LA SOMBRA SIN HUMANO

En este mundo todo tiene sombra, desde el objeto más pequeño hasta un enorme rascacielos. Toda la gente camina pegada a su sombra. La sombra más interesante es la de los humanos. Sólo los humanos poseen una tan particular. Una sombra pensante. Sí, todo el mundo cree que las sombras que poseen son sólo imágenes suyas proyectadas por la luz. Pero esto no es así, las sombras tienen su propio mundo paralelo al nuestro. Estas sombras se llaman así mismas las impalpables. Estamos atados a ellas y ellas a nosotros. Nosotros somos sombras en su mundo ellas son sombras en el nuestro. Poca gente sabe que si una sombra muere también muere el humano que la posee y viceversa.

Pero en el mundo de las sombras sucedió algo increíble, había una sombra que no tenía un humano correspondiente. A pesar de no tener humano seguía viviendo como una sombra errante. Era una sombra solitaria. En la sociedad de los impalpables era rechazado y considerado como lo más bajo de la sociedad. Esto provocaba en él un profundo odio, pero no hacia su sociedad, sino hacia los humanos ya que, si no existieran, las sombras no tendrían que estar atados a ellos y por lo tanto serían igual que él y no lo discriminarían.

La historia de esta sombra y de lo que llegó a hacer se cuenta en ambos mundos, una historia de venganza y revolución. La sombra sin humano se llamaba Deidac. Nuestra historia comienza una fría mañana de diciembre. En el mundo de los humanos todos se apresuraban en comprar los regalos de navidad, los centros comerciales estaban abarrotados, había atascos en las carreteras y la gran mayoría se desplazaba para celebrar la navidad con sus familias. En el mundo se respiraba un aire de esperanza, amor y solidaridad. Mientras en el mundo de las sombras, todos iban igual de ajetreados. Los impalpables no creían en la avidad, pero la celebraban de una manera indirecta ya que tenían que estar las 24 horas del día pegados a sus humanos. Podrían separarse es cierto, pero los impalpables eran muy precavidos y preferían quedarse unidos a los humanos para protegerles, ya que si los humanos morían ellas también lo harían. Eran los ángeles de la guarda de los humanos por así decirlo.

El mundo de los impalpables tenía una tenue iluminación, casi anaranjada como si estuvieran en un crepúsculo constante, a las sombras esta iluminación les encantaba, incluso a Deidac que siempre opinaba de distinta manera que sus congéneres. Mientras las sombras vagaban de un sitio a otro protegiendo a sus humanos Deidac los observaba desde un árbol rugoso torcido por el paso de los años. Era también donde vivía, nadie se acercaba allí ya que todos tenían miedo de él. Según ellos una sombra que no tuviera a quien proteger era como un demonio despreciable, un vago. Lo que no sabían los impalpables es que con su actitud de desprecio a Deidac lo habían convertido en lo que ellos temían. Deidac no soportaba ver a las sombras ir de un sitio a otras ligadas a los humanos. Ya estaba harto de esa maldita costumbre de los humanos de la , era la fecha del año más peligrosa para las sombras. ¿Por qué no podían las sombras ir dónde quisieran? ¿Ser libres? Y todo por esa maldita costumbre de la Navidad, siempre lo mismo, fiesta y más fiesta que provocaban muertes y más muertes. Los humanos se comportaban como no eran, para quedar bien según Deidac. La sombra apretó los puños, ya tenía un plan pensado, había vivido toda la vida viendo como los despreciaban por culpa de los humanos. Bajó de un salto de su árbol rugoso y fue, sin pensarlo, a la plaza del medio de la ciudad. Sin dudarlo se subió al edificio más alto que encontró, desde allí gritó a sus congéneres:

- ¡Imbéciles! ¡Queréis dejad de hacer el idiota!

- ¡Cállate Deidac! ¡Déjanos en paz y vete a tu maldito árbol!-le gritó una sombra que pasaba cerca de allí.

- ¡Dejadme vosotros! He descubierto la manera de liberaros de los humanos. Sólo necesito vuestra ayuda.

- ¿Quieres matarnos a todos? ¡Si nos separas de los humanos moriremos! - gritó otra sombra.

