1-. Amistades
Como siempre que había muy pocos clientes repasaba sus apuntes desparramados por todo el mostrador, mientras el bullicio y la actividad citadina ambientaban discretamente el ambiente.
Agradecía internamente amarrar siempre su coleta con extrema carencia de piedad, amarrando cada mechón sin excepción en lo absoluto en la dona, imposibilitándole verse afectada por estos.
Gael hizo timbrar la campanilla debajo de unos libros de ciencias con violencia haciéndole volver a tierra firme.
- ¿Si?
- ¡He pedido un café caliente y me han traído uno helado como tempano! ¿qué clase de imbécil hace eso! –rugió molesto, a lo que Raquel respiró profundamente y se abstuvo de rodar los ojos.
- De eso ya fue una hora, ¿hace cuánto probó el café? –su gesto dubitativo y perplejo fue toda su respuesta, Gael era un distraído de primera clase, y un enojón también, por lo que dispuesta a no recibir más quejas volvió a hablar-. Si quieres puedo servirte o-
- Eh, eh, eh, eh, eh, ¿qué le he dicho de tutearme? –tan amigable como siempre.
- Oh, sí, lo lamento, pero como le decía, puedo ofrecerle otro café si quiere, uno caliente –habló conteniendo al máximo su enfado.
- Eso no será necesario, me largo –dejó la taza casi llena sobre sus libros pero al voltearse empujó esta con su codo, desparramando todo el líquido en los documentos.
- ¡Ah!
- ¿Eh! ¡lo siento! –la fémina tumbó los libros al piso de inmediato, luchando por salvar todos los posibles, incluso ese chico antipático la ayudó, pero justo cuando tomaba el último y más afectado libro pudo ver por unos momentos como la mitad de la bebida desaparecía de la hoja de papel, pero al querer comprobar si su cliente lo había visto también cayó en cuenta de que ya estaba atravesando la puerta a paso acelerado.
¿Qué mierda había sido eso?
Volteó la hoja para comprobar si solo esa había sido descafeinada mágicamente, y ahogó una exclamación de sorpresa cuando vio que al igual que esa todas las hojas del libro habían sido despojadas de la mitad de la humedad que tenían anteriormente.
Suspirando frustrada tomó un estropajo que había dejado en una de las mesas del local cuando cayó en cuenta en el lugar vacío del muchacho de pelo negro, en el que se hallaba no solo su chaqueta, sino también esa adorada laptop suya que cargaba a todas partes y un pequeño libro.
¡Definitivamente el rey de los distraídos! Tomó la chaqueta marrón de cuero y comenzó a doblarla, al igual que colocó el aparato y el libro entre esta, y la colocó sin más en un cajón en la cocina, ahí donde guardaba todos los objetos perdidos de los clientes: celulares, accesorios, dinero... Era incapaz de conservarlos como pertenencias debido a la culpa que la atormentaría por las noches, por lo que se aseguraba de informarles a los clientes de la existencia de ese cajón, y que si alguna vez olvidaban algo en su local que no dudasen en decirle.
Vio por última vez el cajón, y acomodó en una posición más adecuada el libro dentro de la chaqueta, sintiendo una leve corriente eléctrica al hacer contacto con este. Seguramente las vibras negativas que tanto desprendía su dueño. Empujó la palanca de metal lejos de ella y volvió a la caja ya más tranquila.
...
Abrió la puerta de un rodillazo y en el acto todos los animales corrieron hacia la libertad despavoridos. En su brazo cargaba a un adorable cerdito que tenía lastimada la pata, y chillaba como en matadero ante la velocidad a la que andaban.
Buscaba con la mirada la confiable ruta de evacuación cuidando que los trabajadores de AR Inc no atrapasen a los animales nuevamente, y del mismo modo esquivaba los dardos tranquilizantes, balas y redes que les aventaban con sus rayos.
Varios sujetos de bata se atravesaron en su camino sosteniendo una gran red de metal (la última vez que habían usado una de cuerda le había encendido en llamas) por lo que con una gran sonrisa de satisfacción la utilizó para electrocutarlos, haciéndoles soltar el alambrado y que los animales y ella continuasen huyendo.
Una vez llegaron a la entrada principal (la cual desbloqueaba abriendo la cerradura con un rayo) todos los animales fueron bienvenidos por el mundo y la luz solar, pero justo cuando ella ya se iba oyó la característica sirena de la patrulla y un hombre apuntándola tras la espalda.
- ¡Manos arriba, fenómeno! –mierda, ¡era un policía! Esto nunca le había pasado ¿debía huir? Dejó al cerdito respirar en el suelo y se volteó lentamente con sus brazos extendidos, donde una mujer de traje azul marino oscuro y gafas de sol sonreía divertida-. ¡Eso es, rarita! Tendrás que venir con nosotros, ahora –señaló con su cabeza la patrulla a lo que rendida no tuvo otra más que entrar, no sin antes ser esposada de pies y manos.
Desde la ventana pudo ver como los científicos vitoreaban y celebraban como si hubiese ganado la selección de su país, e hizo una pequeña sonrisita de superioridad cuando el oficial giró la llave, y el vehículo no encendió.
