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EL SONIDO DE SUS SOLLOZOS FLOTABA COMO HUMO, inundando la pequeña estancia de una asfixiante atmósfera; tan pesada y letal, que Reishack sintió que el estómago se le saldría por la boca. Estaba mareado, con esas terribles ganas de vomitar, imposibles de vencer.

Era extraño, aquellas sensaciones que sin duda era capaz de describir pero que, no obstante, jamás había sentido, se convocaban ahora en su cuerpo angélico, desgarrando cada célula de su organismo. La vida jamás le había parecido tan cruel como en aquellos momentos, mientras se acercaba a Allison. No podía ver su rostro y lo agradecía, pues estaba seguro de que no podría soportar verla tan destruida.

Había suplicado tanto para que Odín le permitiera la entrada a aquella alcoba de hotel, pero ahora que se encontraba adentro, se sentía incapaz de moverse.

El corazón le latía a mil, mientras la oscuridad devoraba las lágrimas de la chica que se encontraba arrodillada a unos cuantos pasos de él.

Sabía de su presencia, por alguna razón, ella siempre era capaz de detectarlo, aunque él no lo quisiera. Se trataba de un lazo muy estrecho que ambos habían creado y que era difícil de destruir. El mismo que en esos instantes los hacía sufrir de modo terrible, al no poder tenerse uno al otro.

—¿Quieres detenerme? —musitó la joven, apenas con un hilillo de voz.

Reishack guardó silencio unos momentos. Se encontraba frente a ella ahora, pero aún no podía agacharse y estrecharla, tal y como ella y él mismo hubieran deseado. Y en su lugar, la chica elevó la cara y lo observó, hiriéndolo a muerte con la amargura de su rostro femenino, tan perfecto, que le pareció una atrocidad verlo ultrajado por la tristeza.

—¿O es que has venido a llevarme?

—No quisiera hacerlo, Allison, pero no me estás dejando otra alternativa. Tú mejor que nadie conoce las reglas. Por favor, no me pongas en esta situación.

—Está bien, mi amor. No te preocupes. Eso es precisamente lo que deseo. Irme contigo sería el mayor obsequio, aunque tenga que ser el resultado de mi propia muerte. Después de todo, me he cansado de vivir muriendo, vacía, inútil y absurda. Mi vida no tiene sentido si no estás en ella.

—Conoces las reglas.

—Sí, me las hiciste saber muy bien, con una crueldad que nunca me habías mostrado. Me has engañado.

—Jamás lo haría.

—Fingiste amarme, Reishack, fingiste que sentías algo por mí. Y yo... yo no puedo soportar una vida así, ¿entiendes? No puedo y no quiero hacerlo. Después de lo que me dijiste, después de rechazarme como lo hiciste y de asegurar que solo experimentabas conmigo, que no era nada más que un juguete con el que te agradaba jugar de vez en cuando. Como si fuera una mascota tuya que a veces te gusta cuidar.

—Allison...

—Quise olvidarme de ti. Pero solo conseguí herirme, una y otra vez. ¡He partido mi corazón una y otra vez con la esperanza de que salieras de él! Pero solo conseguí enterrarte en un lugar tan profundo, al que ni yo puedo acceder. Eres cruel. ¡Eres un maldito! —exclamó, llorando, aferrada al suelo. El joven ángel parecía no escucharla. Toda su atención la tenía el pesado revólver que Allison subía y bajaba al hablar.

¿De dónde lo había obtenido?

Entonces la miró a los ojos; estos habían cambiado, esa luz que él veía se había extinguido, asesinada por los oprobiosos actos de su amada.

Sintió una terrible punzada en el pecho y tuvo que mirar hacia otra parte. No podía imaginarse a una Allison corrompida por la vida, triste y corriente, como cualquier otro ser humano. Ella no.

—Ya lo ves, Reishack. No me interesa admitir en tu cara que realmente eres intocable. Dentro de mi corazón, quiero decir. Por más que lo intente, jamás habrá nadie que ocupe ese lugar que siempre ha sido tuyo, y que siempre lo será.

—Puedes vivir y olvidar. Ser una mejor persona.

