La mujer que amé
Nunca me he considerado un vil mujeriego, a pesar de que las mujeres así lo crean. Si he mantenido una aventura con una dama, ha sido en momentos de deseo, y teniendo la certeza de que no saldría lastimada. Siempre he sido sincero al mostrar mis intenciones. Algunas me tacharon de loco y atrevido al no sentirse identificadas con mi estilo de vida. Sin embargo, desde mi perspectiva, era preferible esa palestra a causarles sufrimiento innecesario.
Esa era mi única verdad hasta ese día... Cuando el camino de Alina y el mío se cruzaron, mi filosofía existencial perdió todo sentido y toda decencia.
Analizo el pasado mientras observo como el vapor del café se desvanece en el aire, del mismo modo que mis utópicas esperanzas. A través de mis gafas veo una silueta conocida: un amor que ha perdurado como tinta indeleble en mi mente. Siento mi corazón volver a la vida con su presencia, para luego ser herido por la desilusión.
Ella no está sola...
Hace años atrás conocí una mujer de las que son inevitable no fijarse: de figura seductora y caminar grácil.
Todo comenzó cuando la agencia de publicidad con la que suelo trabajar encargó a mi empresa una campaña publicitaria para promocionar un nueva bebida de una conocida multinacional.
Para ese entonces, Aldo, mi asistente de dirección, decidió tomarse las vacaciones que llevaba postergando durante algún tiempo. De reemplazo me sugirió a una amiga para que ocupara su puesto de manera temporal. Contacté con ella mediante correo electrónico. No imaginé que al dar click en el botón enviar, mi vida cambiaría.
Al día siguiente, mientras mi equipo de trabajo y yo analizábamos el brief que nos envió la agencia sobre los parámetros que debía seguir el comercial, Aldo recibió una llamada que detuvo la reunión unos minutos.
—Sí, es una amiga. Llévala a sala de espera. En breve estaremos allí —Ladeó la cabeza, susurrando—: Javier, mi amiga acaba de llegar.
Asentí con expresión despreocupada. Diez minutos después nos dirigimos a ver a mi futura asistente. Tenía cierta curiosidad de conocer a la mujer por la que Aldo se deshacía en cumplidos por lo bien que desempeñaba su profesión.
Al ingresar en la sala, advertí a una figura femenina observar la ciudad desde una de las ventanas. Un rayo de sol hacía resplandecer su melena, dándole un aspecto cobrizo. Sentí algo extraño que en ese momento no pude identificar.
—¡Hola! —saludó Aldo, atrayendo la atención de la desconocida.
Cuando dio la vuelta, nuestras miradas se encontraron con la fuerza de un imán. Contuve el aire mientras repasaba sus rasgos con detenimiento. Sus luceros marrones refulgían con intensidad. Volví a fijarme en la melena castaña que caía desenfadada por sus hombros desnudos, que evidenciaba una piel bronceada. Sentí envidia en ese momento sin razón aparente, deseé que fueran mis dedos los que tocaran esa piel.
—Hola, Aldo —contestó ella—. ¿Cómo estás?
—Todo bien, sin novedad —regresó la vista—. Te presento a Javier. Trabajarás con él mientras duren mis vacaciones.
—Alina Campos —extendió la mano para que la saludara—. Mucho gusto.
El encanto de su voz me cautivó, su mirada felina me robó el aliento, y su sonrisa..., ese pequeño gesto echó abajo mis últimas defensas. Aquella mujer poseía una sonrisa que invitaba a vivir, a soñar, a amar.
—Javier Rivadeneira —respondí.
Nos miramos con curiosidad.
—Muy bien, manos a la obra —dijo emocionada, soltando mi mano—, un comercial nos espera.
Sonreí, su entusiasmo me contagió.
—Bueno... —carraspeó, Aldo. Sus ojos irradiaban picardía—. Ya que todo está arreglado, podré irme tranquilo a disfrutar de mis merecidas vacaciones.
Asentí. Estaba de acuerdo con el reemplazo, muy de acuerdo.
—Diviértete. Y si bebes no conduzcas —advertí—, recuerda lo que pasó la última vez.
El rostro de mi amigo se ensombreció.
—No repetiré ese error.
—Tráeme algún souvenir de tu viaje —agregó Alina.
Él sonrió, aceptando la petición.
Después de que Aldo le indicara a su amiga la oficina donde trabajaría, se marchó de expedición por la ruta de los volcanes. No lo volvimos a ver hasta después de dos semanas.
A partir de ese momento empecé a trabajar con mi nueva asistente y el resto del personal en el comercial televisivo. Cerca de finalizar la tarde, aún no terminaba de revisar los videos de los prospectos. En un determinado momento, me levanté en busca de café que hiciera más llevadera mi elección.
En el pasillo me encontré con Alina. Miraba los afiches de los diferentes anuncios publicitarios que la empresa había realizado.
— Vaya, son bastantes spots —comentó.
Me encogí de hombros, restando importancia al asunto.
