UN DÍA DE CAZA
Era temprano por la mañana, y los primeros rayos de sol iluminaban el paisaje. Los matorrales se mecían con el suave viento, y los pájaros entonaban sus cantos vespertinos. Avancé con cuidado, sin hacer mucho ruido por entre la maleza. Era mi día, yo lo sabía. Me había levantado temprano para capturar a ese ejemplar sin igual, un ser esquivo. Miré otra vez mi dispositivo móvil, cada vez estaba más cerca.
Llegué a unos zarzales con unas espinas muy largas. No podía pasar sin herirme, y mi presa se encontraba al otro lado. ¿Qué hacer? ¿Rendirme? Jamás, me dije. Miré a mi entorno y con mi mano libre agarré un palo, con el palo aparté las zarzas y avancé. Ningún obstáculo podría conmigo.
Seguí avanzando hasta llegar a un río y mi móvil detectó otras presas, pero ya las había capturado en su día. No me interesaban, yo quería al esquivo y magnifico ejemplar.
Seguí caminando por el monte cerca de una hora y entonces apareció, ahí lo tenía frente a mis ojos. Mi corazón palpitaba, de tal forma que pensé que se me iba a salir del pecho. Solo tenía que capturarlo y estaba listo para ello.
Me disponía a capturarlo con mi mano temblando de la emoción cuando oí algo a mi espalda. Una especie de gruñido. Me di la vuelta y frente a mis ojos pude ver a un jabalí con la cabeza agachada enseñándome sus grandes colmillos.
Intenté correr, pero el jabalí fue mucho más rápido. De un cabezazo me tiró al suelo y yo caí rodando hasta llegar a una huerta con lechugas sembradas.
El jabalí no estaba conforme y aun quería seguir rematándome. Arremetió de nuevo contra mí y esta vez uno de sus colmillos me hirió la pierna izquierda.
En ese momento se oyó un disparo de escopeta, y el jabalí huyó al oírlo. Sin tiempo que perder volví a coger mi móvil, que por suerte no estaba dañado. El ejemplar seguía ahí, no perdía tiempo y lo capturé. Por fin era mío. Valía la pena el susto, el dolor y la sangre.
Una voz sonó a mis espaldas:
- ¡¿Pero tú estás tonto o qué pata liebre?! Te has metio en una zona de cría de jabalís, si no hubiera estao cerca estarías criando malvas.
Era un hombre mayor, con pelo canoso y arrugas. Él no podía entender mi empeño. Me ayudó a levantarme y me llevó a una caseta donde curó mi herida. Mientras seguía regañándome. Pero a mí sólo me importaba una cosa, era feliz. Tras mucho tiempo tras él, ¡por fin había capturado un Pikachu!
MORALEJA: Jugad al Pokemon go con cabeza y moderación. Aunque sea adictivo y muy bueno, sigue siendo un juego.
FIN
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