El susto del perdón

Un día Lucía se despertó y encontró que su casa estaba toda revuelta. Sin pensarlo, tomó el teléfono y empezó a marcar el número de la policía. Las teclas sonaban lentamente, se escuchaban una por una, la respiración de ella era más fuerte. De pronto, se hizo un silencio, giró su cabeza y se dio cuenta que lo que se encontraba allí la estaba observando. Quedó petrificada, dejo de presionar los números, volvió a girar su cabeza porque escuchó el sonido del teléfono, el cual demostraba que la estaban llamando, sin dudar contestó rápido.

―¿Hola? ―dijo nerviosa―. ¿Quién habla?

Lo que estaba en la casa se acercó, Lucía decidió no girarse, una mano se apoyó sobre su hombro. Ella temblaba, del otro lado del teléfono se escuchó.

―No tengas miedo ―expresó una voz con un tono serio―. Soy yo.

Lucía esta vez tomo valor, volteó su cabeza para ver quién era y descubrió quien tenía la mano en su hombro.

Era su novio.

Sonriendo la miró diciendo con el teléfono.

―¡Bu! Te asusté.

Ella enojada corta el teléfono, le saca la mano, se va a su habitación y cierra la puerta muy fuerte.

Gonzalo, así se llamaba el novio, se sintió culpable y le pidió disculpas toda la tarde, pero ella no lo perdonaba, él se tuvo que resignar e irse. Tomándose el colectivo, llegó bastante rápido a su casa, tomó un café y quedó pensativo.

―¡Por dios! Qué estúpido fui.

Miró a la ventana y hubo un silencio indescriptible, no podía soportar que ella esté enojada con él, era un puñal en su corazón el cual no lo dejaba en paz.

Al día siguiente, se levantó muy cansado, no pudo dormir nada, tuvo que aceptar todo y seguir con su vida. Desayunó, se lavó la cara, los dientes y se fue directo al trabajo.

Mientras, Lucía se dirigía al colectivo para ir a sus clases de piano, pero antes de llegar a la parada, frenó un momento y miró al cielo. Cambió de opinión cruzando la calle y tomó otro colectivo. Al bajar, llegó a un edificio muy grande y alto, esperó unos momentos luego suspiró, tomando el ascensor abrió una puerta. Caminó por todo un pasillo bien largo, pero cuando casi estuvo a punto de llegar a la oficina de su amado, se detuvo dudando de esta acción. Miró fijamente la manija, la presionó un instaste, abrió un poco y escuchó su voz.

Gonzalo que estaba con un cliente, no le importó nada y se levantó rápido al saber que era ella. Abrió lo que le faltaba a la puerta para que Lucía pasara, la abrazó fuertemente y los dos juntos se dijeron perdón.

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