Lejos pero cerca.
Hola... este relato lo escribí hace tiempo. Una amiga me había enseñado un video sobre amor a distancia y entonces empecé a pensar sobre ello.
Este es el resultado:
¡Espero que os guste! Besazos : )
Queda terminantemente prohibido copiar total o parcialmente esta historia, así como mis personajes, pues está registrada en Safe Creative con el código: 1502173273025.
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Jesse está a 2.054 kilómetros, 33 horas, lejos de mí...
Llevo planificando este viaje durante meses y ahora se está haciendo realidad. Ni si quiera soy capaz de creer que esté pasando de verdad. ¡Estoy a punto de subirme al avión! Miro a mi madre y la abrazo.
Ella siempre ha pensado que esto iba a salir mal desde el principio. No cree en el amor a distancia y desde luego piensa que estoy absolutamente encaprichada y no enamorada. No sé ni cómo decírselo ya. Aun así me ha acompañado al aeropuerto y eso ya es algo.
Mi madre es de pocas palabras pero cuando habla, callas. Siempre te deja sin saber que decir, confundida, desorientada... es una embaucadora, especialista en convencerte y que tengas su misma opinión.
Pero en esto le he salido rana, jamás le voy a dar la razón, no me da la gana y punto. Soy cabezota igual que ella y lo sé, soy consciente, pero es que no voy a ceder en esto.
Él no es un capricho, no me he tirado horas conectada a internet por puro aburrimiento. Lo hago porque le necesito, lo quiero cerca. Si estar pegada al ordenador es la única forma de estar con él, pues entonces pegaría mi culo al asiento y estaría en frente de esa maldita máquina hasta que me salieran canas... incluso después.
A ver, adoro a mi madre, la quiero con locura, pero me gustaría disponer de un poquito de apoyo por su parte o la de mis amigas, que por cierto, solo saben repetir que estoy loca, que estas cosas no las hacen las personas normales. Pues si estoy loca por hacer esto, vendita locura entonces.
Lo sé, entiendo la preocupación de todos a mí alrededor. ¿Qué creen, que yo no me he hecho las mismas preguntas que ellos me hacen a mí?
"¿No habrá hombres en España que te lo tienes que buscar en la otra punta del mundo?"
"¿Estás segura que él no está por su país tirándose a toda guarrilla que pase por su lado?"
"¿Pero a ti quién te asegura que no tiene una doble vida y tu solo eres su entretenimiento por internet?"
Y aunque las inseguridades existen, porque no lo neguemos, soy un ser humano después de todo y la desconfianza tiende a estar ahí para atacarte cuando menos te lo esperas... bueno, pues aún así, excepto a la primera pregunta, a las demás siempre respondo de la misma forma:
¿A caso no me pasaría igual con otra persona que viviera a cinco minutos de mi casa? ¿A caso no les pasa a todas las personas que tienen pareja? Tenemos inseguridades, es normal. De acuerdo, si, él está lejos y eso hace que sea más difícil, menos fácil el confiar, pero después de todo se trata de eso, de confiar en la otra persona y por él vale la pena. Jesse es el único que es capaz de hacerme reír cuando estoy llorando. ¿Quién es capaz de hacer eso? Solo él, solo mi Jesse.
Me despido de mi madre finalmente. Por supuesto no sin lloros, abrazos y sonrisas furtivas. ¡Ni que me fuera por mil años!
En unos minutos me encuentro ya en el avión que me llevará durante once horas hasta la otra punta del mundo. Estoy inquieta en mi asiento, bueno, inquieta es quedarse corta, estoy muy nerviosa, estoy eufórica, estoy que me salgo de mí misma. ¿Seré capaz de mantenerme quietecita durante once largas horas en este avión? No sé si podré, no lo había pensado hasta ahora, pero me puede dar algo haciendo cávalas sobre qué pasará cuando aterrice.
Intento tranquilizarme, despegamos. ¡Allá voy! ¡Qué barbaridad! ¡Estoy completamente loca! ¿A quién se le ocurre enamorarse de una persona que está en la otra punta del mundo? A mí, a mí si se me ocurre, desde luego que sí. Nada más que hay que verme.
