Vida por vida (Parte I/II)


Te diré qué es lo que va a pasar: Te pondré esto aquí. Pronunciaré, ¿cuántos te gustan? ¿10?.. ¡Creo que es un buen número! Contaré hasta 10. No 11, no 9. ¡Me gusta el 10! Tú dirás todo lo que tengas que decir. ¡Hey! ¡Tranquilo! Esmérate por elegir bien tus palabras.

La noche se hizo más oscura que de costumbre. El frío fue más escalofriante. El terror personificado estrechaba el espacio y el aire entre ambos. Viky comenzó a gritar, era el típico grito desgarrador, punzante para quien la escuchaba; eran gritos ahogados, remojados en lágrimas, en impotencia y desconcierto. Era un pesimismo realizado, una tragedia recién llegada.

Yo adopte la justicia inerte. Mi cuerpo se petrificó por completo y la mirada la dejé, durante un tiempo que no estimo, sobre los algarábicos asistentes al drama. No estaba pensando nada, no deseaba lo contrario, no me lamentaba, tampoco podía ser el más cuerdo de todos. No sabía cómo actuar, qué paso dar, ni en qué dirección. No sentía que había algo que pensar ni algo por lo que reaccionar.

No vi para nada los hechos, pero allí estaba Andre, recostada en el suelo. Su cabello entre su cara y el concreto, sostenía su abdomen, más bien, coleccionaba su sangre sobre sus manos y ropa. Lloraba, sollozaba. Se iba. Andre. Mi hija se iba.

Muévete, guevón! ¿No veis que se nos va?- Sentenciaba Viky mientras me despertaba con sus dos brazos jamaqueándome desde los hombros. Respiré hondo como retomando el control de mi cuerpo, pestañeé varias veces e hice movimientos nerviosos con mis manos buscando las llaves del carro en mis bolsillos. ¡En la sala! ¡Las llaves están en la sala! Me apresuré por ellas y volví para prender el carro. La montaron entre Viky y Carlos. Estoy seguro de que mi esposa y mi hijo mayor estaban esperando lo mismo que yo ahora: Que todo volviese a dar un cambio; que así como le cambia la vida a una niña de diecisiete años y, por consiguiente, a su familia, por las malas decisiones de otro tripón asesino, volviesen a su rumbo por muy lento que fuera, pero que volviera; que ellos no se estuviesen manchando las manos de sangre y ahora yo mi rostro de lágrimas para que nada volviera a la normalidad; que nuestra niña esté de nuevo y pronto en casa.

A las 9:37 de esa misma noche murió. Yo lo noté, el médico trató de decirlo de la forma más prudente posible, asumiendo que lo más prudente era lo cliché. Puso entre mis manos una cadena plateada de fantasía con un dije de corazón que llevaba Andre antes de morir: Intentamos todo lo que estaba en nuestras manos, en serio lo lamento. Explicó que la herida le comprometió sus riñones y antes de que pudieran comprar algo de tiempo para un posible trasplante, se le empezaron a paralizar e inmediatamente el resto de los órganos. A medida que lo iba diciendo me parecía escucharlo más bajo, como cuando le vas bajando el volumen a la música poco a poco y el entorno comienza a aislarse, empiezas a sumergirte en algo como un trance y tu razonamiento se emblanquece. Ya entendí. Después de todo el peo, si la mató, ¿no?. - Interrumpí. Las últimas palabras se me entrecruzaron con dificultad, tomé un respiro, miré al suelo para evitar ver su rostro no pudiste salvarla - Concluí.

Las siguientes horas fueron la materialización de un infierno en vida. Fue Andre la que murió, y por alguna razón los que estábamos yendo a otro plano éramos nosotros. Me sentía tan muerto como ella; sentía que estaba caminando fuera de aquel pasillo y había olvidado algo de mí allá dentro. Dejé a mi esposa Viky y a mi hijo Carlos allí. Yo me fui al carro, saqué de mi bolsillo las llaves. Estaban enredadas con la cadena que me había entregado el médico, Abrí el carro y me senté... cerré la puerta y colgué la cadena en el retrovisor del parabrisas y allí me dejé ir por varios minutos más, mirando la cadena girar sobre un espacio difuminado y desconectado de mi realidad. Involuntariamente dejé salir lo que fuera que tuviese atrapado dentro de mí: Lágrimas que comenzaron a resbalar frías y espesas desde el borde de mis ojos y abriéndose paso por el rostro provocando sollozos, gritos, quejas, golpes que ya no pudieran soportar el volante, el tablero o mis manos. Dejé salir lo que sea que llevara dentro... casi todo, por que inmediatamente llovió en mi mente un considerable número de ideas... ideas que no podía obviar, ideas que no sabía si me harían sentir mejor o peor, solo eran ideas que terminarían de voltear mi vida si es que ya no estaba lo suficientemente de cabezas. Hice otro respiro, acomodé mi camisa beige tomándola del cuello y sequé mis ojos con el borde de mis manos, entonces prendí el carro. ¡Lo haré! la noche ya iba a ser larga de todas maneras. Exclamé a la nada. 

En medio del éxtasis y la adrenalina que me impulsaba solo conté con pocos segundos de cordura para pensar en la ironía de lo que estaba sucediendo, y que nunca hubiese imaginado que un día tendría la motivación para hacer lo que estaba por hacer.


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