Nunca fuimos a otro lugar que no fuera abajo

2002
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Bucky Barnes ha caído en desgracia, de nuevo. Tal vez ya esté acostumbrado, pero esta vez ha dicho "voy a cambiar, es en serio"…de nuevo. Y sí, tal vez ya debería estar acostumbrado.

"Helmut, te extraño. Te amo con todo mi corazón, por favor vuelve conmigo. Sé que haces que salga de mi cabeza, pero simplemente no puedo dejar de pensarte. Amo todo de tí, cómo caminas, cómo hablas, todos tus huesitos. Vuelve"

Así reza la nota que dejó en el Daily Express, el periódico de tabloides que Helmut Zemo adquiere todas las mañanas. Y es que Bucky no ha encontrado otra forma de comunicarse con él, porque prácticamente los han alejado irrevocablemente.

Sus vidas no son compatibles. Al menos hoy ya no. No puede y no debe.

Bucky conoció a Helmut en la fiesta de cumpleaños número 20 de éste y debió ser algo muy grande. Sí, porque Helmut provenía de la más llamativa aristocracia europea. Era famoso sólo por eso y por andar de codo a codo con las mayores celebridades del momento. Era hijo del magnate de los automóviles alemanes, Heinrich Zemo, y no podría ocupar mejor privilegio que el hasta tener incluso un título de nobleza. Era Barón.

Y por supuesto, rodeado de libertinaje debía llegar algún día de esos Bucky Barnes, con su banda y su caja de zapatos llena de cualquier tipo de drogas. La mitad de los invitados en la fiesta de Helmut estaban tras de Bucky pidiéndole drogas y la otra mitad estaba tratando de echarlo de ahí. Como sea, Bucky era tan loco y poeta que bien podía librarse de todo fácilmente con sólo cantar las canciones que había escrito en servilletas de moteles y restaurantes al paso luego de alguna inmemorable resaca.

Y esa noche, ambos conectaron. Es que fue amor a primera vista.

Helmut se acercó a la ventana donde un despreocupado Bucky estaba sentado fumando algo de sus maravillosos narcóticos. Ambos se vieron a la distancia de un metro y de pronto, comenzaron a sentir algo bueno en la boca del estómago, algo cálido y revoloteante, algo que provocaba que sus miradas jamás quisieran apartarse.

"Ese…" pensó de entonces Bucky, en medio de su ensoñación "es el tipo más bonito que jamás haya visto en mi vida" y dejó escapar algo de humo "definitivamente parece salido de uno de mis sueños".

Helmut sólo pudo sonreír de lado con cierta picardía al ver a Bucky allí, tan desastroso y absolutamente genial. Era magnético como un verdadero peligro.

— ¿Qué tienes ahí? —le preguntó Helmut cuando finalmente se hubo acercado a Bucky.

— ¿Quieres un poco? —le ofreció Bucky tratando de sonar estúpidamente amable— ¿Ya probaste esto? Mira…

— ¿Puedo? —le señaló Helmut su pipa.

— ¿Esto? Es crack —casi sonrió Bucky haciendo gala de sus seductoras comisuras— Ten.

Y se quitó la pipa de la boca para dársela a Helmut. Vió cómo ésta se delizaba entre los delgados y sonrosados labios de aquel jovencito. Claro, Bucky tenía 24 pero ya a esa edad, y después de todo lo que había atravesado en su vida, veía todo como alguien demasiado viejo. Había crecido lastimosamente muy rápido.

— Bucky —se presentó—, mi nombre, bueno llámame así. Toqué… ¿Me viste? Toco la guitarra en…

— Sí, te ví, fue genial —contestó Helmut con indiferencia. 

— Yo escribo las canciones también —susurró Bucky tratando de sonar interesante y no tan patético cómo se sentía.

— ¿De verdad? —lo analizó Helmut tratando de sonar muy astuto y no tan arrogante como se sentía— Genial, lo de los timbales en el subconsciente, esa frase me llamó la atención. Soy Helmut, el anfitrión

— Imposible, joder —rió Bucky, y de alguna forma esa risa fue muy buena para Helmut.

— Todos me conocen.

— Yo no, es decir, soy una mierda de desastre, ni siquiera sé cómo llegué aquí —Bucky dejó se sonreír para detenerse a contemplar a Helmut.

Vió los lunares adorables de Helmut en su pristina piel y sus pequeños ojos astutos…

— ¿Pasa algo? —rió Helmut nervioso y sin poder evitar ruborizarse.

— Sabes, Helmut, creo que honestamente eres muy lindo.

— Oye —se detuvo Helmut tratando de no hacerle un contacto visual sin dejar de sonreír—, acaso estás… ¿Estás tratando de seducirme?

— ¿Podría?