Se acercó a uno de ellos: un afiche deportivo que estaba a lado mío y, al hacerlo, pude percibir su perfume que provocó que se agitara hasta el último espacio de mi cuerpo. Era una sinfonía de aromas florales y cítricos que inspiraba calidez y frescura. Tengo una memoria frágil respecto a esos detalles, pero desde ese momento, ese aroma quedó indeleble en mi mente y en mis recuerdos; hasta el día de hoy me acompañan, convirtiendo al recuerdo de Alina en algo eviterno.
—¿Vas a la cafetería? —preguntó de pronto.
—Sí —contesté, en tono cansado—. Necesito café.
Ella sonrío, comprensiva.
—¿Ya escogiste a los personajes?
Negué con la cabeza.
—Déjame ver el brief. Tal vez pueda ayudarte.
—Pero ¿y tu trabajo? —dije, aunque la idea de estar a solas en la sala creativa me atraía, no quería alejarla de sus responsabilidades. No podíamos excedernos con el tiempo fijado para el comercial.
—Conseguí cinco locaciones. Te las muestro, si gustas.
—¿En serio? —Me sorprendió su rapidez, llevaba unas pocas horas trabajando.
Ella asintió con autosuficiencia.
—De acuerdo, vamos. —Sonreí para mis adentros.
En la sala pude comprobar que las alabanzas de Aldo hacia el desempeño de ella, se quedaron cortas. Cuando el día terminó, ya teníamos los protagonistas y la locaciones donde filmaríamos.
Unos días después, luego de un intenso trabajo, la campaña publicitaria estaba lista para exhibirse en los diferentes medios.
—Una semana nos demoramos en la filmación para solo treinta y seis segundos al aire —expresó Alina. Estábamos en el almuerzo cuando la televisión del restaurante transmitió uno de los diferentes spots que hicimos para la misma empresa.
—Pero esos treinta y seis segundos nos valieron muchos dólares —respondí.
Ella me regaló unas de esas mágicas sonrisas cargadas de brillo y coquetería. En la semana que trabajamos juntos, comprendí que no le era indiferente. Decidí entonces, dar el siguiente paso.
—¿Tienes planes para esta noche?
Su expresión fue de felicidad, como si llevara mucho tiempo esperando esa pregunta.
—No... no... tengo nada planeado —respondió con palabras algo atropelladas.
—Pues ahora lo tienes, te invito a cenar. Te recojo a las ocho.
Asintió muy entusiasmada. Aquello me hizo dudar unos breves segundos, deseché la idea que surgió en mi mente. Mientras duró la elaboración del comercial, pude apreciar la independencia y autoconfianza de Alina. Era una mujer que tenía claro lo que quería al igual que yo, no existía ningún peligro emocional al salir con ella.
Al menos eso era lo que pensaba en ese tiempo.
Yacimos juntos por primera vez cuando la dejé en su casa después de la cena. Lejos de lo que ustedes puedan pensar, no fue un acto premeditado, ante todo me considero un caballero. No soy de los que fuerzan una situación, prefiero que todo se dé con naturalidad. Como lo que ocurrió esa noche es su departamento: un inocente beso fue el que nos abrió las puertas de la pasión.
—No soy pura. No eres el primer hombre con quien he tenido intimidad —me dijo en un momento que dejamos de besarnos para tomar aire.
—¿Por qué me dices eso? —pregunté extrañado.
—El género masculino tiene en mal concepto a las mujeres que disfrutan de su sexualidad a plenitud. Los hombres mientras más compañeras tengan, son considerados dioses, por decirlo así, en cambio una mujer, es tachada de promiscua y descarada; una mujer que no merece respeto, ni tampoco ser amada.
Al oír esa confesión supe que alguien le había hecho daño. Desde mi punto de vista, la virginidad está sobrevalorada. Siempre he creído que la pureza está en el alma y no en el cuerpo, y así mismo se lo hice saber.
El tiempo transcurrió y mi relación con Alina se alargó, tanto en lo sentimental como en lo laboral. No le di importancia, porque asumí que no existía un vínculo más allá del placer físico.
Me equivoqué.
A las mujeres les resulta complicado entregarse a una relación sin comprometer su corazón.
Y eso quedó claro con una simple interrogante:
—¿Por qué no me llamaste ayer? —La inofensiva pregunta activó mi alarma interna. Supe en ese momento que Alina estaba empezando a desarrollar lazos emocionales.
—Javier, ¿a dónde va nuestra relación? —Fue otra de sus preguntas—, quiero saber si existe algún futuro contigo.
Mi sentido común me hizo comprender que era hora de terminar la relación. Como mencioné antes, no me gusta causar sufrimiento innecesario en una fémina. Tenía que dejarla partir, pero me negué a esa posibilidad. No le correspondí cuando me dijo que me amaba. No me atreví a revelar mis sentimientos. Sentí miedo de llegar a querer demasiado a una mujer.
—Desconozco lo que nos depara el futuro. No pensemos en él, vivamos el presente. —Intenté cambiar de tema.
—¿Y en el presente me amas?
Su mirada era esperanzadora.
Intuí que la respuesta que le diera sería determinante.
—Alina... amo estar contigo... Yo...
