Hoy soy una reina sin corona. Una dama sin recato, pero mañana besarán las huellas de mis pisadas porque seré importante. Mis historias se conocerá hasta en los confines del mundo porque haré maravillas.

Será por temor, amor u odio no lo sé y no me importa, pero hablarán de mí y cuando sus bocas callen, sus mentes seguirán reproduciéndome, como si mi figura perfecta y sensual estuviera grabada a fuego en el interior de sus párpados.

Las niñas aspiraran a ser como yo, porque mis talentos me llevarán lejos y muy, muy alto.

Las madres me echarán maldiciones ante sus hijas pero luego en cuanto esos ojos inocentes no las vean, desearan que sus hijas alcancen la plenitud que yo alcanzaré.

Las mujeres casaderas me odiarán de día, por los celos que enciendo en ellas, pero por la noche; su envidia las corroerá por el deseo perenne de ser igual que yo.

Los muchachos buscarán una chica tan encantadora como yo para su primer encuentro de amor carnal, y las meretrices como yo, mañana fingirán ser igual a mí para cumplir sus fantasías oscuras y ganarse las monedas de oro puro que llegarán a valer mis besos y caricias que en realidad nunca tendrán.

Y los hombres... Oh los hombres... Morirán por mis huesos, amarán cada suspiro que sale de mi boca, se rendirán ante mis pies, querrán deslizar su hombría por mi cuerpo esculpido por un artista de manos divinas.

No como hoy, que desean tenerme para ellos pero sin mostrarme a nadie, como el juguete roto y sucio que no quieren reemplazar, pero que jamás tirarían a la basura por el cariño perfecto que le tienen y por cómo les hace sentir.

Hoy pueden tenerme a cambio de limosnas. Mañana me seguirán deseando, más que beber el agua, más que el respirar. Pero ya no me tendrán.

Esa será mi vida. Y la esperaré. Sí, la esperaré. La esperaré... Controlaré mi vida, un día estará en mis manos y seré la reina.

Esperaré.

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