Cojo el libro que llevo conmigo para entretenerme y comienzo a leer, pero pronto mi cabeza se empeña en recordarme hacia donde voy.
¡Voy a verlo en persona! Podré tocarlo, sentirlo, acariciarlo... ni ahora mismo sentada en este avión soy capaz de creer lo que está pasando.
Recuerdo la primera vez que hablamos por internet, de eso hace ya un año y medio...
Habíamos coincidido aquella tarde en el chat de un blog de música. Yo hacía apenas unos días que lo había descubierto. El blog estaba muy bien porque ponían noticias de todo tipo relacionadas tanto con músicos actuales como con músicos de otros años. Era el primer día que me había animado a participar en él y es que quería preguntar si sabían cuando actuaría Madonna en mi ciudad.
Para Jesse, casualmente, también había sido la primera vez en el chat. Al principio estábamos hablando unas ocho personas, pero llevábamos horas en él discutiendo sobre grupos, pasándonos links de videos musicales, aconsejándonos... y poco a poco nos quedamos solos los dos hablando sobre Queen.
Los días pasaron, pero no dejamos de entrar en el chat ni una sola tarde. Jesse es de Argentina, así que cuando aquí es por la tarde allí es de mañana, pero aun así, pese a la diferencia horaria, no faltamos ni un día a nuestra cita en el chat. Poco a poco las conversaciones se fueron tornando más familiares y por eso mismo nos dimos nuestros emails y Skype.
Le conté todo sobre mí, le hablé de mi madre, de mi padre que ya no estaba con nosotros. Le hablé de los mucho que lo extrañaba, de lo mal que lo pasé y la depresión que me ocasionó su marcha. Le hablé sobre temas realmente importantes para mí y él me escuchó como el mejor amigo del mundo.
De igual forma, él me abrió la puerta a su mundo y pude conocer, a través de sus ojos, a su madre, su padre y sus dos hermanos pequeños...
Nuestra amistad superaba la barrera de la distancia y lo sentía mucho más cercano que a mis amigas y amigos de siempre.
Nos lo contábamos todo, no parábamos de reír uno con el otro con nuestras ocurrencias y poco a poco fuimos haciéndonos inseparables. Lo que comenzó como una dulce amistad se convirtió en algo más un día como otro cualquiera.
Recuerdo el momento exacto en el que me di cuenta que me gustaba más que como un amigo. Yo le había estado contando algo sobre mi ex porque él me lo había preguntado expresamente. Ni si quiera recuerdo exactamente que era, pero él se enfadó. Lo noté porque en su manera de escribir se volvió seco y él jamás era así.
Días después y tras mucho preguntarle, me confesó que había dejado a su novia, que estaba sintiendo cosas por mí y que se sentía idiota porque ni siquiera me había visto en persona.
Al principio dudé de mis sentimientos por él, pero poco a poco se volvieron más intensos y mi necesidad de verlo se fue incrementando con el paso de tiempo. Nos dimos los números de teléfono y nos llamamos con cierta regularidad mediante la aplicación Line del móvil. Las llamadas eran gratis y la calidad de la llamada insuperable, así que podíamos estar horas, sí, literalmente horas, hablando.
Pero aunque su voz se volvió necesaria para mis oídos y mi cordura, aún extrañábamos vernos.
La primera vez que nos vimos fue mediante la web cam de nuestros ordenadores. Le debíamos la vida a Skype. Cuando lo vi, me quedé prendida de su mirada...
—Sam —fue lo primero que dijo y después se quedó callado sin dejar de mirarme a los ojos—, que bonita eres.
—Jesse —fue todo lo que salió de mis labios en un buen rato.
Sonreímos y hablamos como si nos conociéramos de toda la vida.
Yo intenté mantenerle la mirada porque desde luego el monopolio de las miradas no lo tenía él, pero pronto me rendí. Cuando le miré de nuevo directamente a los ojos, tragué nerviosa. No tenía el monopolio de las miradas, pero desde luego era capaz de dejarte sin palabras.
No exagero cuando digo que es muy guapo, eso es evidente cuando lo contemplas, pero más allá de eso, tiene ese algo inexplicable que hace que mires sin ser consciente. Su pelo es rubio y desordenado, su piel bronceada y tiene esa forma de moverse despreocupada que hace que lo pueda observar callada sin necesidad de hablar.