Sacudió la cabeza con tristeza.
—No le des vueltas a la situación. Dilo sin rodeos: no me amas. —Abandonó la cama y empezó a vestirse—. Tú solo buscas en mí un cuerpo para saciar tus deseos... y por esa razón no podemos continuar. He esperado un año por alguna respuesta amorosa de tu parte y ahora sé que eso nunca va a suceder.
—¡No, te equivocas! —Me levanté desesperado, la idea de perderla me horrorizó.
—Si permanezco a tu lado estaré siendo desleal a mis sentimientos, quiero conservar la poca dignidad que aún me queda. Reconozco que establecimos reglas desde el principio y siento haberlas incumplido. Te enviaré mi carta de renuncia.
—No es necesario que renuncies —señalé, en un intento inútil para seguir manteniéndola a mi lado.
—Es necesario. Debo alejarme de ti, si no lo hago, mi sufrimiento será aún mayor.
—¿Yo te hago sufrir? —pregunté mortificado. Causar dolor a una mujer era lo que siempre quería evitar.
—Sí, pero no es tu culpa —contestó con sinceridad—, es mía por enamorarme de alguien para quien el compromiso no está en sus planes.
Agarró su bolso y, antes de abandonar el departamento y mi vida para siempre, me dedicó unas últimas palabras:
—Adiós, Javier. Nunca olvidaré los hermosos momentos que compartimos. Atesoraré cada recuerdo en mi corazón.
Me sentí terrible en ese momento. La vi marcharse y no hice nada, me quedé allí, estático, temblando por dentro, envuelto en un campo de energía del cual no pude escapar.
Yo también la amaba, pero ese "te amo" nunca salió de mi boca.
Lejos de lo que Alina creía, ella era el tipo de mujer que deseaba tener a mi lado, tanto en el plano laboral como emocional. Era una mujer con los pies en la tierra, luchadora y de fuerte personalidad, que me atrajo desde el primer minuto.
Sin embargo, su excesiva independencia me cohibía. Me hacía sentir innecesario en su vida. Los hombres necesitamos saber que nos necesitan. Quería ser un héroe personal en la vida de mi chica, que me dejara cargar con sus problemas aunque sea por unos minutos, pero Alina nunca me lo permitió. Prefería enfrentarse ella sola contra el mundo.
Por lo tanto, opté por quedarme soltero a comprometerme con una mujer que no me necesitaba, aunque la amara con intensidad. Tener la sensación de no poder llegar a hacerla completamente feliz era una idea que no podía soportar.
Ahora entiendo que fueron pensamientos absurdos. Cada día que pasa siento que la locura me anhela, el destino me asfixia y la soledad me hunde en un abismo sin salida a causa de mis malas decisiones. Lastimé a una persona que solo me entregó amor, que me dio todo de sí. Y ese fue su error: darlo todo sin pedir nada a cambio; el mío, no decirle cuánto la amaba.
Nunca me he considerado un vil mujeriego... pero el fondo siempre lo fui.
Han transcurrido cuatro años y aún continúo respirando recuerdos... viviendo de ellos. Padeciendo un arrepentimiento perenne.
Otras mujeres llegaron a mi vida. Todas bonitas, pero solo eso: "bonitas" en cuanto hablaban, la inexpresiva voz diluía la magia de su atractivo. En el fondo buscaba en todas ellas el amor que perdí: Alina. La mujer que amé y que siempre amaré.
Y como jugarreta del universo, después de tantos años, esa anhelante pasión se ha materializado: el destino ha querido que la vuelva a ver. Sin buscarlo, hemos coincidido en la misma cafetería, cómplice de nuestras reminiscencias.
Pero ella no está sola. Tres hombres la acompañan...
Alina no me ha visto. Veo cómo le sonríe a uno de ellos y, mientras lo hace, reflexiono en todo lo que fue y pudo ser:
Pienso en sus sonrisas, sus besos y suspiros... que un día fueron míos y ahora pertenecen a otro.
Contemplo a esos dos pequeños... que pudieron ser mis hijos.
Revuelvo el café para ocupar la mente en otra cosa. El aire se ha viciado, y no a causa de la pareja que fuma en la mesa de junto. Un pasado que no volverá ha resurgido para golpearme de nuevo; para recordarme lo que un día tuve y dejé partir. Ha vuelto a abrirse la herida que yo mismo ocasioné. Mas de nada sirve llorar sobre mojado.
Me levanto en silencio, no me importa dejar la bebida caliente sin terminar. Aunque me siento feliz porque ella haya encontrado la felicidad, mi corazón ha comenzado una rebelión en mi organismo: pinchazos de dolor dispersándose en distintas direcciones.
Al cruzar la puerta tengo la sensación de unos ojos clavados en mi espalda. Deben ser ideas mías. No puede ser lo que estoy pensando.
Afuera, la brisa cálida del mar me recibe con afecto. Camino por última vez por el malecón, lugar donde encontré y perdí la gema más preciosa. Dejaré este lugar y el pasado atrás. Es hora de que también pase página.
Las cosas serán distintas... Ya no tengo miedo a amar.
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