La linda y el discapacitado
¿Qué tan rápido puede pensar una persona mientras va en un ascensor?
El ascensor descendía tan despacio que parecía que en cualquier momento se iba a trancar a mitad de camino. Como esas películas de terror predecibles donde muere primero la chica linda y luego el tipo en silla de ruedas. Casualmente en esta historia existen los dos personajes, pero no se trata de un cuento de terror. Más bien es una paradoja.
El hombre mira de reojo a la mujer guapa, ella le devuelve la mirada al disimulo.
"¡Qué momento incómodo!", piensa ella.
"Qué buena que está", piensa él.
Dos personas que viven en mundos diferentes pero que, de alguna manera, están conectados por el mismo sentimiento: quieren ser tratados como a todos los demás.
Se nota que ella está molesta, tiene el entrecejo fruncido y los brazos cruzados sobre el pecho.
Él la sigue mirando de reojo, pero trata de que no se note para no incomodarla.
"De seguro ni siquiera se fijaría en mí", piensa él.
"De seguro me está mirando", piensa ella.
De repente la figura de reloj de arena de ella pasa a segundo plano. Él comienza a preguntarle qué será eso que la tiene tan molesta. Ella por su parte se pregunta qué será eso que a los hombres les gusta tanto.
"Tal vez si no estuviera en silla de ruedas me miraría", piensa él.
"Seguramente si fuera fea no me miraría", piensa ella.
El ascensor sigue bajando y los segundos parecen eternos. Mientras tanto, en la mente de estos dos individuos una historia similar se está cociendo.
El hombre en silla de ruedas deja de mirarla luego de caer en cuenta de su situación; no se enojó con ella, se enojó con la vida.
"Siempre es lo mismo, la gente siente lástima de mí y es amable conmigo porque soy discapacitado", piensa él.
"Siempre es lo mismo, los tipos son amables conmigo porque quieren ver si tienen alguna chance de acostarse conmigo", piensa ella.
Ahora los dos estaban molestos por motivos distintos, pero llegaron a la misma conclusión:
"Quisiera que me trataran como a una persona normal".
Y "ping" del ascensor les indicó a los dos que por fin habían llegado. Casualmente iban al mismo piso.
Ella por fin se dignó a girar la cabeza para mirarlo, y fue ahí cuando se vieron frente a frente por primera vez.
-Adelante, señorita-dijo él, en tono exageradamente amable.
-No, no, por favor, pase usted primero.
Y ahí estaba de nuevo. La lástima por un lado y el coqueteo camuflado por otro. La prueba irrefutable de que los dos hacían una y otra vez lo que tanto odiaban, lo que los hacía sentirse diferentes al resto, pero en realidad los hacía iguales a todos los demás.
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