Cuando se lo conté a mis amigas todas se quedaron de piedra. Nadie apostaba por nosotros y todas me aconsejaron dejarlo como una bonita amistad. Pero es que no podía, no podía mirar a nadie como lo miraba a él y me obsesionaba verlo, a veces rezaba por tan solo verlo aunque fueran dos segundos en mi vida...
¡Dios! Tengo tantas ganas de abrazarlo que ni lo podéis imaginar. Estoy harta de la web cam, no puedo esperar más para tocarlo. Pensadlo aunque sea un segundo, poneros en mi piel e imaginad que no podéis ni siquiera abrazar a la persona que amáis. Pues así estoy yo. Nunca he podido estar con él como una pareja normal. Es duro, muy duro y quiero llegar lo antes posible, aunque todavía me quedan unas cuantas horas en el avión. Me tengo que tranquilizar, voy a llegar histérica a este paso.
Pero es que nadie lo entiende, no sabéis lo que es no tocarlo, es desesperante, irritante, doloroso hasta decir basta. No sabéis lo que es hablar solo por Skype y Whatsapp.
Sueño hasta con su voz. Echar de menos a una voz es el detonante para que te des cuenta que estás muy mal. Las personas normales echan de menos a la persona en general, bueno pues a mí me ha dado tiempo a analizarlo tanto, que echo de menos hasta su voz.
No sabéis cuantas veces he maldecido por estar tan lejos de la persona a la que amo. Es tan complicado que ni os hacéis idea de la agonía que se sufre.
Seré sincera, lo hemos dejado varias veces y he llorado lo indecible. ¿Pero como no rendirse cuando estás a tantos kilómetros de distancia? A veces, acabas pensando que la gente tiene razón. Que sería mucho más sencillo estar con alguien de aquí. Que esto es un error y que no me llevará a ninguna parte. Pero las dos veces que lo hemos dejado, volvimos el uno al otro con el rabo entre las piernas y rogando perdón.
Es un hecho, él está en mi vida y yo en la suya pese a los miles de kilómetros que nos separan.
Después de unas cuantas cabezadas y continuas miradas a mi reloj, solo me quedan tres horas para verlo. Podré besarlo, podré tocarlo, podré olerlo... ¡cuánto deseo verlo!
Recuerdo una de nuestras conversaciones... Yo lloraba en silencio, las lágrimas descendían por mis mejillas, reprimiendo un llanto que sentía que me ahogaba.
—Por favor, por favor no llores más, Sam —me había susurrado, pero sus lágrimas seguían deslizándose por su rostro.
—Para tú antes —le había dicho yo en un sollozo—. Quiero estar contigo —le había suplicado como si él pudiera hacerlo realidad—, por favor.
—Pronto conseguiremos el dinero. ¿No querrás que me vaya de ilegal? —me había preguntado riendo.
—Si digo que sí, ¿vendrías o te enfadarás? —le había preguntado acariciando la pantalla como si fuera una loca.
—Vos sos terrible —había dicho él—, tengo tantas ganas de besarte...
Si que debo de ser terrible, sonrío ante el recuerdo de la conversación. Confieso que he imaginado numerosas veces sus besos. ¡Buah, qué ganas!
Me pongo los cascos y escucho una canción que me envío con un video que me hizo. Después le devolví la sorpresa y le regalé yo otro vídeo. A partir de ese momento nos enviamos mil regalos. Mientras que escucho la canción, pienso en la sorpresa que se llevará cuando me vea con su camiseta...
Horas más tarde, me doy cuenta que he conseguido dormir después de mucho intentarlo, porque la azafata me despierta para que me abroche el cinturón de seguridad. Vamos a aterrizar y mi corazón parece dar un salto en mi pecho, de repente se pone a bombear como si viniera de una carrera de larga distancia y ya no hubiera quien lo parara.
Aterrizamos y corro como alma que lleva el viento a por mis maletas, paso por la aduana y literalmente corro desesperada hacia la salida.
Y lo veo, dejo de correr y las lágrimas se agolpan en mis ojos. No creo que pueda contenerlas por mucho más tiempo. Mi mente se queda en blanco, no, mentira, en blanco no se queda, lo que pasa es que la imagen de Jesse lo inunda todo.