- ¿Qué mierda! Agh, estas chatarras modernas de hoy en día –quitó y sacó la llave recibiendo el mismo resultado, mirando a través del espejo retrovisor la gran sonrisa de la fémina, y una vez que volvió la vista a la llave se materializó como un fino y flotante rayo que con la facilidad de saltar por la ventana se liberó del oficial, de las esposas y de la ley.
Y así, en su forma de una rápida y desapercibida corriente eléctrica, siguió a los animales de cerca hasta estar a una distancia prudente de los oficiales, donde pudo regresar a su figura de joven adulta usando una piyama ridículamente llamativa.
Arrepentida por su decisión regresó a la forma rayo, por la cual se escabulló hasta llegar a casa.
...
Eran casi las 12:oo de la noche, hora de cerrar, a lo que se colocó su confiable abrigo rojo indio y su gorro de lana para protegerse del frívolo ambiente, contrastando totalmente con su vestido rojo de mangas de globo, su delantal alguna vez de color blanco y sus zapatos escolares.
Tomó sus llaves de la cocina, acomodó adecuadamente todas las mesas y una vez afuera jaló con una fuerza descomunal que había adquirido con la experiencia la pesada cortina de metal, y colocó su respectivo candado, el cual cerró con algo de dificultad: estaba demasiado oxidado. Necesitaba comprar candados nuevos. Se dirigía hacia la segunda sección de cortinas cuando una violenta figura acercándose por la acerca la hizo cuestionarse si se trataba de un secuestrador, violador u otro hombre peligroso, pues por su determinación y firmeza al caminar de un borracho no podía tratarse.
- ¡TÚ! –gritó una voz potente atravesándose la calle como si fuera dueño de esta, y se acercó peligrosamente a ella con altas probabilidades de tomarla de la chaqueta-. ¡TÚ, EMBUSTERA DE MIERDA, ¿DÓNDE TIENES MI JODIDA LAPTOP! –interrogó muy cerca de su rostro, lanzándole una gota de baba en la mejilla. Qué maldito asco.
- Ah, ah, nada de tutearme –retrocedió dos pasos lejos de su presencia y alisó su vestido, todo con dignidad-. Su laptop, al igual que su chaqueta y su libro están en mi bodega de objetos perdidos, no tenía forma de contacta- -de inmediato su hombro fue apartado sin cuidado y el pelo negro ingresó a su local, al otro lado del mostrador y finalmente a la cocina, poniendo todo patas arriba nada más llegar. ¿Es que este hombre no respetaba lo ajeno! ¡puto temperamento que tenía! Apartó sus manos de las cacerolas de su madre con la sangre hirviéndole, y no pudo evitar darle un manotazo en sus dedos por tocar objetos tan invaluables para ella. Cerró la alacena en donde buscaba con el ceño más que fruncido y sacó el bendito abrigo, el libro y la laptop, siendo estos arrebatados de sus manos en el acto.
- ¿No la abriste! ¿ni la tocaste! ¿nada! –preguntó con tono desesperado y amenazante, logrando solo colmarla más.
- Obviamente tuve que tocarla, pero puedo asegurarle que no la encendí ni nada semejante –se cruzó de brazos ya sin poder simular su impaciencia.
Para su sorpresa la expresión del muchacho se relajó y hasta miró al suelo mordiendo en interior de su mejilla con ¿nerviosismo? ¿es que acaso este sujeto era bipolar o algo?
- Lo siento, creo que... -suspiró-. Siempre la agarro contra ti ¿no? –murmuró mirándola a los ojos nuevamente.
Desde en la navidad pasada que Gael Castillo Oivares nunca, POR NADA DEL MUNDO, se compadecía de ella. Nunca faltaban sus "lo siento" cuando sabía que si se estaba pasando, pero regularmente eran algo pasajero y casi sin importancia, pero ahora genuinamente estaba tomándose el tiempo de hablarlo con total sinceridad.
- Bueno, eres un científico y esas cosas, imagino que debe de ser muy estresante llegar del trabajo a descansar y que... tu té helado no esté lo suficientemente helado –sonrió en pequeño por su comentario, pero sin ser capaz de llegar a sus mejillas.
- Y aunque sea así, tampoco es tu culpa, es que yo soy muy-
- Despistado, lo noté –comentó acomodándose sus lentes.
- Oye, si mal no recuerdo... desde navidad que no hablábamos como personas normales ¿verdad? –asintió con una sonrisa, era así-. Como sea, ya es tarde y supongo que ya querrás dormir, así que no te quito más tiempo. Hasta mañana Ro... Reeebeca –balbuceó esforzándose genuinamente por recordar su nombre.
- Raquel –corrigió menos tensa que hacía unos momentos, igual que él.
- Raquel, sí. Nos vemos mañana –sujeto su laptop con recelo y abandonó el lugar, borrando ambos su sonrisa al desaparecer del campo de visión del otro. Fingir que eran amigos había sido divertido pero ambos sabían bien que eso no iba a pasar.
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