Esperándote

¡Hola!

Este relato surgió hace ya como un año, cuando dejé de borrar lo que escribía. Una amiga estuvo mal y pensé sobre ella... salió esto.

Espero que os guste...


Queda terminantemente prohibido copiar total o parcialmente esta historia, así como mis personajes, pues está registrada en Safe Creative con el código: 1502173272899.


PD: Hasta ahora, en su anterior ubicación, este relato tenía 321 lecturas, 37 votos y 13 comentarios.

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"Esperándote"


Me acerco a ti despacio, es difícil, aunque pase el tiempo siempre me invade esa necesidad de salir corriendo a tus brazos pase lo que pase.

Te saludo intentando mantener la sonrisa. La habitación está vacía, dejo el bolso en la silla y me siento a tu lado. Te miro un segundo y noto como las lágrimas luchan por salir de mis ojos, pero las detengo, no las dejo. Pienso en lo que me ha dicho mi madre, ella cree que lo mejor para ti es que me sientas y me escuches bien. Suspiro, me preparo para hablarte y comienzo a contarte una de nuestras mil anécdotas. Siempre me habías dicho lo buena que era contando historias, creo que ahora te lo estoy demostrando con creces.


—¿Recuerdas cuando nos escapábamos del instituto e íbamos al parque? —te pregunto cogiendo una de tus manos entre las mías—. ¿Lo recuerdas? ¿No? Yo sí. Te contaré los detalles, sé que eres un cotilla —sonrió y continúo—. Recuerdo esa primera vez, cuando estábamos tumbados en la hierba, uno al lado del otro, piel con piel. Noté como acercabas tu pierna a la mía y yo sonriendo por tu nerviosismo, pero también por el mío, me adelanté y coloqué mis piernas sobre las tuyas. Recuerdo cómo te atreviste, por primera vez, a coger mi mano entre las tuyas elevándolas por encima de nosotros hasta tapar el sol que nos cubría con su luz. Dijiste algo sobre el contraste del color de nuestra piel y yo solo pude decir "hermoso". Y es que aquel contraste me pareció lo más bello que había visto. Mi piel excesivamente blanca y tú piel de ese moreno tan perfecto, me fascinaba. Me dio igual todas las palabras que había escuchado al retrogrado de mi padre, me daba igual que no quisiera que estuviera con un mexicano, me daba exactamente igual, simplemente disfruté del momento, de estar a tu lado, de sentirme a salvo. No dejé que nadie enturbiara ese momento, ni ningún otro en el que estuviera contigo, aun lucho por eso.


Miro tu mano entre las mías, siguen siendo hermosas juntas. Deslizo una de ellas hasta tu pelo sin yo pretenderlo, lo acaricio y de repente lo agito. Tú no te peinabas, no sé porque se empeñan en repeinarte. Me doy cuenta de que estoy frunciendo el ceño, enfurruñándome, te reirías de mí, entonces recuerdo otra anécdota de nosotros.


            —¿Sabes de lo que me acabo de acordar? De aquel día en la playa, les había dicho a mis padres que iba con María y Carla, nos encontramos en la estación de autobuses y nos fuimos a pasar el día los dos juntos. Fue perfecto ¿no crees? —Tomo aire porque las lágrimas amenazan con salir de mis ojos, pero continúo describiéndote aquel recuerdo—. Me viene a la memoria un momento concreto, yo estaba tumbada boca abajo en mi toalla y tú habías ido a darte un baño. Entonces apareciste sin previo aviso y te tiraste encima de mí mojado como estabas, te reías a carcajadas y yo protestaba intentando volverme para golpearte. Me di por vendida y te dije que me lo pagarías.


            Los recuerdos me abruman y mi cabeza sigue rememorando ese momento solo para mí. Las imágenes me golpean y de repente parece que estoy de nuevo en aquella playa junto a ti...


—Estas demasiado blanquita Emma, te puedes quemar —decías mientras me cubrías con tu cuerpo intentando mojarme aun más.


—No tienes corazón —había gemido yo.


—¿Qué no tengo corazón? Al contrario, te estoy salvando del sol —me aseguraste entre risas.


            Decidiste que querías jugar más y te levantaste liberándome de tu peso. Me giré poniéndome boca arriba, alcé un dedo para recriminarte, pero entonces volviste a tumbarte encima de mí.


            —Ahora te tienes que mojar por delante —me habías explicado con tus ojos de chocolate y una sonrisa iluminando tu cara.


