El destino del príncipe y la princesa

Había una vez, en un país lejano, un príncipe de cabellos de fuego cuyo destino era enamorarse de una valiente princesa de piel nívea y blanca melena. No se conocían, estaban tan lejos el uno del otro como lo están los astros entre ellos; cada uno en su lejano reino aún más lejano que el anterior, viviendo vidas demasiado idénticas a pesar de tanta distancia que separaba sus almas. Demasiado tristes, también. Rígidas, vacías sin saber por qué.

Ninguno de ellos tenía la menor sospecha de lo que sucedería cuando ambos decidieron abandonar sus palacios y esas vidas que tanto hartazgo les causaban. Romper con todo tendría sus consecuencias, lo sabían, pero tenían que escapar de aquello que los asfixiaba y consumía. Desconocían por qué y si acaso encontrarían algo tras las fronteras de sus respectivos reinos que mereciera tal riesgo. Pero necesitaban hacerlo, perderse en los peligros del mundo y vivir. Vivir de verdad. Aunque solo fuera por una noche, una sola noche antes de morir.

La princesa se alejó de su palacio de hielo sin ser vista por los guardias que lo custodiaban, oculta la blancura de su ser bajo una capa opaca de un color tan negro como la noche y solo acompañada por su arco y sus flechas. Evadiendo la luz de la luna, se internó en el oscuro bosque de escarcha. La huida del príncipe fue más compleja pero igualmente fructífera y, a la llegada del alba, ya había cruzado el árido desierto de arena roja que rodeaba su reino. Sin detenerse a descansar, el príncipe y la princesa, con direcciones opuestas mas un destino incierto en común, se internaron en las laberínticas cordilleras gemelas que constituían la última frontera entre dos reinos enfrentados durante milenios.

Ambos ignoraban el odio existente entre sus gentes pues quienes les rodeaban estimaron oportuno que no existiera ese sentimiento en el corazón de sus futuros monarcas. ¿Fue un error mantenerlos en el desconocimiento de cuanto había más allá de su reino y ajenos a la historia tras ese odio, para ellos desconocido?

Con la muerte del astro rey tiñendo el horizonte de sangre, el príncipe y la princesa llegaron, cada uno por su cuenta, al valle que había entre las escarpadas cordilleras. Era ese un lugar de vegetación desconocida por ambos: flores de colores que nunca antes habían visto, árboles de troncos en espiral y frondosas hojas del más brillante verde... Su vista se deleitaba con el más mínimo detalle de aquel idílico paisaje.

Ninguno de los dos sabía que el otro estaba también en aquel valle, mas no tardarían en descubrirlo.

La princesa se adentró en una de las arboledas dispersas por aquel lugar en busca de algo con lo que alimentarse. Cuando a sus oídos llegó el sonido cercano de un crujir de hojas secas, rápidamente lo identificó con pisadas humanas. Había alguien más allí. Habían descubierto su fuga y habían dado con ella, pensó con el corazón desbocado. No permitiría ser encerrada de nuevo en esa jaula de cristal que había sido su vida hasta entonces. No se rendiría sin luchar. No, definitivamente no.

Con una velocidad pasmosa, colocó una flecha en el arco que llevaba oculto bajo su capa. Se giró y apuntó al origen de aquel ruido.

Entonces, lo vio.

Bajo las últimas luces del día, su gélida mirada se encontró con una hecha de lava líquida. Tan distinta a la suya y, a la vez, tan parecida.

Sin saber por qué, las manos le temblaron y la flecha cayó sin fuerza al suelo. Bajó el arco y miró al hombre que había frente a ella; este le devolvía la mirada, sorprendido. El príncipe de cabellos de fuego no esperaba encontrar a nadie en aquel lugar, mucho menos a una mujer cuya piel parecía hecha de estrellas y su pelo —que perdió la protección de la negra capucha tras el rápido giro de su dueña—, de hilos de luz de luna.

El tiempo pareció detenerse en esa mirada alimentada por los últimos destellos del crepúsculo moribundo. Entonces, en un momento impreciso entre el entonces y la eternidad, el príncipe y la princesa se acercaron el uno al otro, como si estuvieran inmersos en un dulce sueño. Se acercaron tanto que las llamas del cuerpo de él comenzaron a apagarse y el hielo del de ella, a derretirse. Tan cerca llegaron a estar que sus labios se rozaron, provocando que sus latidos retumbaran en sus pechos al unísono. Desapareció el frío y también lo hizo el calor. Y eso, a lo que sus corazones inexpertos llamaron amor, les supo a vida vivida intensamente... y a destrucción.

Porque el motivo del odio y el distanciamiento entre sus gentes, entre los hijos del fuego y los del hielo, no era otro sino ese mismo amor que sentían el príncipe y la princesa. Un amor prohibido, imposible; que conducía irremediablemente a la muerte de quienes lo experimentaban, pues todo el mundo sabe que fuego y hielo... no. Simplemente no.

***

YourLittleBiscuit, ¿ahora ? XD

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