar y corrió a buscarla. Iba a mitad del callejón cuando él la tomó del brazo, ella gritó y lo golpeó muy fuerte con su pequeño bolso. Su máscara blanca había caído al suelo, llenándose de ceniza.
—¡Suélteme! —por más que gritara era obvio que nadie en ese lugar le interesaba si estaba en problemas.
El lema de los barrios bajos de Riu Baix era "si no es contra mí, mejor no meterse". Nadie te podía cuidar las espaldas en aquel lugar. No había lealtad o amistades sinceras, eso Elliot lo supo desde el principio que se metió en ese mundo.
—Tranquila —la inmovilizó de las muñecas pegando su espalda contra la pared— sé hacer la mezcla para ese color que necesita. Sería más barato que ir hasta Pomerania para extraer la receta secreta.
Ella pasó de verlo con furia a suavizar sus rasgos. Elliot notó de cerca la quemadura que rodeaba sus pómulos y entrecejo. Parecía como si algo o alguien hubiera derramado aceite en su rostro y prendido fuego. El estómago se le revolvió nuevamente de furia en contra de los que le hicieron esa crueldad.
—¿Lo dice en serio? —sus ojos estaban emocionados, lo veían como jamás nadie lo hubiera visto. Con sonrisa proveniente de otro lugar dentro de ella. Él se sintió de pronto cohibido ante Lady Anne Lise.
—Así es —al fin la soltó y se alejó de ella— solo me tomarán un par de días.
—¿Cuánto sería el costo?
La vio buscar en su bolso más monedas, él rió con incredulidad. No podía ser que ella fuera ese tipo de persona que derrochaba el dinero como si saliera de los árboles. ¿De quién era hija? ¿De un sargento, de un príncipe, quizás de un millonario extranjero? Qué más daba, para Elliot era igual que las demás chicas de clase alta.
—No se preocupe, sería gratis. No tiene que pagarme nada —levantó del suelo la máscara de Lady Anne Lise, lo sacudió un poco y se la entregó.
Se dio media vuelta y volvió al local. Ella le gritó a sus espaldas: —¡Lo trae a mi casa a más tardar en tres días!
Era una descarada, pensó con una sonrisa apareciendo en sus labios.
—Lo llevaré cuando lo tenga listo —alzó su mano a forma de despedida sin girarse a verle la cara. Estaba casi seguro que tendría la boca abierta, dispuesta a contradecirlo.
Lady Anne Lise sujetó con fuerza su máscara de madera blanca, se puso la capucha de su capa verde y montó el carruaje que la esperaba unas calles arriba.
No tenía de otra más que sentarse a esperar. El pez había observado su bote. Ella odiaba esperar que mordieran el anzuelo. Eso iba a ser un martirio para ella.
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