Helmut dejó de reír entonces. Esto realmente estaba pasando.

— Bueno, yo… —levantó la vista casi dudando— creo que tus ojos…Son los más… hermosos que he visto.

— ¿Me prestas mi pipa? —sonrió Bucky solamente.

No pudieron despegarse el resto de la fiesta, y hay que saber que esta terminó durando todo el fin de semana. 

En algún momento, Bucky, bajo alguna de las escaleras, mientras ya nadie reparaba tanto en ellos, comenzó a tirar infantilmente de los mechones del cabello de Helmut.

— Oye, déjame —le regañó entre risas Helmut.

Bucky acercó su nariz a la mejilla de Helmut y aspiró suave pero necesitadamente el aroma de su piel.

— Qué haces, James… ¿Ese es tu nombre, cierto?

— Llámame cómo se te antoje —le respondió Bucky aprisionandolo entre sus brazos contra la pared—. Hey, tú en serio me gustas.

— ¿Lo dices… así tan en serio?—casi susurró Helmut mirando esos ojos, perdiéndose en ellos.

— Ajá… —sonrió Bucky tontamente. Entonces acercó de nuevo su rostro al de Helmut y recorrió cariñosamente el contorno de éste con su nariz.

Helmut sintió que su respiración iba fallando, y no era precisamente por todo lo que había consumido esa noche, era algo más que estrujaba placenteramente su interior.

Bucky terminó su recorrido devoto con un beso suave en la quijada de Helmut, y luego otro beso en su mejilla, y otro más en la comisura de sus labios. Allí suspiró. Era todo.

Helmut deslizó sus manos hasta tomar el rostro de Bucky entre sus manos y después de verlo una más, dejó caer sus manos para abrazar el cuello de Bucky. Así, lo atrajo hacia sí y guió esos labios encarnados directamente a los suyos. 

Un beso tranquilo, húmedo y cálido, que iba ascendiendo a un ritmo constante y anhelante. 

Y siguieron riéndose, y siguieron probando las drogas de Bucky, y cantando todas sus metafóricas canciones. Se lanzaron a la piscina aún vestidos y casi se ahogan. Luego corrieron por el parque como desquiciados esparciendo cotillones por todos los rincones. Se dejaron conducir, gritando como locos desde las ventanas, en el asiento trasero de un automóvil mientras éste hacía círculos estrepitosos en el pavimento. Y se treparon por un muro para llegar de alguna forma a la habitación de servicio, donde Helmut empujó a Bucky contra la cama y se arrastró sobre él hasta que sus ojos se encontraron otra vez.

— Me gusta —sonrió Bucky totalmente en lo alto.

— Qué, qué te gusta.

— Todo, completamente todo, y en especial tú, tú así… —le dijo Bucky acariciando sus brazos con cierta ansiedad. Un deseo palpable.

Helmut lo miró un instante antes de hundir su cabeza en el cuello de Bucky para besarlo intensamente.

— Oh, cielos… —gimió Bucky como un cachorrito necesitado.

— ¿Qué dices, cariño? —le inquirió Helmut al oído— Si no me dices qué es lo que quieres no puedo hacer nada.

— A tí, te quiero, te necesito —jadeó Bucky suplicante—. Por favor, Helmut, te necesito…

Helmut presionó sus caderas contra las de Bucky buscando ese contacto necesitado y siguió besándolo insasiablemente.

— Sí, quiero, lo quiero, lo quiero todo —siguió rezando Bucky tomando la cabeza de Helmut para recibir todos sus besos.

Y todo era todo.

Esa semana, Bucky raptó a Helmut de su mansión y se lo llevó de incógnito por toda la ciudad.

Cuando algún paparazzi se ineteponia en su camino lo hacía a un lado de un empujón y corría al lado de Helmut; entonces, dejaba que éste lo abrazara por la cintura tratando de protegerlo de todas esas cámaras.

Y lo llevaba a muchas fiestas también. Todas esa locura excesiva en cualquier lugar, tal vez en el apartamento de alguno de sus amigos. Se emborrachaban y drogaban hasta perder la noción de las cosas. Hasta que a la mañana siguiente el Daily Express salía con una fotografía de Helmut rodeado del brazo de Bucky envueltos en un desastre confidencial.

Cubiertos de barro, de pies a cabeza, volvían de algún festival a las afueras de la ciudad. Bucky fumaba marihuana y Helmut estaba hasta el límite en todo. Alguna vez perdieron el auto en una colina y tuvieron que caminar kilómetros en la oscuridad para llegar a una fiesta de los amigos de Helmut.

Su padre ya no lo soportaba más. Heinrich Zemo sabía que Bucky Barnes era un lastre en la vida de su hijo pero sabía también que cada vez que los intentaba alejar se daban modos para encontrarse de nuevo.

