Elle: otra forma de ver las cosas
Tomo un café mientras espero a la persona que debo entrevistar; hay un puesto vacante en la empresa para la que trabajo en el departamento de Recursos Humanos y me han encargado realizar las entrevistas.
Con cuidado, dejo la cucharilla en el plato y llevo la taza hasta mi boca. Tomo un pequeño sorbo, sintiendo a la vez el sabor y el olor del café. Me encanta. Luego, echo la cabeza levemente hacia atrás y noto los moribundos rayos de sol bañando mi cara. Escucho el susurro de las hojas de un árbol al ser movidas por una suave brisa. Suspiro. ¡Qué bien se está aquí! Sin duda, ha sido todo un acierto hacer la entrevista en la terraza de una cafetería, en vez de hacerla en mi oficina.
—Buenos días. —Una voz interrumpe mis pensamientos. Una voz demasiado aguda para pertenecer a un hombre, pero demasiado grave para ser de mujer—. Es usted de la empresa InterPlanet, ¿cierto?
—Sí, tome asiento, por favor —indico con una pequeña sonrisa.
Por un par de segundos, no oigo nada e intuyo que mi interlocutor o interlocutora —sigo sin poder identificar si es hombre o mujer— esperaba que le diera un apretón de manos a modo de presentación. Tras ese lapso de silencio, mi acompañante toma asiento y yo me atrevo a formular mi duda, a pesar de demostrar con ello mi torpeza:
—Perdone, pero... ¿es usted hombre o mujer?
Recibo un bufido como primera respuesta; le sigue su voz, indeterminada y claramente ofendida, diciendo:
—¿A ti que te parece? ¿No lo ves o qué? ¿Esas estúpidas gafas de sol te lo impiden? ¿O acaso no puedes concebir que pueda ser tanto lo uno como lo otro o ninguno de los dos?
Silencio.
Me quito «mis estúpidas gafas», revelando mi mirada de pupilas perdidas.
—No, no lo veo. Soy ciego —digo con sencillez.
Otro silencio.
—Lamento mi indiscreción —continúo—, pero no era capaz de identificar su voz y quería saber cómo dirigirme a usted.
Por un momento, solo acierto a escuchar las conversaciones de las mesas que nos rodean.
—Mierda —masculla—. Lo siento mucho, de verdad, yo no... ¡Agh! Verá, esto es algo que me cansa y me molesta mucho y, no sé, he terminado estallando con quien no hacía esta dichosa pregunta con mala intención... —Suspira y escucho el ruido de la silla cuando se levanta—. Lo siento, ya me voy, no le hago perder más tiem...
—Nada de eso —interrumpo su atropellada despedida—. Esto no ha sido más que una confusión por mi parte y por la suya. Una metedura de pata, ya está. Estoy seguro de que se reiría al saber cuántas veces meto la pata en huecos en la calle por no mirar por donde voy.
Silencio.
Y una inevitable carcajada.
—Perdón, yo... —Su voz, entre risas, suena mucho mejor que enfadada y ofendida.
—¿Le parece bien si empezamos la entrevista? —pregunto con una sonrisa, poniéndome de nuevo mis gafas.
—Claro. —Se sienta y añade—: Me llamo Cris y, bueno, puede dirigirse a mí como prefiera: él, ella... o elle.
Justo entonces, soy capaz de ver a Cris. Cris es el color rojo, un color que nunca he visto pero que me transmite toda la fuerza que reside en elle. Es fuerza, impulsividad, juventud, energía y brilla con luz propia. Pero, sobre todo, Cris es lucha y victoria contra un mundo cuyos habitantes batallan consigo mismos entre el repudio y la comprensión de que, más allá de cualquier otra cosa, somos personas.
No es tan complicado ver algo así.
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