—¡¿Acaso no entiendes que no quiero olvidar?! —gritó. Acercando el revólver a su cabeza—. ¡No puedo, no puedo, Reishack! ¡Jamás podré hacerlo! ¡Y tú! —Sus ojos estaban inundados de lágrimas, y el ángel no sabía cómo controlar ambos sentimientos. Eran demasiado intensos como para soportarlo—. ¡Eres un maldito! Si no ibas a amarme, si para ti no signifiqué nada, entonces debiste dejarme morir cuando aún era una niña. Debiste abandonarme y dejarme cumplir con mi destino. Ahora no sé qué hacer con este intento de vida que no me pertenece. No encuentro cura a esta enfermedad, Reishack.

El joven se agachó finalmente, aunque evitó cualquier tipo de contacto físico con ella. si la tocaba en esos momentos cedería y se la llevaría de inmediato al Avitchi y él deseaba darse más tiempo para convencerla. Aunque lo sabía. En el fondo de su corazón, sabía que Allison en verdad ansiaba la muerte. Nadie mejor que él podría sentirlo con claridad.

—Puedes intentarlo. Sé que ahora piensas que todo está perdido, pero no es así. Siempre hay una solución y el tiempo es generoso, borra cualquier herida.

La joven miraba al suelo, perdida entre viejos recuerdos; memorias a las que deseaba aferrarse.

—No puedo hacer nada con este corazón, porque está podrido; demasiado roto como para pensar en entregarlo a alguien más. Además, ya no es de mi pertenencia y lo sabes. ¿Y estos labios? ¿Qué hago con estos labios que sintieron la dulzura de besar los tuyos? ¿Qué hago yo con mi voluntad si ahora es la tuya? ¿Cómo concebir la vida sin ti en ella? Mi cuerpo no será jamás el mismo después de abrazar el tuyo. ¡Oh, Reishack! Hay tanto de ti dentro de mí. Tu sola imagen lo ha cambiado todo, y no hay más mundo para mí que el que decidas mostrarme.

—Pero no así, Allison. No de esta forma.

—Yo solo quiero estar contigo, aunque sea una sola vez más. Antes de morir. Lo prefiero, a vivir una eternidad sin ti.

El chico se arrodilló por completo delante de ella. No dijo más, solo se limitó a observarla, intentando que sus ojos violetas penetraran en lo más hondo de su corazón. Pero el interior de la chica era aún más profundo que el mar, y al igual que este, también terriblemente oscuro. Podía sentir una desolación tan vasta como el más inmenso de los mundos, y un dolor tan agónico como el más oscuro de los universos. Reishack se sintió tan alejado de ella.

—Intenté olvidarte, mi amor. Pero no pude, y solo conseguí dañarme a mí misma.

—Allison —murmuró el ángel, abriendo los ojos en expresión aturdida. Las manos quietas sobre su regazo que de la nada comenzaron a cerrarse con fuerza.

—No quería hacerlo, pero esas últimas palabras que me dijiste. Ese no te quiero que sigue dando vueltas dentro de mi corazón, hiriéndome, quemándome desde adentro. No pude evitarlo e intenté reemplazarte. Pero tú, Reishack, tú eres irremplazable, y me he dado cuenta justo ahora, que estoy tan segura de que ansío la muerte. No habrá para mí ningún remedio más compasivo y bondadoso que este.

Reishack suspiró hondo. Quería ahogar la frase que estaba a punto de salir de sus labios, pero por más intentos que hizo, no lo consiguió.

—¿Ni siquiera deseas intentarlo por ese pequeño? Sé que en ti yace el deseo de tenerlo.

Allison se quejó, como si un dolor agudo la tomara de repente. Llevó una mano a su vientre y lo apretó un poco. Sabía de antemano que ese ser que crecía dentro de ella terminaría sufriendo lo indecible, porque en lo profundo de su corazón presentía que, tras lo acontecido con ella, jamás podría llegar a ser la madre que ese niño se merecía.

—Ni siquiera sé quién es el padre —esbozó una amarga sonrisa.

—Tú eres su madre y eso lo único que importa.

Allison movió la cabeza en negativa, cogió de nuevo el arma y la colocó en su cien. No había marcha atrás.

