HAY VIDA DESPÚES DE LA MUERTE
Se acordarán de mi, soy Kevin. Si hombre, no ha pasado tanto tiempo, el que veía muertos y que se convirtió en la muerte. Si seguro que ya se acuerdan de mi.
Continuaré con mi historia, y como en toda buena historia que se precie no podía faltar el amor. Si hasta la misma muerte puede enamorarse, aunque resulte increible.
Pasaban los meses y yo seguía guiando a las almas hacia el mas allá, abriendole el paso con mi guadaña, si para eso servía. Y un día, en un hospital conocí al amor de mi vida. Llevaba el pelo castaño recogido en una coleta, su piel era morena y tenía unos ojos castaño claro preciosos. Ella no me veía, puesto que yo estaba sosteniendo la guadaña. Se llama Lucía y estaba en el hospital porque su padre estaba muy mal. Y yo estaba allí para llevarme a su padre. Me enamoré de ella a primera vista, al verla sentada en la sala de espera. Me partió el corazón, más de lo que ya lo tenía, verla llorar cuando le dieron la noticia de que su padre había muerto de cáncer.
¿Y qué hice yo? El idiota. Fui al funeral de su padre, sin la guadaña, pero tampoco me vió. Además de haberme visto no sabría que decir. Llevaba demasiado tiempo tratando con los muertos, que ya no sabía como tratar con los vivos. No sabía que decir, ni como hablar. Y el entierro se acabó y ella se fué. Y yo me quede allí viendo como la mujer de mis sueños se marchaba. Pese a lo irónico que podía parecer no llovía, hacía un día soleado.
Y pasarón meses y no supe nada de ella. Cada vez que dormía pensaba en ella, digo cada vez y no cada noche porque uno no sabía nunca si iba a dormir de día o de noche, ser la muerte es lo que tiene. Cada vez que morfeo me acogía en sus brazos soñaba con su pelo, con sus ojos y con su piel. Me decía a mi mismo que eso no podía ser normal, no sabía nada de ella, que era una obsesión. Pero no podía quitarmela de mi mente.
Y un buen día que estaba comprando en un supermercado la vi. Bueno más bien me vio ella a mí. Me saludó por detrás:
- Hola, perdona te vi en el entierro de mi padre
¿Os imaginais mi cara de panoli? Pues seguramente fue mucho peor, ver de repente a la mujer con la que habías soñado desde hacia meses, así de repente. Respondía al cabo de unos segundos.
- Si, llevé a tu padre algunas cosas que el hospital encargaba a mi empresa, ya sabes muebles y eso.- que excusa más mala por dios- Pasé algos días hablando con él cuando iba al hospital. Era buen tipo.
Y en ese instante lloró.
- Muchas gracias. Era muy buen hombre incluso en los últimos días de enfermedad. Sucumbió al cancer pero con la cabeza bien alta.
- Escuha, no llores. Tu padre seguró que no querría verte llorando. ¿Quieres ir a tomar algo?-farfullé.
Y así fue, no se muy bien por qué estaba con la chica de mis sueños tomando una cerveza. Me contó que trabajaba de abogada, que vivía no muy lejos de allí etc. Yo le conté que era repartidor, no me parecía decirle pues soy la muerte y me llevé a tu padre. Me dio las gracias por ir al entierro de su padre, aunque no era familiar ni amigo suyo. Y nos despedimos, nos dimos nuestros respectivos números de teléfono para volver a quedar. Yo no salía de mi asombro, de la noche a la mañana el sueño se había hecho realidad. La chica que adoraba me había hablado, y ahora estaba mucho más enamorado ella.
Pasaron más meses en los que quedaba cuando podía. Iba siempre de prisas y he de admitir que utilizaba los poderes de la guadaña para llegar a tiempo a las citas. Si también tenía el poder de teleportarte, se ahorraba mucho en gasolina.
Una buena tarde, sucedió tras salir del cine, el primer beso. Y sé que direis ¿tanto tiempo para el primer beso? Eramos unos clásicos.
Salimos juntos y la cosa funcionaba bien. Salvo que no podía contarle mi secreto. Me mataba por dentro ocultárselo, pero la verdad es que la tapadera de European expréss era muy buena. Como era un simple repartidor era lógico que me mandarán a sitios recónditos y no tuviera horario fijo.
Una mañana al despertarme a su lado el ángel que hizo de mensajero cuando me dieron el trabajo se presentó ante mi. Estaba desayunando y del susto los cereales se me calleron al suelo.
- ¿No sabes llamar o qué?- pregunté con el corazón acelerado.
- Disculpa. Tenemos que hablar sobre tu oficio.- dijo con tono serio.
- Cuéntame.
- Has leído las instrucciones de tu trabajo. Sabes que el amor está prohibido.