            —Sabes que esta me la pagas —te amenacé sin éxito.


            —¿Te lo puedo pagar en besos? —me preguntaste con carita de niño bueno.


            —Claro que no, necesitarás mucho más que eso.


            —¿Mucho más? —dijiste de forma pícara y me diste un beso de esos que me dejaban sin aliento —No te enfurruñes conmigo, estaba jugando.


Te sonreí levemente, porque tenerte tan cerca y no hacerlo era complicado. Tu sonrisa fue desapareciendo lentamente y seguiste con la sesión de besos.


Escucho la puerta de la habitación y salgo de mis recuerdos. Es tu madre, me saluda con un abrazo y te besa en la frente.


—¿Qué tal estás hija? —me pregunta ella con voz cansada.


—Mejor ahora Cecilia —te miro. Mejor ahora que estoy contigo, pienso para mí.


Tu madre me mira con esos ojos marrones tan parecido a los tuyos.


—¿Sabes qué? ¿Por qué no me esperas? Voy a tomar un café y vengo.


—Claro, te espero, ahora hablamos —le respondo asintiendo.


Ella se va y de nuevo nos quedamos tú y yo solos.


—¿No te parece que el día mejora cuando estás conmigo? —te pregunto juguetona. Me inclino y te doy un beso en la palma de tu mano. —Te quiero —te recuerdo apretándote la mano.


Entonces ocurre lo que tantas veces he imaginado, me devuelves el apretón tan débilmente que no sé si lo he soñado. Mi mirada va de tu mano a tu cara y de vuelta de nuevo a tu mano, como si estuviera en un partido de tenis. ¿Qué ha sido eso? No puede ser, el médico, tengo que avisar al médico. Lo hago y casi puedo asegurar que estoy fuera de mí, estoy mucho más que nerviosa. Abres los ojos poco a poco y no puedo creer que lo que tantas veces he soñado se esté cumpliendo al fin. Nuestras miradas se encuentran y yo solo puedo correr a ti y besarte por todas partes. Tus ojos me miran y eso me basta para saber que esto no es un sueño, es real.


—Te quiero mi amor —te digo sin dejar de acariciar tu pelo.


Y así, como en las grandes historias, después de meses de sufrimiento despiertas del coma, vuelves a mí y luchas por recuperar tu vida después de aquel accidente de coche.


Ahora, un año después y tras muchas sesiones de rehabilitación, eres de nuevo aquel tipo que conocí. Despierto junto a ti y te veo observándome.


—No hagas eso —te digo alzando las manos para taparte los ojos, pero me detienes atrapando mis muñecas entre tus manos.


—¿Qué no haga qué? —me preguntas sonriendo y te subes encima de mí.


—Observarme mientras duermo  —susurro perdiéndome en la oscuridad de tus ojos mientras te acercas a mí.


—Aprovecho siempre que puedo para observarte y no me digas que no lo haga, he estado demasiado tiempo sin ti —me dices muy serio.


Me besas despacio al principio, pero poco a poco el beso se vuelve más profundo, más hambriento, más violento.


—Eh —te toco el pecho avisándote –necesito respirar.


—Si —afirmas riéndote.


—Te quiero —te digo con una gran sonrisa. Tú niegas con la cabeza riendo y después me das un leve beso.


—Gracias por esperarme tanto tiempo —te inclinas de nuevo sobre mí y deslizas tus labios sobre los míos.


Tomo tu cara entre mis manos y te beso. Siento las lágrimas por mis mejillas, pero esta vez no hay tristeza en ellas, esta vez son de alegría por estar a tu lado.


—Te hubiera esperado hasta el fin de mis días —te confieso—. Gracias por volver a mí —te susurro conteniendo las lágrimas. El camino ha sido duro y no puedo evitar ponerme así.


—Te amo tanto mi vida —me aseguras cerca de mi boca.


—Y yo a ti Cesar y yo a ti.

Te inclinas aun más, de esa forma que me vuelve loca, lo haces extremadamente despacio, observándome, acariciando mi cara con tus manos y me besas de nuevo, sin prisas, lentamente. Suspiras y soy consciente que ese beso lo convertirás en fuego y así es, poco a poco el calor nos inunda como tantas otras veces y entonces sé en ese momento, que ese es uno de esos besos tuyos, uno de esos que me dejarán sin aliento.

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