Las lágrimas caían por sus mejillas, presas de la gravedad.

Reishack sacudió la cabeza y volvió a mirarla. Y echó tanto de menos a la niña inocente que había conocido años atrás. Quería recuperar a esa jovencita que siempre tenía una sonrisa, esa chica ingenua y pueril. Pero Allison había crecido, había madurado y para su sorpresa, se había corrompido, llenándose del fango que tanto odiaba en los humanos. Se había vuelto posesiva, celosa y caprichosa. Quizás solo era una humana, pero para él lo era todo.

—Espera, Allison —la detuvo, cogiendo el arma; dejó escapar un suspiro de desesperación—, maldita sea, te amo.

Se acercó a ella e imprimió en sus labios un agresivo e intenso beso, producto de la impulsividad del momento.

Reishack cerró los ojos, entregándose por completo a aquel contacto, como nunca lo había hecho. Siempre había puesto reparos, sin entregarse por completo, porque de alguna manera, sentía en lo profundo de su ser que algo dentro de él no estaba bien del todo, y que el hecho de sentir amor real lo condenaría, rebajándolo a las profundidades del abismo en el que se consumiría para siempre, convertido en un ángel caído.

Pero esta vez fue diferente. No quiso pensar, no puso reparo alguno en su beso. Simplemente se dejó arrastrar por aquel mar de emociones que aquella caricia despertaba en él; sabía que quizás ese sería su final, pero no le importó en absoluto.

Allison se entregó a él de aquella misma manera, su alma y su corazón enteros, ocultos en aquellos labios que tanto habían añorado una caricia. Y la chica descubrió entonces, que las palabras de rencor que le había dirigido Reishack unas semanas atrás no habían sido más que mentiras, tal vez lo había dicho para protegerla, para resguardarla de las reglas, las leyes de Dios. Pues con aquel beso, la joven descubrió que el amor que ese joven y rebelde ángel prematuro sentía era una realidad, que aún se encontraba allí, intentando ocultarse, sintiéndose como un pecador, pero real, tan real que podía sentirlo en lo más profundo de su corazón.

Se sintió conmovida.

Algo dentro de ella se liberó al percatarse de que aún poseía ese sagrado sentimiento, de que aún tenía un espacio en el corazón de Reishack.

Y por un instante pensó que todo volvería a la normalidad, que podría disfrutar de una vida maravillosa a lado suyo; quiso pensar que Dios aprobaría su pecaminoso amor.

Pero algo dentro de sí le gritaba con tristeza que eso jamás sucedería.

No dejó de besarlo ni un solo instante mientras elevaba de nuevo el revolver, al tiempo que apretaba con la otra mano la nuca de su amado, quien abrió los ojos de par en par al darse cuenta de lo que estaba a punto de hacer.

Con un grito de terror, el ángel escuchó la detonación que arrancó a la joven del mundo material con tal violencia que ni siquiera pudo observar el alma elevándose al cielo. Tomó entre sus brazos el cuerpo sin vida de su amada mortal. Jadeante, confundido y con las lágrimas saliendo a borbotones por sus ojos violetas.

Desolado, esa era la primera vez que un ángel de la muerte prematura lloraba debido a sentimientos propios. Y su llanto fue severo.

Apretó con fuerza el cuerpo de la joven, enterrando su rostro entre los cabellos de seda; la cubrió de besos y cerró los ojos, porque las lágrimas eran demasiadas como para contenerlas. No lograba entender por qué no era capaz de devolverle la vida. Esa facultad era suya, un obsequio especial del creador. ¿Acaso era un castigo?

Tragó saliva. Su piel en esos instantes cambió de tonalidad, su cuerpo entero se estaba convirtiendo. La luz de sus ojos violetas se oscureció y cuando antes no expresaba emoción o sentimiento algunos, ahora su rostro se desfiguraba por completo en una horrenda mueca de tristeza y desesperación
.

Se sintió asaltado por una consternación abominable, sus manos manchadas de sangre, y sus labios, que buscaban con desespero encontrar algo de vida en la boca de la joven que ya no vería más.

