En una playa desierta

¡Hola!

Este relato  pertenece al periodo en el que empecé a no borrar lo que escribía y en el que me atreví a participar en concursos... poco me duró la cosa jaja, pero lo presenté, así que me tuve que ceñir a un número de palabras, etc.

No seáis muy duras con él jajaja... era de mis primeros escritos.

¡Besazos y gracias por leer!


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"En una playa desierta"

Estaba harto, las lluvias no cesaban y la tierra no admitía la siembra. Nos estábamos muriendo de hambre día tras día, noche tras noche, sin tan siquiera poder hacer nada por refrenar tal masacre.

Rufus, mi peludo y cariñoso gato gris, me miró esperando su ración de comida. Lo acaricié y sonreí al notar cómo se frotaba contra mí. Era un ser maravilloso, tenía la habilidad de hacerme sonreír pasase lo que pasase.

Miré a Holly, mi hermana pequeña, a ella le encantaba abrazar a nuestro peludo amigo, pero ahora estaba enferma desde hacía días y su fiebre no remitía. Mi madre, preocupada y visiblemente cansada, me había pedido que cuidara de mi hermana mientras ella intentaba dormir un rato. Sabía que lo necesitaba, sabía que debía cuidarse si no quería caer enferma al igual que mi pequeña y dulce Holly.

Silvia me había visitado mientras vigilaba el sueño de mi hermana y había estado acompañándome mientras me contaba una de sus interminables peleas con su hermano. Silvia era hermosa y todo en ella me atraía de forma irrefrenable, pero sabía que entre ella y yo no podía ocurrir nada porque ella había sido la novia de mi hermano mayor. Él había muerto hacía ya dos años después de haber sufrido una rara enfermedad.

—Silvia, ¿no te entran ganas de escapar? —le dije cuando nos habíamos quedado en silencio. En ese momento Rufus acaparó un instante su atención al subirse a su regazo.

—¿Escapar Gab? —preguntó centrando su atención en mí—. ¿Dónde?

—No sé, a veces solo deseo irme lejos, muy lejos —le confesé susurrándole mi secreto.

—¿Y no me echarías de menos? —dijo notablemente enfadada mientras acariciaba el pelaje de mi gato.

—Claro que sí... para solucionarlo deberías venirte conmigo —le dije sonriendo.

—Entonces si puedes escapar —me dio permiso con una tímida sonrisa—. ¿Dónde iríamos?

—¿Dónde quieres ir?

—Ah no, eso no vale, yo te he preguntado primero —protestó riendo.

—Es verdad —admití demorándome en responder unos segundos que la hicieron ponerse nerviosa. Se levantó decidida de la silla con Rufus entre sus manos y sin pensarlo, se sentó tan cerca de mí que podía oler perfectamente la esencia afrutada de su cabello.

—¡Gab! —me llamó la atención dándome en el brazo.

—¡Ah, sí! —exclamé riéndome—. Iríamos a un sitio que tuviera playa, ¿te parece? ¿Te gustaría?

—Sí —dijo asintiendo frenética ante la imaginación de aquel sueño que empezábamos a construir—. Nos iríamos a una playa desierta en la que podríamos valernos por nosotros mismos pescando y no tendríamos que servirle a ningún caballero.

—Sí, eso estaría bien. ¿Pero te das cuenta que estaríamos solos? —le dije bromeando. Ella se puso seria y de repente un color rosado apareció en sus mejillas.

—No me importa —dijo finalmente—, me gusta estar a solas contigo.

—¿Si? —pregunte sorprendido.

—Si, tonto —dijo con una enorme sonrisa—, como si no te hubieras dado cuenta ya.

Pues sí, debía de ser muy tonto porque a mí siempre me había parecido que era yo el que buscaba su compañía y no al revés.

—A mí también me gusta estar contigo, a veces más de lo que debería —le aseguré no sin miedo ante su reacción. Podía sentirse violenta y marcharse, estaría en su derecho. Por el amor de dios, era el hermano pequeño del que había sido su novio.

El silencio apareció sin ser invitado y acaparó de golpe todo el protagonismo.

—Gab —dijo Silvia entonces—, hace mucho que quiero decirte algo —hizo una pausa y suspiró—. Creo que me he enamorado de ti y no sé cómo remediarlo porque aunque la razón me dice que eres el hermano de Harry y que  seremos la comidilla de todos...

—Silvia —la interrumpí cogiéndola entre mis brazos—, no importa nada ni nadie, solamente tú y yo ¿entendido? —Ella asintió sin timidez en sus ojos vidriosos—. Te amo —le dije sincero y entonces la besé sin miedos, trasportándonos a ambos a nuestro particular sueño, a nuestra playa desierta, lejos, muy lejos de allí.

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