- ¿Qué? ¿Cómo os habeis enterado?- pregunté iluso de mi.
- Lo sabemos todo.
- Ya no se para que pregunto. Pero si cumplo con mi trabajo, ¿qué más da lo que haga en mi tiempo libre?
- Si, cumples con tu trabajo. Pero, ¿qué harás cuando tengas que llevarte el alma de ella? Pasará tarde o temprano. Y tendrás que cumplir con tu deber.
Y de repente desapareció dejandome sumido en un mar de dudas.
Seguí haciendo mi trabajo, llevandome almas. Pero la situación me preocupaba. Y Lucía lo notaba. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que muriese y tuviese que llevarmela? No podría soportar la idea. Mi amor intentaba indagar que pasaba, sabía que guardaba algo. Pero aguanté. Hasta que sucedió lo peor.
A Lucía le diagnosticaron cáncer al igual que su padre. De pecho. Le dijeron que el tumor era pequeño, que se lo habían visto a tiempo. Los siguientes meses fueron horribles. Lucía luchaba contra la enfermedad, que poco a poco la iba matando. Primero perdió el pelo, su hermosa melena marrón, luego perdió el gusto por la comida y su piel morena se volvió pálida. Su humor cada vez estaba peor y peor. Tenía miedo de que muriese, de que me tocase llevarmela, y no podía soportar esa idea. Y llegó el día de la operación.
Por suerte todo salió bien. Le extirparon el tumor y fue mejorando poco a poco. Pero, ¡Oh cruel destino! En una revision vieron que tenía otro tumor en el colon. Y esta vez el asunto era grave. Volvieron a caerse sus cabellos que apenas habían empezado a crecer, y cada día que pasaba moría un poco más. Le pusieron un gotero, con el que iba por casa todo el día.
Y un día, la noticia que tanto temía llegó. El cáncer llego a metástasis y se extendió por todo el cuerpo. Era terminal.
Sin dudarlo ni un momento cuando llegué a casa, cogí mi guadaña y solicité una audiencia con el consejo los tipos de blanco que me contrataron para el trabajo.
- Nos has llamado Kevin. Y te hemos traído ante nosotros- dijo un encapuchado.
- ¡No puede morir! –Grité.
- Es el ciclo de la vida. Tu lo sabías. Te reclutamos porque a parte de que eres sensible a los espíritus tus padres y única familia están muertos. No tienes lazos, no te llevarás a un hermano, ni siquiera a un primo, porque ya están muertos. Pero decidiste compartir tu vida con una mujer, a pesar de que te lo advertimos.
- Pero, ¿y qué se supone que debo hacer? ¿Esperar a que se muera y llevarmela?
- Sí.
- ¡Pues no lo haré!
- Buscaremos a otro pues.- esta afirmación me dejó helado. Tenía que hacer algo.
- Os propongo un trato- intenté que mi voz sonase firme- Mi vida a cambio de la suya.
- No podemos hacer eso
Pensé mientras miraba a los tipos de blanco, y llegué a una solución. Mi último as de la baraja.
- ¡Qué sea ella la muerte! Así ella vivirá.
- Sí, ella vivirá. Hasta que deje de ser la muerte. Se puede hacer, pero no es fácil. A los ojos de todos haremos que muera, y le borraremos los recuerdos. No queremos que vuelva a pasar lo mismo que contigo. ¿Qué dices? ¿Prefieres que siga viva y que no te recuerde?
- Sí, si con ello consigo que viva, que no sufra sí. Lo prefiero.
- Que así sea. Nos la llevaremos mañana. ¡Ya no eres la muerte!
Y de repente volvía a estar en mi habitación.Ya no tenía la guadaña. Era por la mañana. Mi último día con ella. Intente que fuese memorable, vimos sus películas preferidas, le hice su comida preferida. Los últimos besos y el último adios.
A la mañana siguiente se la llevaron. Para el resto de la gente murió, yo sabía que seguía viva, el ángel me lo enseñó, me enseñó que había cumplido con su palabra. Al convertirse en la muerte había recuperado su estado habitual. La muerte más bella que pueda haber existido nunca. Y lloré, ese día y los siguientes, la había perdido, pero le había ahorrado el sufrimiento de una muerte lenta.
Y ahora vuelvo a ser un repartidor. Conseguí un trabajo estable. Es menos duro que ser la muerte. Pero cada noche observo mi cama, sin ella. Ya no volvería a oir su risa, ni a notar sus labios. Y como cada noche me duermo, soñando con el día de mi muerte. El día que pueda verla por última vez, a mi gran amor. Hay vida después de la muerte, y desde que ella se fue yo estoy muerto. Sólo espero que llegue el día en que mi cuerpo también lo este.
FIN
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top