Y por unos momentos, Reishack no fue más el favorito, el Ángel de la Muerte Prematura. Se había convertido, sin darse cuenta, en aquello que más amaba y odiaba a la vez, eso que tanto pidió, de lo que jamás se habría creído merecedor. Porque su pena, su amor y su pérdida eran tan reales, tan atroces que su única naturaleza era precisamente aquella que había esperado.

Reishack se convirtió en un humano. Sintiendo emociones humanas, sufriendo como sufren los hombres, con la muerte sobre su espalda.

Reishack decidió que también sería su final. Sabía que podría entregarse a Dios, desprenderse de esa vida oscura, sabía que tenía una posibilidad, debía encontrarse de nuevo con Allison, aunque fuera en esa otra vida.

Así que se levantó, con la joven entre sus brazos, no podía dejar de llorar y apenas si podía ver con esos nuevos ojos mortales. Por tal razón no fue capaz de esquivar la luz que atravesó la ventana entreabierta, tan veloz como un oscuro y sepulcral relámpago que cayó encima de él, con un bufido de ira.

—¡Allison! —gritó él con las lágrimas sobre el rostro, y su voz se desquebrajó en un triste quejido de dolor. Su cuerpo había sido golpeado de lleno con una fuerza tan brutal que creyó que moriría. Pero no era eso lo que le importaba, ni la esbelta y alargada figura que se había posado frente a él. Reishack solo pensaba en el cuerpo de la joven que había caído y rodado en el suelo.

Mostrando una mirada fiera, gruñó, lleno de ira y odio.

Se levantó con pesadez, intentando concentrar una buena cantidad de energía en la mano derecha, para arrojarla contra aquel mal nacido que había sido capaz de intervenir en un momento tan importante para él.

No obstante, para su sorpresa, su poder angélico había desaparecido y este observó con asombro el rostro de aquel ser que se aproximaba a él con una sonrisa sesgada y tenebrosa. Sorprendido, dio un par de pasos hacia atrás, pero ese ser era veloz y ahora Reishack se encontraba en desventaja.

Con una mano poderosa lo agarró del cuello, apretándolo, mostrando una mirada triunfante y ansiosa.

—A... Adonía... —jadeó Reishack. Parecía que nada en el mundo podría ir peor; sin embargo, el hombre rio pérfido ante su confusión.

—No soy Adonía, estúpido. No eres más que un ángel indefenso e ignorante. Incluso el tonto de Adonía creyó que podría salvarte de este destino.

—¿Quién... quién eres? —quiso saber el chico.

—Mi nombre es Adonai y soy la contraparte de tu amado maestro.

—Un desertor —prorrumpió, abrumado y adolorido por la fuerza que este continuaba ejerciendo en su cuello.

El demonio volvió a carcajearse. Estaba divirtiéndose con él.

—En verdad eres absurdo. Ahora comprendo el temor de Adonía, sabía que no tendrías la fuerza para combatirme.

Reishack emitió una media sonrisa, indiferente y fría que enfureció al demonio.

—Mátame, no me interesa nada más. Me harías un gran favor si lo hicieras, después de todo ya soy un humano ahora, ¿no es así? He pecado y este es mi castigo, pero me importa poco lo que suceda conmigo. Lo único que deseo es estar muerto.

Adonai ladeó un poco la cabeza, mirándolo con una expresión de burla en los ojos.

—¿En verdad crees que tu mortalidad es cosa de tu creador?

Reishack entornó la mirada, confundido.

—Esa humana ha sido tu desgracia y la verdad es que creo que pagaste un precio muy alto por tan poca cosa.

El joven ángel quiso golpearlo, darle un puntapié y luego un puñetazo, pero solo consiguió las burlas aún más escandalosas del demonio, que tanto se asemejaba a su maestro.

El demonio lo dejó caer con brusquedad sobre el suelo.

—Esa chica ha infringido las reglas. Si te asesino, tal como deseas, lo único que lograrás es renacer de nuevo, muy lejos de ella.

—¿Qué quieres decir?