A veces Bucky sólo necesitaba una llamada, una llamada de Helmut, y entonces salía corriendo hasta él. Él chasqueba los dedos y tenía a Bucky en cualquier parte y a cualquier hora.

— Haste un tatuaje con mis iniciales—le pidió Bucky un día en medio de acalorados besos.

— ¿Qué? —jadeó Helmut con una sonrisa sobre sus labios.

— Yo me haré uno con tus iniciales.

— ¿Sabías que hacer eso es de mala suerte en la relación?

— No es cierto —sonrió Bucky—. Vamos, o… ¿No es real todo esto?

— Lo es —le dijo Helmut acariciando su cabello—. Yo... no soy alguien inconstante; me casaré contigo, lo sé.

Y Bucky sonrió incontrolablemente. Era aquello lo más hermoso que había escuchado en su vida. Era Helmut lo más increíble que le había sucedido en la vida. Nunca lo dejaría ir.

Y se hicieron tatuajes con las iniciales del otro, y se comprometieron cuando Bucky gastó todas sus ganancias de esos meses en un costoso anillo para Helmut. Y siguieron viviendo al límite, entre líneas y líneas, entre tragos y tragos, entre luces brillantes y un descontrol cíclico.

Las fotos bochornosas de Helmut en una de sus noches de excesos junto a Bucky hicieron que lo rechazaran de la Universidad a la que postulaba. Había salido a los ojos del mundo como un completo drogadicto, inhalando líneas de cocaína en frente del ojo público. En una portada del Daily Express lo titularon de cocainómano.

Su padre lo envió a una clínica de rehabilitación luego de presenciar sus sollozos avergonzados. Supuestamente entonces su romance con Bucky Barnes había terminado.

Sin embargo, aún en rehabilitación, Helmut y Bucky siguieron en contacto. De buena manera, Helmut le pidió a Bucky que él también se rehabilitara de sus adicciones para que así pudieran estar juntos y tranquilos al salir y superar todo. Bucky se lo prometió sin estar realmente seguro de ello, y llegado el momento nada de eso funcionó.

La rehabilitación de Bucky nunca funcionó porque siempre traía drogas de contrabando o se salía antes de tiempo. Y aún así, siguió viendo a Helmut de vez en cuando.

Pero la relación que tenían ya no era como antes. Ahora Helmut se preocupaba más por su carrera y por su reputación. Aún trataba de complacer a Bucky acompañándolo a las presentaciones de su banda en los festivales, en los clubes y en algunas reuniones posteriores pero siempre había un sabor amargo al final de todo.

Qué hicimos Helmut, este mundo es muy cruel para nosotros. Eres maravilloso. No dejes estas manchas en mis ojos.

Y Bucky sólo podía escribirle canciones.

Sus mundos ya no eran compatibles.

Y pronto comenzaron las discusiones y luego las peleas. Nunca hubo un momento exacto, o Bucky no lo reconoció, pero tal vez prefirió guardar el dolor que sentía en momentos en los que el rostro de Helmut se tornaba pálido y lo veía… Era como si después de mucho tiempo, finalmente, pudiera verlo tal cual era… Tal cual eran. Era esa la realidad.

Y entonces Helmut se molestaba porque no podía lidiar con las consecuencias de las adicciones de Bucky. A éste lo habían arrestado ya varias veces, incluso tres veces en un día; era protagonista de escandalos públicos que al final terminaban vinculandose al nombre del hijo de la socialite germana:
Bucky Barnes, novio de Helmut Zemo, fue arrestado ayer por… Fue encontrado con… 

Y Bucky no supo el momento exacto. Tal vez fue cuando Helmut comenzó a romper sus guitarras. Tal vez fue cuando le prendió fuego al osito de peluche "Bobo Bear" que Bucky una vez le había regalado. Tal vez…

Un día simplemente ya no contestó las llamadas, Bucky quiso acercarse a su casa pero los guardias lo echaron. Quiso mandar todos los mensajes del mundo para que volviera.

Y así fue como Bucky terminó publicando esa nota en el Daily Express; esperando a que Helmut, al leerla, supiera que los días de verano eran cada vez más horribles desde que su magia se desvaneció, y que aún luchaba todas las noches —bañado en el sudor y en el remordimiento de todas las cosas vergonzosas que había hecho— mirando la luna cruel  sin saber cómo lidiar con todas sus adicciones, con toda esa desesperación dentro suyo.

Y tal vez… En alguna parte Helmut… 

— ¿Aún tienes el tatuaje? —consultaba Bucky con los ojos vidriosos a la nada nocturna— ¿Aún conservas el anillo…?

Nunca, nunca, por siempre. Y si pudiera ser que el tiempo en verdad hace su magia...Tal vez... Tal vez.

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