Deidac lo miró fijamente, pero no dijo nada. De repente la sombra empezó a gritar de dolor y desapareció. Deidac asustado saltó desde el edificio y cayó al suelo. No quedaba ni rastro de la sombra. ¿Qué había pasado? ¿Había sido él? Imposible, él no había hecho nada. Lo que no sabía Deidac es que el humano de la sombra que acaba de morir se había atragantado con un trozo demasiado grande de pollo relleno. Las sombras rodearon a Deidac gritándole:

- ¡Qué has hecho!

- Siempre te hemos aguantado, pero ahora has sobrepasado el límite.

- ¡Yo no he hecho nada murió de repente! -gritó Deidac enojado.

- No tú le distrajiste de su función. -gritaron las sombras al unísono.

- ¿Qué? Habéis perdido el juicio.

- El que ha perdido el juicio eres tú, maldito. Siempre pensando en tus ideas maquiavélicas...

- ¡Os tendré que matar a todos para hacer desaparecer a los humanos! -gritó Deidac encolerizado.

- ¡Harás todo por conseguir tu fin! -gritaron otra vez las sombras.

- ¡El fin justifica los medios! -volvió a gritar la sombra sin humano enojado.

- Has sobrepasado el límite. Serás condenado a vivir con los que más odias. Los humanos. - dijo una sombra muy anciana.

- ¡Si hacemos eso matará a todos los humanos! -gritaron algunas sombras.

- No, el sol le quemará, y morirá extinguido. -declaró la sombra anciana.

Deidac no podía creerlo, las sombras estaban actuando por sí mismas, para matarle, eso sí, pero por si mismas. Habían dejado por un momento sus obligaciones y todos le rodeaban. Por una parte, estaba orgulloso y por otra furioso, ya que lo iban a matar injustamente. De repente sintió un fuerte golpe en el cuello. Todo se volvió más oscuro que su propia piel y carne. Cuando abrió los ojos una luz brillante lo cegó y casi no podía ver, la piel le ardía y a la vez sentía un frío espeluznante. Iba a morir, sus ideas revolucionarías y vivir apartado de su especie al final le había salido caro. Pero le daba igual, lo hubiera hecho otra vez, le reconfortaba la idea de haber podido hacer pensar un poco a las sombras. Estaba tirado en el suelo, muriendo en el mundo de los humanos. De repente una mano caliente lo tocó:

- ¡Se ha despertado! ¡El juguete ochcuro!

- ¿Qué? -suspiró Deidac

Era un niño el que lo tocaba con sus manitas. Estaba harapiento y escuálido, le apretaba fuertemente la cara.

- Déjame humano-murmuraba Deidac- ¿Puedes verme y tocarme cómo?

Deidac sorprendido miró al suelo. El niño no tenía sombra. ¡Era igual que él! Deidac no se lo podía creer. De repente le llegaron a la mente recuerdos lejanos, un largo letargo. Recordó que ese niño había perdido la sombra cuando estaba en coma en un hospital, sus padres habían muerto, no tenía a nadie. Deidac era la sombra de ese niño. Todo el tiempo había estado pensando en revoluciones egoístas en violencia y se había olvidado de que posiblemente habría alguien que no tenía sombra que lo necesitaba. Volvería al mundo de las sombras, protegería a ese niño, si el niño moría el también. Siempre se había reído de la Navidad, ahora comprendía su significado. ¡Qué tonto había sido! No se había dado cuenta que no estaba sólo que había alguien perdido sin su sombra. El niño lo cogió de la mano, y lo miró, tenía unos ojos azules. Deidac ya iba a volver al mundo de las sombras, en el poco tiempo que había estado en el mundo de los humanos había aprendido muchas cosas. Entre ellas el valor de la compañía, y el porqué de la Navidad. Deidac despareció. El niño iba a llorar, pero de repente miró al suelo y vio... una sombra. Su sombra, el niño murmuró:

- ¡Feliz Navidad juguetito!

Una mujer se paró en seco y miró al niño:

- ¿Qué haces aquí? ¿Estás sólo? Te llevaré a un albergue. ¡Ven!

Y así fue como Deidac encontró a su humano, comprendió el significado de la Navidad.

MORALEJA: Antes de pensar en lo solo que estás, piensa que podría haber más personas como tú.

                                                                                                                       FIN

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