En cuanto me distingue entre la multitud, su boca se abre y sale a correr hacia mí. Sus ojos brillan y yo suelto las maletas de cualquier forma y corro a sus brazos que me esperan abiertos.
Las lágrimas salen sin permiso de mis ojos y yo salto hacia él. Jesse me coge al vuelo, envuelvo mis piernas en su cintura y lo beso mil veces en la frente, la nariz, las mejillas y por fin en los labios.
—Sam, mi Sammy, llevas puesta mi camiseta —jadea.
Me deslizo hasta el suelo intentando sostenerme en mis temblorosas piernas, pero él no deja de abrazarme. Lo miro embobada, alzo mi mano y toco su pelo rubio y desordenado, estaba más largo en la última video llamada. Apoya su frente en la mía, le encanta hacer eso. Lo sé porque me lo ha repetido mil veces ¡Como he echado de menos esto!
Jesse, Jesse, Jesse, Jesse, Jesse. ¿Cómo he podido estar sin ti? Me pregunto escondiendo mi cara en su pecho.
Sabía que era alto pero no me imaginaba que yo fuera a quedar tan pequeña a su lado.
Sus brazos y manos me aprietan contra él en un abrazo interminable y le devuelvo el abrazo con todas mis fuerzas. No quiero dejarlo ir jamás.
—Chicos, no quiero molestar pero es que llevan veinte minutos así —nos dice el guarda de seguridad que está en la puerta de salida—. ¿Podrían desplazarse un poco más allá para no interferir en el paso de la gente?
Nos reímos y le hacemos caso. Cogemos entre los dos mis cosas y avanzamos sin soltarnos el uno del otro.
Lo miro y en mi cabeza rememoro de nuevo todas esas noches en las que nos hemos puesto la web cam del ordenador y simplemente nos hemos tendido en nuestras camas mirándonos como si estuviéramos uno al lado del otro. Solo que la realidad era muy diferente, pero aun así nos recostábamos y nos abrazábamos a nuestras almohadas como si nos tocáramos el uno al otro. Estas navidades serán diferentes. ¡Podemos estar juntos de verdad!
¡Es tan hermoso tenerlo en persona y no a través de la pantalla de un ordenador!
—Te amo, te amo, te amo, te amo —me repite desenfrenado deteniéndome de repente y soltando las maletas en el suelo.
Me acaricia la cara con la palma de sus manos.
—Estás aquí —me susurra con los ojos vidriosos.
—Jasse —sollozo.
Pero él no me deja decirle cuanto lo amo, él ya lo sabe, Jasse solo quiere besarme como si no hubiera un mañana. Y nos da igual la gente y sé que su familia nos espera un poco más adelante porque los ha señalado, pero es que ya da igual todo, solo necesitamos abrazarnos y besarnos.
¡Y qué besos da mi argentino! Sin duda él es el mejor besador de la historia. Le gusta enredar sus manos en mi cintura y levantarme del suelo mientras me besa de forma ruda, sin miramientos, como si nunca tuviera suficiente de mis labios, como si necesitara un beso más profundo.
Le doy un manotazo para que pare.
—¿Sabes que me tienes que dejar respirar no? —y el se ríe y me vuelve a besar.
Pero Jasse también sabe ser suave, también sabe tentarme despacio, para que al final me queje gimiendo por su lentitud.
—¿Pero vos no querías ir suave? —me pregunta.
—Ya no —le respondo con una risita nerviosa.
—¿Ya no Sam? —susurra en mi cuello—. Me vas a matar.
Y comenzamos a andar hacia la salida para unirnos a su familia. Ya basta de besos, al menos durante unos minutos.
Su familia me acoge entre sonrisas y estoy tan nerviosa que solo sé reír. Saludo a cada uno de ellos con un abrazo pero pronto Jesse me monopoliza y no me suelta.
Los siguientes días son los mejores de mi vida. Paseamos, vamos al cine, dormimos juntos. ¿Dormimos? Bueno, a veces sí que dormimos, tenemos un límite de cansancio y esas cosas. Pero ¿sabéis? Después de esperar por aquello que parecía ser la más larga espera de mi vida, como que no nos reprimimos.
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