—Ha comido del fruto prohibido, yo mismo se lo he dado. La muy tonta creyó que con ello conseguiría ser como tú, llegar a ti. Pero lo único que consiguió fue su entrada al infierno y con ese beso logré que te convirtieras en un maldito mortal —dijo riendo. Y cada vez que se acercaba a él, Reishack se sentía como un niño indefenso, lejos, muy lejos de su hogar—. Pero es un trato justo, ¿no lo crees? Tú querías ser un humano y ya lo eres. Ella quería ser capaz de olvidarte, ahora no es nada. Y yo deseaba que te quitaras del medio. Todos ganamos.

—¡Maldito! —exclamó Reishack, sintiendo una especia de escozor en sus mejillas al tiempo que se ponía de pie para lanzarle un puñetazo.

Adonai lo detuvo con el simple pensamiento. Un halo de luz oscura penetró su organismo, manteniéndolo petrificado en su sitio. El chico se vio presa de una confusión atroz; si bien, siempre había deseado el dolor vibrando dentro de él para así poder sentirse vivo, en realidad nada lo había preparado para soportar la agonía que sentía en esos instantes.

El chico no pudo resistirlo y gritó. Gritó con todas su fuerzas, como jamás ángel prematuro había gritado. 


Italia se detuvo en seco, horrorizada. Había ido en busca de ese maldito de Reishack que ya se había clavado en lo más profundo de su corazón. Y el grito aterrador que escuchó la dejó de una pieza, un frío la recorrió de pies a cabeza, impidiéndole moverse.

A lo lejos, Goliat sintió que un dolor agudo lo penetraba por completo e, incapaz de contenerse, comenzó a llorar desconsolado, seguido por Tatsurou, quien comenzaba a comprender el porqué de aquellas lágrimas que salían tan cargadas de dolor.

Goliat, ese grito... ¿Lo escuchaste?, preguntó el fantasma, suplicando que sus temores fueran infundados.

Es él, murmuró la lechuza, ahogada por el llanto, incapaz de hablar, incapaz de moverse, hasta que se desplomó en el suelo, inconsciente. Pistorius corrió a sostenerlo antes de que se hiriera de gravedad. Entristecido, no obstante, pues comprendía que no podía hacer nada para evitar la herida en su corazón.


La vampira se llevó una mano al pecho; por un segundo creyó sentir el palpitar de un corazón que había estado muerto durante siglos. Sintió que le faltaba el aire cuando un pensamiento se agolpó en su cabeza.

Reishack necesitaba ayuda.

Se elevó por los aires y remontó el vuelo. Podía percibir su aroma en el viento y, tal y como había hecho en veces anteriores, lo rastreó con sus habilidades extraterrenales.

Lo que más deseaba en esos momentos era volver a ver a su querido Reishack, pero pese a sus deseos, sentía una especie de temor irracional mientras más se aproximaba a él y podía percibir con mayor claridad el estruendo de su corazón, palpitando frenético, como el de un gorrioncillo asustado.

La esencia de Reishack la guio directamente hasta el lugar en el que se encontraba y all llegar hasta allá, pudo sentir dos presencias más, una aún más maligna que la primera; un hecho que, por el momento, no le interesaba en lo absoluto, no más que el saber cómo estaba su príncipe sin vida.

Furiosa, entró por el ventanal, desquebrajando el vidrio que cayó ruidoso en el suelo.

—¿Estará bien? —quiso saber Tatsurou.

Pistorius seguía caminando. Goliat les había dicho en dónde se encontraba Reishack y el viejo escriba había resuelto acudir a su encuentro a como diera lugar.

Aunque Tatsurou quiso hacerlo desistir, alegando que ellos se encontraban demasiado alejados del ángel, no quiso decirlo en voz alta. Comprendía la desesperación de Pistorius, porque él también la sentía.

—Goliat está bien, fantasma. Pero no es él quien me preocupa.

—Pero, Pistorius, Reishack debe estar bien, él es un ángel. Está bien, ¿verdad?

No obtuvo respuesta alguna. Aquel silencio bastó para sumirlo en una profunda tristeza. Por alguna razón él se había acostumbrado a la idea de seguir al joven ángel; estaba seguro de que al fin había encontrado a un ser digno de acompañar, a quien serle fiel. Alguien a quien realmente pudiera llamar amigo. 

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